El General Belgrano le entrega su bastón de mando a la Virgen de la Merced |
El general Manuel Belgrano, al frente del Ejército argentino, disponía de 1.300 soldados, recién incorporados, con escasa instrucción militar y pocos pertrechos, debía hacer frente a las tropas regulares del realista Pío Tristán, que contaba con 3.000 soldados, bien entrenados y pertrechados, con trece piezas de montaña.
Pese a esa enorme disparidad, la victoria, lograda de manera inexplicable, favoreció a las fuerzas argentinas al mando de Belgrano, quien no podía creer que fuera verdad.
¿Quién ganó la batalla de Tucumán?
Para responder a este interrogante, es necesario repasar la historia, la que no se enseña en las aulas, la que se esconde a los alumnos, la que se borró de los manuales escolares. Y el episodio de la batalla de Tucumán merece que los argentinos lo conozcan en su integridad.
En cumplimiento de su misión informativa, AICA ofrece a sus abonados la versión fruto de las investigaciones del padre José Brunet, un estudioso de la historia argentina.
Aquella expedición de 500 hombres que en 1810 salió de Buenos Aires en dirección al Alto Perú para consolidar la revolución y obtener el apoyo de los pueblos del norte, había llegado en su larga marcha hasta La Paz.
Alternando derrotas con victorias, la desmoralización había cundido en sus filas cuando Belgrano se hizo cargo en marzo de 1812. “Un triple deber –dice Mitre- estaba encomendado al General en Jefe del Ejército del Alto Perú: remontar el personal y la moral de un ejército desorganizado, dándole aliento nuevo: proveer las necesidades imperiosas que reclamaba el miserable estado de su material de guerra y, lo más arduo, levantar el espíritu de los puebles abatidos o enconados y atraerlos a causa de la libertad, uniéndolos a la revolución”.
Después del éxodo jujeño y tras una pequeña victoria en Las Piedras el 3 de septiembre, Belgrano trató de reorganizar su ejército en Tucumán, contando con la colaboración de los habitantes y desobedeciendo al gobierno que le ordenaba replegarse hasta Córdoba. La decisión de Belgrano demostraba –al decir del general Paz– “una responsabilidad que prueba la elevación de su carácter y la firmeza de su alma. Esa sola resolución era de un gran mérito, y de esperar era que la honrase y justificase la victoria, como sucedió”. Pero sólo diez días, desde su llegada a Tucumán hasta el de la batalla, no eran suficientes sino para preparar lo más indispensable y acrecentar la muy poca preparación militar de los nuevos reclutas que se alistaron en el ejército.
El voto de Belgrano
En medio de tan febril actividad, Belgrano, como hombre de Fe, no descuidaba a Aquel que es llamado Señor de los Ejércitos, por intercesión de la Madre de Dios en su título de Redentora de cautivos, advocación propicia en tales circunstancias en que se jugaba el destino de la libertad de la Patria aún en pañales.
No son pocos los documentos que presentan a Belgrano poniendo su ejército bajo la protección de la Virgen de la Merced antes de la batalla. El historiador Zinny dice que antes de comenzar el combate dirigió una proclama en que decía: “La Santísima Virgen de las Mercedes, a quien he encomendado la suerte del ejército, es la que ha de arrancar a los enemigos la victoria”. Y la tradición conservó lo que Belgrano decía a las damas tucumanas que iban a la Merced a pedir por la Patria: “Pidan al Cielo milagros, que de milagros vamos a necesitar para triunfar”.
El pensamiento de Belgrano está muy claro en la comunicación enviada al Gobierno de Buenos Aires dos días después de la victoria: “La Patria puede gloriarse de la completa victoria que han obtenido sus armas en el día 24 del corriente, día de Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuya protección nos pusimos”.
La batalla
Como si fuera providencial, todo se ordenó de tal manera que los dos ejércitos se enfrentaron precisamente el día de la Virgen de la Merced. Según los historiadores, la batalla fue un verdadero entrevero, lo que confirma más la intervención del Cielo, constituyendo uno de aquellos acontecimientos que humanamente no tienen explicación de no entenderse bajo ese aspecto.
