¿Por qué razón no somos capaces de hacer esto con las leyes que rigen las cosas que nos rodean, y en cambio sí con las que rigen las realidades humanas que nos acompañan?. ¿Acaso nosotros los hombres no somos una realidad natural? ¿O es que únicamente las mariposas, los bosques y las ballenas son naturales?, ¿son la naturaleza? ¿Y nosotros, qué somos?
Hablar del matrimonio es hablar de una realidad natural, ciertamente de una maravilla natural, de la piedra angular de nuestro ecosistema. El hombre es una realidad natural, no cabe la menor duda. Es difícil pensar que no lo somos. Como toda realidad natural el hombre tiene un ecosistema y en él, condiciones básicas de equilibrio ecológico que determinan su desarrollo sustentable.
Para efectos de este ensayo, me atrevería a definir el matrimonio como una maravilla ecológica, que el amor humano ha hecho posible, y que constituye la piedra angular del ecosistema del hombre, a quien sirve estratégicamente. Adicionalmente, y sin afectar sus características naturales, su ideal es ser el elemento material de comunicación-participación con el Principio. Desarrollemos esta definición. He aquí las cinco maravillas del matrimonio:
1.- Matrimonio: Una maravilla ecológica.
Decir que el matrimonio es una maravilla ecológica es reconocer que no es producto de la inventiva humana, sino una realidad natural que acompaña al hombre desde el principio.
Que el matrimonio sea de origen natural es de la más evidente experiencia, sin embargo este aspecto, por razones inexplicables ha sido objeto de un oscurecimiento cada día mayor. Suponer que el matrimonio no sea de origen natural es considerarlo un invento del hombre históricamente datable, es decir, que durante mucho tiempo no existió y que un día alguna mente iluminada descubrió que la diferencia y complementación entre la virilidad y la feminidad podrían, al unirse, dar lugar a un invento, además fundador de un grupo nuclear de personas vinculadas. A este invento se le habría llamado matrimonio y al grupo fundado por éste, familia.
Por otra parte, considerar al matrimonio y a la familia de origen matrimonial como un invento del hombre (producto sólo cultural) sería suponer también que por no haber existido siempre podría no existir en el futuro sin mayores repercusiones, situación que es propia de las realidades no naturales o culturales. Así como el hombre pudo vivir años sin el cine, podría vivir sin él en el futuro. Pensar así respecto del matrimonio es colocarse fuera del más básico realismo.
Esto no significa que la cultura no influya en la naturaleza. ¿Quién podría dudar de la influencia cultural sobre la naturaleza de nuestros ríos, bosques y mares? Es evidente que la naturaleza, por estar en la historia sufre las influencias de los altibajos culturales, pero una cosa es aceptar esta lógica influencia y otra definir a las realidades naturales como culturales. Que la cultura ha influido y seguirá influyendo en el matrimonio es indudable, pero esto sólo autoriza a buscar mejores y más humanos modelos culturales que hagan posible la realización de lo que debe y puede ser el verdadero matrimonio. Así, por ejemplo, que en una época la cultura del llamado “machismo” haya informado al matrimonio no autoriza a considerar a este elemento como connatural al matrimonio, como si fuera una propiedad suya. Por el contrario, son estos elementos culturales los que deben evolucionar para dejar ser al matrimonio su “ideal”, es decir, lo que puede y debe ser verdaderamente.
Creo que no es difícil entender que el matrimonio es de origen natural. ¿Pero qué significa esto?
Decir que el matrimonio es una realidad natural es verlo como lo que es. Una unión típica entre varón y mujer con determinadas características, unión a la que le pusimos el nombre de “matrimonio”, algo que nosotros no inventamos, algo que recibimos ya hecho, que existe antes que cualquier legislador, que cualquier religión, antes que el cristianismo y que el judaísmo, antes, en fin que su nombre mismo. Igual que otras miles de realidades naturales que el hombre puede conocer, estudiar y aprender. Al igual que las ballenas, el matrimonio ahí está, y el hombre puede estudiarlo y conocerlo, o incluso ignorarlo, pero no por eso deja de estar y de ser el que él es. Si el matrimonio es una realidad natural ha de tener, como todas las realidades naturales, elementos y características que lo definen, es decir, aquellas en virtud de las cuales es el que es y no otra cosa. Del mismo modo como una ballena (o el ADN) se define por sus características propias que permiten distinguir a ese animal de todos los demás, el matrimonio posee características propias que lo distinguen de toda otra forma posible de relación interpersonal. Siendo estas características algo suyo y que sólo a él pertenecen, pues al igual que a la ballena, lo definen del resto de seres de la naturaleza, aún de aquellos que nos puedan parecer muy semejantes. Al igual que las ballenas, el matrimonio es una realidad que hay que pensarla como es, y no caer en el infantilismo de creer que ha de ser como lo pensamos.
