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lunes, 29 de abril de 2013

Ser puente de perdón y reconciliación

“Dijo Jesús a sus discípulos, es inevitable que haya escándalos, pero hay de aquel que los ocasione. Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar antes que escandalizar a uno de estos pequeños. Tengan cuidado, si tu hermano peca, repréndelo y si se arrepiente perdónalo y si peca siete veces al día contra ti y otras tantas vuelve a ti diciendo me arrepiento, perdónalo. Los apóstoles dijeron al Señor, auméntanos la fe, Él respondió, si ustedes tuvieran la fe del tamaño de un grano de mostaza y le dijeran a ese sicómoro que está ahí ´arráncate de raíz y plántate en el mar`, y les obedecería”. (Lucas 17, 2-6)

Si tu hermano peca, repréndelo y si se arrepiente perdónalo. Corregir fraternalmente a solas, con otro testigo delante de la comunidad, con el objetivo de ganar la vida del hermano. La recurrencia en el pecado y el perdón cada vez que se arrepiente, cuantas veces tengo que perdonar a mi hermano, hasta siete veces siete, no, sino setenta veces siete. Hay una condición de que el que peca se arrepienta. Por último para obedecer este mandato de perdonar siempre, hay que tener mucha fe en el que es capaz de vencer la fuerza del mal en nosotros.

En esta mañana queremos tirar puentes de perdón, hacia orillas de las que por motivos distintos estamos alejados, nos sentimos como que no se puede pasar sobre aquel otro lado en el vínculo fraterno porque no está construido ese vínculo de perdón y de reencuentro. Que podamos hoy tirar un puente de misericordia de un lado a otro de doble vía para que en reconciliación encontremos los caminos que nos permiten ir tan lejos como el Señor así lo quiere. Seguramente hay del otro lado de la orilla alguien que por motivos diversos podes estar distanciado, hoy es el día de tirar puentes para el reencuentro.


El perdón como fuerza de liberación

El escándalo es inevitable y es fruto de las fuerzas aniquiladoras del pecado que contradice en nosotros, los hijos de Dios, esa filiación divina y la consecuencia de fraternidad que brota del hecho de ser hijos de un mismo Padre. El escándalo es inevitable en cuanto que el pecado es parte constitutiva de nuestra naturaleza humana. Jesús lo dice muy claramente en la primera carta de Juan, “el que no tenga pecado está mintiendo”

El pecado es siempre una ruptura con Dios, sus mandatos y una ruptura con los hermanos a los que pertenecemos como hijos de un mismo Padre. Se rompe el vínculo de filiación, se rompe los vínculos de fraternidad. El perdón como expresión del amor misericordioso de Dios es el que esconde en sí la capacidad de reparar el daño de escándalo que el pecado es capaz de generar. El perdón se ejercita sacramentalmente en la fraternidad, en la comunidad, de ahí si tu hermano peca, repréndelo y si se arrepiente perdónalo. Es tan fuerte la acción de la fuerza del mal que se esconde en la herida del pecado que no es difícil repetirse en él. Si pecas siete veces al día contra ti, a esta presencia inquietante amenazadora de destrucción se la vence con la fuerza integradora de la misericordia. Ayer lo decía en el Regina Cheli, su santidad Francisco. “Es por el camino del testimonio de Jesús resucitado como nosotros al igual que los apóstoles, somos capaces de vencer a los que nos hacen daño”.

Sencillamente, tirar puentes que nos pongan en sintonía de comunión con quienes están por distintos motivos a la distancia y permitir en una vía de doble mano, volver y llegar y encontrarse en la misericordia.

La misericordia termina por vencer la necedad escandalosa de la fuerza aniquiladora que el pecado tiene para separarnos, distanciarnos, hacernos indiferentes unos con otros, indolentes. Es por el camino del perdón. Es por el camino de la reconciliación. Es un don del cielo. No está en nosotros, el poder ejercitarlo si Dios no viene a nuestra ayuda y nos pone en esa sintonía de la cruz que es capaz de abrazar a todos y tender lazos hacia el cielo para ponernos en comunión con el Padre y con los hermanos.

Esta experiencia de encuentro con el Señor que dice perdónalos porque no saben lo que hacen, busca ganarnos el corazón para que nosotros también nos dejemos perdonar por Él y seamos capaces de perdonar si alguna ofensa nos ha separado de los hermanos. La gracia del perdón necesita de estos puentes que forman parte de la vida, de estos puentes que nos reconcilian, que nos hermanan.

Hoy te invitamos a compartir en que situaciones y cómo estas invitado a tender puentes de perdón y de reconciliación.

