El que estuvo en la cruz se les presenta distinto, pero es el mismo, no es un fantasma. De hecho, pregunta en medio de la alegría de ellos: ¿Tienen algo para comer?, como diciendo soy de carne y hueso, estoy vivo. Cristo está más que vivo, ha resucitado. Y la gracia de la resurrección tiene esto que hoy el Papa Francisco decía en su reflexión de la catequesis de los miércoles: tiene la fuerza de expandirse por todas partes. Y se lo decía particularmente a los jóvenes: vayan y expandan esta gracia del Dios vivo.
¿Hasta dónde tenemos que ir? Hasta los confines, hasta las fronteras. Para nosotros en este tiempo -aunque más no sea con la oración, la súplica, el ayuno- hasta República Centroafricana, donde el dolor, la muerte, la opresión, la pobreza, la falta de libertad, forman parte del escenario crucificante de nuestros hermanos con los que compartimos el camino de ser Radio María más allá de las fronteras. Estamos viendo cómo y de qué manera poder generar una vía de comunicación. Posiblemente le escribamos al Nuncio Apostólico de República Centroafricana -a través de la Nunciatura Argentina-, la que conociéramos cuando visitamos aquel hermoso país. Y hasta que encontremos las vías de cómo comunicarnos, llegar con esa comunicación que da el Espíritu que nos hermana: yo les pido particularmente que en estos días oremos con insistencia por República Centroafricana, el lugar de misión de nuestra Radio María, que hoy se encuentra bajo el signo de la lucha interna, en una guerra civil que la tiene a nuestra radio hermana crucificada; para que con nuestra súplica e intercesión, alcancemos ese don maravilloso de la vida que trae el Resucitado y expandamos también desde ese lugar el camino que Dios nos regala con tanta profusión en estas horas: la gracia de resurrección.
Gracia de resurrección que es gracia de conversión, de un Dios que en Cristo viene como Resucitado y trae un mensaje de transformación, que se expresa en esto que la Palabra por los días que corren nos muestran una y otra vez: Jesús abriéndoles la inteligencia para que puedan comprender las Escrituras. A nosotros el Señor viene a abrirnos el corazón, la inteligencia interior del alma, para llevarnos hasta donde nos esperan los que están los márgenes, los más pobres, los más humildes, los más postergados, los que más sufren. Ésta es la tarea de liberar la fuerza del Resucitado que habita dentro de nosotros, para que salga con nosotros y nosotros con Él, a anunciar la Buena Noticia.
El Cardenal Bergoglio, en las Congregaciones previas al Cónclave, ha dicho que el Señor está a la puerta y llama, pero llama desde adentro, pidiendo que lo dejemos salir. Está dentro de tu corazón, tocando la puerta de tu interioridad, para pedirte permiso y con vos ir, con el testimonio cierto de la fe que tenés, hasta donde te espera el hermano postergado, angustiado, triste, sin sentido.
Jesús ha llegado con un mensaje de paz que ha calmado los ánimos, entre la experiencia escandalosa de la Pasión y la muerte y las apariciones que se suceden por todas partes. La conmoción que genera la Pascua de Jesús necesita de ese mensaje de paz, que no frena la presencia del Resucitado, sino que lo ubica en el ámbito de lo cotidiano: “Díganle a mis hermanos que vayan a Galilea, que allí me verán”. Es decir, que sepan que en lo de todos los días voy a estar con ellos.
Nosotros también te pedimos, Jesús, que te quedes con nosotros, y que descubramos en tu presencia cercana, amiga, fraterna, cotidiana, casera, que la vida de todos los días es para la gloria tuya, Jesús de Nazareth.
La pedagogía de Jesús nos va llevando de la cruz a la resurrección. Así lo hizo con los discípulos y también lo quiere hacer con nosotros. ¿Estamos atentos a su resurrección en nuestra vida, dejando que el alma salga de la cruz, para que llenos de la alegría de la resurrección, se abra lo más íntimo de nuestro ser para darle la bienvenida a la expansión que trae su gracia de Resucitado? Necesitamos de esta gracia, con la paz que Él pone en el corazón y que moviliza a un proceso de apertura a la vida nueva de la resurrección.
Hay que aquietar el alma herida con la gracia de esa paz que trae el Resucitado. “La paz esté con ustedes.” La paz que aquieta, que pone el alma en sintonía con la capacidad de disipar las dudas, la que permite abrirse a lo nuevo sin miedos, la que abre a los nuevos desafíos de ir hasta donde Dios nos quiera llevar, hasta los confines. La que serenamente pone en marcha hacia las fronteras; la que saca a la Iglesia, junto al Papa Francisco, del encierro y la pone en su razón de ser: la misión. La paz viene a instalarse en tu vida. La trae Jesús que con su luz disipa las tinieblas del corazón. Recordamos la expresión de la Liturgia: “Les dejo mi paz, les doy mi paz”, paz que no es de cementerios. Su paz aquieta y moviliza; está llena de vida: confirma y reafirma en el camino.
