“Desde las primeras formulaciones de la fe (cf. DS 10-64)”, -dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el punto 496- “la Iglesia ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue concebido "absque semine ex Spiritu Sancto" (Cc Letrán, año 649; DS 503), esto es, sin elemento humano, por obra del Espíritu Santo”, sin semilla de varón.
Los Padres ven en la concepción virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la nuestra. Así, S. Ignacio de Antioquía (comienzos del siglo II) expresa: "Estáis firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es verdaderamente de la raza de David según la carne (cf. Rm 1, 3), Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios (cf. Jn 1, 13), nacido verdaderamente de una virgen (...) fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato (...) padeció verdaderamente, como también resucitó verdaderamente" (Smyrn. 1-2).”
La virginidad de María es tan real como la carne de Jesús
¿Sabías que se le llama luna a María porque no tiene luz por propia iniciativa, de su propia fuente, de sí misma, sino que refleja la de Dios? Así como la luna refleja la luz del sol, María refleja la presencia de Dios, del sol naciente.
Esto de ubicarnos junto a María, la luz que irradia Ella como luna, blanca luna, nos inspira tantas cosas, como la luna inspira tanta poesía, tanto canto, tanta vida... La luna tiene esa capacidad de despertar en nosotros en la noche, cuando es redonda, clara, cuando aparece casi como un sol gigante, inspira tantas cosas la luna... como María también inspira en tu corazón... por aquí inspiró una Radio. ¿Sabías que fue el Señor que utilizó a María como instrumento para inspirar la gestación de este proyecto que compartimos? Y en tu vida, María, ¿qué inspira? Ternura, alegría, seguridad, certeza, el descubrir la maternidad en Ella... Puede que inspire silencios también, silencios que se hacen lugar donde Dios pueda expresar su Palabra, pueda hacer sentir su voz, pueda regalarnos la vida nueva en el acto creador siempre nuevo de Dios cuando se expresa en nosotros y espera la acogida propia que da el silencio cuando crea el espacio para la bienvenida.
Eso es lo que ocurre con lo que nos relatan los Evangelios respecto a María como Virgen. Los Evangelios muestran todo el contenido virginal que está presente en la hija de Sión, como la reconoce la Sagrada Escritura. Lucas llama a María Virgen, refiriendo tanto su intención de reservar la virginidad como el designio de Dios que concilia ese propósito con su maternidad prodigiosa. Estas son las cosas que llaman la atención de la lógica divina: que la Virgen sea Madre.
La afirmación de la concepción virginal a la acción del Espíritu Santo excluye cualquier hipótesis de parentonogénesis natural, como lo llama Juan Pablo II, y rechaza los intentos de explicar la narración de Lucas como la explicitación de un tema judío o una derivación de una leyenda mitológica pagana. No. Lucas es claro en su expresión: nació de Santa María, Virgen. Nació de Ella el Verbo que se hizo carne. La estructura del texto de Lucas no admite ninguna interpretación que sea reductiva. En todo caso, nos abre al misterio de Dios que, haciéndose uno de nosotros por obra del Espíritu Santo, nace de una mujer virgen, que es madre sin afectar su virginidad. Nace de una Madre habiendo sido concebido por la presencia del Espíritu Santo. La coherencia del texto de Lucas no permite sostener válidamente multiplicaciones de los términos o de las expresiones que afirman la concepción virginal por obra del Espíritu Santo. En todo caso, sin la racionalización con la que buscamos siempre querer atrapar las cosas que no comprendemos, el texto de Lucas y la virginalidad maternal de María nos abren al misterio. Y para eso, el silencio nos invita a contemplar.
El evangilista San Mateo, narrando el anuncio del Ángel a José, afirma al igual que San Lucas, la concepción por obra del Espíritu Santo; así excluye las relaciones conyugales. Además, a José se le comunica la generación virginal de Jesús en un segundo momento. No se trata para él de una invitación a dar su consentimiento previo a la concepción del hijo de María, fruto de la intervención sobrenatural del Espíritu, y de la cooperación exclusiva de la Madre. Sólo se le invita a José a aceptar libremente su papel de esposo de la Virgen María y su misión paterna con respecto al Niño en clave adoptiva. El padre de Jesús es el Padre del cielo; José hace las veces de papá mientras peregrina con el Niño y la Madre.