Jesús después de insistir en la necesidad de perdonar siempre, despierta en los apóstoles la necesidad de una fe mayor, y le dicen ellos, “Señor, auméntanos la fe”. Ante las reiteradas ofensas uno percibe la debilidad propia del amor de perdón, no está en la naturaleza herida por el pecado el remedio al mal de destrucción que opera este misterio de fuerza destructora que es el pecado. Por lo tanto es necesario recurrir a que por amor nos dio a su propio Hijo como remedio ante esta fuerza de iniquidad. Es natural que ante las ofensas que recibimos de manera reiterada, ante el hecho de irreconciliación en el que tantas veces convivimos, donde no está en riesgo nuestra integridad física y moral, se produzca un hartazgo, y no encontrarnos con el propio límite hasta decir hasta aquí llego, hasta aquí da mi amor. Nos pasa no. Que nos encontramos con el límite, con la barrera propia que genera la naturaleza frágil y entonces la distancia no se supera. En lo vincular la ruptura que genera la ofensa en el vínculo con los hermanos, solo se puede superar por la fuerza de un amor superior capaz de acortar las distancias. De ahí la invitación de Jesús a crecer en nuestra fe para el perdón. Es una fe en el perdón de Dios que viene a capacitarnos en un amor que es más fuerte que la muerte vincular que genera el pecado. A ese amor de Dios, que supera la ruptura nos confiamos. En Él somos capaces de tirar puentes a las otras orillas.

La catequesis de hoy nos invita a darnos la oportunidad de encontrarnos en el perdón tirando puentes. Ahí cuando la ofensa se instaló en los vínculos generando rupturas que nos distancian, hay una invitación a abrirnos a la oportunidad de encuentros que nos permitan estrechar vínculos, tirando puentes que pongan en contacto una orilla con la otra. Palabras y gestos de acercamiento que nos permitan olvidar lo pasado para animarnos a lo nuevo, pasando de un lado a otro ensanchando la carretera de doble mano para ir y venir moviéndonos con la amplitud y la libertad que genera el amor del perdón.

¿Cómo hacemos para ir al otro lado? Dejando que vengan por este lado, al lugar desde donde se puede ejercitar esta tarea de poder construir y recorrer puentes amplios, de doble mano, es cuando somos alcanzados por la gracia de la misericordia que nos sale al encuentro. Cuando aquel que viene a nosotros nos busca a donde estábamos perdidos, lejos, con incapacidad de volver a él y nos pone en sintonía de comunión, mucho más allá de nuestra flojera, de nuestras faltas, de nuestras pérdidas. Es la entrega incondicional del amor de Dios la que nos capacita para hacernos incondicionales en la construcción de puentes que nos pongan en sintonía de reconciliación con todos. Ese dejarnos alcanzar por Jesús y su gracia de perdón nos capacita para ser creativos en el tirar puentes que favorezcan el encuentro. Alcanzados por el amor misericordioso de Dios somos capaces de alcanzar en misericordia a los que están lejos y construir puentes que nos pongan en comunión.

Decía Martín Descalzo, de todos los títulos que en el mundo se concede, el que más me gusta es el de pontífice, que quiere decir literalmente constructor de puentes.

En la antigüedad cristiana se refería a todos los sacerdotes y en buena lógica iría muy bien a toda la persona que vive con el corazón abierto. Es un título que me entusiasma decía Descalzo porque no hay tarea más hermosa que dedicarse a tender puentes hacia los hombres y hacia las cosas, sobre todo en un tiempo en el que tanto abundan los constructores de barreras. En un mundo de zanjas que mejor que entregarse a la tarea de superarlas. Pero hacer puente y sobretodo hacer de puente es tarea dura y que no se hace sin muchos sacrificios. Un puente por de pronto es alguien que es fiel a dos orillas pero no pertenece a ninguna de ellas y lógicamente sale caro ser puente. Este es un oficio por el que se paga mucho más de lo que se cobra. Un puente es fundamentalmente alguien que soporta el peso de todos los que pasan por él. La resistencia, el aguante, la solidez son sus virtudes. Un puente vive el desgarramiento. Nadie se queda a vivir encima de un puente. Su tarea posterior es el olvido. Incluso un puente es lo primero que se bombardea en las guerras cuando riñen las dos orillas. De ahí que el mundo está lleno de puentes destruidos. A pesar de esto amigos, amigos grandes míos, que gran oficio ser puente entre la gente, entre las cosas, entre las ideas, entre las generaciones. El mundo dejaría de ser habitable el día que hubiera en él más constructores de zanjas que de puentes. Hay que tender puentes en primer lugar hacia nosotros mismos, hacia nuestra alma y un puente hacia los demás” José Luis Martín Descalzo.

Pedimos que esta radio pueda ser un puente de vínculo, de reencuentro, de reconciliación, de generación de un proyecto de país común, donde entrecruzando miradas de la realidad y poniendo en sintonía perspectivas distintas podamos en la comunión verdaderamente ir por lo que nos pertenece y lo que es nuestro, más allá de cada sector, más allá de cada parcial percepción de la realidad, que podamos ayudar en este sentido.

escrito por el Padre Javier Soteras 
(fuente: www.radiomaria.org.ar)

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