FINALIDAD
La definición más comúnmente aceptada del MCC está reflejada en el libro “Ideas Fundamentales del MCC” y reza así: “Es un Movimiento de Iglesia que, mediante un método propio, posibilitan la vivencia y la convivencia de lo fundamental cristiano, ayudan a descubrir y a realizar la vocación personal, y propician la creación de núcleos de cristianos que vayan fermentando de Evangelio los ambientes”[1]. En esta definición se recoge la finalidad del Movimiento, que se concreta como en cuatro aspectos o vertientes:
a) Posibilitar la vivencia de lo fundamental cristiano,
b) Descubrir (y realizar) la propia vocación,
c) Propiciar la creación de grupos cristianos y
d) Fermentar de Evangelio los ambientes.
Cada uno de estos cuatro aspectos implica a los otros tres. Y cada uno complementa a los otros, de tal modo, que sólo es posible su separación desde un punto de vista teórico. Porque en definitiva, son diferentes facetas de una misma actuación: evangelizar. Esta es la finalidad del MCC, la evangelización, en el campo específico del Kerygma, del primer anuncio, dirigiéndose prioritariamente (aunque no exclusivamente) a los alejados, para posibilitar el encuentro con Cristo y con ello la conversión, que de lugar a una vida nueva, vivida en comunidad y comprometida con la transformación del mundo.
Se puede entender por tanto una finalidad primera y una finalidad última en el MCC. La finalidad primera está centrada en la persona, la finalidad última en los ambientes. El MCC tiene el propósito de posibilitar que toda persona, especialmente los llamados “alejados”, se encuentre consigo mismo, con Dios y con los demás y que a partir de ese triple encuentro pueda comenzar una vida nueva (conversión), en su realidad concreta y personal, siguiendo su propio y específico camino. Este es el sentido que tiene la expresión “vivencia de lo fundamental cristiano”, una experiencia personal de los fundamentos básicos de la vida cristiana (Cristo, la gracia, la fe, la Iglesia, los sacramentos). En esta primera finalidad del MCC, una dimensión esencial es el respeto a la vocación personal, a la individualidad de cada persona, a la pretensión de posibilitar que cada uno descubra y siga su propia vocación, personal, cristiana y eclesial.
Partiendo de ese primer foco de atención que es la conversión de la persona, la finalidad última del MCC es la transformación de la sociedad, en las palabras de la definición, la “fermentación evangélica de los ambientes”. Lógicamente, se trata de dos objetivos absolutamente relacionados e interdependientes: se fermentan los ambientes por la existencia de las personas (y los grupos) que viven coherentemente su ser cristiano, esto es, que se han encontrado con el Señor y se han comprometido con su proyecto: el Reino de Dios. El MCC pretende, primero, que cada persona asuma responsablemente su compromiso con su propio ambiente, con su “metro cuadrado”. Y además, que existan grupos de cristianos que, tratando de vivir la Gracia de forma consciente, creciente y compartida, vayan ejerciendo una acción transformadora sobre los diversos ambientes de la sociedad.
Un elemento importante, tanto para las personas como para los ambientes, son los grupos o núcleos cristianos. En la finalidad del MCC se contempla la existencia de grupos cristianos, en los que las personas puedan compartir y madurar su fe y desde los cuáles actuar, personal y comunitariamente, en los ambientes.
CARISMA
Al Movimiento de Cursillo de Cristiandad la Iglesia le ha reconocido formalmente un carisma propio y original, que lo caracteriza, identifica y distingue de los otros movimientos, asociaciones y comunidades de la Iglesia. En ese carisma esta contenido, de forma implícita, todo lo esencial del Movimiento.