Igualmente San Mateo, narrando el anuncio del ángel a José, afirma como Lucas esta expresión. Y Marcos muestra también lo mismo: que el nacido de María es obra del Espíritu. Veamos el texto de Marcos: a diferencia de Lucas y Mateo, él no habla de la concepción y del nacimiento de Jesús. Sin embargo, se puede notar que Marcos nunca menciona a José como esposo de María. La gente de Nazareth llama a Jesús el hijo de María, o en otro contexto, muchas veces el Hijo de Dios. Estos datos están en armonía con la fe en el misterio de la generación virginal. Esta verdad, según un reciente descubrimiento exegético, estaría contenida explícitamente en el versículo 13 del Prólogo del Evangelio de San Juan que algunas voces antiguas autorizadas, por ejemplo Ireneo y Tertuliano, no presentan en la forma plural usual sino en la singular: el que no nació de sangre ni de deseo de carne ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Es el modo como Juan habla acerca del origen de Jesús, su génesis es por obra del Espíritu Santo, en el seno de María Virgen.
Decía Juan Pablo II en una catequesis que este testimonio uniforme que acabamos de compartir de los cuatro Evangelios confirman que la fe en la concepción virginal de Jesús estaba enraizada firmemente en los distintos ambientes de la Iglesia primitiva. Por eso, decía Juan Pablo II, carecen de todo fundamento algunas interpretaciones recientes que no consideran la concepción virginal en el sentido físico o biológico, sino en sentido únicamente simbólico o metafórico. Designaría a Jesús como don de Dios a la humanidad. Lo mismo, decía el Papa, hay que decir de la opinión de otros, según los cuales el relato de la concepción virginal sería, por el contrario, una teologúmenon, es decir, un modo de expresar una doctrina teológica, en este caso la filiación divina de Jesús, o sería su representación mitológica. Como hemos visto, los Evangelios contienen la afirmación explícita de una concepción virginal de orden biológico, por obra del Espíritu Santo. Y la Iglesia ha hecho suya esta verdad ya desde las primeras formulaciones de fe.
La fe expresada en los Evangelios en torno a la virginidad de María es confirmada sin interrupciones por la tradición de la Iglesia: que María ha sido concebida sin pecado y virginalmente ha dado a luz, por obra del Espíritu Santo. Las fórmulas de fe de los primeros autores cristianos justamente postulan la afirmación del nacimiento virginal. Ireneo, Tertuliano, están de acuerdo con S. Ignacio de Antioquía que proclama a Jesús nacido verdaderamente de una virgen. Estos autores hablan explícitamente de una generación virginal. Y el testimonio de ellos no es menor, ya que están allí, bebiendo de la expresión primera de la vida de la Iglesia que proclama la fe en Cristo nacido de la Virgen.
También el Magisterio de la Iglesia, en el transcurrir del tiempo, ha ido reafirmando lo que la verdad revelada ha expresado. Tanto la corriente evangélica como la tradición son una misma fuente en torno a la cual se nos ofrece, en dos vertientes, la revelación. ¿Qué hace el Magisterio? Recibe el dato revelado y lo retraduce. En el Concilio de Calcedonia, en su profesión de fe redactada esmeradamente y con contenido definido, de modo inefable -decía Juan Pablo II- afirma que Cristo en los múltiples días y por nosotros y por nuestra salvación fue engendrado de María Virgen. También en el Concilio de Constantinopla se proclama que Jesucristo nació del Espíritu Santo y de María Virgen que es propiamente y según verdad, Madre de Dios según la humanidad. Otros Concilios Ecuménicos, como el de Constantinopla II, el de Atenaense IV, declaran a María siempre virgen, subrayando su virginidad perpetua. El Concilio Vaticano II ha recogido esas afirmaciones, destacando el hecho de que María por su fe y su obediencia engendró en la tierra al Hijo mismo del Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo.
escrito por Padre Javier Soteras
(fuente: www.radiomaria.org.ar)
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