En la Biblia, la palabra “hesed”, misericordia, tiene dos referencias: Dios que siendo fiel a sí mismo y no quiere desmentirse en su fidelidad, siempre se muestra con rostro cercano, compasivo, misericordioso, con entrañas que le hacen vibrar a la luz de la miseria humana con su presencia que viene a rescatarnos; y el hombre, invitado a dejarse tomar por esta presencia de misericordia de Dios y es llamado a ser también misericordioso. De hecho, Jesús en la Palabra lo dice: “Sean misericordiosos como mi Padre es misericordioso”. Lc 6, 36
Las Bienaventuranzas encuentran en el retrato de Cristo su modo de realización. El Señor tiene capacidad de poner palabras que vienen a inundar de una presencia fresca y nueva el ambiente de miseria, exclusión, postergación del pueblo con el que convive y los invita a la esperanza con un mensaje de compasión; eso es lo que hace cuando predica largos ratos a ellos que están como ovejas sin pastor y, al mismo tiempo, pone mano en la acción misericordiosa: cura los enfermos, es capaz de liberar a los oprimidos por la fuerza del mal, es el que da una palmada a su amigo Lázaro en el encuentro en Betania, es el mismo Jesús que multiplica los panes, es el Señor que con sus manos trabaja para ser uno más de los de su pueblo y al mismo tiempo desde aquel lugar buscar el cambio en radicalidad de la pertenencia al Dios vivo mucho más allá de lo que la Ley establece.
Misericordia quiero y no sacrificio
Misericordia, dice el Señor, quiero, y no sacrificios (Mt 9, 13). Porque misericordia es lo que nos emparenta con Dios y éste es todo el objetivo que Dios tiene a lo largo de su plan de salvación, de hacernos parecidos a Él. Por lo tanto, quien obra y actúa en misericordia se pone en una misma línea, y mucho más allá de eso, en un mismo sentir, y en un mismo corazón que Dios, rico en misericordia.
Lo que más sorprende de la propuesta de misericordia que Dios nos hace es que Él nos invita a descubrir que ahí se complace, ahí encuentra su razón de ser. Dios se complace siendo misericordioso y Jesús justifica su conducta hacia los pecadores diciendo que así actúa el Padre del Cielo. Misericordia quiero y no sacrificios. La misericordia hacia la infidelidad del pueblo, la “hesed”, es la cualidad más sobresaliente de Dios en la Alianza y llena la Biblia del comienzo al fin. Un Salmo lo repite como letanía explicando con ella todos los eventos de la historia de Israel. Lo dice casi como un repiquetear de campanas: “Porque es eterna su misericordia”. En el salmo 136 está casi como una jaculatoria, nos pone en sintonía con el corazón de Dios. Ser misericordioso es un aspecto esencial del ser criatura a imagen y semejanza de Dios. En este sentido, el Señor nos invita a recibir en lo más profundo del corazón este sonido constante que brota de su interior y de la cual nosotros sencillamente nos hacemos eco repitiéndolo: “Porque es eterna su misericordia”.
Su razón de ser es la misericordia
A Dios no le cuesta ser misericordioso, no sólo porque esa es su esencia, sino que además, en su identidad, Dios se goza y se alegra. La misericordia divina se refleja plenamente en Jesús. El Señor lo expresa de diversos modos: “Habrá más gozo en el cielo por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión”. O la mujer, cuando al encontrar la dracma que se le perdió dice haciendo referencia a cómo Dios también se alegra cuando nos encuentra: “Alégrense conmigo”. En el libro de Ezequiel, en el capítulo 33, 11, el Señor dice por boca del profeta: “Yo no deseo la muerte del impío sino que se convierta y que viva”. Y en Miqueas 7, 18 se complace Dios en tener misericordia, se goza Dios en la misericordia. Es como cuando uno se encuentra con lo más íntimo de sí mismo, la alegría que a uno le produce. Cuando Dios obra su misericordia con nosotros, Él disfruta de ese poder ser presencia que nos iguala con Él. La misericordia de Dios nos eleva, es decir, nos pone a la altura suya, nos identifica con su misterio.
Tal vez el texto más emblemático que habla acerca de la misericordia de Dios esté en el capítulo 15 del evangelio de Lucas, cuando el padre obra en misericordia y rescata a sus hijos, a los dos. A uno le muestra que ha sido en su misericordia donde él siempre ha permanecido junto a su hijo: “Tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo” (Lc 15, 31); ese vínculo de amor que une al padre con el hijo y que él no ha sabido valorarlo pensando que se merecía aquello, cuando en realidad no termina de descubrir que ha sido por el don de la misericordia del padre -que ha querido compartir todo con su hijo- que le permite haber estado en la casa siempre, con el padre, no tanto por una voluntad del hijo, aunque ésta también es la que debería él aprender a celebrar, el haber podido permanecer fiel también por misericordia de Dios. Seguramente el texto se muestra aún más claro en todo el valor de rescate que Dios hace con nosotros cuando obra su misericordia en aquel otro hijo que malgastó sus bienes con mujeres y una vida licenciosa, y que se dijo a sí mismo:“volveré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y contra ti, ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros”, y desde aquel día, en aquel momento, cuando emprendiósu regreso a la casa del Padre, el hijo fue encontrando la alegría de acercarse a un lugar que lo atraía como ningún otro lugar. Era el amor del Padre que miraba por la ventana para ver si su hijo venía, y cuando vio que se asomaba por la pradera, salió corriendo a buscarlo, lo abrazó y lo besó. El hijo quiso decir su discurso y el padre le dijo: “Hagamos una fiesta. Este hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”. Y la fiesta comenzó, le pusieron un anillo, lo vistieron, lo calzaron. El padre lo revistió de su misericordia y este vestido nuevo del amor con el que el padre lo revistió le permitió al hijo encontrar su dignidad y su lugar, la de ser hijo. Cuando Dios obra misericordia nos ubica en el lugar de hijos.
escrito por el Padre Javier Soteras
(fuente: www.radiomaria.org.ar)
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