Como todo carisma, es un don del Espíritu a personas concretas para el bien de la Iglesia, de los hombres, del mundo. Inicialmente se hizo realidad en el grupo de iniciadores del Movimiento (Eduardo Bonnín, Sebastián Gayá, Juan Capó y el obispo Juan Hervás) y posteriormente en cuantos, a lo largo del tiempo han ido viviendo e integrándose en el Movimiento[2]. También como todo carisma en la Iglesia, ha sido discernido y reconocido por los pastores[3]: en un principio, el propio obispo Hervás, posteriormente por todos los Obispos diocesanos que aceptaron el MCC en sus diócesis, y finalmente por los Papas Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Se podría decir que el carisma de Cursillos es un don que el Espíritu Santo derrama en su Iglesia, que conforma una mentalidad e impulsa un movimiento eclesial que, mediante un método kerigmatico propio, posibilita la vivencia personal de lo fundamental cristiano y propicia la creación de grupos de cristianos que fermenten de evangelio los ambientes. Es por tanto un carisma para la evangelización, para el encuentro con Cristo, para la renovación de la vida cristiana y para la transformación de la realidad.
De este intento de definición pueden destacarse los siguientes aspectos:
– El carisma conforma una mentalidad, que es la que inspiró el nacimiento del MCC, la que acompaña su natural y permanente crecimiento y la que configura su identidad.
– El carisma origina e impulsa un movimiento eclesial: de la Iglesia y en la Iglesia para el mundo, para actuar en el campo de la evangelización con una mentalidad, una finalidad y un método propio y específico.
– El carisma determina la finalidad del MCC: posibilitar la conversión de las personas y la transformación de los ambientes. Busca y promueve la vivencia de lo fundamental cristiano, a partir del encuentro con Cristo (y con uno mismo, y con los demás), para impulsar la creación de grupos cristianos desde los que ir actuando, a modo de fermento, en los ambientes.
– El carisma también conforma las líneas esenciales del método propio del MCC: es un método kerygmático, basado en la proclamación jubilosa de lo fundamental cristiano hecha por testigos y por la vía de la amistad, que se desarrolla en tres tiempos (precursillo, cursillo y poscursillo).
Por tanto, aunque sea difícil la definición precisa y exacta del carisma del MCC, está claro que en son elementos esenciales del mismo el kerygma, el triple encuentro con Cristo, con uno mismo y con los demás, la conversión, el testimonio de vida, la amistad, la persona, los grupos cristianos y la fermentación de los ambientes. El libro “Ideas Fundamentales del Movimiento de Cursillos de Cristiandad” (IFMCC) expresa legítimamente la autocomprensión del carisma original del MCC y lo enuncia en la definición que en ese libro se hace del MCC.
MENTALIDAD
La mentalidad es la clave explicativa del MCC, el núcleo irreductible, originario y originante, que, en último término, lo identifica: es como el carisma inicial. Responde al por qué somos lo que somos y al por qué hacemos lo que hacemos y a cómo lo hacemos. Todo lo que es esencial en el MCC está invadido por su mentalidad .
En el MCC, la mentalidad puede describirse como el conjunto de criterios, convicciones, actitudes vitales y opciones pastorales, que inspiraron su nacimiento, acompañan su natural y permanente crecimiento y configuran su identidad.
Un primer elemento de la mentalidad del MCC es el conocimiento e interpretación de la realidad. En la terminología propia del MCC, el “estudio del ambiente”. El punto de partida, el inicio del MCC estuvo en la percepción de un mundo que vivía de espaldas a Dios y de una vida que había dejado de ser cristiana. Ante esta situación se requería una nueva respuesta pastoral, un nuevo esfuerzo por posibilitar a toda persona una auténtica vida cristiana y así transformar en cristiana una sociedad que había dejado de serlo. Esto sigue siendo un elemento nuclear de la mentalidad del MCC: una percepción lúcida de la realidad y una inquietud por darle una respuesta evangelizadora adecuada.
Las claves de esa respuesta que se quiere ofrecer desde el MCC se sitúan en un apropiado entendimiento de los siguientes conceptos, que conforman el nervio ideológico del MCC:
a) La persona, entendida en toda su dignidad y con su propia especificidad, capaz de Dios y necesitada de Dios en toda circunstancia.
b) El mundo, entendido como la realidad humana conjunta que Dios quiere salvar, en toda su complejidad y dificultad.
c) Dios, Padre, Hijo y Espíritu, Señor y Salvador. El Amor que ama a todos y a cada uno, que quiere y que tiene un proyecto de vida en plenitud para cada persona.
d) La Iglesia, sacramento universal de salvación, pueblo de Dios y cuerpo de Cristo, comunión y misión, evangelizada y evangelizadora, en la que los laicos tienen un papel esencial.
e) La evangelización, que es la primera prioridad pastoral, en la que es esencial la predicación de conversión, el Kerygma, el anuncio y la vivencia de lo fundamental cristiano.
f) La vida cristiana, entendida precisamente como vida, consciente, creciente y comprometida, como forma de ser y de existir en el mundo, en permanente conversión, en la normalidad y cotidianeidad de cada día, en comunidad y con responsabilidad hacia los demás, hacia el mundo.
HISTORIA
El Movimiento de Cursillos de Cristiandad nació en España, concretamente en la isla de Mallorca, entre los años 1940 y 1949[1]. Surge como fruto del trabajo, inquietud y esfuerzo apostólico de un grupo de seglares y sacerdotes que formaban parte del Consejo Diocesano de los Jóvenes de Acción Católica (JAC) de Mallorca. En aquellos años se estaba preparando intensamente una gran peregrinación nacional de los JAC a Santiago de Compostela, que se celebraría en el año 1948. Se organizan diversas actividades, entre ellas la celebración de “Cursillos de Adelantados de Peregrinos”, dirigidos por miembros del Consejo Nacional de los JAC, y “Cursillos de Jefes de Peregrinos”, en parroquias, dirigidos por miembros de los Consejos Diocesanos. En estos cursillos se percibe la posibilidad de desarrollar algo nuevo, algo que permitiera que el contenido esencial del cristianismo fuera captado en toda su intensidad incluso por quienes vivían al margen de la religión[2]. Se lleva a cabo un arduo trabajo de búsqueda, de reflexión, de maduración del que, con la Gracia del Espíritu, va surgiendo algo nuevo, que se concreta en lo que después se llama “Cursillos de Cristiandad”, con rasgos de los cursillos anteriores, pero diferente por su enfoque, finalidad y sentido.
Por tanto, en el inicio del Movimiento se encuentra la acción del Espíritu en un grupo de personas, que comparten una mentalidad y que comienzan a trabajar por una misma finalidad: vertebrar en cristiano, hacer un mundo más cristiano, haciendo más cristianos a los hombres. Con un mínimo de organización y estructura, van definiendo un método eficaz para conseguir la finalidad perseguida. En este grupo de iniciadores del Movimiento destacaron especialmente los laicos, guiados por Eduardo Bonnín Aguiló. Entre los sacerdotes, Mons. Sebastián Gayá Aguilera y D. Juan Capó Bosch. Y con ellos el entonces Obispo de Mallorca, Mons. Juan Hervás Benet.
En enero de 1949 se celebra el que se considera propiamente el primer Cursillo de Cristiandad, en el monasterio de San Honorato de Mallorca. Sólo en ese año se celebran 20 cursillos y en cinco años se llega al centenar. En ese periodo se va definiendo la eficacia evangelizadora de estos nuevos cursillos, consolida la Escuela de Responsables, se perfilan los cauces de seguimiento en el post-cursillo (grupos y ultreya), se crea el primer Secretariado, en definitiva, se va configurando claramente lo que es el Movimiento de Cursillos de Cristiandad.
El MCC nace con vocación universal y, partiendo de Mallorca, va a expandirse por todo el mundo. En primer lugar penetra en España, en 1953 (Valencia). Tanto por iniciativas personales como por la actividades del Consejo Nacional de la JACE, el Movimiento va difundiéndose por diversas diócesis de España. En 1955, con el traslado de D. Juan Hervás a la diócesis de Ciudad Real y la publicación, en 1957, de la carta Pastoral “Cursillos de Cristiandad, Instrumento de Renovación Cristiana”, se produce un momento determinante para la aceptación del MCC y su difusión nacional e internacional.
