Señalamos los principales personajes bíblicos del Adviento: Isaías, Juan Bautista, María, San José.
ISAÍAS, el hombre de la esperanza
* Su nombre hebreo sería Iesayaú, que traducido significa Yavé es ayuda, se siente llamado al profetismo más o menos a los 25 años de su edad y profetizará al Pueblo de Dios durante cuarenta años. Su misión fue difícil: debía anunciar a sus compatriotas la huida de Israel y de Judá, en castigo de las infidelidades e idolatrías de su pueblo.
* Recibió en el Templo de Jerusalén su vocación de profeta, Is 6, 1-13, y esa manifestación de Dios, muy calcada en el género literario de otras vocaciones bíblicas, lo marcó profundamente. Por una parte, Dios le muestra su grandeza y su trascendencia, la inmensidad de lo que Él es, el Santo de Israel, Yavé de los Ejércitos; y esta manifestación pone muy en claro la poquedad del elegido y la desproporción de sus potencialidades para desempeñar la difícil misión que le encomienda Yaveh. Estas dos realidades antagónicas, la trascendencia de Dios y su propia limitación e indignidad de su persona, marcarán a fuego todo el aporte y el servicio profético de Isaías y su lucha constante por lograr la pureza del Yavismo en Israel y la fidelidad a la Alianza.
* El ambiente político que le tocó vivir fue muy tenso y difícil por la amenaza constante y creciente de Asiria: La superioridad del enemigo es muy clara y, de nuevo, esa claridad ahonda aun más y pone de relieve la pobreza y la limitación del profeta y del pueblo.
* Frente a esta situación de incertidumbre se producen dos reacciones entre los judíos creyentes: una, la de los reyes y dirigentes del pueblo que buscan hacer alianzas y pactos con otros pueblos oprimidos para ver la manera de liberarse del invasor; la otra es la de Isaías y un número reducido de fieles que, partiendo del reconocimiento de su pobreza, ponen su confianza y su fe solamente en el Señor, en la certeza que será Él el único y el auténtico liberador.
* Isaías interpreta el peligro y la amenaza extranjera desde su punto de vista profético, y no como lo habría hecho un observador político: Es Dios el que habla y frente a este Dios que se manifiesta, hay que tomar algunas actitudes concretas para purificar nuestra relación con Él y para asumir el camino que el mismo Señor nuestra a su Pueblo.
Subrayamos algunas líneas de su enseñanza profética:
I - Frente al culto de Yaveh, amenazado por el formalismo ritual y la idolatría, Isaías proclama la trascendencia de Dios. Pero esa trascendencia que, por definición supone lejanía, superioridad, altura, en el Dios de Israel es cercanía, amistad, misericordia, protección: ¡Dios está cerca de Israel, lo cuida, lo sana, lo dirige, renueva alianza con él! Las dificultades de la esclavitud no deben oscurecer la certeza de que Yaveh es el que salva;
II - Frente a las injusticias y la opresión que los poderosos ejercían sobre los débiles del pueblo, Isaías proclamará un mensaje religioso y será la voz de Dios que llama y denuncia a los esclavizadores de sus hermanos, denuncia que buscará siempre la conversión del pecador y del injusto;
III - Para lograr esto Isaías predica la cercanía del Dios de la Alianza e invita a una confianza ilimitada en Yaveh, más bien en el amor providente de Yaveh. El Dios que ha estado escondido, aparecerá para calmar los dolores de su pueblo y para sanar sus heridas. Pero esto no se realizará sin la entrega confiada e incondicional del creyente: aunque la salvación viene de la bondad de Dios, la confianza de sus fieles será garantía y certeza de salvación.
* Volver al Señor, es el centro iterado y repetido de su predicación: Y la vuelta supone una renovación comprometida de la Alianza pactada en tiempos antiguos y que fue pisoteada por los infieles judíos, un volver de los ídolos a la intimidad con el Señor.
