Cuando el hombre se alzó contra Dios el mal entró en el mundo y nos consta, porque no es difícil reconocerlo, ya que por tantas partes se ve actuar las fuerzas de la destrucción.
No solamente los automóviles tienen accidentes, los aviones caen, los terremotos asolan la tierra y las inundaciones provocan desastres; también los hombres se hacen mal unos a otros: envidias, asesinatos, torturas, explotación, terrorismo, violación, abuso de poder, robos, engaños, infidelidad, traición. Y estos son sólo unos cuantos términos del extenso catálogo de las malas acciones.
De alguna manera, nosotros podemos ser víctimas y autores al mismo tiempo. El mal puede tejer una red tan espesa que apenas podemos escapar de ella.
Cuando decimos “líbranos del mal”, podemos pensar en las pequeñas y grandes catástrofes que amenazan la vida humana. No obstante, al recitar esta petición del Padrenuestro, debemos pensar más bien en la maldad a que nosotros estamos expuestos, en la que podemos enredarnos nosotros y otros junto a nosotros.
Pueden ser las pequeñas malicias de la vida diaria. Pero existe también la maldad que se va difundiendo y trata de destruir la vida.
Así como veíamos que es necesario prevenir la tentación también es imprescindible fortalecer la coraza de la fe para preservar nuestros principios.
“Líbranos del mal” es una expresión mucho más tajante que las anteriores. Porque es fácil caer en el mal casi sin darnos cuenta y lo que es peor, empecinarnos en él, viviendo aparentemente más tranquilos, porque en vez de rechazarlo, cambiamos la moral.
Podríamos reconocer el mal cuando decimos: “Como me cuesta hacer esto; esto está bien”. Es cuando queremos que la Iglesia establezca normas a nuestra medida y comodidad, sin tomarnos ni siquiera el trabajo de averiguar en profundidad, el porqué de esas disposiciones y los beneficios que acarrean a la humanidad.
Es preferible aceptar que el camino es angosto y que aunque caigamos muchas veces, el Señor está dispuesto a perdonar “70 veces 7, si es necesario”.
Si nos engañamos a nosotros mismos y hacemos la moral a nuestra medida, es como perder la brújula y no saber adonde se va a llegar.
VER: Mi persona:
Al pedir al Señor que me libre del mal, ¿a qué me refiero?
¿Qué males me cuesta reconocer? .
Nuestro mundo:
Citar un mal que en mi ambiente no se reconoce como tal. Dar un ejemplo que lo demuestre.
JUZGAR:
Leamos: Juan 9, 1 al 6 y 24 al 40.
¿Cuál es la diferencia entre la actitud del ciego y la de los fariseos?.
ACTUAR:
¿Qué voy a hacer para que el Señor me ayude a liberarme de la ceguera que me impide reconocer un mal determinado?.
¿A quien trataré de hacer ver que es preferible asumir la realidad de nuestra debilidad – ya que el Señor siempre es misericordioso – antes de pretender hacer la moral a nuestra medida?.
COMPROMISO
Priorizo para esta semana un pasito concreto y sencillo para evaluar de crecimiento en mi relación con Dios.
(fuente: www.accioncatolica.org.ar)
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