9 de mayo de 1837 - 14 de mayo de 1881.
Celebración: 13 de mayo 1860.
En pleno verano, estalla el tifus por las colinas de Mornés. El año anterior, la segunda guerra de la independencia ya se llevó a algunos padres de familia. Ahora llega el tifus, que tiene su origen en uno de los pozos donde el agua se estanca y se pudre en el verano, sembrando el terror por aquella zona.
Igual que siempre que se esparce una enfermedad contagiosa, se vuelve a hablar de brujas y de mal de ojo. Microbios, higiene, desinfección... son palabras todavía desconocidas.
A las familias en las que entra el tifus, todos las abandonan. Las casas en las que están sanos, se atrancan.
Hay una familia, la de los Mazzarello, que es una de las primeras en ser castigada. Primero el varón, luego la mujer y finalmente todos los hijos. Al cabo de unos días el padre y el hijo mayor están en las últimas.
Don Pestarino, un sacerdote al que en Mornés llaman "curita" (un poco por pequeño y otro poco por simpático), va a ver a aquella gente y se da cuenta de que necesitan una persona que les ayude. Se marcha derecho a casa de unos parientes, Mazzarello ellos también, y llama a María. Es una muchacha fuerte. Tiene veintitrés años. Trabaja como un hombre y reza como un ángel.
En casa de tu tío hay dos que se mueren. ¿Te atreves a ir y echar una mano? Una larga pausa. María tiene miedo, como todos. El "curita" la mira tranquilo y espera.
María murmura:
— Si mi padre me deja, voy.
Su padre es un cristiano hecho y derecho. María va a la casa afectada. El orden y la limpieza vuelven a reinar. Medicinas y alimentos calientes se sirven a sus horas.
Pero mientras los enfermos se levantan curados, el tifus se apodera de María Dominica, Su hermosa cara ovalada se reduce en pocos días a un triángulo de piel pálida y estirada. Llega el médico, mueve la cabeza. La muerte ronda por allí. Ordena otras medicinas. María, agotada, le dice:
—Gracias. Mas, por favor, no me obligue a tomar más píldoras. No necesito nada. Sólo que Dios venga por mí.
Pero todavía no había llegado su hora. Tiene que trabajar mucho en esta tierra, antes de que venga Dios a llevársela.
Confidencias con Petronila
Así, sin píldoras, María se encuentra de repente sin fiebre. Vuelven los colores naturales a sus mejillas. Los miembros, sí, quedan todavía torpes, débiles. Parece que la altísima fiebre ha roto algo de su robusto organismo.
¿Qué hará ahora? Más de un mozo querría hablar de matrimonio con ella. Nada le falta para convertirse en una hermosa esposa y estupenda mamá. Pero ella no quiere oír hablar de eso. Y se pregunta: "¿Qué haré en la vida?".
María Mazzarello está inscrita en la Pía Unión de las Hijas de María Santísima Inmaculada. La idea del grupo partió de la joven maestra del pueblo, Ángela Macagno. Por indicación de don Pestarino, ésta esbozó un esquema de reglamento, que fue enviado a un célebre párroco de Génova, don Frassinetti. En 1855, don Frassinetti compuso sobre aquel boceto el "Reglamento de la Pía Unión de María Inmaculada", que se difundió rápidamente y con inesperado éxito por toda Italia.
Don Pestarino funda la primera "Pía Unión" en Mornés el 9 de diciembre de 1855. Empieza con cinco muchachas. La más joven es María Mazzarello, de dieciocho años.
María tiene una amiga con la que no guarda ningún secreto. Se llama Petronila, y al igual que ella es Hija de la Inmaculada. Lleva el mismo apellido, Mazzarello. Un día de 1861, Maria le dice:
—Me he decidido a aprender el oficio de modista. Cuando lo sepa bien, abriré un tallercito y enseñaré a coser a las chicas pobres. ¿A ti te gustaría coser conmigo? Estaríamos juntas, viviríamos como en familia.
Pasa un año. María y Petronila montan un tallercito de costura en el extremo del pueblo. Unas diez niñas van a aprender a coser. Pero hay una novedad que lo va a cambiar todo.