* Tal vez el mensaje y el modelo de Isaías podríamos resumirlo en estos puntos:
a) sustituir los criterios y las seguridades humanas por los ideales propuestos por Dios; confiar más en el Señor que en las ayudas de salvación que nos puedan venir de los hombres, de las instituciones, de los pactos con los poderosos;
b) redescubrir el verdadero rostro del Yaveh, despojarnos del concepto negativo que se tiene de Dios y descubrirlo como el Dios clemente, compasivo, misericordioso, siempre dispuesto a perdonar y comprender;
c) aceptar nuestra indigencia, nuestra falta de méritos, nuestra pobreza, como punto de partida en la vuelta a Dios; jamás uno que no se sienta indigente, saldrá de sí para pedir ayuda o perdón;
d) condiciones para lograr el reencuentro con Dios: La fe incondicional en el Señor; la confianza absoluta en su bondad y en sus promesas de salvación que, aunque hayan estado limitadas por el castigo, este castigo era el correctivo necesario para el pueblo lograra comprender la bondad salvadora de Yaveh.
* Textos bíblicos: Vocación de Isaías Is 6, 1-12; La promesa de salvación, Is 32, 15 al 33, 6; Dios se manifiesta salvando, Is 61, 1-3.
JUAN BAUTISTA, el predicador de la conversión.
* Es otro de los modelos bíblicos clásicos del Adviento. Es santificado por Cristo en el seno de su madre Santa Isabel aun antes de nacer. Lleva una vida austera y de profunda comunicación con Dios en el desierto. Adquiere conciencia clara de su rol de profeta y no de cualquier profeta, sino el que ha de señalar con su dedo al Mesías. Y eso lo hace descubrir, igual que Isaías, la trascendencia de Dios y la poquedad de su persona. Y toda esta experiencia la comparte con los israelitas en una predicación fuerte y valiente que lo lleva a desenmascarar la mentira y el vicio y a anunciar con entereza la conversión, la verdad y el bien hasta el supremo sacrificio.
* Por esta conciencia de la trascendencia de Dios y de su propia poquedad es que se declara indigno hasta de desatar la correa de las sandalias de Jesús. Es necesario que el Mesías crezca y Juan mengue ante Él. No quiere bautizar a Cristo.
* Hombre de profunda fe y de valiente compromiso en el seguimiento de su vocación. Hasta dar su vida por los valores y por la verdad que predica.
* Pero su fe sufre la prueba: Mt 11, 1-6. Se siente desconcertado [¿defraudado?] por la pobreza de Jesús, por sus medios demasiado simples o rutinarios: Cristo asume como discípulos a hombres de poco cultura; predica a los sencillos y se pelea con los dirigentes del pueblo judío; su lenguaje es demasiado simple. Y esto desconcierta al Bautista, hombre profundamente anclado en las categorías religiosas israelitas y para quien era tan clara la trascendencia, la infinitud y la grandeza de Dios. En su concepto, el enviado de Yaveh no podía rebajarse tanto.
* Y en esa situación Juan Bautista acude a Cristo mismo: ¿Eres tú... o debemos seguir esperando?... Y la respuesta de Jesús fue el testimonio bíblico de las características del Mesías: hace oír a los sordos, hablar a los mudos, evangeliza a los pobres... Y Jesús añade una respuesta específica a Juan, al escandalizado Juan: ¡Dichoso el que no tomare de mí ocasión de tropiezo...!
* La trascendencia de Dios que tan clara era para el judío Juan lo llevó a no poder aceptar las formas de salvación encarnadas en Jesús. Y por haber acudido a Cristo en su duda e incertidumbre, recibió del Señor la confirmación de la fe. Y esta maduración y confirmación se logró cuando supo despojarse de su criterio religioso y humano; cuando aceptó el plan de manifestación simple y sencillo que Dios hacía a través de su Hijo; cuando se dio cuenta que Dios estaba cerca, muy cerca de quien lo busca.
