El llamado que Jesús hace en el Evangelio de San Juan viene mediado. Es decir hay alguien en el medio entre Jesús y la persona que es llamada salvo en el caso de Felipe donde Jesús es la misma mediación que lo pone después a Felipe en contacto con el misterio del Padre. Es como la clave que el Evangelio de Juan nos ofrece de éste misterioso modo de vincularse Dios con nosotros al que le llamamos vocación. La palabra vocación significa “ ser llamado por”. Dios es el que llama y a la hora de llamar Dios se vale de instrumentos que sirven de mediación para que la persona llamada interprete en un lenguaje cercano ésta invitación que Dios hace. Es Juan el Bautista que mueve a los primeros discípulos que dice: ahí está el Cordero de Dios. Es Andrés el que mueve el corazón de su hermano Simón. Son Simón y Andrés que lo ponen a Felipe en contacto con Jesús. Es Jesús quien lo llama. Es Natanael quien es invitado por Felipe y así podríamos seguir una serie de acontecimientos en la historia de los discípulos y en tu propia historia y en la mía donde podemos descubrir que siempre ha habido alguien en el medio entre Jesús y nosotros que ha servido de instrumento para que el Señor nos haga sentir su voz y nos haga hacer saber su voluntad y su querer.
La mediación es una clave de interpretación del misterio de Dios y no podemos dejarla de lado. Dios ha elegido éste modo para comunicarse con nosotros. Esto terminó de decirlo en la persona de Jesús. El es realmente el mediador entre el Padre y nosotros. Es “ la mediación” Jesús. La encarnación es el modo más acabado de establecer Jesús, la gracia de la mediación para hacernos sentir su querer y su voluntad.
Sería bueno que hagamos como una buena biografía nuestra que nos ponga en clave de descubrir o de redescubrir quienes fueron los que participaron en nuestra llamada, en nuestra vocación a vivir al lado de Jesús, con Jesús, a ir detrás de Jesús para estar con El. Dios se ha valido de instrumentos para esto. Tienen nombre, tienen apellido. Han aparecido en circunstancias puntuales. Reconocerlos y decir sus nombres. Contar la historia, breve, sencilla, como ésta tan simple como la de Juan que dice: hay va el Cordero de Dios o como la de Andrés que dice: hemos encontrado a aquel del que hablan Moisés, en la ley y los profetas, Jesús, el hijo de José, el Nazareno. Cada uno de nosotros también puede decir que ha habido un alguien entre nosotros y Jesús, el maestro de Galilea que nos invita ir detrás de El para que forme parte de nuestra historia de llamada, de vocación, de invitación al seguimiento. Tiene un nombre, un apellido, tiene una circunstancia, forma parte de una historia. Cada uno de nosotros ha recibido ésta gracia por algún lado.
Dice el profeta Isaías en el capítulo 50 a partir del verso 4: “ el Señor Yahve me ha dado el poder hablar como su discípulo y ha puesto en mi boca las palabras para aconsejar al que está aburrido. Cada mañana El me despierta y lo escucho como lo hacen los discípulos. Yahvé me ha abierto los oídos y yo no me resistí ni me eché atrás.” La elección y la llamada de Jesús, nos piden, dicen los Obispos en el documento preparatorio hacia la V Conferencia Latinoamericana y de los Obispos del Caribe, ésta disposición interior, éste oído de discípulo, es decir oídos atentos para escuchar y prontos para obedecer. El camino discipular al que Dios nos invita es eso, un camino. El camino supone etapas. Las etapas suponen siempre una orientación hacia donde. El hacia donde del discípulo es la identificación con el Maestro. Y las etapas forman parte de un proceso discipular en donde el discípulo se va abriendo en la escucha y en la obediencia a lo que Dios le va suscitando en su corazón. Siempre Dios elige para esto instrumentos de los que valerse para que nosotros podamos entender su discurso al modo humano, al modo nuestro.
Por eso la mediación es clave en la posibilidad nuestra del seguimiento del Señor. En una sociedad como la nuestra donde las consignas más ruidosas van en una dirección opuesta a escuchar y obedecer, el llamado de Jesús es una invitación a centrar toda nuestra atención en El y a pedirle de corazón al Señor como Samuel “ habla Señor, tu siervo escucha” Para percibir en lo profundo de nuestros corazones la llamada que nos invita a eso, a seguirlo. Le decimos que queremos tener un oído de discípulo, un corazón de discípulo, una actitud discipular, prontos no solamente a escuchar sino también a la obediencia. La obediencia que el Señor propone no es una obediencia que se ajusta a un ejercicio de la voluntad que va contra nuestra naturaleza y la violenta sino que es amorosa y en el amor Dios nos va seduciendo. Por eso nosotros también podemos decir con la Palabra: me sedujiste Señor y yo me dejé seducir.
