Cumplió con fidelidad su misión, sin detenerse ante las dificultades y los tropiezos de quienes no pararon hasta hacer callar su voz profética con el martirio. Fijémonos hoy en la figura austera y heroica de Juan: las características más importantes de su vida pueden ayudarnos en nuestro propio camino de creyentes.
-Asumiendo las esperanzas del pueblo...
Juan resume todo el Antiguo Testamento. Supo recoger y poner a flor de piel toda la esperanza y anhelo de salvación que estaba en el corazón de su pueblo. Su palabra atenta al tejido diario de su vida, llegaba al interior de las personas, suscitando provocación, inquietud y haciendo que los ojos se abrieran al futuro. Su palabra hacía tambalear seguridades y no se detenía en el momento de deshacer los montajes de una religiosidad domesticada y adormilada que actuaba, en definitiva, de vacuna contra la auténtica fe. Su palabra fue "espada cortante" y "flecha bruñida". No fue música celestial, sino un revulsivo: "Convertíos". Fue como la palabra de Moisés, como la palabra de los profetas.
-... los prepara para la venida de Jesús
Su misión fue la de hacer tomar conciencia del pecado, preparando, de este modo, los corazones de los hombres para recibir el anuncio del perdón. Poniendo de relieve la esclavitud que los mantenía prisioneros, los abría para acoger la Buena Noticia de la liberación y la salvación. Provocando cuestiones los preparaba para escuchar un día la respuesta.
Su misión es la de Precursor. La de llevar a los hombres hacia Jesús. La de facilitar y hacer posible el encuentro. Con sencillez lo reconocía cuando decía: "No soy lo que vosotros pensáis, pero después de mí viene otro de quien no soy digno de desatar la sandalia de los pies". O cuando, al final de su misión, desaparece sin hacer ruido y lo hace con gozo, porque "conviene que él crezca y que yo mengüe".
-Fiel y valiente hasta el final
Juan lleva a término su misión con fidelidad. Escogido "en las entrañas maternas" y a pesar de que en ciertos momentos pueda parecerle que "en vano se ha cansado" o que "en nada ha gastado sus fuerzas", sigue adelante. Toda su vida tiene la grandeza de la misión bien cumplida, realizada sin ostentación.
Y en esta misión deja su vida. Su anuncio del Reino que se acerca choca con la resistencia de quienes han construido su propio reino en este mundo. Juan es encarcelado y con su propia sangre sellará su testimonio. Y lo hace con valentía.
-¿Y nosotros?
Celebrando su fiesta y mirándonos en su figura podríamos plantearnos hoy unas preguntas muy serias. Porque también cada uno de nosotros ha recibido una misión que no puede ser reemplazada por nadie más. El don de la fe que hemos recibido es al mismo tiempo una responsabilidad.
¿Hasta qué punto sabemos aproximarnos a las angustias y aspiraciones de quienes están a nuestro lado? Quizás muchas veces estamos alejados de los demás y entonces nuestra palabra resulta fría e impersonal, incapaz de hallar eco alguno en quienes nos rodean, incapaz de hacer mella, como un cuchillo mal afilado.
Cuantas más barreras haya entre nosotros y los demás, más difícil nos será contagiar algo, y menos aun la fe.
¿Somos conscientes de que nuestra misión, como la de Juan, es la de facilitar a los demás el encuentro con Jesús o bien damos una impresión excesiva de predicarnos a nosotros mismos? ¿Cuál es nuestra postura cuando la situación se vuelve adversa? ¿Somos capaces en estos momentos de mantener una actitud valiente, constante y decidida o nos echamos atrás dejándolo para otra ocasión más propicia y menos comprometida? ¿Cómo llevamos a término, en definitiva, la misión que nos ha sido confiada?
Hermanos: alegrémonos en la fiesta de san Juan. Demos gracias a Dios en esta eucaristía por su testimonio y pidámosle que sepamos cumplir con fidelidad y con sencillez la misión que El nos ha encomendado.
escrito por Eliseo Bordonau
Misa Dominical 1979, 13
(fuente: www.mercaba.org)
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