Muchas veces nos pasa que, en la rutina que en cada etapa se nos forma, nos olvidamos de que muchas de las cosas que hacemos son pequeños pasos que nos van permitiendo alcanzar ciertos objetivos y así ir llegando a una meta mayor.
Por ejemplo, sabemos que tenemos que estudiar y rendir un examen y entonces nos sentamos muchas horas con los libros, aprobamos, y después... simplemente empezamos a estudiar para otro examen. Asumimos que así funciona la cosa y sin darnos cuenta, lo que podría ser motivo de alegría se vuelve algo simplemente "normal". Y esta actitud nos gana en muchos aspectos de la vida. ¿Es recomendable aceptar que una vez alcanzado un objetivo tenemos que empezar a luchar inmediatamente por el que sigue? ¿O está bueno detenerse a "festejar los logros"? Cuál es el sentido?
Parece por demás obvio, pero muchas veces nos olvidamos o no nos permitimos generar espacios para celebrar lo conseguido. Y no estamos hablando de grandes logros como recibirse, casarse o irse a vivir sólo, sino a las pequeñas conquistas que nos llevan a esas metas mayores. Si conseguimos algo, ¿por qué no celebrarlo? ¿por qué nos cuesta tanto hacernos tiempo para festejar?
Conversamos con el Lic. Marcelo Diez, especialista en gestión humana de las organizaciónes. "Los seres humanos nos fijamos grandes metas y, propio de nuestro mundo ansioso, queremos alcanzarlas ya, pasamos de largo las submetas que son necesarias para llegar a las grandes metas" comenzó el diálogo el invitado.
Celebrar no sólo es bueno sino que es necesario, y debería incluirse como una etapa más a la hora de planificar nuestros objetivos.
Marcelo Diez comentó sobre la existencia de lo que él llama "creencias limitantes" que provienen de nuestra cultura, de lo religioso, o de nuestra educación que nos pone temerosos de celebrar. También indicó la importancia de celebrar con lo simple y en lo simple, que no hace falta grandes fiestas sino algo que me guste y que me comunique con la vida. Además es importante que sea un festejo "ecológico": que no me dañe a mí ni a los demás.
Además conversamos sobre los festejos en el mundo del trabajo y de las organizaciónes, lo celebrativo como espacio vital desde donde se desprenden energías positivas que nos animan a avanzar y lo valioso de la "celebración" incluso en los fracasos.
En el Evangelio sobran los ejemplos de celebración. Aparece como muletilla en varias parábolas de Jesús. En la de los talentos, el dueño de los empleados al volver de viaje y encontrarse con que el servidor a quien más monedas le había confiado logró multiplicarlas le dice: “Muy bien, eres un empleado bueno y fiel; ya que fuiste fiel en lo poco, te pondré a cargo de mucho más. Entra y alégrate conmigo.” También la mujer que pierde una moneda y enciende las luces y se pone a buscar por toda la casa, y al final cuando la encuentra llama a los suyos: "Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido". Incluso en la parábola del hijo pródigo o del padre misericordioso, cuando el menor de los hijos después de haber derrochado la herencia de su padre vuelve arrepentido el padre lo recibe y organiza una fiesta: "Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Incluso, nos dice el evangelio hay una fiesta en el cielo por un pecador que se arrepiente más que por 99 justos.
¡A celebrar los pequeños logros! ¿cuáles son tus motivos de celebración en este tiempo? ¿cómo vas a celebrarlos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario