Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (Lc 21, 25-28.34-36)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las estrellas. En la tierra, las naciones se llenarán de angustia y de miedo por el estruendo de las olas del mar; la gente se morirá de terror y de angustiosa espera por las cosas que vendrán sobre el mundo, pues hasta las estrellas se bambolearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad. Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación. Estén alerta, para que los vicios, con el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel día los sorprenda desprevenidos; porque caerá de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra. Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre.
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.
Hoy día celebra la Iglesia el I Domingo de Adviento. Comienza así un nuevo año litúrgico con la consideración de la espera del Señor que viene. También se acerca a su fin el Año Jubilar que se extiende desde la Navidad del año 1999 a la Epifanía del año 2001. Este tiempo de gracia será clausurado por el Santo Padre en Roma el 6 de enero. No hay plazo que no se cumpla. Así llegará también el día en que Dios pondrá fin a la historia humana. En el domingo en que comienza un nuevo año litúrgico y comenzamos nuevamente a contemplar los distintos aspectos del misterio de Cristo, resulta espontáneo que nos preguntemos acerca de su última venida y del tiempo que aún debe transcurrir hasta que tenga lugar ese acontecimiento.
Todas las edades han comprendido que la historia del hombre no puede tener una duración infinita; la duración infinita es imposible. No remonta su comienzo hasta el infinito, ni se atrasa hasta el infinito su fin. Tuvo un comienzo y tendrá un fin. Esto es lo que está revelado. El comienzo se ubica en el momento de la creación. La Palabra de Dios nos enseña que hubo un momento en que, junto con la creación del mundo visible, comenzó a correr el tiempo. Por eso la Biblia se abre con esta afirmación: "En el principio creó Dios el cielo y la tierra... atardeció y amaneció: día primero" (Gen 1,1.5). Por su parte, Jesús nos enseña que ese mismo cielo y tierra tendrán un fin: "El cielo y la tierra pasarán" (Lc 21,33). Algo pasa cuando en un momento llega y en un momento sucesivo se va; cuando en un momento comienza y en otro momento cesa. Así es el cielo y la tierra. Nosotros estamos en el tiempo intermedio.
Una pregunta que todas las edades se han puesto es esta: "¿Cuándo será el fin y cuál es la señal que lo anunciará?". El Evangelio de este domingo es parte del discurso escatológico de Jesús, es decir, de la respuesta que Jesús da a esa pregunta sobre los hechos finales. Dos verdades fundamentales nos revela: la primera es que así como el tiempo tuvo un comienzo, así también tendrá un fin; y la segunda es que el acontecimiento que le pondrá fin es la venida de Cristo: "Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria". Ambas cosas debemos acogerlas en la fe como Palabra de Dios. Jesús nos exhorta a poner una confianza absoluta en su Palabra, asegurando: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Lc 21,33). Cualquier fundamento posible creado está en el cielo o en la tierra; por muy firme que parezca, al fin cesará y dejará de sustentar, porque el cielo y la tierra pasarán. La Palabra de Cristo, en cambio, no pasará; es un fundamento eterno que no defrauda. Por eso sólo a ella hay que prestar fe. Esto es lo que comprendió Pedro cuando dijo a Jesús: "Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68).
Pero nos hemos quedado esperando la respuesta de Jesús acerca del "cuándo". Aquí las palabras de Jesús se vuelven imprecisas. ¿Qué es lo que dio ocasión a Jesús para comenzar a hablar de esto? Le llamaron la atención sobre la magnificencia y grandeza del Templo, esperando que él expresara su admiración: "Dijeron algunos acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas". Pero Jesús, lejos de admirarse, destaca la precariedad de todo eso, en una sentencia que debió parecer irreverente: "Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida" (Lc 21,5-6). Ya Jeremías había tenido que sufrir persecución por profetizar la destrucción del templo. Los sacerdotes, profetas y todo el pueblo dijeron a Jeremías: "¡Vas a morir! ¿Por qué has profetizado en nombre del Señor, diciendo: 'Como Silo quedará esta Casa'?" (Jer 26,8-9). Del templo de Silo no quedaba más que un montón de tierra.
En el tiempo de Jesús se pensaba que la piedra del altar del Templo cubría el abismo y que en ese punto se sustentaba el universo. Si se quitaba esa piedra se volvería al caos original. Por eso, al decir Jesús que el templo sería arrasado, calculamos la alarma de todos y nos explicamos su pregunta: "¿Cuándo sucederá eso y cuál es la señal de que está para ocurrir?" (Lc 21,7). Jesus indica una serie de hechos; pero son hechos que han ocurrido siempre. Por eso su respuesta es evasiva y más que revelar, vela y oculta: "Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales en el cielo" (Lc 21,11).
Son estas señales en el cielo las que Jesús aclara más en el Evangelio de este domingo: "Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas... morirán los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas (dynamis) de los cielos serán sacudidas". Podemos decir: no sólo sacudidas, sino que pasarán. Entonces ocurrirá el hecho asombroso: "Verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran fuerza (dynamis) y gloria". Vendrá una fuerza mayor que las fuerzas de los cielos. Los hombres morirán de terror y ansiedad, pero a sus discípulos Jesús los tranquiliza: "Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación (redención)". El hombre, aun el más fiel a Dios, vive esclavizado por diversas influencias y poderes terrenos. Entonces será liberado y podrá vivir plenamente en la libertad de los hijos de Dios.
Esta es la esperanza en la que vivimos y que hace insignificantes los sufrimientos actuales, como dice San Pablo: "Estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros... La creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios... y espera ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate (redención) de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es en esperanza..." (Rom 8,18.19.21-24a). Todo esto ocurrirá cuando vuelva Cristo, cuya venida anhelamos con intenso amor. El tiempo de Adviento tiene la finalidad de mantener viva esta esperanza.
+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo Auxiliar de Los Ángeles (Chile)
(fuente: www.aciprensa.com)
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