La palabra dice “ha pasado el invierno, es tiempo de la nueva primavera” que la Radio te permita despertar a ese aroma nuevo y distinto que nos trae la presencia del Señor que nos llama a caminar para construir un mundo nuevo.
Queremos despertar a la posibilidad de que el cristiano cuando se pone en marcha con Jesús y va detrás de lo que el Padre Dios propone comienza a participar en un combate espiritual.
Pablo va a decir esto en estos términos “es entre la carne y el espíritu”.
Cuando hacemos opción por Jesús y su proyecto, empieza la lucha, por eso la invitación es a despertar en la conciencia de lo que significa optar por Jesús. Es una opción que nos transforma pero para llevarla adelante hay que disponerse al combate interior.
La consigna para compartir hoy en la catequesis es esta.
En este tiempo de tu camino, en dónde se produce el combate espiritual, en qué aspectos de tu vida sentís que estás siendo invitado a resistir en medio de tus opciones, porque mientras elegís por este camino, de frente viene la oposición.
Cuando elegís marchar en este rumbo aparece la contradicción en algún sentido y allí se produce la resistencia a sostenerte en la marcha y también aparece lo contrario.
Entonces hay que vencer, dice San Ignacio de Loyola, no solamente resistir sino vencer en la lucha, en el combate.
Por ejemplo, uno elige vivir ordenadamente, cuidar su alimentación, cuidar su sueño, cuidar su modo de orar, cuidar los vínculos y de repente te invitan a todos los asados juntos, te invitan a quedarte despierto por una u otra causa. Cuando uno decide lo que decida en esto de poner orden del otro lado aparece lo que va en contra.
Cuando uno decide convertirse y salir de donde el pecado lo ha esclavizado mucho tiempo también comienzan a surgir las propuestas desde donde uno quiere salir, con insistencia, con agresividad.
Siempre recuerdo cuando había elegido mi camino de seguimiento de Jesús en mi vocación al sacerdocio, cómo una serie de propuestas que iban en contra de esta opción comenzaron a aparecer en mi camino. Entonces hay que sostenerse en la lucha, resistir y vencer.
Vivo crucificado con Cristo Jesús, vivo yo pero no soy yo, es Cristo que vive en mí, y vivo por la fe en el hijo de Dios que me amó y entregó su vida por mí.
En el camino del combate interior dice Pablo en la carta a los Gálatas, capítulo 2, la posibilidad de permanecer en ese lugar es por un acto de fe que nos hace uno con Cristo Jesús, nos adhiere a él a punto tal que en ese acto creyente por amor, nos identificamos de tal manera con Cristo Jesús, que somos en Cristo: vivo yo pero no soy yo, es Cristo que vive en mí, , y vivo por la fe en el hijo de Dios que me amó y entregó su vida por mí.
En este acto creyente donde el Señor con su gracia nos hace uno con él cubriéndonos profundamente con el don de su amor, nosotros lo que hacemos es comenzar a recorrer un camino de lucha interior porque experimentamos en lo más profundo de nuestro ser la ley espiritual con la que somos guiados por el Señor y se encuentra de cara a otra ley carnal que nos aparta de Dios y nos genera el pecado con su esclavitud.
Me deleito en la ley de Dios, dice Pablo según la voz interior pero siento otra ley en mis miembros que repugna la ley de mi mente y me encadena a la ley del pecado que está en mis miembros. Desdichado de mí, quién me librará de este cuerpo de muerte?
Las palabras finales del apóstol son como un grito de auxilio pidiendo ayuda para salir de esta situación de esclavitud donde se encuentra.
Esta experiencia la siente cada hombre cuando se propone practicar el bien y llega a gustar de los sabrosos frutos que vienen del bien. La humanidad entera grita por la liberación de esta esclavitud para gozar de los hijos de Dios.
Este rápido análisis de la palabra de Pablo para designar los elementos que la constituyen nos da a conocer mejor al hombre y la mujer y lo que quiere resaltar en cada momento. El hombre, dice Pablo, se encuentra en una situación trágica, está vendido al pecado y siente la tiranía del poder del mal y del pecado. El fruto del pecado es la muerte que se extiende a todos los hombres, en esta postración en la que el hombre palpa su impotencia para cumplir la ley, es decir, vivir según lo que Dios le pide, sintiendo la tiranía del pecado, clama por su liberación.
Pide un Redentor que lo redima de esta situación, el apóstol va a desarrollar esta acción salvadora de Cristo y traza los rasgos del hombre nuevo que se va a generar a partir de la intervención de Cristo Jesús, y a creerle que puede en nosotros.
Si vivimos del Espíritu andamos también según el Espíritu, la acción redentora de Dios viene a iluminar nuestra inteligencia para que podamos comprender la esperanza a la que estamos llamados y la gloria de su herencia que nos es otorgada en los Santos.
