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miércoles, 29 de mayo de 2013

El número 40 en la Biblia

Como todos los números y los elementos de la naturaleza que tienen sentido simbólico, este simbolismo no nació porque sí. En su origen encontramos alguna experiencia humana que carga de sentido a este número. Entre las experiencias que tienen que ver con el cuarenta como medida de tiempo, tenemos los cuarenta días posteriores al parto - el puerperio- y la evolución de ciertas enfermedades - la cuarentena -. Convencionalmente se fijan estos procesos en cuarenta días, pero no se trata de una convención arbitraria: la experiencia es que, en estos casos, el tiempo para que el cuerpo se restablezca es de alrededor de cuarenta días. Y aquí empieza a perfilarse el simbolismo del cuarenta: una medida de tiempo que nos habla de un proceso de transformación que hay que pasar, que no se puede "acelerar" ni manejar según el propio antojo, que marca una evolución de la cual la persona saldrá sana, fortalecida y renovada.


En el Antiguo Testamento

La primera vez que encontramos un lapso de tiempo medido por el número cuarenta, son los cuarenta días y cuarenta noches que duró el diluvio (Gén 7,4-17).

En la historia del pueblo de Israel, el primer suceso marcado por el número cuarenta son los cuarenta años del pueblo en el desierto (Nm 14,34; Dt 1,3). Esa caminata va unida a un verdadero nacimiento. Los grupos israelitas que sufrieron la opresión del Faraón cruzaron las aguas del mar y, en el desierto, con los mandamientos, se constituyeron como pueblo de Dios, con sus propias leyes y su propio estilo de vida. Fueron necesarios cuarenta años para que este nuevo pueblo, al llegar a su tierra, pudiera alcanzar su autonomía. Mientras tanto, en el desierto, hubo tentaciones de abandonar el camino, de volver atrás y de querer servir a otros dioses (Ex 16,1-3; Ex 32,1). En definitiva, esos cuarenta años implicaban, a cada paso, la decisión de querer o no ser pueblo de Dios. A partir de esta experiencia fundante, el número cuarenta se enriquece en su sentido: cuarenta es caminar, hacer opciones, es elegir la tierra prometida que está delante, no la esclavitud que está detrás; es fortalecerse como pueblo de Dios confiando en su promesa.

Otros textos del Antiguo Testamento que hablan de cuarenta días son: la permanencia de Moisés en el Sinaí (Ex 24,18) y el viaje del profeta Elías hasta el monte Horeb (1 Re 19,8).

Cuarenta años es una cifra que puede designar convencionalmente los años de una generación: cuarenta años de tranquilidad alcanzados por los jueces (Jue 3,11.30; 5,31) y cuarenta años de reinado de David (2 Sam 5,4)


Jesús, cuarenta días en el desierto

Después de ser bautizado por Juan, Jesús pasa cuarenta días en el desierto. También para Jesús, esos cuarenta días son el tiempo de hacer opciones. El diablo tiene otra propuesta, distinta a la del Reino de Dios (Lc 4,1-13). Para el pueblo de Israel, los cuarenta años del desierto significaron vivir, anticipadamente, lo que implica optar por Dios, decidir entre El y el becerro de oro, decidir entre la libertad o volver atrás. Así también para Jesús. El había hecho una opción, aceptando el bautismo de Juan. Después del bautismo empezaría su nueva vida, la etapa de su ministerio. Y durante cuarenta días conoció, por las tentaciones de Satanás, las propuestas que no son del Reino y que volverían a aparecer durante su ministerio: la tentación del milagro fácil, de desafiar a Dios, de tener el poder de este mundo, en definitiva, de abandonar la misión para la que fue enviado y volverse atrás.

También para Jesús los cuarenta días del desierto fueron un tiempo de evolución hacia un estado nuevo. Jesús surgió del desierto sano, renovado, y fortalecido.


Nuestro desierto

La Iglesia nos presenta, en este tiempo santo de la cuaresma, cuarenta días dedicados especialmente al ayuno, la oración y la limosna. Son cuarenta días para experimentar nuestro propio desierto. Para volver a optar, si preferimos la esclavitud del pecado o la libertad de vivir como pueblo de Dios. Si nos dejaremos convencer por las propuestas que no son del Reino de Dios o si, con la oración y la meditación de la palabra, reafirmaremos, como Jesús, que sólo a Dios queremos adorar.

Como la cuarentena de una enfermedad, estos tiempos no se pueden acortar, no se pueden saltear, no se pueden ignorar. Se imponen en el día a día, y es transitándolos con todos sus avatares como estos "cuarenta días" producen su efecto. Nos espera la Pascua, el gran nacimiento, el día de la salud y la salvación.

escrito por María Gloria Ladislao 
publicado originalmente en www.san-pablo.com.ar/lit, marzo de 2007 
(fuente: www.radiomaria.org.ar)

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