Apenas unos días antes de escribir esta reflexión, me tocó escuchar a alguien que criticaba la actitud de una pareja de novios que, sentados uno frente al otro en una comida, se ocupaban ambos en enviar mensajes a través de su celular. La pregunta que en voz alta se planteaba el crítico de la mencionada pareja era “¿qué puede ser más importante que la persona que tienen delante?”
La realidad es que, guste o no, los instrumentos digitales (yo agregaría personales) de comunicación han modificado la manera en la que las personas entran en contacto y establecen relaciones.
Son más que frecuentes los casos de usuarios de servicios como Facebook y Twitter que a través de los mismos son sumamente “locuaces”, en cambio al entablar un contacto cara a cara son todo lo contrario.
Sin duda, resulta importante recordar que cualquier medio de comunicación adquiere su valor por la capacidad que ofrece al hombre para comunicarse, es decir, que al final, el fundamento de la comunicación es la persona humana y no los instrumentos. Esto permite reconocer que existe una escala de valores en nuestras comunicaciones, en la cual es de mayor importancia la comunicación con el prójimo, con el más próximo, con quien se tiene al frente o junto.
No se trata de desechar o restar valor a las enormes posibilidades que los medios digitales ofrecen para que las personas se mantengan en contacto. Se trata de valorar en primer lugar la comunicación —de mayor calidad—, que puede establecerse con una persona o varias al compartir un mismo espacio brindando toda la atención y el tiempo que el otro u otros merecen.
Poniendo un caso de la vida ordinaria, bien valdría la pena que en el ámbito familiar, por ejemplo al comer juntos, se renuncie a las distracciones que otras “conversaciones” o “comunicaciones” nos demandarían por medio del teléfono celular. Es importante comunicarse lo mejor posible con quienes están en torno a la mesa y que comparten no sólo los alimentos sino la vida familiar. Dejar de responder el teléfono no es una falta de educación, en cambio es una falta de caridad interrumpir el lazo de comunión, no sólo de comunicación, que se entiende cultivar al convivir con los demás.
Por cierto, sería un gesto amable evitar llamar por teléfono a una persona cuando de antemano se sabe que está con su familia. A veces, pareciera que nos consume el “ansia de la desconexión” por no revisar constantemente el correo electrónico, mensajes de texto, redes sociales y otros servicios. Vale la pena en cambio, no desconectarse de la persona que se tiene cerca, comunicando cara a cara, reconociendo cuán importante es para uno mismo.
escrito por Jesús García Rodríguez
Boletín Salesiano de México
(fuente: www.boletinsalesiano.com.ar)
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