Cuatro ojos asustados
Llega el invierno de 1863. Acaban de salir las niñas para sus casas, defendiéndose de la nieve con sus zuecos y sus grandes paraguas, cuando María y Petronila oyen llamar a la puerta. Aparece un vendedor ambulante que se ha quedado viudo con dos niñas. Pide que las alberguen día y noche, porque no puede tenerlas en su casa y arreglárselas él solo. Allí están las chiquillas, con sus cuatro ojos asustados. La mayor tiene ocho años, la pequeña seis. Petronila toma de la mano a la mayor, María levanta en brazos a la pequeña. Encienden una fogata en la chimenea.
De este modo, sin ningún "plan preestablecido", el taller de costura se transforma desde aquella noche en casita para niñas pobres. María y Petronila van a llamar a las puertas vecinas, y consiguen que les presten dos camitas y un poco de harina para hacer la polenta.
Apenas se corre la voz por Mornés de que las Mazzarello "toman en su casa niñas huérfanas", acuden muchos a llevar un haz de leña, un par de mantas, medio saco de harina. Pero llevan también otras niñas, que necesitan casa. Al poco tiempo ya tienen siete.
Antes de comenzar el trabajo en el taller, las niñas recitan el avemaría. Cuando suena la campana de la torre, María comenta: "Una hora menos en este mundo, una hora más cerca del Paraíso". Y quiere que sus costureras trabajen para el Señor: "Cada puntada, un acto de amor de Dios".
También los domingos quiere María "hacer el bien a todas las muchachas del pueblo". Nace de este modo una especie de oratorio. Durante los días de fiesta, las dos amigas recogen a las muchachas, las acompañan a la iglesia y las mantienen alegres con juegos y paseos.
Un "curita" que busca trabajo
Don Domingo Pestarino había nacido en Mornés, y a los veintidós años se había ordenado sacerdote en el seminario de Génova. Se quedó a trabajar en el seminario durante algunos años, pero a los treinta volvió a su pueblo para ayudar al anciano párroco. Se presentó a sus paisanos diciéndoles desde el púlpito: "Busco trabajo. No en vuestras viñas, sino aquí en la iglesia, en la viña del Señor. Me han ofrecido varios puestos, pero quiero quedarme entre vosotros, si me dais el trabajo que busco".
Se encontró con Don Bosco en un tren, mientras ambos viajaban de Acqui a Alessandria. Don Bosco le invitó a que le visitase en el oratorio de Valdocco.
Entusiasmó al "curita" el ver tantos muchachos y tan alegres, en una escuela de trabajo y de fe. Y le dijo a Don Bosco: "Me quedo con usted". Don Bosco estuvo de acuerdo con él, en que se hiciese salesiano (de hecho, al año siguiente hacía don Pestarino la profesión religiosa), pero quiso que siguiera en Mornés, donde había cosas muy importantes que necesitaban de él. Desde entonces don Pestarino asistía a las reuniones de los directores salesianos.
En Mornés hay, entre tanto, una novedad. Otras dos Hijas de la Inmaculada piden a María y a Petronila "hacer lo mismo que ellas". Preguntan a don Pestarino, el cual responde: "¿Y por qué no? Para dos tenéis ya tanto quehacer que no acabáis nunca". Así se forma una especie de comunidad: las cuatro Hijas, como las llaman en el pueblo, enseñan a coser a las niñas y hacen de mamás de las siete chiquitas que viven día y noche en su compañía.
En 1864 llega Don Bosco a Mornés con sus muchachos, durante uno de los paseos otoñales. Ya es de noche. La gente, a la que se han anticipado el párroco don Valle y el sacerdote don Pestarino, está esperando. Suena la banda, muchos se arrodillan al paso de Don Bosco implorando su bendición. Los jóvenes y la gente entran en la iglesia, se da la bendición con el Santísimo, y todo el mundo a cenar.
Después, los muchachos de Don Bosco, animados por los aplausos, dan un breve concierto de marchas y música alegre. En primera fila está una muchacha de veintisiete años, María Mazzarello. Al acabar, Don Bosco dice unas palabras: "Todos estamos cansados, y mis muchachos tienen ganas de echarse un buen sueño. Mañana hablaremos más despacio".
