"Pensar que los niños son una amenaza para la productividad de sus padres es un argumento sin base en la realidad. La verdad es que los hombres y mujeres con hijos son más productivos que sus homólogos sin hijos." (Steven W. Mosher)
Colin Mason, su esposa Sarah y sus hijos Damian y Gabriel
Cyril Connolly, conocido crítico literario y escritor inglés, solía decir que "no hay enemigo más sombrío del buen arte que un cochecito de bebé en el pasillo".
Connolly, como tantas otras mentes presas de una mentalidad contraria a la vida, no solamente sugería que las distracciones implícitas en la crianza de un niño van a socavar el intento de un artista de crear, sino que los hijos deben ser evitados en la medida que sea posible. ¿No es acaso lo mismo que piensan muchos de los que dirigen la política y la economía en nuestros países para sustentar programas antinatalistas? ¿Es que los niños se convierten en aquellos inhibidores de la productividad, de la creatividad y de algunas otras virtudes que hacen de esta vida mejor?
Durante mucho tiempo tenía la intuición que Connolly se equivocaba al contraponer los niños al arte. Por lo que me sorprendió gratamente ver mi punto de vista confirmado por Frank Cottrell Boyce, un exitoso guionista británico, novelista y actor. El artículo de Boyce, titulado “The Parent Trap: Art After Children” (La Trampa de los Padres: El Arte Después los Hijos) fue recientemente publicado en el periódico británico “The Guardian”. En este artículo afirma que los niños lejos de impedir o destruir la creatividad de un artista, en realidad son una ventaja para la creatividad: “¿Qué es el “yo”, si no la suma de todas mis relaciones y obligaciones? Un cliente, eso es. Cuanto más das, más eres. Piensa en Chekhov, con sus pacientes y su multitud de parientes a su cargo, cuya sala se convirtió en tal espacio público, que tuvo que pegar señales de no fumar. Su consejo a los escritores jóvenes era “viaja en tercera clase.” El de Ralph Waldo Emerson era “comprar zanahorias y nabos”...
Existe una creencia que para hacer un gran trabajo se necesita tranquilidad y control, que la vida tiene que ser ordenada. Pero no es así. La tranquilidad y el control proporcionan las mejores condiciones para completar el trabajo que uno imaginó previamente. Pero, sin duda, el verdadero truco es concebir el trabajo que nunca uno se hubiera imaginado. Los grandes momentos de creatividad en nuestra historia son casi todas las historias de distracción y de sueños, Arquímedes en el baño, Einstein sueña que va en un rayo de sol,... de mentes alertas y abiertas a la gracia del caos. Estoy totalmente de acuerdo con este argumento tan espectacularmente articulado por Boyce. Los niños son distracciones del trabajo creativo, como reconoce Boyce, pero son, en definitiva, el tipo correcto de distracciones. Los niños ven cosas que nosotros no podemos ver, nos recuerdan de las verdades y perspicacias que hace mucho pudimos haber olvidado. Y que las grandes ideas en el mundo no se descubrieron mientras se meditaba de manera laboriosa, sino mientras disfrutamos de los simples placeres y dolores de la vida. De hecho, iría incluso más lejos que Boyce.
Siendo yo mismo un padre de dos niños pequeños, creo que los hijos en realidad aumentan la productividad de uno en todo el sentido de la palabra. Tengo un recuerdo poderoso del momento en que mi hijo mayor nació. Vino a este mundo, pequeño y rosadito, por cesárea. Mientras que lo sostenía, bien envuelto, casi del tamaño de una pelota de fútbol americano, mirándolo fijamente a sus ojos entornados y cerrados, pensaba: “Es oficial. Es hora de que yo madure.” Fui invadido por una combinación embriagadora de sentimientos. Una incontenible sensación de asombro, sumados a una férrea determinación de cuidar a este pequeño “paquete” de vida lo mejor que pudiera. Sabía que si fallaba en ser un hombre, no habría nadie a quien culpar sino a mí mismo. Y también que si no empezaba a lograr mis metas en la vida ahora, nunca lo haría.
Estoy seguro que cada nuevo padre que se precie de serlo, ha tenido una experiencia parecida. Los niños son una gran bendición para los adultos, no sólo por la alegría que ellos proporcionan, sino el milagro y el increíble privilegio de cuidar un alma joven. Los niños son también una bendición porque son una especie de reloj de alarma viviente, diciéndonos que es hora de despertar y aprovechar el día. La cadena de generaciones ha agregado otro enlace, el ciclo de la vida ha vuelto y es hora de despabilarse. Los niños nos recuerdan, sólo con estar allí, que el tiempo pasa inexorablemente y no podemos volver atrás. Al recordarnos que somos mortales, los niños concentran la mente y nos impulsan a cumplir con las tareas que tenemos por delante. Porque dado que no tenemos todo el tiempo del mundo, es absolutamente crucial saber cómo vamos a gastar el tiempo que tenemos. Por esta razón los niños no son simplemente una gran ayuda para la creatividad, muchas veces son, y en muchos sentidos, una bendición para la vida misma (creatividad incluida).
Colin Mason es el Director de Comunicaciones de Population Research Institute.
Autor: Colin Mason
(fuente: Population Research Institute)
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