De esta manera la primera gran maravilla del matrimonio es la de ser, él mismo, una realidad natural, una verdadera perla ecológica.
2.- El matrimonio: Una maravilla que el amor humano ha hecho posible.
No se puede entender la realidad del matrimonio sin entender la realidad del amor humano. Amor y matrimonio no son lo mismo, pero en su existencia mantienen una relación de necesidad-recíproca (amor-matrimonio), toda vez que, como veremos, el matrimonio es un momento cumbre del proceso ecológico-amoroso. El amor, es pues, causa ecológica del matrimonio.
¿Qué es el amor? Mil veces nos han dicho que el amor perfecciona al hombre, que es la felicidad misma, que el hombre fue hecho para el amor y que sólo en el amor puede realizarse verdaderamente. ¿Pero hemos entendido realmente el amor?
El amor, en pocas palabras, lo podemos definir como la “Entrega de la persona”. El hombre se entrega siempre, y esa entrega se llama “amor”, por eso se dice que amar es entregarse y que el hombre fue hecho para el amor.
Decir que hemos sido hechos para el amor es decir que hemos sido hechos para la entrega y es decir también que el amor es connatural al hombre, que no podemos vivir sin amar.
Si nos detenemos a observar un poco la realidad, comprobaremos como el hombre vive amando (entregándose) siempre y todo el tiempo. Vemos con claridad cómo todos los hombres aman, se entregan; unos a la virtud y otros al vicio, unos a lo que enaltece y perfecciona, y otros por desgracia a lo que envilece y degrada, pero todos aman, se entregan, porque el hombre fue hecho para el amor.
De este modo se deduce que hay dos claves para entender el amor humano: la primera consiste en descubrir que hay amores verdaderos, virtuosos y buenos, pero también existen amores falsos y viciosos, que lejos de ser un bien son la esclavitud y la degradación del hombre. La segunda, en saber que el hombre no tiene un solo amor, sino que su vida se realiza mediante diversas secuencias amorosas y mediante diversos objetos amados. Cada tipo de amor se distingue por poseer características propias. Así, no es lo mismo el amor de amistad que el amor conyugal, tampoco son lo mismo el amor a la patria que el amor al trabajo o laboriosidad. Cada amor del hombre se distingue por su finalidad, la cual constituyendo su esencia o naturaleza, es su máxima ordenación de sentido y proporción.
Cuando hablamos de matrimonio, hablamos de un tipo de amor humano, cuya principal característica es el carácter “conyugal” de su objeto, es decir, las dimensiones sexuales dinámicas, complementarias y conyugables del hombre y la mujer. El matrimonio involucra todo y únicamente lo conyugable de la persona.
Algunos autores hablan de un sentido esponsal del cuerpo, pero más bien la dimensión esponsal es de todo verdadero amor humano.
¿Por qué el amor verdadero tiene una dimensión esponsal? Porque al igual que en el matrimonio todo amor verdadero implica, según su modo propio, la entrega de toda la persona.
Pero ¿Qué es entregar toda la persona?, o más bien ¿es posible entregarse a medias, es decir, no toda la persona?
Hablar de la persona es referirnos al protagonista del amor. Quien no entiende a la persona se incapacita para entender el amor, pues siendo éste la “entrega de la persona” se impone saber quién es ese ser que llamamos persona.
Nos han dicho muchas veces que el hombre es un ser racional, un espíritu encarnado, que además del cuerpo tiene elementos superiores como la inteligencia y la voluntad. ¿Pero hemos entendido la profundidad de todo esto?
Una clave para entender a la persona se resume en saber: Si ¿Este cuerpo es mío? O ¿Este cuerpo soy yo? De la forma como respondamos esta pregunta habremos tomado una opción antropológica que determinará consecuencialmente la manera de entender el amor y consecuentemente el matrimonio.