Este proceso es una lucha, es un combate que se sostiene desde la determinación y la adhesión a Cristo y que brota de un espíritu que cree en el proyecto de Dios.
La terminología de las imágenes que usa Pablo para manifestar la acción de Cristo en el hombre son muy vivas y expresivas, tienen en cuenta el aspecto que pretende resaltar y la comprensión del oyente.
La esclavitud en aquel tiempo era un fenómeno social muy corriente, Israel y otros pueblos habían experimentado esta acción opresora por parte de los poderosos. Algunos cristianos habían sido esclavos y otros compartían este estilo de vida.
Esta experiencia le sirve a Pablo para expresar la esclavitud moral, porque yo soy carnal, vendido por esclavo al pecado.
En esta situación Pablo presenta el plan de salvación del Padre que nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo sacándonos de este lugar de pertenencia, de compra venta de lo humano, del pecado en este caso en comparación con lo que es la esclavitud como institución.
En Jesucristo tenemos la posibilidad de ser liberados por su sangre, la remisión de los pecados nos viene por una gracia de riqueza con la que Dios nos bendice.
La redención de Cristo no solo nos libera del pecado y de la muerte sino que nos lleva a ser hijos.
Dice Pablo; Vivo crucificado con Cristo Jesús, vivo yo pero no soy yo, es Cristo que vive en mí, y vivo por la fe en el hijo de Dios que me amó y entregó su vida por mí.
Además de producir este efecto de pertenencia al misterio de Dios, lejos de la relación de esclavitud, siendo hijos, está este otro efecto del que Pablo habla en sus distintos escritos.
Pablo siente una gran estima por la ley, tal vez no haya alguien más afecto a la ley entre los discípulos de Jesús, considerada esta como un conjunto de preceptos que Dios va dando a Israel para que sea fiel a su vocación y se realice el plan de salvación.
En este sentido Pablo va a decir, la ley es santa y el precepto es santo, justo y bueno. Pero entendida la ley como conjunto de actos humanos por los cuales nosotros internamente nos renovamos, Pablo dice, atención, ahí Pablo le niega poder a la ley. La finalidad es el cumplimiento de la promesa.
Si hubiera sido dada una ley capaz de vivificar realmente, la justicia vendría de la ley, pero la escritura lo encerró todo bajo el pecado para que las promesas fuesen dadas a los hombres por la fe en Jesucristo.
No es por el efecto de los méritos como alcanzamos la plenitud, sino que es por la fe en Cristo que en nosotros obra la gracia haciéndonos merecedores de la gracia para vivir de la forma que Dios nos propone.
La ley es como un caminito que ayuda pero la obra la hace Cristo en nosotros por un acto de fe en el que Cristo nos transforma con nuestra participación, con nuestra adhesión, con nuestro sí. Es Cristo quien obra con poder, dice Pablo.
El ser humano por su entrega a esta esclavitud que genera el pecado, está en deuda moral con Dios y consigo mismo como creatura se debe a los designios del creador y no ha respondido a las exigencias de su ser que reclama desarrollo de sus facultades como mejor servicio de amor a los demás, vivir en sintonía con la presencia de Dios.
Pablo dice de sí mismo que siendo del todo libre me hago siervo de todos para ganarlos a todos tiene presente este destino de vocación en Cristo cuando reconoce que ha sido elegido por la gracia de Dios y añade que la gracia que me confirió no resultó vana antes me ha afinado y me ha hecho sacar de mí lo mejor.
En estas palabras resuena la voz del Maestro que reparte los talentos según su voluntad y a cada uno le va a pedir cuenta en conformidad con lo que ha recibido. Cristo pagó nuestra deuda porque a quien no conocía pecado el Padre Dios le hizo pecado por nosotros para que en él fuéramos justicia de Dios.
Él ha venido a restaurar nuestra vida, él ha venido a hacer nuevas todas las cosas, en Cristo está la respuesta a nuestras grandes preguntas, en Jesús está nuestra fuerza para ser hombres y mujeres nuevos en Cristo.
Fruto de la gracia de Cristo que obra en nosotros, justificándonos en la reconciliación.
Porque si siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su hijo, dice Pablo, mucho más reconciliados ya, seremos salvos en vida.
La gracia de la reconciliación, la obra, el misterio de Cristo que pago la deuda por nosotros, tenemos deuda moral, dice Pablo cuando estamos enfrentados unos con otros y a veces nos preguntamos cómo hacemos para salir de este lugar de no reconciliación. El apóstol nos muestra el camino, es Jesús quien es capaz de unir lo que está separado y hacer de dos, uno.
(fuente: www.radiomaria.org.ar)
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