En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: "¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su esposa?" El les respondió: "¿Qué les prescribió Moisés?" Ellos contestaron: "Moisés nos permitió el divorcio mediante la entrega de un acta de divorcio a la esposa". Jesús les dijo: "Moisés prescribió esto, debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio, al crearlos, Dios los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán los dos una sola cosa. De modo que ya no son dos, sino una sola cosa. Por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre". Ya en casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre el asunto. Jesús les dijo: "Si uno se divorcia de su esposa y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio".
Después de esto, la gente le llevó a Jesús unos niños para que los tocara, pero los discípulos trataban de impedirlo. Al ver aquello, Jesús se disgustó y les dijo: "Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios es de los que son como ellos. Les aseguro que el que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él". Después tomó en brazos a los niños y los bendijo imponiéndoles las manos.
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.
Gloria a ti Señor Jesús.
En este pasaje del Evangelio, le preguntan a Nuestro Señor acerca del divorcio, un tema que ha resultado polémico y espinoso hasta nuestros días.
En los tiempos de Jesús, y desde siglos antes de su venida, en el pueblo judío, los hombres eran los únicos que tenían el derecho de dar por finalizado un matrimonio: bastaba que el marido expresara simplemente su deseo de no querer estar más con su esposa para que ella debiera aceptar esa decisión unilateralmente tomada. Visto con los ojos de alguien de estos tiempos, nos resulta tremendamente injusto... pero eran los usos y costumbres de de aquella época, los cuales eran aceptados por la sociedad entera. Es por ello que aquellos fariseos intentan nuevamente poner a prueba a Jesús con su pregunta.
Él responde contundentemente: "Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre". Y como en otras oportunidades, Jesús sorprende con su respuesta que sonó totalmente revolucionaria en su tiempo: "Si uno se divorcia de su esposa y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio"; es decir, pone en un plano de igualdad al hombre y a la mujer en cuanto al compromiso asumido a través del Matrimonio.
Releyendo esa sentencia de Nuestro Señor, al día de hoy, nos cuestiona. Sabemos muy bien que, en las últimas décadas, el divorcio ha ganado masiva aceptación en la mayoría de los países del Planeta y son reiterados e incisivos los reclamos hacia la Iglesia Católica Apostólica Romana para que acepte el divorcio. Hoy en día, los compromisos conyugales no adquieren firmeza y sucumben ante los embates de un mundo cada vez más egoísta y mezquino: cada vez se escucha más eso de que "se acabó el amor" y, livianamente, suele pasarse a retiro el compromiso suscripto. También ésto motiva a muchos jóvenes a esquivar al matrimonio y, simplemente, convivir juntos argumentando que "no necesitan los papeles para legitimar su amor", que es como solapar el pánico al compromiso, la cobardía de no animarse a jurarse amor hasta el final de los días.
Dios mismo une a los esposos en el Matrimonio. Dios mismo es el garante de la familia que se funda en el momento del casamiento. Dios mismo derrama bendiciones sobre la vida de los esposos y de los hijos que serán frutos de esa unión.
Abundan ejemplos de matrimonios que naufragaron y que encontraron en la separación la salida a sus suplicios. Lo más fácil es echarle la culpa al matrimonio en si mismo, más que reparar en cuáles fueron las fallas de los cónyuges que terminaron ahogando la unión nupcial. Es ahí cuando cobra vital importancia vivir debidamente el noviazgo, como etapa previa y necesaria para poder tener luego una buen matrimonio: es que es los cimientos del noviazgo lo que serán la base de la vida matrimonial. Si el noviazgo se vivió en el marco del respeto, se supo cultivar la fidelidad y el amor como opciones libres y sanas, es un muy buen antecedente que puede generar la expectativa de un matrimonio exitoso.
Hoy en día, muchos noviazgos no son bien vividos: egoísmos de distintas formas terminan minando la vida en común. Las situaciones se complican más cuando, en ese marco desfavorable, llegan imprevistamente los hijos; son precisamente los niños los que, injustamente, terminan pagando los "platos rotos" de familias que se diluyen por la inmadureces de los padres.
Cuando una persona se casa por Iglesia, le está diciendo a su cónyuge: te amo por lo que fuiste (que signifca aceptar toda su historia pasada), te amo por lo que sos... y te amo por lo que serás, lo cual trae implícito el mutuo acompañamiento en enfermedades y la vejez compartida. CLaro que nadie puede predecir el futuro... pero es la Gracia de Dios la que puede fortificar el matrimonio a través del tiempo, a pesar de las tempestades que se atraviesen.
Hay ejemplos brillantes y conmovedores de matrimonios que se han amado por muchos años, por toda la vida y que han resistido estoicos situaciones adversas y dolorosas. Esos ejemplos deben animar a novios y esposos a creer que el matrimonio es necesariamente para toda la vida.
