La llamada
Tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento, descubrimos que en el origen de cada vocación auténtica está el Señor que elige y que invita a seguirle personalmente. Aunque lo hace de modos muy diversos, lo que está claro es que quien llama es Él. Éste es el sentido más profundo de la palabra vocación, que significa “llamada”. En el Evangelio vemos cómo Cristo pasa junto a personas normales y les llama: “Ven, sígueme”. Invita a seguirle a quienes luego serán discípulos suyos.
Fíjate cómo la iniciativa parte de Él, del Maestro, y por eso la “llamada” o “vocación” no es una predisposición natural o una inclinación de la persona solamente, sino ante todo se trata de un don de predilección. Por ello este don de Dios para quienes lo recibimos no responde a méritos especiales, sino que responde a una providencia, a un plan, que siempre ha estado presente en la mente y en el corazón de Dios.
La llamada es para algo; para hacer algo específico por Él y su Reino, se trata literalmente de cumplir una misión. Dios quiere nuestra colaboración para construir su proyecto de salvación. Por lo tanto, la llamada es a cooperar con Cristo en este mundo para, de esta forma, realizar su redención. Cada llamada tiene una clave única; es decir, tiene un tipo de contraseña y se desarrolla en un tiempo y en un contexto determinados trazando así una historia personal constituida por momentos determinados y cargados de significado.
Las cualidades
Será como un hombre que iba a salir de viaje a tierras lejanas; llamó a sus servidores de confianza y les encargó sus bienes A uno le dio cinco talentos; a otro, dos; y a un tercero, uno, según la capacidad de cada uno, y luego se fue. (Mt 25, 14-30) El que es llamado debe tener las cualidades necesarias para ser capaz de responder al Señor, y en un buen discernimiento esto constituye un punto importante para verificar la autenticidad de la vocación.
Dios no llama a una persona sin dotarlo de los elementos que le hacen apto para seguir su camino. Dones, habilidades, capacidades personales… son en realidad un regalo que Dios te da por amor, haciéndote capaz de amar de una manera particular, y dándote así la capacidad de responder con la confianza necesaria para hacerlo plenamente. Estas cualidades dadas por Dios son físicas, caracteriológicas, morales y espirituales. Los dones de Dios se encuentran en todos los ámbitos de la persona y, con el tiempo, están destinados a crecer y madurar.
El director espiritual debe ayudar a identificar estas cualidades y, en cierto sentido, echar luz en el ámbito personal del que se siente llamado para que la vocación (llamada) no se quede en potencia. En realidad estas cualidades también se pueden “enterrar” y hacer queden estériles: el egoísmo y la pereza son la cal viva que quema el terreno. La buena semilla muere y el fruto no madura, es más: nunca crecerá. Hay que tener en cuenta que la formación puede, con un buen método y con el tiempo, hacer madurar mucho unas cualidades que a primera vista parecían dar pocas garantías. Nadie nace “hecho” del todo, pero todos tenemos que dedicarnos con alegría y una buena dosis de madurez al trabajo de nuestra mejoría y transformación.
La respuesta
Es el tercer y último elemento constitutivo de la vocación y representa el don de sí mismo a Dios. Nace de la generosidad y del amor maduro hacia el Señor en un ambiente de libertad interior. Mientras el primer elemento depende totalmente de la Voluntad de Dios y el segundo depende de un don hecho por Dios y de la buena voluntad personal para corresponder a este don, este último aspecto depende, claro, de la gracia de Dios, pero sobre todo de la generosidad personal.
El encuentro con “el joven rico” en Mc 10,17 así nos lo confirma. A veces algunas circunstancias pueden influenciar o incluso ser determinantes para tu respuesta, pero recuerda bien que el primer interesado de que tu vida llegue a buen puerto y exactamente a la meta para la que Él te creó con infinito amor… es Dios. De aquí la grandísima esperanza y confianza en Él, ya que es con su ayuda con la que cumpliremos la misión que nos confía. Dios está siempre de nuestra parte. Es el primero en creer y apostar por nosotros. Puedes estar seguro de que te dará todas las gracias que necesitas para responderle con un decidido y alegre “sí”.
(fuente: www.vocacion.org)
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