¿Por qué ocurre esto?, nos preguntamos. Probablemente porque el examen de conciencia ha sido criticado como tantas cosas, ha sido acusado de ser una práctica formal y de escasa utilidad.
Evidentemente hemos confundido el examen de conciencia con la fórmula: ¿Qué pecados he cometido? Siendo así, se comprende que pueda resultar aburrido, sobre todo si tienen que ser diario, como aconseja la sabiduría espiritual de la Iglesia. Todos los días parecen iguales entre sí, no hay pecados nuevos, y poco a poco el examen de conciencia va perdiendo su importancia y su frecuencia en la vida personal. De otro lado, es inútil que empecemos de nuevo a practicarlo si no tratamos de comprender su verdadero sentido.
Les propongo una alternativa en la terminología que venimos usando y que puede servir al menos como estímulo para la reflexión.
Sugiero que hablemos de examen de conocimiento hecho de manera consciente, sustituyendo la pregunta: “¿Qué pecados he cometido?" por otra más honda y más profunda "-¿Quién soy yo ante ti, Dios mío?"; "-¿Cómo vivo mi situación ante ti, oh Padre?"
Según las expresiones de San Agustín en el libro Confesiones, nos dice:
Señor a cuyos ojos desnudo el abismo de la conciencia humana. ¿Que podría haber oculto en mi? , ante Ti aunque yo no te lo quisiera confesar. Lo que haría sería esconderme a Ti de mí, no a mi de Ti, quien quiera pues que yo sea manifiesto soy para Ti Señor. No hago esto con palabras y voces de carne sino con palabras del alma y clamor de la mente que son las que tus oídos conocen. Así pues mi confesión en Tu presencia Dios mío se hace callada y no calladamente. Calla en cuanto ruido de las palabras clama en cuanto al efecto del corazón. Porque ni siquiera una palabra puedo decir a los hombres si antes no la oyeres Tú de mi. Ni Tú podrías oir algo de mi si antes no me lo hubieras dicho Tú a mi.
Es claro como nos presenta San Agustín esta realidad, el Señor con su gracia no hace conocer nuestro pecado y nos lo revela. Nos revela quienes somos cada uno de nosotros. Por eso el examen de conocimiento se hace frente a la palabra de Dios y la palabra del día. Ese texto bíblico que la iglesia propone a cada uno de nosotros, todos los días del año. Comenzar por la mañana y dejar que la palabra vaya cayendo en nuestra tierra, en nuestro corazón abierto a todo lo que Dios nos quiere presentar como una semilla y así durante el día dar frutos y por la noche con nuestro examen de conocimiento como ha ido brotando, mostrándonos nuestra real identidad.
Tal examen, de hecho, significa descubrir nuestra real identidad tal como se manifiesta en el complejo articularse de la vida cotidiana, con mis acciones y sentimientos interiores. La palabra me permite encontrar el punto de referencia en el cual pueden reflejarse mis verdaderas y profundas realidades.
Lo sé todo sobre mí no me hace falta examen
Quien cree saberlo ya todo, o casi, sobre si mismo y por eso se contenta con miradas superficiales a su propia vida, no sólo no hace examen alguno, sino que demuestra presunción e ingenuidad, cree saber y en cambio es un “inconsciente”. Veamos ahora cómo confrontarse con la Palabra.
Descubriendo las motivaciones e intenciones
No es suficiente observar las acciones, externas o internas, sino que es indispensable indagar sobre las motivaciones el trasfondo, lo que me mueve, que nos llevan a hacer y sobre las intenciones hacia donde está dirigido lo que hago hacia donde apunta lo que yo realizo que sustentan nuestro hacer. Además de preguntarme qué he hecho, debo saber por qué y por quien lo he hecho. Solo con esta condición comienza a hacerse luz en nuestra psiquis y podemos esperar descubrir, un poco a la vez, las intenciones escondidas, o menos rectas, que tan a menudo se infiltran en nuestras acciones, incluso en aquellas buenas, hasta convertirse en motivaciones más influyentes o llegan a convertirse en principios de decisión y de acción.
