SANTARÉM, jueves 12 julio 2012 (ZENIT.org).- "Los pueblos de la Amazonia están todavía gimiendo y gritando bajo el peso de un modelo de desarrollo que oprime y excluye del 'banquete de la vida', al cual todos los hombres y las mujeres están igualmente invitados por Dios. La Iglesia brasileña oye los gritos, a veces desesperados, y se identifica con esos sufrimientos, inclinándose ante ese dolor". Es un pasaje de la Carta al pueblo de Dios, difundida al término del décimo encuentro de los obispos de la Amazonia, celebrado en días pasados en Santarém, ciudad de Brasil situada en la zona occidental del estado de Pará.
El documento --firmado por el cardenal Cláudio Hummes, presidente de la Comisión episcopal para la Amazonia, y para el Episcopado de la región de la Conferencia Episcopal (CNBB)-- ha pretendido también hacer una verificación de los cuarenta años de compromiso misionero con los pueblos indígenas.
"La vida en la Amazonia sufre todavía", afirman los obispos, aunque se revela un cierto "progreso social y político", a través de nuevas estructuras y organismos de participación, una mayor posibilidad de acceso a las tierras por parte de los indígenas, una myor conciencia y empeño por la cuestión ecológica. También sobre el versante económico los prelados subrayan señales positivas respecto a los consumos y a la distribución de los recursos, si bien no siempre acompañados por "un aumento de la calidad de la vida".
En resumen, después de siglos, todavía hoy los pueblos indígenas siguen estando amenazados en su existencia física, cultural y espiritual, en su modo de vivir, en su identidad, en su diversidad, en sus territorios y en su proyectos.
Algunas comunidades indígenas se encuentran viviendo fuera de sus territorios porque estos han sido invadidos y abandonados a la degradación, o porque ya no tienen tierras suficientes para expresar su cultura. Sufren graves ataques a su identidad y supervivencia, porque la globalización económica y cultural pone en peligro su misma existencia como pueblos diferentes. Su progresiva mutación cultural provoca la rápida desaparición de varias lenguas y culturas. La migración, provocada por la pobreza, está influyendo profundamente en el cambio de costumbres, relaciones e incluso de religión.
Según el Episcopado, las decisiones sobre el desarrolo del Río Amazonas son siempre tomadas desde el exterior, impuestas sin ninguna consulta popular, y están destinadas solo y esclusivamente a la explotación de los recursos naturales, sin tener en consideración "las legítimas aspiraciones de los pueblos de esta región a una verdadera y duradera justicia social".
La Amazonia es considerada todavía hoy como una colonia a explotar. Este es un modelo económico despiadado y privado de ética, se lee en la carta de los obispos. Pero existe también otro modelo recomendado por la Iglesia: la salvaguardia de los derechos y de la inviolable dignidad de las personas que habitan quellas tierras. Cuando Pablo VI afirmó --recuerdan los prelados- que "el desarrollo es el nuevo nombre de la paz", no se refería a un crecimiento meramente económico (tal visión sería reductiva) sino que pretendía invitar a "todos los pueblos de la tierra a trabajar por un mundo justo, de fraternidad y de solidaridad, en la perspectiva del Reino que Jesús anuncia para cada hombre de buena voluntad".
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