Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos".
El escriba le dijo:"Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios".
Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
(Marcos 12,28-34)
De un Olimpo de dioses al Dios único por el amor
Dios es el interés más incondicionado, lo que es absoluto, lo que se pone por encima de todo: familia, dinero, poder... Dice C.G. Jung (1874-1961) en su libro Psicología y religión: "Rara vez se encuentran personas que no estén amplia y preponderantemente dominadas por sus inclinaciones, hábitos, impulsos, prejuicios, resentimientos y toda clase de complejos. La suma de estos hechos naturales funciona exactamente a la manera de un Olimpo poblado de dioses que reclaman ser propiciados, servidos, temidos y venerados, no sólo por el propietario particular de esa compañía de dioses, sino también por quienes les rodean. Falta de libertad y posesión son sinónimos".
Al Dios verdadero adorado por Israel se le contraponen los «ídolos» de otros pueblos. La idolatría es una tentación de toda la humanidad en todo lugar y en todo tiempo. El ídolo es algo inanimado, nacido de las manos del hombre, que proyecta sobre una criatura su necesidad de Dios.
Como lo describe el salmo 113:
Tienen boca, y no hablan;
Tienen ojos, y no ven;
Tienen orejas, y no oyen;
Tienen nariz, y no huelen;
Tienen manos, y no tocan;
Tienen pies, y no andan;
No tiene voz su garganta:
Que sean igual los que los hacen,
Cuantos confían en ellos.
El salmista lo describe irónicamente en sus siete miembros totalmente inútiles: boca muda, ojos ciegos, oídos sordos, narices insensibles a los olores, manos inertes, pies paralizados, garganta que no emite sonidos (Cf. versículos 5-7).
Después de esta despiadada crítica de los ídolos, el salmista expresa un augurio sarcástico: «que sean igual los que los hacen, cuantos confían en ellos» (versículo 8). Es un augurio expresado de manera sin duda eficaz para producir un efecto de radical disuasión ante la idolatría. Quien adora los ídolos de la riqueza, del poder, del éxito, pierde su dignidad de persona humana. Decía el profeta Isaías: « ¡Escultores de ídolos! Todos ellos son vacuidad; de nada sirven sus obras más estimadas; sus testigos nada ven y nada saben, y por eso quedarán abochornados» (Isaías 44, 9).
Conociendo la naturaleza humana su necesidad de Dios y su inclinación a confundir el camino, Jesús invita desde la pregunta del fariseo a la conversión al Dios verdadero. En el judaísmo el encuentro y conversión al Dios vivo que experimento Moisés en el Sinaí se da por el camino de la ley. La tradición judía tiene 613 leyes positivas, 365 prohibiciones y 248 prescripciones; en total, 1226. Jesús ha venido a poner en el centro el contenido de la ley referenciando a un único mandamiento con dos dimensiones: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas.
El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
La necesidad más profunda del corazón humano se resuelve en el amor como camino que ordena y libera. Por el camino del amor vamos desde un Olimpo de dioses al encuentro con el Dios verdadero. Dios es amor.
Por el camino del amor que hace “libres”
Hoy, un maestro de la Ley le pregunta a Jesús: « ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?» (Mc 12,28). La pregunta es capciosa. En primer lugar, porque intenta establecer un ranking entre los diversos mandamientos; y, en segundo lugar, porque su pregunta se centra en la Ley. Está claro, se trata de la pregunta de un maestro de la Ley.
La respuesta del Señor desmonta la espiritualidad de aquel «maestro de la Ley». Toda la actitud del discípulo de Jesucristo respecto a Dios queda resumida en un punto doble: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón» y «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mc 12,31). El comportamiento religioso queda definido en su relación con Dios y con el prójimo; y el comportamiento humano, en su relación con los otros y con Dios. Lo dice con otras palabras san Agustín: «Ama y haz lo que quieras».
“Ama y haz lo que quieras” era el lema de San Agustín. En el amor a Dios y a los demás se resume toda la ley. Quien sea capaz de cumplir este precepto puede hacer lo que le venga en gana. Aunque veremos que es más exigente de lo que parece.
El que ama a sus padres, jamás hablará mal de ellos, ni les hará enfadar. El que ama a sus amigos no les mentirá, ni les tendrá envidia. El que ama a sus hijos no será perezoso para ir al trabajo, ni se emborrachará, ni malgastará el dinero. El que ama a su novia nunca se aprovechará de ella.
Más bien, el que ama será libre para hablar siempre positivamente de todos, podrá ayudar cuando quiera a sus amigos, vecinos y familiares, les tendrá presente en sus oraciones, y será capaz de rezar incluso por sus enemigos. El que sabe amar jamás matará la fama de los otros ni les robará sus derechos; será una persona pacífica.
Cristo es el modelo del amor. Supo ser paciente con todos, perdonando incluso a quienes le iban a matar, se desvivió por enseñar a las gentes, curó las enfermedades de los que se acercaban a Él, y ofreció su vida para salvar las de todos los hombres.
Amó a su Padre y a sus hermanos hasta entregarse por ellos en la cruz. Este último gesto de amor fue el resumen de toda su vida.
La estrecha amplitud de la caridad hecha servicio
Es bueno o necesario aclararlo aunque parezca innecesario, cuando Jesús habla de la estreches de la puerta se refiere a la exigencia de la caridad que supone amar a los demás como a uno mismo, amar al estilo de Dios que hace salir el sol sobre buenos y malos, amar hasta llegar a dar la vida. Es el amor comprometido que pone en actitud de servicio el que nos permite encontrar la plenitud deseada.
Lo dicho hasta acá hace que descartemos del horizonte interpretativo, la estreches moralista de mínima desde donde muchas veces se plantea de manera sesgada el evangelio, igualmente quedan al margen las estrecheces en sentido doctrinal, que reducen el evangelio a una ideología mas, apagando la fuerza transformadora de vida que supone la buena nueva que se identifica con la persona de Jesús.
La exigente manera de ajustar la vida a los demás aprendiendo a ponernos los zapatos de los otros en actitud empática lejos de reducirnos a un ámbito limitado, nos universaliza capacitándonos para ser hermanos de todos, por eso titulamos este primer punto de nuestro encuentro hoy: la estrecha amplitud de la caridad hecha servicio.
Padre Javier Soteras
(fuente: www.radiomaria.org.ar)
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