Es un dato alentador el que muchos laicos, tanto en las parroquias como en las agregaciones eclesiales, hayan aprendido a valorarla. Ahora bien, es una oración que para ser plenamente gustada requiere una adecuada formación catequética y bíblica.
Con este objetivo comenzamos hoy una serie de catequesis sobre los Salmos y los Cánticos propuestos en la oración matutina de las Laudes. Deseo de este modo alentar y ayudar a todos a rezar con las mismas palabras utilizadas por Jesús y presentes desde hace milenios en la oración de Israel y en la de la Iglesia.
2. Podríamos introducirnos en la comprensión de los salmos a través de diferentes caminos. El primero podría consistir en presentar su estructura literaria, sus autores, su formación, el contexto en el que surgieron. Sería sugerente, además, una lectura que pusiera de manifiesto su carácter poético, que alcanza en ocasiones niveles de intuición lírica y de expresión simbólica sumamente elevados. Sería no menos interesante recorrer los salmos considerando los diferentes sentimientos del espíritu humano que manifiestan: alegría, reconocimiento, acción de gracias, amor, ternura, entusiasmo; así como intenso sufrimiento, recriminación, petición de ayuda y de justicia, que se convierten en ocasiones en rabia e imprecación. En lo salmos el ser humano se encuentran totalmente a sí mismo.
Nuestra lectura buscará sobre todo hacer que emerja el significado religioso de los Salmos, mostrando cómo, a pesar de estar escritos hace muchos años para creyentes judíos, pueden ser asumidos en la oración de los discípulos de Cristo. Para ello nos dejaremos ayudar por los resultados de la exégesis, pero al mismo tiempo nos sentaremos en la escuela de la Tradición, en especial, nos pondremos a la escucha de los Padres de la Iglesia.
3. Estos últimos, de hecho, con profunda intuición espiritual, han sabido discernir y presentar a Cristo, en la plenitud de su misterio, como la gran «clave» de lectura de los Salmos. Los Padres estaban totalmente convencidos de ello: en los Salmos se habla de Cristo. De hecho, Jesús resucitado se aplicó a sí mismo los Salmos, cuando dijo a sus discípulos: «Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí» (Lucas 24, 44). Los Padres añaden que los Salmos se dirigen a Cristo o incluso que es el mismo Cristo quien habla en ellos. Al decir esto, no pensaban sólo en la persona individual de Jesús, sino en el «Christus totus», el Cristo total, formado por Cristo cabeza y por sus miembros.
Para el cristiano nace así la posibilidad de leer el Salterio a la luz de todo el misterio de Cristo. Precisamente de esta óptica emerge también su dimensión eclesial, que es puesta de manifiesto por el canto en coro de los Salmos. Así se puede comprender cómo los Salmos han podido ser asumidos, desde los primeros siglos, como la oración del Pueblo de Dios. Si bien en algunos períodos históricos surgió una tendencia a preferir otro tipo de oraciones, a los monjes se les debe el mérito de haber mantenido en alto la llama del Salterio en la Iglesia. Uno de ellos, san Romualdo, fundador de los Camaldulenses, en la aurora del segundo milenio cristiano, llegaba a afirmar que --como explica su biógrafo Bruno de Querfurt-- los Salmos son el único camino para experimentar una oración auténticamente profunda: «Una via in psalmis» («Passio Sanctorum Benedicti et Johannes ac sociorum eorundem: MPH» VI, 1893, 427).
4. Con esta afirmación, a primera vista excesiva, en realidad no hacía más que anclarse a la mejor tradición de los primeros siglos cristianos, cuando el Salterio se convirtió en el libro por excelencia de la oración eclesial. Fue una elección acertada frente a las tendencias heréticas que acechaban continuamente a la unidad de la fe y de comunión. Es interesante en este sentido la estupenda carta que escribió san Atanasio a Marcelino, en la primera mitad del siglo IV, cuando la herejía arriana se expandía atentando contra la fe en la divinidad de Cristo. Frente a los herejes que atraían a la gente con cantos y oraciones que gratificaban sus sentimientos religiosos, el gran Padre de la Iglesia se dedicó con todas sus fuerzas a enseñar el Salterio transmitido por la Escritura (cf. PG 27,12 ss.). De est modo, se sumó al Padrenuestro, oración del Señor por antonomasia, la costumbre que pronto se convertiría en universal entre los bautizados de rezar con los Salmos.
5. Gracias también a la oración comunitaria de los Salmos, la conciencia cristiana ha recordado y comprendido que es imposible dirigirse a Dios que habita en los cielos sin una auténtica comunión de vida con los hermanos y hermanas que viven en la tierra. Es más, al integrarse vitalmente en la tradición de oración de los judíos, los cristianos aprenden a rezar narrando las «magnalia Dei», es decir, las grandes maravillas realizadas por Dios, ya sea en la creación del mundo y de la humanidad, ya sea en la historia de Israel y de la Iglesia. Esta forma de oración, tomada de la Escritura, no excluye ciertamente expresiones más libres, que no sólo continuarán enriqueciendo la oración personal, sino incluso la misma oración litúrgica, como sucede con los himnos. El libro del Salterio sigue siendo, de todos modos, la fuente ideal de la oración cristiana, y en él seguirá inspirándose la Iglesia en el nuevo milenio.
N. B.: Traducción realizada por Zenit.
(28 de marzo de 2001)
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