Cuando Ortega escribió que «una amistad delicadamente cincelada, cuidada como se cuida una obra de arte, es la cima del universo» sabía muy bien lo que se decía. Pero no todos lo recuerdan y piensan que una amistad crece con sembrarla, sin cultivarla. Pero eso difícilmente pasa del compañerismo. Una verdadera amistad o nace cada día, o se mustia; o se mima como una planta, o se reduce a un tapasoledades.
Y no es nada fácil cultivar una amistad. Yo recordaría los, al menos, seis pilares sobre los que se apoya cuando es auténtica:
En primer lugar, el respeto
a lo que el amigo es y como el amigo es. Una pareja en la que la
libertad del otro no es respetada, en la que uno de los dos se hace
dueño de la voluntad del otro, es un ejercicio de vampirismo, no una
amistad.
En segundo lugar, la franqueza,
que está a media distancia entre la simple confianza y el absurdo
descaro. Jesús decía a sus discípulos que ellos eran sus amigos porque
les había contado todo cuanto sabía de su Padre. Porque amistad es
confidencia; más que simple sinceridad, es intimidad compartida.
Y amistad es generosidad,
que no tiene nada que ver con la «compra» del amigo a base de regalos,
sino don de sí; compartir con naturalidad lo que se es y lo que se
tiene. En el regalo artificial hay siempre algunas gotas de hipocresía,
de compraventa de favores. No ocurre con el regalo del amigo verdadero,
el cual apenas se nota y tras el que el otro no se siente obligado a
pagar con un nuevo regalo. En la amistad, más que en parte alguna, la
mano izquierda no debe saber lo que hace la derecha.
La amistad es también aceptación de errores.
Los amigos del tipo «perro-gato» que se pasan la vida discutiendo por
cualquier cosa a todas horas, tal vez sean buenos camaradas, pero
difícilmente serán auténticos amigos. Y peor es el amigo «tutelador», el
que a todas horas sermonea al amigo, el que se exhibe constantemente
como el ejemplo a imitar, formas todas estas patológicas de la auténtica
amistad.
La quinta columna de la amistad es la imaginación
frente a uno de sus mayores peligros: el aburrimiento. Toda verdadera
amistad es fecunda en ideas, en saber adelantarse a los gustos del
amigo, en saber equilibrar el silencio con la conversación, en descubrir
cuándo se consuela con la palabra y cuándo con la simple compañía.
Y la sexta podría ser la apertura.
Una amistad no es algo cerrado entre dos, sino algo abierto a la
camaradería, al grupo, porque la amistad no es una forma de «noviazgo»
disfrazado.
Seis columnas que se resumen, al
final, en una sola: la amistad es lo contrario del egoísmo. No se asume
porque «me» enriquezca, sino porque dos quieren enriquecerse mutuamente
en la medida en que cada uno trata de enriquecer al otro. Es, ya lo he
dicho, una forma de amor. Una de las más altas.
Extraído de "Razones para el amor"
(fuente: yocreo.com)
(fuente: yocreo.com)
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