En la época prehispánica nuestros antepasados mesoamericanos, cuando ganaban una batalla, entraban a la ciudad enemiga y quemaban el templo dedicado al dios del vencido como símbolo de que él, su dios, había sido derrotado por el del vencedor. Este hecho simbolizaba, en el concepto de guerra que tenían estos pueblos, que quienes realmente luchaban no eran los hombres, sino que éstos eran simples instrumentos de una batalla mágica entre los dioses. Asimismo, cuando fundaban una ciudad, lo primero que hacían era construir un templo al dios principal.
El Nican Mopohua nos narra como María de Guadalupe le da la misión a Juan Diego de ir con el obispo Zumárraga para decirle que quiere que se le erija un templo en el Tepeyac. Esta acción es de suma importancia por la trascendencia de la misma. Tenochtitlan había sido vencida diez años antes. Comenzaba una época de paz en la que los mexicas se sentían profundamente deprimidos y desilusionados de sus propios dioses. Se encontraron de repente solos, abandonados, huérfanos… La reconstrucción de la ciudad se hace rápidamente dirigida ahora por los españoles. En estos años ha habido un mestizaje muy incipiente y a veces forzado. No existe unidad de pensamiento, de ideales, de costumbres, de cultura entre ambos pueblos. Dos mundos humanamente irreconciliables, con grandes cualidades cada uno y con tantos aspectos tan parecidos entre sí como la religiosidad y la valentía, pero que no podían comunicarse porque los muros que los dividían eran infinitamente más altos que los puentes que los acercaban unos a otros. Los mexicas no sentían la nueva ciudad como propia. Habían destruido lo que era muy suyo, sus casas, sus templos, sus dioses. Los vencedores marcaban la nueva ruta a los vencidos. Colonizadores y nativos, ellos y nosotros, pero nunca iguales.
Sin embargo, surge algo maravilloso, más allá de toda esperanza. Lo que no puede hacer el hombre lo hace Dios a través de María. Ella viene como embajadora. No se construirá una nueva Tenochtitlan, no habrá tampoco otra España. México, fundida como hierro en el fuego forjará una nueva raza, una nueva cultura, una nueva nación, fruto de la unión de mexicanos y españoles. Con el Templo, como hacían los antiguos mexicanos, ha comenzado la patria, y lo más hermoso es que quien la ha dado a luz ha sido María de Guadalupe. Sin ella México sería otra cosa, pero no México. El acontecimiento guadalupano fue el principio de esta gran nación y por lo mismo, la imagen de Guadalupe es la misma imagen de México.
escrito por Margarita Iturbide
(fuente: www.virgenperegrina.es)
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