La Semana Santa, que es Semana Grande, porque los cristianos la queremos hacer Santa, es decir, diferente. Sanctus significa diferente. Pues diferentes queremos ser todos nosotros. Queremos ser mejores, ¿no es verdad? Dar un paso adelante en este caminar hacia lo que puede dar sentido a mi vida y hasta mis fallos, si queréis, decimos, pecados. Ir hacia lo trascendente, hacia Dios.
En este camino encontraremos la verdad y la vida en Jesucristo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida". Semana, pues, de conversión, de cambio, de metanoia, para acercarnos un poco más a esta meta, a la que todos aspiramos, aunque a veces nos equivoquemos de camino, pero lo que sí es cierto en todos, es que todos buscamos la felicidad, el bien estar, el ser, sea como sea.
"Que si arduos son nuestros caminos, sabemos bien a dónde vamos"
Pero, convertirnos ¿de qué? ¿Qué queremos y qué debemos cambiar en nosotros para hacer santa esta semana, para hacerla grande? ¿Qué es lo más grande que podemos encontrar en el ser humano?
San Pablo nos lo dirá: "ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza y el amor; pero la más grande y excelente de todas es el amor"
¿Deberemos prestar más atención y ayuda a nuestros padres ancianos, a veces, un tanto olvidados? ¿Procuraremos no matar la honra y el buen nombre de mi prójimo, no murmurando, calumniando, diciendo mentiras y perjurando en algunas ocasiones? ¿Controlaremos mejor, con un cierto señorío, nuestra sexualidad y afectividad para hacerla humana, racional y hasta más bella y bonita? ¿Despertaremos nuestra responsabilidad en nuestro compromiso social y evangélico, político y económico, empezando por lo menos importante y más difícil de hacer: sostener con mi dinero la economía de mi parroquia y de mi diócesis? ¿La siento como mía?…
Mirad, todo esto lo hemos debido examinar, pensar e intentar realizar durante la cuaresma. Pero hoy, al comenzar la Gran Semana, debemos dar un salto hacia adelante y mirar hacia lo alto. " Quae sursum sunt quaerite, non quod super terram" "Buscad las cosas de arriba, nos dice San Pablo, pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra"
El paso, que debemos dar hacia adelante en esta Semana Santa, en esta Semana Grande, es, pues, un paso hacia adelante en el AMOR; pero no en cualquier amor, sino en el AMOR de AMISTAD, porque la AMISTAD es la forma perfecta del AMOR, tan perfecta es, que la Iglesia, madre y maestra, pone a la consideración de todos los cristianos del mundo y aun a la de todos los hombres de buena voluntad, y nada menos que durante la Semana Grande de toda la Cristiandad y por dos veces: la negación de la amistad como desastre cósmico, la traición en el amor de amistad. El Martes, la traición de Judas. Y el miércoles, de nuevo, la traición de uno de los doce, llamado Judas, el hijo de Simón Iscariote, para más señas.
Veremos a Jesús, profundamente conmovido y conmocionado, sin casi aliento, por este gran contraste, experimentando en sus sentimientos y en sus amores, pues "seis días antes, tan solo, de la Pascua, fue recibido por amigos de verdad", que no hacen traición y que todo lo dan, todo lo entregan y lo ponen a tu servicio. Esto "fue en Betania".
Lo podemos leer en el texto evangélico de este lunes. Cenó con ellos, que la cena es siempre más romántica, íntima y amorosa, porque brillan los ojos al resplandor de la llama de las velas. Y además, aquel anochecer, en Betania, fue un derroche de amor, de ágape, que es el amor totalmente desinteresado, "al llenarse la estancia del perfume caro", selecto y para tal circunstancia, con que "María ungió sus pies y no encontró mejor paño para enjugarlos que sus propios cabellos".
Ocurría esto, "seis días antes de la Pascua. Jesús llegó a Betania donde vivía Lázaro, que Él había resucitado de entre los muertos".
La proximidad de la Pascua y la presencia de Lázaro, resucitado, son una clave para la buena interpretación de esta escena ocurrida en la última semana de la vida de Jesús. Le invitaron a cenar. Es una cena entre amigos. Marta servía. "Lázaro, símbolo de la resurrección y de la alegría, era uno de los comensales. María escuchaba."
Los amigos son los únicos que nos escuchan. Los demás, solo nos oyen. Imaginemos un poco la escena para ver si esta semana y nuestra vida la hacemos Grande, invitando también nosotros a Cristo para escucharle, como buenos amigos.
Antes de las horas de brutalidad y odio, la hora de la AMISTAD y de la convivencia. Dichoso en esta casa de las afueras de Jerusalén, mientras sus enemigos tenían un conciliábulo de intrigas en la noche.
"María, tomó una libra de perfume, de gran valor. La derramó sobre sus pies, se los secó con sus cabellos y la casa se llenó de la fragancia del perfume". Escena misteriosa y gesto insólito, excesivo, enorme, un derroche. El salario anual de un obrero. Así lo vio y juzgó Judas. No era amigo, no entendía las locuras de la amistad.
María, la orante, la que escucha, ella misma es perfume y crea un clima de paz y hasta de placer. Esas horas de oración parecen pérdida de tiempo, como a Judas le parecía pérdida, derroche, el perfume que derramó sobre los pies de Jesús. Quien no es amigo, no entiende de amores, solo del materialismo y de los intereses sórdidos de la vida, pues a "Judas, ladrón, le gustaba el dinero", como dios de su corazón.
"¿ Por qué no se ha vendido este perfume por 300 denarios para dárselo a los pobres?" "Jesús dijo entonces: dejadla; ha guardado este perfume para el día de mi sepultura". El gesto tiene un alcance pascual. María anticipa los cuidados tradicionales, de embalsamamiento, que no podrán darse a su cuerpo, porque cuando vayan a hacerlo, ya habrá resucitado. Esta unción es, pues, símbolo y anunciadora de su triunfo: la RESURRECCION
"Los pobres los tendréis siempre entre vosotros; a mí, no". Su ausencia producirá un gran vacío físico, material. Nosotros seguimos teniendo dificultad para encontrarle en los signos de los sacramentos, en la oración, en la vida de cada día. Aparentemente está ausente, pero presente en los acontecimientos, en el pobre, en el marginado, en el pecador, en esas situaciones límite de nuestra vida. Ahí está.
Y si por amigo de verdad lo tenemos, hagamos locuras, como María, que ella tampoco veía claramente en Cristo al Hijo de Dios.
Enséñanos a encontrarte, Señor Jesús, como buen amigo en los acontecimientos y avatares de la vida. Enséñanos a encontrarte en la Comunidad de tu familia, de la nación, de la sociedad internacional, en la Iglesia, en la Eucaristía, cuando participo en su celebración, como cumbre de toda la vida de la Iglesia y de la Humanidad.
Y que escuchemos muy quedamente en el corazón lo que él nos susurra: "Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer"
escrito por P. Eduardo Martínez Abad, escolapio
(fuente: www.mercaba.org)
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