Decir que el cuerpo es mío, es considerar que mi cuerpo no soy yo, que yo soy algo distinto y superior. Es una forma de dualismo antropológico. Como yo no soy mi cuerpo, y él es algo mío, lo que hago con él no lo hago conmigo, pues yo no soy él, más bien él es mío, como lo son tantas cosas que tengo como mías y las uso según mi utilidad.
Esta visión dualista es desde luego falsa, por ser contraria a la realidad. El hombre no existe dividido y sólo académicamente puede distinguirse en el hombre elementos materiales de elementos espirituales. En el terreno de la realidad solo existen personas, naturalezas humanas existentes en absoluta unidad. El hombre es un ser complejo pero existe en unidad (cuerpo-espíritu), no puede existir en este mundo de otro modo.
La antropología monista entiende que en la realidad sólo existen personas (naturalezas corpóreo-espirituales particularmente existentes). Que por esta razón el cuerpo no es algo mío, sino que el cuerpo soy yo mismo. Por lo tanto el dominio sobre todo yo y la entrega de todo yo condicionan el amor verdadero, pues es intrínsecamente falsa una entrega parcial de mí, pues existo en unidad indisoluble. Del mismo modo, resulta imposible una entrega, que supone un acto de dominio personal, si no soy dueño libre de mí mismo, si no me conduzco con “animus domini”. Por esta razón he dicho en líneas anteriores que el amor verdadero tiene una dimensión esponsal, es decir, implica, según su modo propio, la entrega de toda la persona (cuerpo-espíritu).
Una antropología dualista es equivocada por falsa, por irreal, y por implicar una fractura antropológica implica una necesaria no realización personal. Cómo diría el maestro Pedro-Juan Viladrich: ¿Es posible a caso vivir sin unidad de vida?
Ahora bien, considerando que el ser hombre es esta realidad natural compleja (cuerpo-espíritu), es preciso observar en su naturaleza dos dimensiones, una estática y otra dinámica: La estática es la existencia del yo, es decir, la realidad que responde a estas dos preguntas: ¿Quién soy yo? Y ¿desde cuándo y hasta cuándo yo soy?, y la dinámica que está constituida por la realidad natural de estar el hombre inmerso en el espacio y el tiempo. Es decir, ese yo que soy está en la historia. Esta doble consideración nos lleva a la conclusión de que no es confundible el ser y la historia del ser, pues es el ser mismo el que está en la historia, tiene su historia. Decir persona es decir naturaleza humana particularmente existente en el devenir de su historia y de la historia.
El motivo de esta distinción es que en el amor intervienen sin confundirse estas dos dimensiones de la persona; la entrega que el amor supone impacta al ser y a la historia del ser, aunque de modo distinto. Si el hombre no fuera un ser espacio-temporal bastaría la entrega para que ésta pudiera considerarse absolutamente realizada (me refiero a todo aquello que puede y debe ser), pero por ser el hombre un ser sometido al espacio y al tiempo sólo en la historia puede desplegar lo que la entrega es, sólo en el espacio y tiempo podrá la entrega ser lo que debe y puede ser. Por eso, la dimensión histórica de los seres constituye su espacio para ser. Así, un niño no se confunde con su historia, una cosa es el ser del niño y otra su historia, su proyección existencial.
Ahora bien; ¿Por qué decimos que el amor hace posible al matrimonio? Nos colocamos ya en un tipo particular de amor que es aquel al que el matrimonio refiere.
Hablar de amor, refiriéndonos al matrimonio, es hablar de un tipo particular de amor humano de dimensión sexual que conforme con la naturaleza se da entre un varón y una mujer.
Hablar de varón y de mujer es hablar de dos modos de existir de la misma naturaleza humana, que se nos presenta en la propia naturaleza bajo dos modos distintos y complementarios de ser de esa misma e igual naturaleza humana.
El conjunto de aspectos masculinos constituyen la virilidad (presente en toda la naturaleza masculina) y los aspectos femeninos constituyen la feminidad (presente en toda naturaleza femenina). Decir que ambos modos de ser son complementarios es reconocer que por su propia naturaleza al unirse dan lugar a un ser distinto que como veremos es el matrimonio. Es importante destacar que complementarse no significa completarse, es decir, varón y mujer son personas completas, nada les falta, sin embargo por razón de sus fines naturales son complementarios. Así como un coche es resultado de un conjunto de elementos que se complementan, sin que podamos decir que a la llanta le falte algo para ser llanta y al carburador algo para ser lo que es. Del mismo modo la masculinidad y la feminidad, que nada les falta para ser completas, se complementan para dar lugar al ser mismo del matrimonio. Es decir, el matrimonio es el ser resultante de esa complementación una vez hecha.
