Es una buena práctica rezar el Padre Nuestro varias veces al día y rezarlo bien, como Cristo y con Cristo. Las primeras comunidades del cristianismo rezaban el Padre Nuestro tres veces al día (Didaché 8, 3). El día del Corpus Christi llegué a Cancún para impartir un taller de oración al que me invitaron, celebré misa en la Parroquia de Cristo Rey y en la primera banca estaba una joven que me dio una gran lección de cómo dirigirse a Dios Padre. Cuando llegó la hora del Padre Nuestro en la misa, lo hizo de tal forma que al final me fui a buscarla para darle las gracias. Al verla entendí lo que significa amar y rezar “con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas” Lc 10,27; cf. Dt 6, 4-8)
Los discípulos veían rezar a Jesús, escuchaban las palabras con que se dirigía a Su Padre y el tono de voz con que lo hacía. Percibían el amor, la ternura, la confianza, la inmediatez, la reverencia, la sumisión filial con que le hablaba. Observaban sus gestos corporales y su mirada. Cautivados por esa forma de rezar, un día le dijeron: “Maestro, enséñanos a orar”» (Lc 11, 1).
En Cristo tenemos nuestro Modelo de cómo debemos rezar. Con el “Padre Nuestro” Jesús nos enseñó, por medio de su oración, lo que debemos desear y pedir y el orden en que conviene hacerlo, pero sobre todo nos enseñó la actitud y la carga afectiva con que debemos dirigirnos a Dios.
Quisiera centrarme ahora en lo que a mí más me ayuda, me refiero a la primera palabra de la Oración del Señor: “Padre”. Procuro meditar con frecuencia en la paternidad de Dios y contemplarlo como Padre. Muchas veces mi meditación diaria consiste en quedarme repitiendo con tranquilidad la palabra “Padre” y gustando interiormente el don de Su Paternidad.
¿Cómo rezar el Padre Nuestro? En la oración, más importantes que las palabras, son las actitudes. De Jesucristo aprendemos estas actitudes:
1. Rezar con la certeza de ser amado. La verdad de Dios que Jesucristo nos ha revelado es que es un Padre generoso, bondadoso, rico en misericordia, paciente, compasivo, interesado en el bien de cada uno de sus hijos. Dios es amor, es un Padre amoroso que me crea por amor y que quiere compartir su vida conmigo en un clima de intimidad familiar. Cuando rezo, es a ese Dios al que tengo delante. No es lo mismo tener una cita con una persona déspota, autoritaria, humillante, hiriente, impaciente, ofensiva… que estar con Alguien que es todo amor, bondad, ternura y compasión.
«Es necesario contemplar continuamente la belleza del Padre e impregnar de ella nuestra alma» (San Gregorio de Nisa, Homiliae in Orationem dominicam, 2).
En este sentido, el catecismo afronta con mucho realismo que nuestro concepto y experiencia de la paternidad terrena podría viciar nuestra relación con Dios Padre: “La purificación del corazón concierne a imágenes paternales o maternales, correspondientes a nuestra historia personal y cultural, y que impregnan nuestra relación con Dios. Dios nuestro Padre transciende las categorías del mundo creado.” (CIC 2779)
2. Rezar con actitud de hijo, con una conciencia filial. Cristo nos revela no sólo que Dios es Padre sino que somos sus hijos. Por el bautismo hemos sido incorporados y adoptados como hijos de Dios. «El hombre nuevo, que ha renacido y vuelto a su Dios por la gracia, dice primero: “¡Padre!”, porque ha sido hecho hijo» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 9)
Dios espera que con Él seamos como niños (cf Mt 18, 3) y nos asegura que Él se revela a “los pequeños” (cf Mt 11, 25). Es normal que surja la pregunta: ¿Y podemos hacerlo? Claro que podemos dirigirnos a Dios como Padre, porque el Padre «ha enviado [...] a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: “¡Abbá, Padre!'”» (Ga 4, 6). El Espíritu Santo nos enseña a hablar con Dios Padre, más aún, lo hace Él mismo desde dentro de nosotros. Y nos enseña a hacerlo con términos de ternura filial: Abbá, Padre querido.
Ayer dirigí un taller de oración sobre el Padre Nuestro y al terminar, uno de los participantes me dijo: “Conocer el Plan de Dios sobre el hombre es bellísimo pero muy comprometedor”. Efectivamente: «Es necesario acordarnos, cuando llamemos a Dios “Padre nuestro”, de que debemos comportarnos como hijos de Dios» (San Cipriano de Cartago, De Dominica oratione, 11).
3. Rezar acompañado, junto a Cristo y mis hermanos. Jesús nos enseñó a decir “Padre Nuestro”. «El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque Él no dice “Padre mío” que estás en el cielo, sino “Padre nuestro”, a fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia« (San Juan Crisóstomo, In Matthaeum, homilia 19, 4).
Al rezarlo, hemos de tomar conciencia de que no estamos solos, sino que estamos junto a Cristo y junto a toda la comunidad eclesial y con ellos rezarmos juntamente a nuestro Padre del cielo.
4. Rezar con actitud de bendición y alabanza. Antes de dirigirnos a Dios para pedirle, hemos de alabarle simplemente porque merece ser alabado. Es lo que corresponde a una creatura en relación con su Creador. Al iniciar el “Padre Nuestro” lo primero que hacemos es dar gracias a Dios “por habernos revelado su Nombre, por habernos concedido creer en Él y por haber sido habitados por su presencia.” (Catecismo 2781)
5. Rezar con audacia humilde. Conscientes de nuestra pequeñez y miseria, se requiere audacia para dirigirnos a Dios Todopoderoso. Audacia, sí, pero una audacia humilde. La audacia del hijo que reconoce su indigencia y se dirige a su padre con plena confianza y con la certeza de saberse amado y protegido.
«La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo, no nos empujasen a proferir este grito: “Abbá, Padre” (Rm 8, 15) ... ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de lo alto?» (San Pedro Crisólogo, Sermón 71, 3).
La audacia humilde y confiada en nuestras relaciones con Dios va creciendo a medida que rezamos el Padre Nuestro con mayor fe. «Padre nuestro: este nombre suscita en nosotros todo a la vez, el amor, el gusto en la oración [...] y también la esperanza de obtener lo que vamos a pedir [...] ¿Qué puede Él, en efecto, negar a la oración de sus hijos, cuando ya previamente les ha permitido ser sus hijos?» (San Agustín, De sermone Domini in monte, 2, 4, 16).
Ojalá que después de leer este artículo recemos el Padre Nuestro con mayor sentido. Ojalá que al pronunciar la primera palabra de la Oración del Señor con estas actitudes, vibre nuestro corazón por todas las resonancias que evoca su paternidad.
«Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos». El les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación». (Lc 11, 1-4).
escrito por P. Evaristo Sada LC
(fuente: La Oración)
No hay comentarios:
Publicar un comentario