Cuando los discípulos son orientados por Juan, el hijo de Isabel, hacia el Cordero de Dios, su primo, Jesús, que pasa ahí adelante, los que han estado con Juan hasta el momento, van detrás de Jesús por indicación de Juan, pero más todavía por la atracción de Jesús. Van detrás de El no saben mucho porqué pero atraídos por una fuerza que les resulta irresistible y a ésta fuerza de atracción de Jesús se interpone un diálogo para aclarar aquella situación que termina por develarse en el estar con Jesús y en el convivir con Jesús. De que se trata aquella atracción?. Para que no quede solo en una fuerza de irresistencia que opera sobre el corazón de los discípulos, el Señor establece un diálogo con ellos y les va clarificando de que se trata éste estar con El. A donde vives Señor? A esto supuso antes una pregunta de Jesús. Que buscan? Donde vives? Vengan y vean dijo Jesús. Fue tan fuerte aquel encuentro que quedó marcado para siempre en la cronología del cuarto de los Evangelios.
Del autor del curto Evangelio, Juan. Dice: eran como las cuatro de la tarde, como diciendo de esto no me puedo olvidar. Como olvidarse de los encuentros con el Señor que nos invitó a ir detrás de El, no detrás de una doctrina, de un culto, de una piedad, del miedo por una circunstancia dolorosa sino de su persona que nos atrajo con su amor. Como no contarlo a otros. Es la biografía de nuestra vocación, de seguidores de Jesús, que tiene un nombre, un apellido, una circunstancia, un día, una hora, como nos relata el Evangelio de San Juan. El discípulo tiene en su corazón una característica muy particular. Entra en comunión de vida y de misión con Jesús. Es un trato personal con el Señor el que define eso. Es un trato personal y estrecho. El camino discipular es camino y proceso. El fin es uno: hacerse uno con el Señor y por eso también con su persona y la misión de Jesús. Jesús llama a los apóstoles para que estén con El. Dice Marcos en el capítulo 3 verso 14:” para que así todos sean uno así como el Padre y yo somos uno” que también ellos vivan unidos a nosotros dice Jesús y unidos entre ellos.
Por eso el discípulo no está para vivir solo sino para vivir en comunidad. Hay un cuerpo discipular. Hay una comunidad discipular que Jesús elige para su seguimiento y la que va a dar continuidad a la obra de Jesús que el mismo Señor ha dejado plasmado en lo profundo del corazón. Quién nos hermana? Jesús. Quién nos hace entrar en sintonía en un mismo sentido? El Señor que nos va moldeando en nuestro estar con El y permitirnos desde allí llegar a comunicarlo por éste medio .En nuestra historia también hay alguien que hace camino discipular con nosotros. Es bueno identificarlos. Aquellos fueron doce que se abrieron a la presencia del Señor que vivía con ellos y después dieron continuidad cuando el Señor comenzó a estar con ellos de otra manera a través del don del Espíritu que le dejó como Abogado, como intercesor.
El camino discipular de quien al principio siguen a Jesús, los doce, se sella en un lugar , la Eucaristía. La Eucaristía es el lugar donde el Señor termina por confirmar a los discípulos en el vínculo de amor que El tiene para con ellos y les pide que ellos tengan para con El y entre ellos mismos. Ámense unos a otros dice Jesús en ese contexto como yo los he amado. Y ahí está la clave en el camino discipular con otros, amar al Señor como el nos amó es animarnos a dar la vida en Jesús y con Jesús por las personas que amamos. El camino discipular se entiende solo desde el amor. El amor al que Jesús invita no es cualquier amor sino de ofrenda, de entrega de la propia vida para dar vida desde ese mismo lugar.
El Señor nos invita a encontrar un motivo para dar la vida, no para retenerla sino para darla. En el dar la vida está el sentido de la vida. El discípulo es uno que es invitado a dar la vida. El que quiera guardar la vida dice Jesús en el contexto de la vocación a la que llama a los discípulos la va a perder. El que entregue su vida la gana. Esta lógica al revéz que nos propone Jesús resuena en nuestro corazón como realmente inquietante, nos sacude nuestro interior.
El Señor enseña con una autoridad que atrae. Es el corazón amante de Jesús el que seduce el corazón de los discípulos y hace que el discípulo de la vida por Jesús porque siente que el que lo llama está dando la vida por el. Es decir se establece un vínculo bajo una profunda admiración que en realidad es una gran seducción que genera Jesús en medio de los discípulos. El no enseña como los fariseos sino que tiene una sabiduría y una autoridad que es irresistible, al punto que los discípulos dicen que el corazón de ellos a la enseñanzas de Jesús arde como un fuego cuando les explica la Palabra en la profecía. Además les enseña a vivir conforme a la voluntad del Padre y los llama a una confianza encaminada a participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Este Jesús que sacude las entrañas de los discípulos genera estupor en ellos como ya ocurrió con María, José y los pastores en Belén donde sobrecogidos por la ternura del niño que ha nacido y ante la presencia de la noche en Belén hay algo que conmueve y atrae de una manera irresistible que hace que lleguen desde Oriente guiados por una estrella los magos que buscan en la astrología algo que les muestre de verdad lo que está ocurriendo para que el cielo se sacuda así como se ha sacudido e indique que en aquel lugar pequeño como es Belén que un rey ha nacido. Lo que conmueve es esa presencia de amor que manifiesta la gloria de Dios que desciende hasta lo más sencillo de lo nuestro, que se instala en nuestras cosas como en aquel establo de Belén.
escrito por el Padre Javier Soteras
(fuente: www.radiomaria.org.ar)
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