Por último, Jesús nos invita a ser como niños para entrar al Reino de los Cielos. ¿Qué significa? Todos hemos sido niños alguna vez, es decir, todos hemos sido inocentes, libres de prejuicios, llenos de confianza, plenos de sueños, alegres y dichosos con lo que reciben. Estas son las actitudes que hay que tener con Dios y desde Dios.
La clave es la oración, que es embebernos de Dios y fortalecernos en Él, tanto para ir construyendo una familia en el noviazgo, como así también el no olvidar que fuimos niños alguna vez y que así Dios nos quiere para alcanzar el Reino de los Cielos.
En los tiempos de Jesús, y desde siglos antes de su venida, en el pueblo judío, los hombres eran los únicos que tenían el derecho de dar por finalizado un matrimonio: bastaba que el marido expresara simplemente su deseo de no querer estar más con su esposa para que ella debiera aceptar esa decisión unilateralmente tomada. Visto con los ojos de alguien de estos tiempos, nos resulta tremendamente injusto... pero eran los usos y costumbres de de aquella época, los cuales eran aceptados por la sociedad entera. Es por ello que aquellos fariseos intentan nuevamente poner a prueba a Jesús con su pregunta.
Él responde contundentemente: "Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre". Y como en otras oportunidades, Jesús sorprende con su respuesta que sonó totalmente revolucionaria en su tiempo: "Si uno se divorcia de su esposa y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio"; es decir, pone en un plano de igualdad al hombre y a la mujer en cuanto al compromiso asumido a través del Matrimonio.
Releyendo esa sentencia de Nuestro Señor, al día de hoy, nos cuestiona. Sabemos muy bien que, en las últimas décadas, el divorcio ha ganado masiva aceptación en la mayoría de los países del Planeta y son reiterados e incisivos los reclamos hacia la Iglesia Católica Apostólica Romana para que acepte el divorcio. Hoy en día, los compromisos conyugales no adquieren firmeza y sucumben ante los embates de un mundo cada vez más egoísta y mezquino: cada vez se escucha más eso de que "se acabó el amor" y, livianamente, suele pasarse a retiro el compromiso suscripto. También ésto motiva a muchos jóvenes a esquivar al matrimonio y, simplemente, convivir juntos argumentando que "no necesitan los papeles para legitimar su amor", que es como solapar el pánico al compromiso, la cobardía de no animarse a jurarse amor hasta el final de los días.
Dios mismo une a los esposos en el Matrimonio. Dios mismo es el garante de la familia que se funda en el momento del casamiento. Dios mismo derrama bendiciones sobre la vida de los esposos y de los hijos que serán frutos de esa unión.
Abundan ejemplos de matrimonios que naufragaron y que encontraron en la separación la salida a sus suplicios. Lo más fácil es echarle la culpa al matrimonio en si mismo, más que reparar en cuáles fueron las fallas de los cónyuges que terminaron ahogando la unión nupcial. Es ahí cuando cobra vital importancia vivir debidamente el noviazgo, como etapa previa y necesaria para poder tener luego una buen matrimonio: es que es los cimientos del noviazgo lo que serán la base de la vida matrimonial. Si el noviazgo se vivió en el marco del respeto, se supo cultivar la fidelidad y el amor como opciones libres y sanas, es un muy buen antecedente que puede generar la expectativa de un matrimonio exitoso.
Hoy en día, muchos noviazgos no son bien vividos: egoísmos de distintas formas terminan minando la vida en común. Las situaciones se complican más cuando, en ese marco desfavorable, llegan imprevistamente los hijos; son precisamente los niños los que, injustamente, terminan pagando los "platos rotos" de familias que se diluyen por la inmadureces de los padres.
Cuando una persona se casa por Iglesia, le está diciendo a su cónyuge: te amo por lo que fuiste (que signifca aceptar toda su historia pasada), te amo por lo que sos... y te amo por lo que serás, lo cual trae implícito el mutuo acompañamiento en enfermedades y la vejez compartida. CLaro que nadie puede predecir el futuro... pero es la Gracia de Dios la que puede fortificar el matrimonio a través del tiempo, a pesar de las tempestades que se atraviesen.
Hay ejemplos brillantes y conmovedores de matrimonios que se han amado por muchos años, por toda la vida y que han resistido estoicos situaciones adversas y dolorosas. Esos ejemplos deben animar a novios y esposos a creer que el matrimonio es necesariamente para toda la vida.
Por último, Jesús nos invita a ser como niños para entrar al Reino de los Cielos. ¿Qué significa? Todos hemos sido niños alguna vez, es decir, todos hemos sido inocentes, libres de prejuicios, llenos de confianza, plenos de sueños, alegres y dichosos con lo que reciben. Estas son las actitudes que hay que tener con Dios y desde Dios.
La clave es la oración, que es embebernos de Dios y fortalecernos en Él, tanto para ir construyendo una familia en el noviazgo, como así también el no olvidar que fuimos niños alguna vez y que así Dios nos quiere para alcanzar el Reino de los Cielos.
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