El general Paz, que participó de la batalla, escribe en sus Memorias: “Empezada ya la acción…, el resultado no fue el producto de las órdenes inmediatas del General, sino de una combinación fortuita de circunstancias y del valor y entusiasmo de nuestras tropas y de las faltas que cometió el enemigo”. Antes de esto, escribía: “Los movimientos de ambas fuerzas fueron tan variados, tan fuera de todo cálculo, imprevistos y tan desligados entre sí, que resultó una complicación como nunca he visto en otras acciones en que me he encontrado”. Y después de describir el desarrollo de las operaciones de las columnas patrióticas, se pregunta: “¿Se creerá que estas operaciones nuestras, cuyo acierto es incuestionable, no fueron ni fruto de una combinación, ni emanada de las órdenes de ningún Jefe del ejército?” El general Belgrano, como él mismo lo dice, se vio separado de aquel teatro para encontrarse, sin saber cómo, reunido a la caballería que estaba a retaguardia del enemigo”.
Ante la evidencia de estos hechos, comenta Cayetano Bruno: “La batalla de Tucumán no pertenece al orden común de los acontecimientos similares, desde que resultaron fallidas todas las disposiciones que se tomaron para asegurar su éxito”. Y añade: “El resultado final no pudo tampoco ser fruto de obra humana. Parecería como si Nuestra Señora de las Mercedes hubiese tomado el mando de las bisoñas huestes patriotas para conducirlas a la victoria”.
El erudito historiador Padre Larrouy escribía en 1909: “Tucumán era el tercer combate de importancia que hasta entonces diera Belgrano, pero su primera victoria digna de un poema épico, tan singular como las imaginadas por Homero, en que los dioses Marte, Apolo o Neptuno hacen las veces del general desaparecido del campo de batalla. La ficción poética esta vez se había realizado, lo inverosímil era verdad: en el momento decisivo, él también había sido arrebatado del campo de batalla y había vencido, ausente y sin saberlo. Pero él no podía dudarlo, quien así lo dispusiera todo, misteriosa y no menos realmente, era aquella en cuya asistencia confiara”.
El resultado de la batalla
El día declinaba. Nadie sabía de seguro si había triunfado. Belgrano se había apartado a tres leguas al sur de la ciudad y recién el 25 por la mañana salió de la duda, enterándose de que las fuerzas patriotas dominaban la plaza y que habían capturado, de manera singular y curiosa, un importante tren de mulas y carretas cargadas de caudales, pertrechos de guerra y equipajes que, con su personal, hacían su entrada hacia la plaza que se creía en poder del ejército de Tristán, hecho que para éste significó el desarme de sus tropas.
Una vez en la ciudad y conocida la posición del enemigo, Belgrano le intimó rendición, pero contra lo que se esperaba, Tristán levantó los restos de su ejército el 26, para emprender la retirada hasta Salta, dejando en poder de los patriotas 61 jefes y oficiales con 626 individuos de tropas prisioneros, siete piezas de artillería, 400 fusiles, tres banderas y dos estandartes, 450 muertos del enemigo, con todo su parque y bagajes, mientras la pérdida de los patriotas fue de 80 muertos y 200 heridos.
Para perseguir la retirada de Tristán, salió una vanguardia de las mejores tropas de infantería y caballería al mando del general Díaz Vélez con el objeto de picar la retaguardia enemiga y hacer, lo que llama Paz, la pequeña guerra, regresando a fines de octubre a Tucumán.
Los primeros trofeos de la Generala
Tras el parte de la victoria, Belgrano envió al gobierno de Buenos Aires las dos banderas del Real de Lima y los dos estandartes de Cotabamba, expresando su deseo, como el del ejército a su mando, de que fueran colocadas en el templo de Nuestra Señora de las Mercedes “en demostración de gratitud a tan divina Señora por los favores que mediante su intercesión nos dispensó el Todopoderoso en la acción del 24 pasado”.
Reconocimiento de Belgrano y del gobierno
Los acontecimientos confirmaron a Belgrano, como al ejército y al pueblo de Tucumán de la visible protección de Aquella a la que habían confiado el triunfo de su causa. Y reconocidos a esa Madre, lo proclamaron cuantas veces se presentó la ocasión, en particular de parte de Belgrano, especialmente en sus comunicaciones al gobierno; conociendo (como conocía) a algunos integrantes del Triunvirato, especialmente a Bernardino Rivadavia, para quienes sus comunicados darían motivo más que sobrados para ahogar, con una sonrisa, el estupor producido por sus partes de guerra.
Mas los tales habrán reconocido que algo superior a sus órdenes debió haber sucedido en realidad, al verse depuestos por la revolución del 8 de octubre, justamente a causa (entre otras) del grave error por la conducción que desde Buenos Aires se daba al ejército que, contra su orden, había entrado en batalla, y no para perderla.