Recordemos que lo que siempre hemos ignorado se va convirtiendo lentamente en el patrón de nuestro corazón. Por ejemplo: si hace tantos años que sirvo en la parroquia en la sacristía o liturgia y estoy convencido de que solo yo sé hacer las cosas, por eso las hago, además guardo un inconfesable deseo de exhibicionismo, que todos me vean- y sigo creyendo que mi servicio lo hago solo por amor. Estoy en un grave error. Es un proceso casi imperceptible de sedimentación progresiva, que se inicia en las primeras concesiones pequeñas y ligeras, se radica en profundidad a medida que genera hábitos siempre menos controlados y siempre menos “autorizados” y se convierte en motivaciones inconscientes cuando provee a nuestro modo de vivir de un dinamismo automático, resistente al cambio y cada día más exigente en sus pretensiones. Un se ha aferrado a lugares de servicio donde al principio había motivaciones buenas pero luego aparecieron otras cosas más. Nunca me hice la pregunta ¿Qué me mueve a estar en ese lugar? Hay que estar atentos a estas intenciones que inconcientemente no la podemos controlar.
Ahora bien, como sabemos, es difícil indagar, examinar cuidadosamente, explorar y “liberar” el inconsciente, pero es posible prevenirlo, o sea, impedir ese proceso de sedimentación mediante una cotidiana y correcta intención a lo que en efecto nos impulsa a hacer (estar atentos a dónde nos quiere llevar), porque es justamente allí en el corazón donde se ubica el pecado. Lo que mancha al hombre es lo que sale del hombre.
Por eso el examen de conciencia o conocimiento es una pausa providencial en la que nos hacemos más conscientes por lo tanto más libres y menos autómatas El autómata es la persona que se deja dirigir por un mecanismo que tiene dentro de sí y que le imprime determinados movimientos. Con el examen del conocimiento nos hacemos por lo tanto más responsables y menos esclavos del pasado.
Te invitamos a que nos compartas ¿Qué es lo que más te cuesta del examen de consciencia o examen de conocimiento?
Conociéndonos
Sentimientos y emociones
Otro mal hábito del examen des el de indagar solo sobre los comportamientos y los hechos concretos, ignorando todo aquel mundo interior de sensaciones, sentimientos, emociones. Que también forma parte de nosotros. Esto no significa que todo sea pecado, pero indudablemente es una pista muy útil para descubrirnos y conocer las reales motivaciones que mueven lo que hacemos.
Por ejemplo, un hermano de la comunidad nos resulta cordialmente antipático, no es suficiente que en el : examen de conciencia controle mi comportamiento hacia esa persona, quizás felicitándome o justificándome porque “hoy no le he hecho nada malo, no le contesté mal”, sino que también debo tener la honestidad de admitir este sentimiento, de interrogarme sobre su origen y su significado, de intuir cómo mas allá de gestos concretos, éste sentimiento ha condicionado mi relación con él y con la comunidad entera. Esto se puede dar en la familia. Cada uno tendrá una persona con la cual hay algo que nos cuesta y es un sentimiento que aparece.
Lo mismo vale para los sentimientos positivos o demasiado positivos (simpatía, atracciones varias), o por las emociones y sensaciones que, en general advierto en mi y que a veces no me permiten comportarme como debía. Por ejemplo : alguien a quien admiro muchísimo y no me animo a corregirlo. Estoy influenciado por este sentimiento que no es malo, pero a veces me condiciona.
Los momentos de gozo y de dolor, en particular, constituyen pasajes en los cuales emerge algo de lo más profundo en mí. Son entonces áreas obligadas de búsqueda y análisis. Descubriendo que es en concreto lo que me hace gozar y sufrir, hasta qué punto me dejo condicionar por estas emociones y condiciono a los demás con mi humor, qué esta detrás de ciertos sufrimientos. Descubro una realidad de mi “yo” que a menudo se mantiene escondida pero no por eso menos influyente. Por ejemplo: descubrir que en las reuniones de amigos ser el centro de atención me atrae mucho y gran parte de lo que diga o haga, más allá de las buenas intenciones, está teñido por este afán desmedido y cuanto más me siento así más contento me pongo. .Pero cuidado si alguien me deja mal parado. Aquí las emociones y las emociones están dando vuelta muy fuertemente y me condicionan para determinadas actividades en mi relación con los demás.
