Pues quien tanto nos amó que padeció por los pecadores, siendo él inocente, ¿cómo no va a concedernos a nosotros lo que a los justos, siendo Él quien justifica? ¿Cómo no nos lo va a conceder quien ha prometido con verdad los premios a los santos, habiendo llevado sobre sí la pena de los malvados, siendo Él inocente?
Confesemos, pues, hermanos, sin temor, o más bien, profesemos que Cristo ha sido crucificado por nosotros. Proclamémoslo llenos de gozo y no asustados; gloriándonos, no avergonzados. Así lo vio el apóstol Pablo, y lo valoró como título de gloria. Teniendo muchas cosas grandiosas y divinas para rememorar, no dijo que se gloriaba en los hechos maravillosos de Cristo, que junto con el Padre creó el mundo, y que siendo hombre como nosotros, mostró su dominio sobre el mundo, sino que dijo: Lejos de mí el gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo (Gal 6, 14). Sabía bien quién, por quiénes, y de dónde había pendido, y el Apóstol se gloriaba de tal humildad de Dios, y de la excelsitud divina».
Homilía escrita por San Agustín
(Trad. de Javier Ruiz, oar)
(fuente: www.agustinosrecoletos.com)
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