El segundo Triunvirato recibió las banderas enviadas por Belgrano, al que contestó el 20 de octubre que los trofeos fueron llevados triunfalmente en la mañana del 17 desde la Fortaleza al Cabildo entre doble fila de tropas y una inmensa multitud. Y, termina la nota, “con la misma ostentación y público fueron trasladadas al convento de Nuestra Señora de las Mercedes y recibidas solemnemente, colocándolas según su deseo y el del ejército de su mando, en justa gratitud al favor con que el Ser Supremo nos concedió un día de tanto placer por intercesión de la Divina Señora”.
La Gaceta Ministerial del gobierno porteño informaba de la ceremonia del traslado de las insignias “conducidas por las tropas y por el universal aplauso al templo de Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuyo poderoso auspicio y protección se pusieron el día de la victoria los héroes de Tucumán”.
El bando de acción de gracias
Si la batalla fue algo improvisada a causa de tantos factores, no así los festejos con que después del triunfo se celebró tal acontecimiento, cuya figura central era también ahora aquella bendita Madre que había escuchado los votos y las oraciones de Belgrano y de la sociedad tucumana.
“Parece evidente que Belgrano –dice el P. Eudoxio Palacio- antes de proclamar a su generala, esperó tener a la vista la aprobación de su conducta militar en la batalla que acababa de dar y ganar contra las órdenes de Rivadavia y la Junta Central”. Y así en su carácter de brigadier de los ejércitos de la patria, coronel del regimiento número 1º y general en jefe del ejército auxiliar del Alto Perú, publicó un bando con fecha 13 de octubre que muy bien puede llamarse el bando de la acción de gracias, cuya parte dispositiva dice: “el superior gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, con fecha 5 del corriente, me ordena que en su nombre distinga a los valerosos hijos de Tucumán declarándoles que su territorio será señalado en la historia de América con los blasones de la heroicidad; y a fin de que llegue la noticia a todos, ordeno que en esta ciudad y su jurisdicción haya tres días de iluminación y regocijos públicos en demostración de nuestra gratitud; siguiéndose a esto la novena que se ha de celebrar a nuestra Madre de Mercedes, durante la cual no habrá tienda alguna abierta ni pulpería; a la que deberá asistir todo el pueblo, igualmente que a la función que con toda solemnidad se ejecutará en acción de gracias por el beneficio recibido por la intercesión de tan divina Madre”…
Vísperas de la Generala
Concluido el novenario, se realizó la función el domingo 27 de octubre. A la misa asistió Belgrano y todos los oficiales del ejército, anota Paz. El orador sagrado, José Agustín Molina, se refirió a la gloria de la patria y a la de la Virgen María, y en presencia del general aludió a sus triunfos, haciendo resaltar la inesperada y singularísima victoria, y cómo el mismo general cedía voluntariamente a la madre de Dios todo el honor de la victoria, y por un acto auténtico de reconocimiento confesaba el mismo Belgrano que a María y no a él debía la patria reconocerse deudora de su salvación. Por cuya causa publicaba solemnemente que a su especialísima y milagrosa asistencia (son palabras textuales), le debían la victoria objeto de esa fiesta, para demostrar su gratitud a la Libertadora de la Patria.
Por la tarde de ese día se realizó la procesión, que el 24 de septiembre había sido imposible por la batalla. Cuando llegó al lugar donde se desarrolló la batalla en el campo de Carreras, Belgrano proclamó a la Virgen de la Merced Generala del Ejército de la Patria y le entregó su bastón de mando.
Nombramiento de la Generala
Si bien el bando del 13 de octubre ordenaba el novenario y la función solemne de acción de gracias, nada establecía sobre cómo culminarían tales actos. Es de suponer que Belgrano lo tenía bien meditado y “nada omitió para que la ceremonia resultase un solemne acto religioso-patriótico, públicamente prestigiado por el ejército y por el pueblo”.