Un buen examen de conciencia, en tales casos, es más que un termómetro que mide la “fiebre”, esta también me dice de donde proviene.
Mente y conciencia.
No sabemos si los fariseos hacían el examen de conciencia; si lo hacían ciertamente no iban más allá de comprobar la legalidad de sus actos. Así hace hoy quien se contenta con controlar las transgresiones sin interrogarse sobre sus convicciones está parado en el lugar de los fariseos. Adherir a un valor significa experimentar sobre la propia piel, hacerlo el principio inspirador del decir y del hacer, conformar a él los propios gustos y los propios criterios de valoración., las aspiraciones y los proyectos; en suma estar siempre más en sintonía con él y llegar a amarlo. Es ante todo sobre esta sintonía que debemos examinarnos más allá de quedarnos en la mera legalidad de los actos.
Será importante, en concreto, detenernos sobre aquellos detalles en los cuales se esconde y se revela nuestra mentalidad: proyectos, modos concretos de ejecutarlos, incidencia efectiva ( y afectiva) de los valores en las opciones, verificar el contenido de las imaginaciones, de los recuerdos, de los sueños, de las distracciones recurrentes, de los deseos íntimos inconfesados, etc.
Todo esto es un material muy útil para descubrir que tenemos en la mente y en el corazón y puede volverse peligroso no prestarle atención, por que allí, esta nuestra propia identidad.
El examen de conciencia es un verdadero cotejo cotidiano, en conciencia, con la palabra y sus criterios; en este sentido podremos decir que el examen de conciencia “forma” nuestra conciencia”. Nos adaptamos a la propuesta de la palabra de Dios. Es un camino, un proceso que nos permite hacer un recto examen de conciencia.
Forma nuestra conciencia hasta el punto de hacerla capaz de percibir profundamente el pecado, y sufrirlo como ofensa al amor de Dios, como un echazo de su Palabra y de su proyecto.
VIDA AFECTIVA
Corazón y sensibilidad
En nuestra vida afectiva también todo se prepara lentamente: No existen tampoco aquí caídas imprevistas o crisis repentinas. En esa agitación violenta de afectos, atracciones, pasiones que habitan nuestro corazón.. Con un acto de voluntad firme se lograrían alejar por eso si la voluntad no se acompaña de la atención constante a lo que sucede en mi corazón y a un mínimo de honestidad conmigo mismo, es inevitable que tarde o temprano lleguen las crisis afectivas o aquellas situaciones de compromiso tan artificiales y dañinas, en las que la voluntad busca enmascarar sus fallas con justificaciones inconsistentes No hay porque ver mal en todo esto. El examen de conciencia cotidiano debe mantener despierta, casi celosa, mi sensibilidad para ayudar a que advierta en mi lo que podría lentamente deteriorar mi pasión por el valor. Mi examen – oración frente a la Palabra- es como un sismógrafo (instrumento para medir terremotos) que registra mis movimientos interiores, y si no siempre puede evitar los “terremotos”, al menos me ayuda a prevenirlos y a prepararme frente a ellos.
Omisión. El bien no realizado
También en los viejos esquemas de exámenes de conciencia se les daba una cierta atención a las omisiones. Éstas, sin embargo, eran vistas casi exclusivamente en relación a un comportamiento positivo dado por descontado (los deberes oficiales del creyente, del consagrado, los deberes de estado de esposo o la esposa etc.), de modo que la omisión podía ser fácilmente descubierta. Por ejemplo no ayudar al hermano que necesitaba.