Al día siguiente, durante la mañana, don Pestarino presenta a Don Bosco a las "Hijas de la Inmaculada". Entre ellas está María Mazzarello, Don Bosco queda impresionado de la bondad y de la laboriosidad de aquellas muchachas. Habla un rato con ellas, animándolas a ser constantes en la vida que han elegido y en la práctica de la virtud.
Don Bosco se queda en Mornés cinco días. María Mazzarello logra oír cada noche "las buenas noches" que da a sus jóvenes. Más de uno se lo reprocha como si hubiera en ello algo inconveniente. Y ella responde: "Don Bosco es un santo, y yo lo siento".
Al año siguiente, las Hijas de María Santísima Inmaculada se dividen en dos grupos. Las que deciden vivir en comunidad juntamente con María y Petronila, don Pestarino las hospeda en una casa mejor, junto a la parroquia. Se llaman Hijas de la Inmaculada. Las otras que, como Angelina Maccagno, prefieren permanecer con sus familias, se llaman Nuevas Ursulinas.
Un cuadernillo que se ha perdido
Los de Mornés están construyendo en el barrio de Borgo Alto un edificio para escuela de sus muchachos (pocas muchachas asisten en aquel tiempo a la escuela). Don Bosco ha prometido que, apenas esté acabado, les enviará a sus salesianos. Todo el pueblo colabora en los trabajos, con dinero y con prestaciones gratuitas.
1867. La capilla del colegio está acabada. Por diciembre va Don Bosco a celebrar en ella la primera misa. Invoca "las bendiciones del Señor a favor del colegio naciente y de todo el pueblo de Mornés". Se queda cuatro días allí, y da una conferencia especial al pequeño grupo de las Hijas de la Inmaculada.
Desde hace dos años, Don Bosco está pensando seriamente en fundar una familia de religiosas que haga con las muchachas el mismo bien que hacen los salesianos con los muchachos. En el 1869 se da prisa en la fundación de esta su "segunda familia". Ha puesto sus ojos en las sencillas "Hijas" de Mornés, y sin ningún ruido envía a María y a Petronila un cuadernillo "escrito de su puño y letra, que contiene un horario y un breve reglamento, para que inicien, juntamente con sus niñas, una vida más regular" (MBe X, 541). Aquel cuadernillo se perdió, pero sor Petronila recordaba que en él Don Bosco les daba consejos muy sencillos:
"Procurar vivir en la presencia de Dios. Sed dulces, pacientes y amables. Velar atentamente a las niñas, tenerlas ocupadas. Ayudadles a crecer a una vida sencilla de amistad con el Señor, franca y espontánea" (Mbe X, 542).
En 1870 Don Bosco va a pasar tres días en Mornés: para respirar un poco y, sobre todo, para observar de cerca el modo de vivir de las "Hijas". Quiere ver el efecto del "cuadernito". Queda plenamente satisfecho.
Nacen las FMA
La sigla FMA indica universalmente a las Hijas de Maria Auxiliadora. Corresponde a los términos italianos de origen: Figlie Maria Ausiliatrice.
Mayo de 1871. Don Bosco reúne el "Consejo" de la Congregación Salesiana: están Miguel Rúa, Juan Cagliero, Pablito Albera... Dice: "Son muchos los que me han aconsejado repetidamente que hagamos con las jovencitas el poco bien que, por la gracia de Dios, vamos haciendo con los jóvenes... Temo ir en contra de un designio de la Providencia si no tomo este asunto en una seria consideración, Por tanto, os lo propongo a vosotros".
En una segunda reunión, preguntados uno por uno, todos los "consejeros" dan el voto afirmativo. Entonces Don Bosco determina fundar las Hijas de María Auxiliadora. El núcleo fundamental de ellas será el grupo de muchachas que en Mornés, con María Mazzarello a la cabeza y bajo la dirección de don Pestarino, están ya viviendo en silencio una verdadera vida religiosa.
