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viernes, 3 de septiembre de 2010

Educar la creatividad

El desafío de la creatividad

Los animales se adaptan al ambiente en el que viven. Y si el ambiente cambia, mueren. El hombre hace lo contrario: modifica el ambiente con los instrumentos que inventa. Pero para los seres humanos, el impulso de “crear” no es causado sólo por la necesidad. Es uno de los mayores placeres de la existencia. La niña, el niño goza cuando puede ser cantor, escultor, joyero o inventor de máquinas prodigiosas. Cuando construye, aprende nociones como inventar, proyectar el tiempo, el esfuerzo… ¡y hace todo solo! El placer que experimenta al usar sus propias manos para hacer alguna cosa que ha “visto” sólo en su imaginación, es formidable.

El desafío de los educadores es mantener viva esa inteligencia y esa sensibilidad de los niños y niñas. A pesar nuestro, la escuela genera demasiado rápido una ruptura con el mundo creativo y juguetón de la infancia, por lo que la creatividad corre el riesgo de ser una forma de inteligencia “enyesada” y mal comprendida. El creador no es una especie de “geniecito” sorprendente por alguna intuición o capacidad artística, sino el que en todas las circunstancias, incluidas las más dramáticas, es capaz de intuir cuáles pueden ser los medios más adecuadas para invertir, o por lo menos cambiar, la evolución probablemente negativa de una situación.


Los padres, madres y la familia

El rol de los padres y madres es muy importante: tienen que promover en sus hijos e hijas la capacidad de observar, de imaginar, de crear. Tienen que entusiasmarlos y ayudarlos a desarrollar sus cualidades, porque la creatividad es perfectamente educable.

Sin embargo, deben recordar dos convicciones que han guiado siempre estas páginas: nadie puede guiar a otro donde nunca ha estado y los niños y niñas aprenden sólo lo que viven. Es decir: la familia tiene que ser creativa y vivir una atmósfera que favorezca esta forma vital de inteligencia, para poder neutralizar así los gérmenes patógenos que rápidamente la pueden “mortificar” -en el sentido etimológico de la palabra-: los celos, el autoritarismo, el no ser escuchados, y sobre todo, la tristeza y la rutina, que son los enemigos declarados de la creatividad.

La familia tiene que vivir una creatividad perceptiva, para prestar atención a las señales propias y de los otros que pueden anunciar eventuales crisis; una creatividad analítica, para captar al vuelo lo que no funciona y no confundir los síntomas con las causas; una creatividad productiva, para imaginar soluciones alternativas y no recurrir a “o me sirve o lo tiro”; una creatividad de decisión, para elegir la estrategia y el comportamiento innovador más adaptado a los propios medios, valores y aspiraciones; y una creatividad aplicada, para poder pasar siempre a la realización y evitar las veleidades.

Los niños y adolescentes tienen que encontrar en la familia –como en la escuela, en las asociaciones y en las parroquias- adultos dispuestos a valorar sus fantasías y sus emprendimientos, a secundar sus naturales iniciativas, a creer en las energías positivas que cada persona tiene dentro de sí, y que puede aprender a utilizar para transformar la propia realidad y la de su alrededor. Y como no siempre es posible asegurar que la realidad social va a dar respuesta a esta exigencia de las nuevas generaciones, conviene que por lo menos la familia se esfuerce y colabore para que las hijas e hijos puedan ser generadores de lo inédito. Los padres y madres no pueden anclarse rígidamente en los valores de la tradición, no deben tener miedo al caos que con frecuencia caracteriza las fases más amargas de la creatividad juvenil; tienen que comprometerse valiente y generosamente en sacar a los jóvenes de una rutina que, a menudo, pide adaptación y conformismo.


Favorecer la inteligencia creativa

Viviendo en un clima de este tipo, es fácil favorecer y educar la inteligencia creativa de los hijos e hijas en sus tres dimensiones: talento, método y energía.

El talento no es sólo un don llovido del cielo, sino el fruto de una serie de requisitos personales a conquistar y desarrollar. El primero, la curiosidad y la cultura en general, y la científica y artística en particular, para que la intuición y la flexibilidad mental crezcan en el terreno de un buen, real y apasionado conocimiento de las disciplinas escolares. Hay que dejar de considerar a los niños y niñas de manera fraccionada y promoverlos en su globalidad: demoler las barreras entre las disciplinas, hacer valoraciones más cualitativas que cuantitativas, e integrar todas las dimensiones de la realidad de la persona. Los niños y los adolescentes creativos continúan aprendiendo con placer. Sólo la alegría de aprender mejora la concentración y promueve un desarrollo de las competencias en el plano intelectual.

El talento se manifiesta y crece también en la capacidad de relacionarse con los demás. Este tipo de educación exige una comunicación auténtica, donde esté excluida la rivalidad y donde haya real cooperación entre los alumnos, cosa que no se verifica muchas veces en las clases actuales, donde la competencia es precoz y, muy a menudo, valorizada. Hay que tener en cuenta, también, que haya un buen equilibrio psicosomático: juegos, deportes, paseos al aire libre. La intuición y el espíritu de observación no pueden crecer en la repetición obsesiva de los juegos electrónicos, que tienen tal vez un efecto de constricción hipnótica.

También hay que preservar la natural capacidad de maravillarse que tienen los niños y niñas: ellos y ellas saben mirar y descubrir lo que nosotros no vemos. Los padres y madres deberían entusiasmarlos y quizás también seguirlos para poder reencontrar la intuición de la infancia. Einstein decía: “El hombre que ha perdido la capacidad de maravillarse es un hombre muerto”. Por tanto, el talento necesita también un método que fortalezca los objetivos y la necesaria lejanía de las etapas útiles para alcanzarlos. El desorden casi nunca es creativo. Y otro factor clave es también la energía: la fuerza de voluntad para vencer las pasividades, los miedos y las perezas para pasar a la acción.

Escrito por Bruno Ferrero
(fuente: www.boletinsalesiano.info)

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