Ahora se trata de ir mas allá de esta óptica restrictiva, para verificar si el criterio que dirige nuestro hacer, mis acciones y mis proyectos, es de máxima, avanzar un poco cada día o de mínima no hacer nada malo, hacer lo justo y necesario no más. Nos quedamos en una vida chata y mediocre. Siempre estamos llamados a más como nos invita Ignacio de Loyola. El Señor nos ha creado para más y nuestro corazón está en tensión hacia quien es lo más. Es aquel que nos llena plenamente. Nosotros estaremos inquietos hasta que no descansemos en Ti , decía San Agustín
Es importante mantener viva la tensión si no queremos envejecer antes de tiempo en la mediocridad, aplastados por la rutina, volvernos viejos precozmente cediendo a la tentación de conformarnos a lo que se es, sordos al reclamo de la santidad que late en lo profundo de nuestro corazón y los valores edificantes como deber, y sordos también al reclamo de aquello que se podría y se debería hacer por los demás.
Otra forma de omisión, grave no tanto por lo que la persona no hace, sino porque ni siquiera se da cuenta de lo que debe hacer. Es el caso del tipo imperturbable, tan replegado sobre si mismo que ni siquiera ve al hermano al que debe ayudar y tampoco siente la obligación de hacerlo. Su mediocridad, convertida en estilo de vida, le ha construido una coraza que lo hace insensible a ciertos reclamos. El dolor o la necesidad del otro le pasan cerca sin conmoverlo: Inmutable porque no tiene tiempo, sigue derecho por su camino, igual que el sacerdote de la parábola del buen samaritano. Como cuando la rutina nos vuelve operarios del día a día sin que podamos ver más allá de nuestras propias preocupaciones.
Pero si esta persona no se siente al menos mínimamente culpable quiere decir que realmente algo en él está muriendo. El examen de conciencia, que mantiene viva la tensión de crecimiento en cotejo constante con la Palabra, puede detener este lento proceso de eutanasia espiritual y nos ayuda a comprender que nos estamos volviendo sordos y ciegos.
Nuestra responsabilidad personal dentro del mal comunitario
Si es verdad que todos tenemos la tendencia a proyectar sobre los demás nuestro mal, en el examen de conciencia debemos favorecer la tendencia opuesta, la que nos lleva a interrogarnos sobre el mal que esta presente en la comunidad y en sus miembros, pero para descubrir nuestra responsabilidad personal. Debemos reconocer que un sutil vínculo nos liga al bien pero también al mal que nos rodea.
Esto significa en concreto, que no existe mal en mi comunidad que no me implique o en el que de algún modo no forme parte. La debilidad del hermano y su caída, ese nerviosismo que esta en todos o la explosión de ira de algunos, son problemas que me tocan, porque también yo pude haber jugado cierto papel en el determinar directa o indirectamente esa caída o ese nerviosismo o por el contrario, podría no haber hecho nada para comprender la debilidad de mi hermano o prevenir su explosión de ira.
La mirada del otro sobre mí. La mediación del hermano
Hay siempre algo de nuestro yo que escapa a nuestra atención, pero no a la del que vive junto a nosotros y ve lo que hacemos, la expresión de nuestro rostro, el tono de nuestro hablar y tantos otros pequeños detalles que traicionan lo que somos en lo intimo de nosotros mismos. Por eso es sabio tomar en cuenta lo que dice sobre mí no solamente el padre espiritual, sino también mi hermano (el prójimo), quizás bromeando, sobre todo, si son varios los que dicen lo mismo y esto molesta y me da un poco de rabia por dentro es porque hay algo que quiere mostrarme el Señor. Es importe prestar atención a la mirada que el otro tiene sobre mí , no como forma absoluta sino como un signo que Dios va colocando en mi historia y en mi vida para decirme algo.
Esto no significa que todo sea verdad, pero en todo caso me hará bien interrogarme y reflexionar. Un buen conocedor de si mismo es siempre una persona muy humilde e inteligente: sabe escuchar y se deja corregir, no se hace el ofendido y aprende a reírse de si mismo. y en su cotidiano examen de conciencia agradece a Dios por la Palabra que lo ilumina, pero también por las mediaciones concretas de esta Palabra.
