De la unión con Dios consecuencia de la verdadera oración brota la fuerza sobrenatural que hace eficaz la acción apostólica. Al faltar esa dimensión espiritualizante, el apostolado puede tornarse en mero activismo sin sentido sobrenatural o en simple filantropía sin alcance redentor.
El camino de la oración lleva necesariamente a la acción, y esta acción será más fecunda, mientras más intensa sea la vida de oración.
En los santos puede verse que mientras más adelantaban en su vida de oración, más atendían a las necesidades del prójimo. En Sta. Teresa de Jesús, por mencionar sólo una, coinciden su vida de oración contemplativa con su vida de escritora y de fundadora, cuando después de haber sido monja durante 20 años, se hace contemplativa, es decir: se da cuenta de que Dios no está esperando las obras que ella pueda realizar (su acción apostólica), sino que le dé oportunidad a El para hacer sus obras en ella y a través de ella.
De allí que el Papa Juan Pablo II nos indicara que “para conocer a Cristo en el pobre, hay que encontrarlo y conocerlo en primer lugar en la oración”.
Y continuaba el Papa: “La capacidad de contemplación se os convierte en capacidad de influjo evangelizador; la capacidad de silencio se os transforma en capacidad de escucha y de donación a los hermanos ...Y recuerden que la actividad -incluso la más santa y benéfica en favor del prójimo- no dispensa nunca de la oración.”
Refiriéndose el Papa al pasaje sobre María y Marta (cf. Lc. 10, 39), nos indica que “estar sentados a los pies del Maestro constituye sin duda el inicio de toda actividad auténticamente apostólica”, invitándonos al necesario balance entre oración y acción, entre María y Marta. (cf. JP II, 4-10-86)
Insistió, como en otras varias oportunidades, que “la misión sigue siendo siempre, primariamente, obra de Dios, obra del Espíritu Santo, que es su indiscutible ¡protagonista!”, recordándonos que por muy necesarios que sean los esfuerzos humanos, el éxito no depende de nosotros, pues la misión es “obra de Dios”.
De allí que el Papa Benedicto XVI, cuando era el encargado de preservar la Fe en la Iglesia Católica, al hablar sobre la Nueva Evangelización, tuvo esto que decirnos: “Todos los métodos están vacíos si no tienen en su base la oración. La palabra del anuncio siempre debe contener una vida de oración”. Y nos recordaba: “Jesús predicaba durante el día y de noche rezaba” (El Cardenal Ratzinger y la Nueva Evangelización, Zenit 7-7-01).
“Somos contemplativas, pues ‘rezamos’ nuestro trabajo ... Rezamos cuatro horas al día”, refirió la Madre Teresa de Calcuta en la última entrevista que tuvo con la prensa antes de pasar a la vida eterna. “Mientras más recibimos en la oración de silencio, más podemos dar en nuestra vida activa ... Necesitamos el silencio para poder llegar a las almas ... En la oración vocal nosotros hablamos a Dios. En la oración de silencio es El quien nos habla a nosotros ... En el silencio se nos otorga el privilegio de escuchar Su Voz”. Son frases de la Madre Teresa que explican cuál es el fundamento del ser “contemplativos”.
Esta unión con Cristo que mantiene viva la gracia de Dios en nosotros es indispensable para realizar cualquier actividad apostólica, ya que “nuestra actividad será verdaderamente apostólica en la medida en que dejamos que Dios sea quien trabaje en nosotros y a través de nosotros. Así, mientras más recibimos en la oración de silencio, más podemos dar en nuestra vida activa, en nuestra labor”. En esto consiste el “rezar” el trabajo de la Madre Teresa: no somos nosotros actuando; es Dios actuando a través nuestro.
Vemos entonces como, lejos de ser cuestiones contrapuestas, la acción, para ser fecunda, requiere del silencio de la oración. Así ha sido con los Santos. La Madre Teresa también lo vivió y lo enseñó. Asimismo, el Papa Juan Pablo II, quien dijo: “También hoy la oración debe ser cada vez más el medio primero y fundamental de la acción misionera en la Iglesia” porque “la auténtica oración, lejos de replegar al hombre sobre sí mismo o a la Iglesia sobre ella misma, le dispone a la misión, al verdadero apostolado” (JP II, 18-3-96 y 4-10-86).
(fuente: www.buenanueva.net)
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