Dios, en su amor gratuito, nos ha dado el don de la Vida por medio de la Resurrección de Jesucristo.
Nos duelen las manipulaciones de la vida, la supresión de la vida humana, la drogadicción, la violencia que se expande, el deterioro de la fuente de vida que es el medio ambiente, la aceptación pasiva de tanta pobreza. La cultura de la muerte va ganando terreno entre nosotros. Nos duele la aceptación de formas de muerte en vastos sectores de la cultura en nombre de los derechos de la libertad individual, en el ordenamiento jurídico y en la opinión pública de la sociedad. Miramos azorados las nubes oscuras que se ciernen sobre el valor primordial de la vida humana.
¡Creemos en Jesús Resucitado!
En la Pascua lo celebramos cantando: “¡Alégrese la tierra inundada de tanta luz, y brillando con el resplandor del Rey eterno, se vea libre de las tinieblas que cubrían al mundo entero!” En Pascua vuelve a brillar la luz de la vida para el mundo.
En la contemplación del rostro de Jesús Resucitado descubrimos esa luz. El Señor ha vencido la muerte del pecado, ha disipado las tinieblas del error, ha abierto las puertas de la Vida eterna. Pero esa luz puede pasar desapercibida, Jesús puede ser ignorado. Sólo la fe permite percibir el resplandor y el misterio del rostro del Resucitado. Él quiere llegar a nosotros por el camino de la fe, dejándonos guiar por la gracia. “No cesa de llamar con suavidad a las puertas de nuestro corazón, y si le abrimos, nos hace lentamente capaces de «ver»” (Benedicto XVI).
En el encuentro de la fe con el Señor de la Vida descubrimos la fuerza de la verdad que nos hace libres (Jn 8,32). Con los discípulos en la tarde de la Pascua recibimos el don del Espíritu Santo que Jesús hace para el perdón de los pecados. Con Tomás metemos nuestra mano en el costado traspasado de Jesús y confesamos: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20,19-28).
Y, desde la contemplación del Señor, fuente de verdadera alegría, respondemos al envío que Él mismo nos hace para anunciar su victoria. El esfuerzo cotidiano de dar nuestro pequeño o gran aporte a la causa de la vida y de la dignidad de cada persona humana es el primer testimonio de que hemos sido tocados por el triunfo de Jesús sobre todo tipo de muerte. La esperanza de la Vida que Jesús Resucitado nos ofrece, como germen en el presente y como plenitud en la eternidad, es la luz que podemos proponer para disipar las tinieblas de muchos corazones. El amor con que nos entreguemos a Dios y a los hermanos, a semejanza de Jesús en su Cruz y Resurrección, será el signo de la autenticidad de nuestra fe y nuestra esperanza.
Con María, la Madre de Jesús dolorosa al pie de la Cruz y dichosa en el encuentro con su Hijo Resucitado, contagiemos la alegría de nuestra fe para la vida del mundo.
¡Feliz y santa Pascua en el encuentro con Jesús Resucitado!
Con mi bendición pastoral:
Mons. Luis Armando Collazuol, obispo de Concordia
(fuente: www.aica.org)
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