Confessio laudis, que significa confesión de alabanza., es decir una confesión que es testimonio, que da gracias por los dones recibidos.
Cada día que pasa es gracia que Dios me da; una gracia a menudo escondida y no inmediatamente evidente, pero siempre está presente como don estrictamente personal y cotidiano. El examen de conciencia es también el momento en que voy a buscar los signos de esta presencia, la descubro, la contemplo, alabo al Padre, como en una búsqueda del tesoro, cuyos mensajes están diseminados generosamente a lo largo de toda nuestra jornada, el examen de conciencia me lleva a descubrir lo que el Padre ha hecho hoy por mi.
Y en este descubrimiento, como por encanto, apenas transcurrida la jornada incluso la más oscura, se ilumina en sus momentos y en cada detalle: todo asume un color nuevo y se convierte en parte de un dibujo del que Dios es el autor. y así puedo alabarlo.
Y mientras se define el dibujo, descubro en sus contornos el surgir de una Palabra que esta en el origen del diseño mismo y del que a la vez es fruto, lo hace inteligible y lo descifra. Es la Palabra que ha abierto mi jornada en la lectio matutina y que ha iluminado mi conciencia a lo largo del día.
Debemos tener el coraje de dar mas tiempo a este encuentro con Dios que se nos revela a nosotros, sin olvidar que esta experiencia de la misericordia del Padre es oración que nos reconcilia con nosotros mismos; es necesario hacer de esta oración un habito, una virtud, que nos haga constantemente atentos a nuestro vivir, no solo al final del día; el examen sirve para conocerse y nos ayuda a cambiar.
Palabras de San Agustín:
"Recibid, Señor, el sacrificio de mis confesiones que os ofrece mi lengua, que vos mismo habéis formado y movido para que confiese y bendiga vuestro santo nombre... El que os refiere y confiesa lo que pasa en su interior, no os dice cosa alguna que no sepáis, pues por muy cerrado que esté el corazón humano, no impide que le penetren vuestros ojos; ni la dureza de los hombres puede resistir la fuerza de vuestra mano, antes bien cuando queréis, ya usando de misericordia, ya de justicia, deshacéis enteramente su dureza, ni hay criatura alguna que se esconda de vuestro calor: Que os alabe mi alma, Señor, de modo que os ame y os confiese vuestra misericordia, de modo que os alabe. Todas vuestras criaturas no cesan de tributaros alabanzas... para que nuestra alma suba a descansar en vos, apoyándose en estas cosas para llegar a vos, que sois el que las ha hecho de manera maravillosa, en quien tienen su seguro descanso, su propio sustento y su verdadera fortaleza. (S. Agustín. Confesiones. Lib. 5, c. 1).
Para una buena confesión
1) Luego del examen de conciencia, de ponernos ante Dios que nos ama y quiere ayudarnos. Analizar nuestra vida y abrir nuestro corazón sin engaños.
2) Sentir un dolor verdadero de haber pecado porque hemos lastimado al que más nos quiere: Dios.
3) Propósito de no volver a pecar. Si verdaderamente amo, no puedo seguir lastimando al amado. De nada sirve confesarnos si no queremos mejorar. Podemos caer de nuevo por debilidad, pero lo importante es la lucha, no la caída.
4) decir los pecados al confesor. El sacerdote es un instrumento de Dios. Hagamos a un lado la “vergüenza”o el “orgullo” y abramos nuestra alma, seguros de que es Dios quien nos escucha.
5) Recibir la absolución y cumplir la penitencia. Es el momento mas hermoso, pues recibimos el perdón de Dios,. La penitencia es un acto sencillo que re presenta nuestra reparación por la falta que cometimos.
Bibliografía trabajada: “Vivir Reconciliados” Amadeo Cencini, Edit Paulinas
(fuente: www.radiomaria.org.ar)
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