El General Paz narra los detalles históricos del nombramiento de la Generala y de la escena de entrega del bastón de mando. Su testimonio es elocuente e irrecusable, pues fue testigo presencial de lo que lo conmovió profundamente, como a toda la muchedumbre del pueblo hermanado con el ejército, y presidido por las autoridades, en una manifestación jamás vista ni presenciada anteriormente. Tucumán vivió su día de gloria proclamando a su Generala. En sus memorias así describe Paz la ceremonia de aquella tarde inolvidable:
“Como la batalla sucedió el 24 de septiembre día de Nuestra Señora de las Mercedes, el general Belgrano, sea por devoción, sea por piadosa galantería, la nombró e hizo reconocer por generala del ejército. La función de la iglesia que se hace anualmente se había postergado y tuvo lugar un mes después. Por la tarde fue la procesión, en la que sucedió lo que voy a referir. La devoción de Nuestra Señora de las Mercedes, ya antes muy generalizada, había subido al más alto grado con el suceso del 24. La concurrencia era numerosa y, además, asistió la oficialidad y tropa, sin armas, fuera de la pequeña escolta que es de costumbre. Quiso además la casualidad, que en esos momentos entrase a la ciudad la división de vanguardia, que regresaba de la persecución de Tristán y el General ordenó que a caballo, llenos de sudor y de polvo como venían, siguiesen en columna atrás de la procesión, con lo que se aumentó considerablemente la comitiva y la solemnidad de aquel acto. No necesito pintar los sentimientos de religiosa piedad que se dejaban translucir en los semblantes de aquel devoto vecindario, que tantos sustos y peligros había corrido; su piedad era sincera y sus votos eran sin duda aceptos a la Divinidad”.
“Estos sentimientos tomaron mayor intensidad cuando llegó la procesión al campo de batalla, donde aún no se había borrado la sangre que lo había enrojecido. Repentinamente el General deja su puesto y se dirige solo hacia las andas, en donde era conducida la imagen de la advocación que se celebraba; la procesión para; las miradas de todos se dirigen a indagar las causas de esta novedad; todos están pendientes de lo que se propone el General, quien haciendo bajar las andas hasta ponerlas a su nivel, entrega el bastón que llevaba en su mano y lo acomoda por el cordón en las de la imagen de las Mercedes. Hecho esto vuelven los conductores a levantar las andas y la procesión continúa majestuosamente su carrera”.
“La conmoción fue entonces universal; hay ciertas sensaciones que perderían mucho queriéndolas describir y explicar; al menos, yo no me encuentro capaz de ello. Si hubo allí espíritus fuertes que ridiculizaron aquel acto no se atrevieron a sacar la cabeza”.
Esta es la descripción sencilla pero real de uno de los actos más trascendentes en la vida espiritual de la Argentina. Fue sin palabras, sin mayor discurso, pero con hechos que no pueden olvidarse ni dejarse de trasmitir a las generaciones futuras.
Es desde entonces que se comienza a dar el título de Generala a la Virgen de la Merced, formando parte del léxico militar que usarán –después de Belgrano- aquellos valiente jefes, Eustaquio Díaz Vélez, José Rondeau, Francisco Ortiz de Ocampo, Juan Antonio Álvarez de Arenales, Martín Miguel de Güemes, Gregorio Aráoz de la Madrid y otros más, que llevaron a sus soldados hacia la victoria, luciendo en sus viriles pechos el escapulario de su Generala.
Soldados de la Generala
Dos hechos hay en la vida de Belgrano de gran importancia, que denotan el ideal patriótico y religioso que animaba su espíritu varonil. Ambos fueron bien meditados y realizados con bastante sencillez, pero al mismo tiempo con dimensiones de trascendencia. La creación de la bandera nacional y el nombramiento de la Generala.
El primero fue desaprobado por la autoridad central. Belgrano obedeció en deshacerse de la bandera pero agregando que “si acaso me preguntan por ella, responderé que se reserva para el día de una gran victoria por el ejército…”. Esa gran victoria ocurrió el 24 de septiembre de 1812.
El nombramiento de Generala fue consecuencia del voto de Belgrano por la victoria, ganada contra las órdenes del mismo Gobierno, quien no pudo menos de reconocer la “intercesión de la Divina Señora”, según respuesta a Belgrano del 20 de octubre, y más tarde, el 27 de septiembre de 1813, autoriza los gastos necesarios para los homenajes “que anualmente deben hacerse en manifestación de gratitud a la Santísima Virgen de Mercedes”.
Cuando Belgrano debe dejar el mando del Ejército a San Martín le escribe desde Santiago del Estero en abril de 1814 aquella carta que quiso ser como su testamento. Entre otras cosas le decía: “Añadiré únicamente que conserve la bandera que le dejé; que la enarbole cuando todo el ejército se forme, que no deje de implorar a Nuestra Señora de la Merced nombrándola siempre Nuestra Generala, y no olvide los escapularios de la tropa”.
Comentando esta carta-testamento, escribió un conferencista: “Belgrano pudo morir al otro día. En esa carta legaba en las manos más seguras que tuvo la Patria, las del Gran Capitán, todo su fervor de patriota y su alma de soldado cristiano, sintetizado en los dos símbolos más grandes de su vida: Nuestra Señora de las Mercedes, Generala del Ejército y la bandera azul y blanca”.+
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