Todo el credo depende de esta afirmación. Así como los mandamientos son explicitaciones del primero, los demás artículos nos hacen conocer mejor a Dios, tal como se reveló progresivamente a nosotros en el tiempo. Con razón, los fieles confiesan que lo más importante de todo es creer en Dios. Creo en un solo Dios.
A diferencia de otros pueblos, el de Israel no es politeísta sino, monoteísta. Con estas palabras comienza el símbolo de Niceno constantinopolitano. La confesión de la unicidad de Dios, que tiene su raíz en la revelación divina en la Antigua Alianza, es inseparable de la confesión de la existencia de Dios y a sí mismo también, fundamental. Dios es único, no hay más que un solo Dios. La fe cristiana cree y confiesa que hay un solo Dios, por naturaleza, por sustancia, por esencia. Creo en Dios, en el único Dios que le da la razón de ser a todo.
¿Dios qué hace?, revela su nombre, tan distinto a decir hay una fuerza superior, impersonal, sin rostro, como mucha veces se dice: Y sí, hay Dios, Dios existe, mucho más que Dios existe y que hay Dios casi como una posibilidad de ser, superior, casi impersonal, casi como una fuerza sin rostro. Dios tiene rostro, es más que una fuerza superior, impersonal. Dios se da a conocer. El nombre expresa la esencia, la identidad de la persona, el sentido de su vida. Dios tiene un nombre, no es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a conocer. Es como cuando uno escribe su propia biografía, el rostro de sí mismo aparece dicho en ella, su historia, su origen, su sentido, su presente, sus sueños, en cierta manera comunicarse a sí mismo, haciéndose accesible, capaz de ser más íntimamente conocido, de ser invocado personalmente, es la vocación que existe en el hacia adentro de lo divino. Dios se muestra pero no todo Él de golpe, sino progresivamente da a conocer el nombre suyo a través de diversos modos de decir de sí mismo, pero la revelación del nombre divino hecho a Moisés en la manifestación de la zarza ardiendo en el umbral del éxodo y de la alianza, demostró ser la revelación fundamental, tanto para la antigua como para la nueva alianza. Ahí Dios se muestra como el Dios viviente. Dios llama a Moisés desde la zarza que arde sin consumirse y le dice, “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, de Jacob. Yo soy un Dios de vivos, no soy un Dios muerto”. Y cuando uno piensa en Dios y eleva su mirada hacia Él y se deja encontrar por Él, se deja que Dios le muestre su propio rostro, comienza como a recorrer un camino histórico de transformación y de vida nueva en Dios, en Cristo, se lleva a la plenitud este rostro humano de lo divino. Pero veamos como poco a poco Dios da a entender quién es, cuál es su nombre. Vamos a ver al final se sintetiza en una sola expresión, pero que se dice de muchas maneras, porque si bien es verdad que Dios es amor, Dios tiene muchas maneras de decirse en la historia, y en la tuya también. Dios es mi compañía, es presencia providente, es simplemente gracia de amor, Dios es amigo.
Compartimos los rostros con los que Dios aparece en tu camino. El Dios viviente dice “Yo soy” y cuando dice Yo soy el Dios de tus padres, habla de la historia, de la presencia en el tiempo que pasó, pero también del porvenir. “Yo estaré contigo” dice Dios cuando dice “Yo soy”. Dice Yo soy y da a entender que es totalizante su presencia. Ante la presencia atrayente, totalizante y misteriosa de Dios, el hombre descubre su pequeñez. Ante la zarza ardiente Moisés se quita la sandalia y sr cubre el rostro. Delante de la santidad lo único que le queda al hombre es postrarse. Ante la gloria de Dios tres veces Santo, Isaías exclama “Hay de mí que estoy perdido, pues yo soy un hombre de labios impuros”. Ante los signos divinos que Jesús realiza, Pedro exclama: “Aléjate de mí Señor porque soy un pecador”. Este Dios nuestro que es Santo, puede perdonar al hombre que se descubre pecador delante de Él.
“No ejecutaré el ardor de mi cólera, dice el profeta Oseas, en nombre de Dios, porque yo soy Dios, no hombre, en medio de Ti yo, el Santo de Israel”. El apóstol Juan va a decir, tranquilicémonos en la conciencia en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo. Él te penetra, te conoce, te mueve el corazón a petenecerle y a poner manos a la obra para que en el mundo en el que vivimos y nuestra patria también por sobre todo sea transformada y hecha a la altura del sueño que Dios esconde desde siempre en lo más profundo de su corazón.