Felisa Mazzarello, hermana de María, recordaba así la vida de los primeros tiempos: "Le faltaba muchas veces a la pequeña comunidad el sustento necesario, le faltaba hasta la harina para la polenta, y cuando había harina faltaba la leña para cocinarla, Entonces, salía María al campo con algunas de las “Hijas” e iba a un bosque a hacer un haz de leña seca y, con ella al hombro, volvía a casa a preparar la comida. Cocida la polenta, la llevaba al patio, la ponía en el suelo, e invitaba a sus compañeras al opíparo banquete. No había platos ni cubiertos, pero sobraba apetito y alegría".
Después de haber decidido la fundación de las Hijas de María Auxiliadora, Don Bosco llamó a don Pestarino y se lo comunicó. La relación que don Pestarino escribió inmediatamente después del coloquio dice: "Don Bosco expuso el deseo de pensar en la educación cristiana de las niñas del pueblo, y declaró que Mornés era el lugar más a propósito que él conocía, ya que estando allí las Hijas de la Inmaculada se podían elegir las llamadas a hacer vida común y retirada del mundo, e iniciar el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, a favor de las niñas del pueblo".
Don Pestarino, obediente, acepto. Pero se quedó "pensativo y turbado" por dos dificultades. Aquellas muchachas eran excelentes cristianas, pero a ninguna se le había pasado por la cabeza la idea de hacerse religiosa. Además, Don Bosco quería destinar el colegio de Borgo Alto para sede inicial de las Hijas de María Auxiliadora. Pero el pueblo había colaborado en su construcción pensando que era un colegio para los muchachos. El cambio suscitaría grandes disgustos. Pero Don Bosco había decidido así...
La primera Superiora no acepta serlo
29 de enero de 1872. Por orden de Don Bosco, don Pestarino reúne a las primeras 27 Hijas de María Auxiliadora para la elección de su primera superiora. Veintiún votos recaen sobre Maria Mazzarello, la cual pasmada pide enseguida a las compañeras que la dispensen. Insisten las otras, y don Pestarino decide dejarlo todo a la voluntad de Don Bosco. Maria se siente aliviada: Don Bosco conoce su incapacidad y la dispensara. Por el contrario, Don Bosco sabe de cuánto es capaz ella, y la confirma en el cargo, con gran desolación suya.
Ahora hay que llevar a las Hijas al colegio de Borgo Alto. Pero, ¿cómo hacerlo sin despertar el malhumor del pueblo? Viene en su ayuda un suceso. La casa del párroco amenaza ruina. El Consejo municipal decide derribarla y reconstruirla. Ruega por tanto a don Pestarino que ponga a disposición del párroco la casa que posee junto a la iglesia.
—¿Y dónde pongo a las Hijas que enseñan a coser y hospedan a las niñas pobres?, objeta el "curita".
El Consejo piensa y sugiere:
—Mándelas al Borgo Alto. La planta baja ya está terminada y aún no está ocupada por nadie.
Don Pestarino soltó un respiro de satisfacción: le ordenaban hacer lo que él no se atrevía a pedir. Las Hijas se trasladaron en carros, llevándose consigo hasta los gusanos de seda, una de sus pobrísimas entradas.
Por el momento, el traslado no despertó ninguna extrañeza. Mas, apenas corrió por el pueblo la voz de que las Hijas (cuyo número aumentaba rápidamente) ocuparían el colegio para siempre, dando así vida a un nuevo Instituto religioso, "se armó una protesta y un lamento general" (MBe X, 561).
Wirth escribe más explícitamente: "Los habitantes de Mornés alzaron voces de traición. Las Hijas de María Auxiliadora dieron los primeros pasos en un clima de incomprensión, casi de hostilidad. Lo cual se unía a la pobreza y las privaciones, que ya eran grandes".
Los ojos bajos, pero la cabeza no
5 de agosto de 1872. Las primeras 15 FMA reciben el hábito religioso. Once pronuncian también los primeros votos. Entre ellas está María Mazzarello. Don Bosco les dice: "Vosotras estáis tristes porque vuestros mismos parientes os vuelven las espaldas. No os duela ser maltratadas por el mundo. Solo así seréis capaces de hacer un gran bien. Comportaos como consagradas a Dios: los ojos bajos, pero no la cabeza" (MBe X, 563). El mensaje de Don Bosco a sus primeras hijas está clarísimo: los ojos hay que bajarlos ante la majestad de Dios, pero la cabeza se lleva alta ante la gente, y no debe estar inclinada como la de las siervas, sino alegre y satisfecha como la de las hijas de Dios.
