Frente a todo esto, la vida de Domingo Savio corre el riesgo de no ser comprendida. Sin embargo, a pesar del tiempo y de lo años, fue un líder gracias al ardor y a la pasión por combatir contra sus propias debilidades, sus miedos y sus límites.
Audaz, valiente y comprometido
No te hagas a la idea de un chico bueno y que no hace otra cosa que meterse en la iglesia y rezar. No. No te dejes llevar de prejuicios. Piensa en él más bien como un joven con el rostro cansado, los cabellos revueltos, el corazón que late porque viene de seguir a dos amigos que querían batirse a duelo: uno u otro debía morir. Los dos se querían pelear hasta la muerte. La presencia de Domingo puso fin a su odio y ganas de matarse a pedradas. Domingo se lanzó en medio de ellos para convencerlos. Y lo logró gracias a su sangre fría ya su capacidad de persuasión.
Era la levadura entre sus compañeros. Había tomado conciencia de que para ser santo, tenía que “mojarse” en las tareas y deberes del colegio de Valdocco. Se dio cuenta- ¡fíjate bien!- de que esta santidad a la que aspiraba no consiste sólo en un trabajo de promoción personal, sino más bien en una atención creciente por los otros.
Por eso, de pronto, elige a sus compañeros de juego entre aquellos que tienen dificultades en encontrar amigos, compañía, los excluidos o lo tímidos, los pobres que tienen vergüenza o miedo ante los “chulos”.
Convence con el ejemplo
Domingo comprende que la felicidad de sus compañeros pasa por la paz de su conciencia y la paz con Dios. Ante estas circunstancias, él mismo se considera- a sus años- el enviado para estar junto a ellos.
No regateaba esfuerzos por dar la confianza a unos y a otros.
Valor, temeridad pero también paciencia y voluntad son el yunque diario de este adolescente; y sobre todo, una oración cada vez más íntima que lo une a su Creador.
Será, sin embargo María la que será para él la verdadera fuente de inspiración.
Así, una tarde de 1856, decidió fundar una pequeña Asociación secreta cuyo proyecto consistía en acercar a los jóvenes más difíciles del colegio. Este grupo se llamará LA COMPAÑÍA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN.
Una vez que reclutó a amigos, en la capilla del colegio, leyó los objetivos y artículos del reglamento y los compromisos.
Como era de esperar, todo mira al cumplimiento del deber, la frecuencia de los sacramentos y el amor a la Virgen, así como la contribución a que existiera un buen ambiente en el colegio.
No te olvides que hacía dos años que se había proclamado solemnemente el dogma de María Inmaculada.
Un salesiano ilustre, D. Francesia, a los cuatro años de la muerte de Domingo, se entró de la existencia de esta unidad de élite.
El adolescente había diagnosticado el mal que sufría Valdocco: la generosidad y el optimismo de Don Bosco habían permitido la mezcla sin complejo de buenos y malos y hasta de lobos terribles. Había que trazar una estrategia mediante la cual la influencia de los malos s neutralizara mediante una cercanía a ellos de forma educada. De este modo dejarían de ser groseros, obscenos, vengativos...para pasar a ser dinámicos y compañeros francos y sinceros.
D. Bosco le animaba
Un punto muy importante en el camino de alguien que busca y escala la santidad, es descubrir la gratuidad. En este sentido, le animaba a que desarrollara su vida sacramental. En un tiempo en el que era poco frecuente, D. Bosco no tuvo la menor duda en invitar a sus chicos a la comunión frecuente y a vivir los ejercicios espirituales que proponía el colegio: confesión renovadas, oración personal y comunitarias.
El fin de D. Bosco era que Domingo pudiese tener un día la experiencia más central de la vida cristiana: la de la gratuidad de Dios.
Tener los pies en la tierra
Efectivamente, como todo adolescente enamorado de lo absoluto, el joven Domingo no conocía exactamente el don que quería hacer de sí mismo a Dios. Pensaba que lo mejor era entregarse a prácticas de mortificación duras y dañinas para su salud y su equilibrio. D. Bosco se dio cuenta en seguida. Y como buen guía espiritual, le recordó muchas veces que Dios y la santidad no se conquistan a fuerza de puños o por acumulación de méritos. El Reino de Dios es un reino de sobreabundancia y de gratuidad; tal es el descubrimiento algo chocante que debe hacer todo cristiano un día u otro.
Encontrar a Dios en lo cotidiano
Pero este descubrimiento necesita un itinerario en el que hay senderos fáciles de recorrer, cimas difíciles de escalar, caminos empinados que dan vértigo, llanuras inmensas que parecen a veces interminables.
En todos estos casos, se trata de ir a lo concreto, no sólo en sus aspectos excepcionales, sino sobre todo en lo cotidiano y banal. La santidad se robustece con lo concreto de cada día.
Así no es de extrañar que la inquietud mayor de D. Bosco con Domingo fuera la de enviarlo a su experiencia diaria de alumno que vive en un internado.”Tú eres alumno..., elévate, gracias al Espíritu, hasta el conocimiento de Cristo Resucitado, y vive plenamente tu condición de hijo de Dios”.
Tal es, en definitiva, la consigna que estructurará todo el seguimiento propuesto a Domingo Savio. Ser alumno quiere decir ante todo asumir lo mejor posible el trabajo escolar. También es saber encontrar el sitio en el interior de la clase y a veces del internado en el que vive. Incluso más, hacerse inventivo para tener espacios de juegos, tiempo libre en los que se experimenta- hasta en el propio cuerpo- la belleza de la vida.
Testimoniar a Dios
Por esta razón, es por la que D. Bosco- incansablemente- invitaba a Domingo a que fuera a lo concreto y a hacer del encuentro de Dios un juego. El trabajo escolar se lo tomó en serio. En cuanto a su lugar en el internado, no buscó en él un refugio, sino un sitio en el cual podía llevar a cabo con sus compañeros el afecto, la ayuda a los que más necesitaban de sus servicios.
Respetar los caminos del Espíritu
D. Bosco había comprendido que el joven Savio poseía una personalidad fuera de lo común. Era preciso tenerlo en cuenta. El Espíritu desarrolla siempre de modo único las riquezas insondables de la persona; riquezas que aparecen raramente a los ojos de quien no tiene la mirada agudizada por el Evangelio.
Así, el 8 de diciembre de 1854, el Papa proclama el dogma de la Inmaculada Concepción, afirmando que la Madre de Jesús fue preservada intacta de toda mancha de pecado original. Bella ocasión para desarrollar la dimensión mariana de la fe, y sobre todo en la casa salesiana que se había salvado de la epidemia del cólera por la que murieron 1400 personas en Turín.
La Virgen , desde este momento, ocupó un lugar esencial en la fe de Domingo. Hasta tal punto que sintió el deseo de consagrarse a ella con el consejo de D. Bosco.
De igual modo, Domingo se animó a desarrollar su vida de intimidad con Dios estando largos ratos delante del sagrario. Ante él tuvo experiencias que podemos calificar de místicas. Durante la oración el tiempo se detenía. Se sumergía en las profundidades de Dios. De esta manera saboreaba por adelantado algo del Reino futuro.
D. Bosco, atento siempre a las inspiraciones del Espíritu, respetó la originalidad de tales encuentros con el Señor. Lejos de sospechar o de reírse o de magnificarlos, supo integrarlos en la experiencia espiritual de Domingo. Para eso, le invitaba a que llevara la vida práctica esos tiempos fuertes de percepción de la paternidad divina.
De esta forma acompañó D. Bosco a su alumno por la senda de la santidad.
(fuente: webcatolicodejavier.org)
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