Desde España, el MCC salta en primer lugar a América. Numerosos laicos y sacerdotes, que participaron del Movimiento en diversas diócesis de España, ilusionados con su potencial evangelizador, van trasladarlo, por diferentes medios, a los países de Latinoamérica. El primer país que recibió el MCC fue Colombia, a través de la AC, dónde se celebra el primer Cursillo fuera de España, que además fue el primer Cursillos de mujeres (1953). Muy rápidamente va llegando, por diversas vías (tanto de España como de otros países de Latinoamérica), al resto de países y ya en 1963 lo encontramos prácticamente en toda América[3]. En Europa, la diversidad de lenguas constituyó un problema para la difusión del MCC. Llega desde España, en primer lugar a Portugal, Austria e Italia (1960), desde Austria a Alemania (1961) y posteriormente va apareciendo en otros países centroeuropeos y británicos (Irlanda, Inglaterra). Un nuevo impulso del MCC se produce cuando, desde Austria, en 1974, se introduce en los países del Este de Europa. En Asia se inició en Filipinas, en 1962, llegado desde Estados Unidos. En Australia comenzó en 1963, implantándose primero entre inmigrantes españoles y posteriormente, con ayuda de un grupo de cursillistas de Estados Unidos, en 1965, comenzó su desarrollo entre la población propia (en inglés). Desde Filipinas, donde el MCC se asentó vigorosamente, se introdujo en otros países asiáticos (Vietnam, Corea, Taiwán, Tailandia). Aunque de forma más limitada, el MCC también se ha iniciado en algunas zonas de África: se celebraron cursillos en antiguas provincias de Portugal (Angola, Mozambique) y en países como Tanzania, Nigeria, Rodesia (desde Estados Unidos e Irlanda), Guinea, Benim y Togo.
Simultáneamente a este proceso de expansión geográfica se va produciendo la “institucionalización” del MCC, es decir, la creación y consolidación de estructuras diocesanas, nacionales e internacionales. El primer paso es siempre la creación de los Secretariado Diocesanos, como la primera y más necesaria estructura organizativa, cauce para la vinculación con la Iglesia diocesana y con el Obispo. Los Secretariados Nacionales nacen también como consecuencia de la necesidad de coordinar y unificar la vida del MCC en un país, para mantener y desarrollar una misma identidad. El primer Secretariado Nacional se creó en Méjico, en 1961, después de la I Convivencia Nacional de ese país. A continuación, en 1962, el de Venezuela, España, Portugal, Brasil,… En ese mismo año se crearon más de veinte Secretariados Nacionales[4]. Además, se fue percibiendo la necesidad de conexión y coordinación entre los distintos Secretariados Nacionales y por ello se fueron celebrando, en distintas momentos y lugares, reuniones y encuentros internacionales de diversa naturaleza (latinoamericanos, europeos, de países de habla inglesa…). De estos encuentros internacionales surgen los Grupos Internacionales del MCC (Latinoamericano, Europeo, Asia-Pacífico y América del Norte-Caribe) y el Organismo Mundial del MCC (OMCC), como “un organismo de servicio, de comunicación e información”, constituido por los Grupos Internacionales del MCC. En 2004, el Pontificio Consejo para los Laicos decreta el reconocimiento canónico del OMCC como “estructura de coordinación, promoción y difusión de la experiencia de los Cursillos de Cristiandad, teniendo personal jurídica privada” y “la aprobación del estatuto del susodicho organismo”[5].
[1] Estatuto del OMCC, PONTIFICIO CONSEJO PARA LOS LAICOS, Roma, 2004, art. 3.
[2] “El Cómo y el Porqué”, Secretariado Nacional de España (CPSNE), p. 12.
[3] Cesáreo Gil, “El Movimiento de Cursillos de Cristiandad”, Caracas, 1998.
[4] Cesáreo Gil, “El Movimiento de Cursillos de Cristiandad”, Caracas, 1998.
[5] Decreto de reconocimiento canónico del OMCC, PONTIFICIO CONSEJO PARA LOS LAICOS, Roma, 2004.
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