Muchas hermanas empleaban como almohada un pedazo de madero envuelto, del mejor modo posible, con trapos. Todas las almohadas de la casa eran para las niñas. María Mazzarello no quería que las hermanas más jóvenes se mortificasen de ese modo, pero no podía gritar mucho porque ella era la primera que había escogido aquel sistema.
9 de febrero de 1876. En medio de la nevisca, parten las tres primeras hermanas. Van a Vallecrosia, en Liguria, para abrir un oratorio y una escuela para niñas.
29 de marzo. Otras siete hermanas parten para Turín. A 50 metros del Oratorio de Valdocco, abren un oratorio y una escuela femenina. Esta casa será después, por más de 40 años, la casa central dc las Hijas de María Auxiliadora.
1878. Las Hijas de María Auxiliadora son ya una familia numerosa, esparcida por todo el mundo. El centro de la Congregación se traslada, por orden de Don Bosco, de Mornés a Nizza Monferrato. Es un tirón doloroso para María Mazzarello. Se despide de su padre y de su madre, ya ancianos, da un adiós al cementerio, donde reposan don Pestarino y algunas de las primeras compañeras.
El hecho de ser la superiora general no hizo perder a María Mazzarello el sentido de la proporción. Siguió atendiendo a las niñas pequeñas en el dormitorio, con amor y delicadeza. Una chiquita, a quien los sabañones habían pegado pies, medias y zapatos, miró en derredor y creyendo que nadie la veía, se metió bajo las sábanas con zapatos y todo.
Madre Mazzarello advirtió la maniobra. No dijo nada. Bajó a la cocina en busca de una jofaina con agua tibia, gasa y algodón. Subió con todo ello junto a la cama de la niña y le dijo bajito:
—Vamos a ver esos piececitos. No tengas miedo, no te haré daño.
Con las flores de mayo llega la muerte
Enero de 1881. Las hermanas advierten que la salud de madre Mazzarello va declinando. Hay quien le dice que debe cuidarse un poco más, pero ella responde sonriendo:
—Es mejor para todos que me vaya. Así pondrán una superiora más intcligente que yo.
Viene el desplome mientras está acompañando a un grupo de misioneras que parten para América. Por un contratiempo le toca pasar la noche acurrucada en un rincón, vestida y temblando de fiebre. Por la mañana no puede ni siquiera ponerse en pie. "Pleuritis aguda", sentencia el médico. Cuarenta días de fiebre, lejos de su casa, atormentada con las famosas cataplasmas, única cura entonces conocida. Llega a Nizza, pálida y extenuada. La recibieron con una gran fiesta, que la conmovió. Dio las gracias con pocas palabras:
—En este mundo, pase lo que pase, no tenemos que alegrarnos ni entristecernos demasiado, Estamos en manos de Dios, que es nuestro padre, y hemos de estar siempre dispuestas a hacer su voluntad.
La caída llegó en la primavera. Tras los cristales de la ventana se veían las flores y la vegetación. Le gustaba oír el alboroto de las niñas que corrían y jugaban alegremente. Quiso hablar todavía una vez más con sus hermanas. Dijo:
—Quereos bien. Estad siempre unidas. Habéis dejado el mundo. No os fabriquéis otro aquí dentro. Pensad por qué entrasteis en la Congregación.
Estaba mal, pero no quiso entristecer a nadie hasta el fin. Más aún, hasta se esforzó por cantar. Dios vino a su encuentro al alba del 14 de mayo de 1881. Todavía logró murmurar: "Hasta volver a vernos en el cielo". Tenía cuarenta y cuatro años.
Bibliografía
MARIA P. GIUDICI, Una mujer de ayer y de hoy. EDB, Barcelona.
MARIA P GIUDICI, Madre y Maestra. EDB, Barcelona.
DOMENICO AGASSO, María Mazzarello, el mandamiento de la alegría Editorial CCS, Madrid.
Tomado del libro: "Familia Salesiana, Familia de Santos".
Escrito por Teresio Bosco S.D.B.
Editorial CCS. España
(fuente: www.mamamargarita2006.com)
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