El amor, éste que se da entre un varón y una mujer, hace posible el matrimonio porque el matrimonio mismo constituye un particular momento cumbre del proceso amoroso. El matrimonio implica y supone el amor, no se confunde con él pero lo supone y contiene necesariamente. El matrimonio es pues, hijo legítimo del amor. Por otro lado, y en sentido inverso, podemos decir que el matrimonio hace posible el amor verdadero entre un hombre y una mujer. Es decir, la relación entre amor y matrimonio es en dos vías: una partiendo del amor se dirige al matrimonio y lo hace posible, y la otra partiendo del matrimonio hace posible la plenitud y verdad del amor entre un hombre y una mujer. Sin el amor el matrimonio sería imposible, pues es causa suya, y a la inversa, sin matrimonio el amor verdadero entre hombre y mujer jamás se realizaría. Lo que quiero decir es que no podemos desvincular el matrimonio del amor, sin causar una fuerte ruptura entre el matrimonio y la realidad antropológica que lo fundamenta. Quiero decir que no es posible ver las cosas al modo siguiente: Una cosa es amarte y otra casarte, o bien; es posible casarte sin amarte o amarte sin casarte. Todas estas afirmaciones reflejan una irreal y falsa ruptura entre matrimonio y su fundamento de realidad antropológica. El matrimonio no es algo distinto de su realidad humana, por el contrario, el matrimonio es una realidad surgida dentro de un proceso natural, llamado: ecosistema amoroso. Matrimonio es, el nombre de una realidad antropológica.
Si observamos el proceso natural amoroso descubriremos como ese amor entre un hombre y una mujer se inclina él sólo a convertirse en amor entre un esposo y una esposa, es decir, se deja de ser amante y se pasa a ser esposo-esposa. El amor está en el proceso, en la génesis y origen del matrimonio, y el matrimonio está implicado en el amor verdadero como dirección o sentido. El matrimonio es pues un ser surgido del amor en virtud de un acto conjunto de voluntad llamado consentimiento. Amarse conyugalmente es querer el matrimonio como cúspide de ese amor, no como una forma más de unión, sino como aquella que es connatural al amor, aquella a la que el propio amor se dirige por su propio impulso, por su propia dinamicidad operativa.
El amor entre un hombre y una mujer, por ser una realidad natural y humana que configura a la persona, participa de las dimensiones estática y dinámica de que hablamos anteriormente. Es decir, el proceso amoroso, por su propia inclinación quiere y pide la unión estable que el matrimonio es, así el matrimonio es una unidad en las naturalezas (masculina y femenina), éste es su ser, pero por participar de la dimensión dinámica (espacio y tiempo) tiene a su vez una proyección histórica, que condiciona su realización existencial al espacio y al tiempo, como su espacio propio para ser, para realizar lo que debe y puede ser.
Así, es posible distinguir y no confundir el ser del matrimonio con su dimensión histórica, la vida matrimonial. El matrimonio es el ser que viene a la existencia por la entrega libre de los amantes y que constituye aquello que podemos llamar “lo nuestro” y la vida matrimonial es la historia de ese ser en el tiempo.
De esta manera, la segunda gran maravilla del matrimonio es la de hacer posible el verdadero amor entre un varón y una mujer, al tiempo que ese amor hace posible al matrimonio mismo.
3.- El Matrimonio. Una maravilla que constituye la piedra angular del ecosistema del hombre.
Hablar de un ecosistema es hablar de equilibrio ecológico, es decir, de ciertas condiciones que determinan la permanencia y desarrollo sustentable de una realidad natural, en este caso, del hombre mismo.
Hablar de permanencia y desarrollo sustentable, refiriéndonos al ser mismo del hombre, es considerarlo bajo los aspectos de perfección natural con que se le encuentra en términos de naturaleza.
Por ser el hombre el ser natural más complejo, su ecosistema posee las mismas características de complejidad ontológica. No obstante el grado de complejidad, el ecosistema humano es asequible a cualquier inteligencia mínimamente observadora de la realidad.