Tras el pecado de Israel, que se apartó de Dios para adorar el becerro de oro, en Éxodo 32, Dios dice escuchar la intercesión de Moisés y acepta marchar en medio del pueblo infiel, manifestando así su amor de misericordia. A Moisés que pide ver su gloria, Dios le responde:”Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad, belleza y pronunciaré delante de ti el nombre de Yahavé” y el Señor pasa delante de Moisés y proclama, “Señor, Señor, Dios misericordioso y clemente, tardó la cólera y rico en amor y fidelidad”. Moisés confiesa entonces, que el Señor es un Dios que perdona, tiene entrañas de misericordia. El que dice “Yo soy” es misericordia, mantiene su amor por mil generaciones y mucho más allá de cómo el hombre en lo concreto le responde. Dios que es rico en misericordia, permanece por siempre fiel a sí mismo. Este Dios dice ser Él, Yo soy misericordia, sobre todo cuando en Cristo Jesús, levantado en lo alto, atrae por su amor a todos hacia sí y “Así verán” dice Jesús, en Juan 8, 28, que “Yo soy”.
El que dice “Yo soy”, dice en tu vida un modo de ser con el cual puedes identificarte con el nombre de Dios. Amigo, compañero, artesano, alfa y omega, principio y fin, Dios lo es todo, es mi sostén, es mi esperanza ¿Quién es Dios en tu vida? Dios, El que es, se reveló a Israel como el que es rico en amor y fidelidad, así lo relata el libro del Éxodo 34, 6. Estos dos términos, amor y fidelidad, expresan de forma condensada la riqueza del nombre divino. En todas sus obras Dios muestra bondad, benevolencia, su gracia, su amor, pero también su fiabilidad, su constancia, su fidelidad, su verdad. “Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu verdad”, reza el salmo 138. “Eres la verdad porque Dios es luz, en Él no hay ninguna sombra de tinieblas, Él es amor”, como lo enseña el apóstol Juan.
Dios es la verdad y la verdad para el hombre, la que busca, la que anhela, sobre la que descansa, donde el alma reposa, es allí, en el Dios que es amor. Por eso no hay que temer, por eso caminamos seguros y ciertos de que es verdad. Él en la palabra aparece por siempre como el que lleva sus obras a término. Ahora mi Señor Dios, tú eres Dios, tus palabras son verdad. Por eso las promesas del Señor se realizan siempre, porque en Él no hay tinieblas, Él es luz, Dios es la verdad misma, sus palabras no pueden engañar. Por eso el hombre que se confía en Él, que le entrega su vida, lo hace a su verdad y a la fidelidad de Dios y si es así de corazón, ¿A qué temer?
El comienzo del pecado y la caída del hombre fue una mentira del tentador que indujo a dudar de la palabra de Dios, de su bondad y de su fidelidad. La gracia de la redención en Cristo Jesús, nos regala esta condición nueva, renovada en nosotros, que en Dios sólo hay luz, que en Él no hay tinieblas. Y cuando caminamos en la luz, caminamos ciertos, caminamos seguros, caminamos con la certeza de que a buen puerto llegamos, por eso no hay miedo en nosotros.
Dios es luz, es verdad, la verdad de Dios es su sabiduría que lo gobierna todo en la creación, en el gobierno del mundo, en la recreación. Creador del cielo y de la tierra, es el único que puede dar el comienzo verdadero de todas las cosas creadas. En su relación con Él encontramos la luz. Dios es verdadero. Cuando se da a entender, la enseñanza que viene de Dios es una ley de verdad. Cuando envía su hijo al mundo será para dar testimonio de eso, de la verdad. Sabemos que el hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al verdadero y la verdad es que Dios es luz, en Él no hay tinieblas, Dios es amor.
A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón para mostrarse, para darse a conocer, para revelar su nombre, era sencillamente porque lo amaba, su amor gratuito. Israel comprendió gracias a los profetas que también por amor Dios no cesó de ir a su encuentro, de ir a buscarlo, de salvarlo, de perdonarlo en su infidelidad, de sus pecados. El amor de Dios, fiel a sí mismo hacia Israel es comparado a la de un padre a su hijo. Este amor es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos. Dios ama a su pueblo, más que un esposo a su amada. Este amor va a vencer incluso las peores infidelidades, llegará hasta el don más precioso, tanto Dios amó al mundo, que le dio a su hijo único.
escrito por el Padre Javier Soteras
(fuente: www.radiomaria.org.ar)
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