* Así Juan Bautista, frente a la manifestación de Dios en Jesucristo, nos entrega varias lecciones:
a) Aceptar y apreciar la grandeza trascendente de Dios y nuestra poquedad, miseria y limitación. Nos enseña a ubicarnos delante de Dios, a asumir nuestro lugar y rol en la salvación que Dios quiere protagonizar en nosotros a través de su Hijo: Conviene que Él crezca...;
b) Tener sensibilidad ante el paso del Señor; saber descubrir su cercanía. Y cuando no logremos descubrirla, acudir al Señor para que sea Él quien ilumine el camino de nuestra fe y de nuestra experiencia con Él;
c) Tener una flexible capacidad de conversión, de acomodamiento a los planes de salvación que el Señor tiene para salvarnos, planes que no siempre coinciden con nuestros criterios y categorías. O más bien, que son siempre distintos y lejanos a los nuestros,
* Juan Bautista nos enseña, por una parte, que es necesario aceptar la humildad de la manifestación divina: ¡Dichoso el que no se escandalizare en mí! Y resulta también un admirable ejemplo de pobreza y limitación: Conviene que Él crezca y yo disminuya. Para llegar a Dios, Juan Bautista asumió dos actitudes de humildad: aceptó la pobreza de los medios de manifestación de Jesús y experimentó la cercanía de la Salvación, no sólo en forma pasiva en el seno de su madre, sino sobre todo en la aceptación dificultosa de los planes de Dios en su Hijo Jesucristo.
MARÍA, la mujer que oyó, meditó y vivió la Palabra
* El que logró realmente ser pobre del Señor pudo percibir la manifestación y la presencia salvadora de Dios en su vida. El Evangelio nos presenta a María, la Madre de Jesús, como una mujer dichosa por haber creído, por haber descubierto a Dios y por haberse sabido fiar de Él.
* El Evangelio nos la muestra en un proceso de esa aceptación y de este acercamiento al Dios que se le manifestaba. La Virgen escuchó meditó y vivió el contenido de la Palabra o manifestación de Dios a través de su Hijo.
* María escucha la Palabra. Y por esa razón fue dichosa. Tuvo estrecho contacto con su Hijo en el hogar de Nazaret, en donde Cristo vivía los contenidos que después, en los días de su vida pública, palabrizó; oyó atónita el mensaje del ángel el día de la Anunciación; escuchó la profecía que Simeón le hacía.
* Pero en la aceptación de la Palabra y en su proceso de fe, María también siguió el caminar corriente de todos los creyentes. Como no comprendía el sentido y la proyección de lo que escuchaba como manifestación del querer y de los planes de Dios, la Virgen meditaba y reflexionaba, guardaba en su corazón el mensaje de Dios.
* Y la grandeza de la Madre de la Iglesia consistió en vivir el contenido de esa manifestación de Dios, vivencia que no le fue fácil, sobre todo cuando veía la marginación que se hacía de su Hijo en los días de su vida pública, y más todavía cuando estaba de pie junto a la cruz de su Hijo, asumiendo su rol y viviendo su hora junto a Jesús Salvador. Así se constituyó en madre de los creyentes y medianera del pueblo de Dios.
* Frente a la nueva manifestación de Jesucristo como Salvador, que sacramentalmente celebramos en este Adviento, la Iglesia nos propone el modelo bíblico de María para que nosotros también asumamos este ejemplo de docilidad, docilidad que, en el itinerario de fe de la Virgen, no estuvo exenta de dudas e incertidumbres, pero que supo apoyarse en la bondad infinita del Dios que nos ama y que, por ese amor, nos salva en su Hijo.
SAN JOSÉ, el hombre justo
* No son muchos los datos que los Evangelios nos entregan de la vida y misión de San José. Pero afirman categóricamente que era un hombre justo, Mt 1, 19. Y descubrimos esa justicia en las actitudes que tomó frente a la difícil manifestación de los planes divinos.
* Es descendiente de la familia de David y a través de él llega la promesa mesiánica a Jesús. Jesús aparece legalmente como el Hijo de José y es, a través de esta característica, que Él asume el título y la prerrogativa bíblica de Hijo de David.
* El calificativo bíblico de justo solemos entenderlo ordinariamente con relación a una buena conducta moral. En el caso de San José su justicia radica más bien en su conformidad a la voluntad y al querer de Dios. Como María y como tantos otros fieles del Antiguo Testamento, José es el pobre del Señor, el hombre capaz de despojarse de sí mismo y de la lógica de sus criterios y planes para asumir en obediencia total la voluntad y los caminos de Dios. Por difíciles que éstos resulten.
* Es el hombre de la fe y de la obediencia incondicional que, aun con dificultades en la comprensión y en la ejecución de lo manifestado por Dios, se le mantiene fiel. Es el hombre justo que entra en diálogo existencial y siente y experimenta la cercanía de Dios.
Notas para Catequesis y/o meditación
escrito por Fray Sergio Uribe G., Capuchino
(fuente: www.iglesia.cl)
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