En el Evangelio de San Mateo (Mt. 25, 14-30) leemos la famosa parábola de los talentos, en la que se nos presenta el Reino de los Cielos como un hombre que llama a sus servidores para encargarle sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro tres talentos y al último solamente un talento. Los dos primeros duplicaron sus talentos y el último escondió el único talento que le dieron. Al regresar el amo, los dos primeros son felicitados, se les promete que se le confiarán cosas de mucho valor y se les invita “tomar parte en la alegría de su Señor”. Es decir que los que hicieron fructificar sus talentos llegaron al Reino de los Cielos. Pero el que no, le fue quitado el talento que guardó sin hacer fructificar y, además, es echado “fuera, a las tinieblas, donde será el llanto y la desesperación”. Es decir, el servidor que no hizo frutos, será condenado igual que un pecador. ¿Por qué?
Porque también es un pecador. Hay un tipo de pecado, llamado “pecado de omisión” que se refiere, no a lo que se ha hecho, sino a lo que se ha dejado de hacer. Y todo aquél que no responda a las gracias recibidas de Dios, peca por omisión.
Dios distribuye sus gracias a quién quiere, cómo quiere y cuánto quiere. Lo importante no es recibir mucho o poco, más o menos que otro. Esta parábola nos muestra que Dios reparte sus dones en diferentes medidas. Lo importante es saber que Dios da a cada uno lo que necesita para su salvación, y lo da en la forma y en el momento adecuado. “Mi gracia te basta” (2 Cor. 12. 9). “Tú les das la comida a su tiempo. Abres la mano y sacias de favores a todo viviente” (Sal. 145, 15).
Además, Dios exige en proporción de lo que nos ha dado. “A quien mucho se le da, mucho se le exigirá” (Lc. 12, 48). Y lo que nos ha dado es para hacerlo fructificar. ¿Qué espera Dios de nosotros? Que con las gracias que nos da, demos frutos de virtudes y de buenas obras. Dicho en otras palabras: El nos da las gracias, y espera que aprovechemos esas gracias. Aprovechar las gracias es crecer en virtudes y en servicio a los demás.
Tomemos, por ejemplo, una de las virtudes que Dios nos ha dado: la fe, la cual consiste en creer las verdades divinas, simplemente porque El nos las ha revelado, aunque las apariencias nos digan otra cosa. Esa fe en Dios deberá fructificar al traducirse en una fe más profunda que nos lleva a tener una total confianza en Dios, en sus planes para nuestra vida y en su manera de realizar esos planes. Además, porque creemos en Dios, creemos que todos somos hijos de Dios y que Dios nos invita a amarnos como El nos ha amado. De allí, entonces, que la fe también debe producir frutos de buenas obras, sobre todo de servicio a los demás.
Sin embargo es importante notar que sería tonto creer que somos nosotros mismos los que hacemos fructificar nuestros talentos. ¡Qué lejos estamos de la verdad cuando así pensamos! Otro talento adicional que Dios nos da es la misma capacidad de responder a sus gracias.
Es decir: Dios nos santifica, sin ningún mérito de nuestra parte, pues el Espíritu Santo, actuando en nosotros, nos capacita para que, respondiendo a la gracia, realicemos buenas obras.
Cuando el Señor nos pida cuentas, los que no hayan dado frutos serán echados fuera del Reino de los Cielos, y los que hayan dado frutos entrarán a gozar de la presencia del Señor.
(fuente: www.buenasnuevas.net)
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