Dice Anselm Grum: todos anhelamos la paz, pero a menudo no encontramos el camino que nos lleve a ella. Jesús se hace camino de paz, en Él está lo que anhelamos. Es un don del cielo, que debemos tratar con responsabilidad. La paz del Resucitado nos proporciona sosiego y reconciliación con nuestra vida, hasta llegar a ser los bienaventurados que la Palabra dice, “como hijos de Dios trabajamos por la paz”.
No solamente paz en el corazón, para permanecer allí como embobados, sino paz en camino, camino de paz; movilizante paz que se hace anuncio de vida, que sale al encuentro del que más sufre para sanar, para poner luz y tranquilidad en el alma
En latín, la palabra “pax”, viene de paxis, que significa realizar negociaciones, firmar un pacto, un contrato. Los romanos la encontraban en el cumplimiento de la ley, en la alianza que las partes acuerdan laboriosamente, para superar lo que separa y lo que divide.
La Palabra de Dios nos recuerda que nosotros somos incapaces, por nosotros mismos, de establecer la paz con Él, con la creación, con los demás seres humanos. Tiene que intervenir Dios, que envía a Cristo, el gran portador de la paz.
Por eso sentimos esta grave responsabilidad como radiomarianos, de tener en el horizonte de nuestro ser fraterno con República Centroafricana, el clamor desde lo más profundo de nuestras convicciones, de que Dios es capaz de la paz.
Entre los gestos que el Papa Francisco ha tenido en el día 2 de abril, recordando el fallecimiento del Papa Juan Pablo II, fue ir a su tumba para orar. Y se venían a la memoria las palabras que el entonces Cardenal Bergoglio (quien fuera nombrado Obispo por el Papa Juan Pablo II en 1992 y como Cardenal en el 2001) pronunció en la homilía de la misa de acción de gracias por la beatificación de Juan Pablo II en la Catedral Metropolitana en el 2011, cómo lo hacía presente en una reflexión que lo pintaba al Papa de pies a cabeza: “El Papa Juan Pablo II nos dijo repetidas veces no tengan miedo. ¿Y por qué decía esto? Porque vivía contemplando a su Señor Resucitado. Él sabía que su Redentor vivía, Él sabía que esas llagas abrevaban su corazón de pastor, que en esas llagas encontraba refugio y coraje, y nos lo quiso transmitir de entrada: “No tengan miedo”… En una bellísima expresión, el arzobispo de Cracovia, Cardenal Dziwisz, refiriéndose a esta frase dijo: “aquél no tengan miedo (que pronunció el Papa) derribó dictaduras”. En esa misma ocasión, Bergoglio retomó la exhortación de Juan Pablo II dirigida a los fieles con la que les invitaba a abrir de par en par las puertas de su corazón a Cristo: «“¡No tengan miedo!”».
En el pasaje de la Anunciación escuchamos al Ángel decirle a la Virgen: No temas, María, vas a concebir en tu seno y vas a dar a luz un hijo, Jesús. La respuesta es natural, de quien no sabe cómo puede darse ese milagro, ya que existe en ella un impedimento para la concepción, es virgen. El Ángel le responde: el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra.
La Iglesia también puede preguntarse en este tiempo ¿cómo será posible un camino de paz frente a tanta guerra, de transformación, de igualdad frente a tanta injusticia? Nosotros también podríamos preguntarle a Dios si es posible que venga un nuevo orden sobre un mundo desarmado, fraccionado...
Para que Jesús viniese al mundo se necesitó de una Virgen Madre y el poder del Espíritu. Para todos los nuevos advenimientos de Jesús a nuestro mundo se requiere de la acción poderosa del Espíritu, de una nueva efusión del Espíritu Santo sobre el corazón de la Iglesia, que como madre tiene la misión de dar a luz a Jesús en cada alma, en el mundo entero; y de la dócil y activa participación de la Virgen, que junto con el Espíritu debe prepararnos para estos nuevos advenimientos.
En este siglo, donde tantos peligros nos amenazan, tanto a nivel espiritual como físico, ha habido una efusión nueva del Espíritu y quiere plasmarse en cada alma. Un Espíritu que grita las mismas palabras que gritó a través del profeta Ageo: Mas ahora ten ánimo, Zorobabel; ánimo Josué; ánimo pueblos todos de la tierra, oráculo de Yahveh, a la hora que estoy yo en medio de ustedes, se mantiene mi espíritu, no tengan miedo.
No temamos, el Señor vino para quedarse.
escrito por el P. Javier Soteras
(fuente: www.radiomaria.org.ar)
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