Poco después del Primer Concilio de Nicea se compusieron nuevas fórmulas de fe, la mayoría de ellas variaciones del Símbolo Niceno, para hacer frente a nuevas fases del arrianismo. Al menos hubo cuatro antes del Concilio de Sárdica en 341, y en ese concilio se presentó e insertó en las actas una nueva fórmula, aunque no la aceptó el concilio. Sin embargo, el Símbolo Niceno continuó siendo el único en uso entre los defensores de la fe. Gradualmente llegó a ser reconocido como la profesión de fe apropiada para los candidatos al bautismo. Su alteración a la fórmula Niceno-Constantinopolitana, la que ahora usamos, se suele atribuir al Concilio de Constantinopla, puesto que el Concilio de Calcedonia (451), que lo designó como “El Credo del Concilio de Constantinopla de 381” hizo que se leyera dos veces y se incluyera en las Actas. Los historiadores Sócrates, Sozomen y Teodoreto no mencionan esto, aunque de que hay constancia de que los obispos que permanecieron en el concilio tras la partida de los macedonios confirmaron la fe nicena. Hefele (II, 9) admite la posibilidad de que nuestro credo actual sea una condensación del “Tomo” (griego tomos|), es decir, la exposición de las doctrinas sobre la Santísima Trinidad hecha por el Concilio de Constantinopla, pero prefiere la opinión de Rémi Ceillier y Tillemont, que rastrean la nueva fórmula al "Ancoratus" de San Epifanio escrito en 374. Hort, Caspari, Harnack y otros opinan que la forma constantinopolitana no se originó en el Concilio de Constantinopla, ya que no está en las Actas del concilio de 381, sino que se insertó más tarde; porque San Gregorio Nacianceno que estuvo en el concilio sólo menciona la fórmula nicena advirtiendo que está incompleta en lo que se refiere al Espíritu Santo, lo que muestra que no conocía la forma constantinopolitana que corrige esa deficiencia; y porque los Padres latinos aparentemente nada sabían de ella antes de mediados del siglo V.
La siguiente es una traducción literal del texto griego de la fórmula constantinopolitana; los paréntesis [ ] indican las palabras alteradas o añadidas en la forma litúrgica occidental en uso al presente.
Creemos (Creo) en un sólo Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Y en un sólo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: (Dios de Dios), luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, por obra del Espíritu Santo se encarnó de la Virgen María, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado; y resucitó al tercer día, según las Escrituras. Y subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin. Y (creo) en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre (y del Hijo), que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria y que habló por los profetas. Y en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confesamos (Confieso) que hay un sólo bautismo para el perdón de los pecados. Esperamos (Espero) la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.
Amén.
En esta fórmula se amplía el artículo niceno sobre el Espíritu Santo; se omiten varias palabras, en especial las dos frases “de la substancia del Padre” y “Dios de [Dios]]”, así como también los anatemas; se añaden diez cláusulas; y en cinco lugares las palabras están colocadas en distintos lugares. En general, las dos fórmulas contienen lo que es común a todas las fórmulas bautismales de la Iglesia primitiva. Vossius (1577-1649) fue el primero en detectar la semejanza entre el credo establecido en el "Ancoratus" y la formula bautismal de la Iglesia de Jerusalén. Hort (1876) sostiene que el símbolo es una revisión de la fórmula de Jerusalén, en la que se han insertado las más importantes declaraciones nicenas sobre el Espíritu Santo. El autor de la revisión puede haber sido San Cirilo de Jerusalén (315-386). Se ofrecen varias hipótesis para explicar la tradición de que el símbolo niceno-constantinopolitano se originó en el Concilio de Constantinopla, pero ninguna es satisfactoria. Sea cual fuere su origen, el hecho es que el Concilio de Calcedonia (451) se lo atribuyó al de Constantinopla y si realmente no se compuso en ese concilio, fue adoptado y autorizado por los Padres reunidos en la asamblea como una verdadera expresión de la fe. La historia del Credo se completa en el artículo Filioque (ver también Arrio, Eusebio de Cesarea).
Fuente: Wilhelm, Joseph. "The Nicene Creed." The Catholic Encyclopedia. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company, 1911. 16 Jan. 2012
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