Si estudiamos el proceso amoroso que muchos hemos experimentado sin que nadie nos haya enseñado (lo que demuestra su origen natural) descubriremos en el mismo proceso una serie de elementos que paso a paso van configurando esa realidad a la que después los hombres llamamos matrimonio.
El sistema (ecosistema) arranca en la persona misma, producto de este ecosistema, como un ser con unidad de vida (cuerpo-espíritu) que sabe y experimenta esta unidad bajo la afirmación de ser él mismo su cuerpo, pues sólo en él vive y se manifiesta, sin otro posible modo de ser. Este hombre posee madurez y suficiente discreción de juicio respecto a su propio ser y a su ecosistema. Esta capacidad es natural a toda persona salvo casos excepcionales.
El proceso amoroso arranca en un encuentro datable, en el que por la propia inclinación natural existe una atracción recíproca física, psíquica y afectiva. Se quiere penetrar en el otro, conocerlo a profundidad, compartir el tiempo, las experiencias y la vida misma. Se va gestando “lo nuestro”, aquello que nos pasa, que sentimos y experimentamos juntos, nos angustia estar lejos del otro.
Con el tiempo y el acoplamiento (que puede también no darse) la relación incrementa su intensidad, sus características adquieren notas más exigentes; queremos que lo nuestro no pase, no se acabe (inclinación natural a una unión estable y duradera), nos queremos exclusivamente, es decir, sin intervenciones ajenas de terceros. Te quiero sólo para mí, siento celos y me molesta que te fijes en otro (inclinación natural a la exclusividad, uno con una, así como a la fidelidad), no resisto la idea de perderte, no me imagino sin ti (inclinación a una unión que no se acabe). Junto a tí el mundo es poca cosa, todo lo puedo, todo lo logro, todo esfuerzo vale la pena (inclinación natural a una entrega total por un objeto valioso que eres tú), juntos nadie nos vence, nos comemos y reinventamos el mundo, queremos dar fruto, pero un fruto de los dos (inclinación a una gran creatividad de nuestra unión, a que lo nuestro trascienda. Esto se manifestará en seres personales, los hijos).
Este proceso en su propia dinámica natural alcanza un punto definitivo y decisorio, el paso definitivo. Que eso que queremos ser “sea”, es una entrega que implica deuda, es convertir eso que queremos ser, en un ser ya realizado y verdadero, es pasar de un querer ser a “ser” realmente. Es como la diferencia entre querer un hijo y concebirlo, el querer al hijo no hace al hijo. El hijo es producto de la generación y desde entonces él es.
De la misma manera el proceso amoroso producto de la naturaleza implica la gestación (como querencias) de lo que posteriormente es el matrimonio, que en definitiva es un ser producto de este amor.
Pero decidir pasar de ser amantes a ser esposos es un acto cualificado de la voluntad, es decir, no es una decisión cualquiera, sin importancia, pues constituye una conformación y no una función del ser. No es una función que siendo realizada por una persona se pueda dejar de realizar después como si fuese un empleo. Se trata de una conformación del ser, se es esposo o esposa, y por lo tanto se vive, se piensa y se actúa como lo que se es. Es como ser hijo de ese padre, o madre de ese hijo, no es función sino conformación del ser.
El momento decisivo comporta un acto de dilección, de elección sobre lo que yo seré, un acto de entrega y aceptación de tu naturaleza para unirla con la mía en todo aquello que siendo complementario es susceptible de ser unido. Seguiremos siendo dos, pero lo nuestro es aquello en lo que somos uno, nos compartimos el dominio sobre nosotros mismos formando un “uno” que tendrá su propia historia; “la historia de lo nuestro”. Todo aquello que sentíamos como inclinación natural se consolida, se asume, se convierte en algo tuyo y mío, en algo que yo te debo a ti y tu a mí, por habérnoslo entregado y aceptado. Así, amarnos, respetarnos, ser fieles, mantenernos unidos, asumir la creatividad de nuestro amor en la disposición a la trascendencia de lo nuestro mediante los hijos, a recibir a éstos en el hogar de lo nuestro y a educarlos, hacer comunidad de vida, de ayuda etc. Es lo nuestro, lo entregado y lo asumido, lo justo y debido entre nosotros.
Visto así el matrimonio, mi cónyuge no es la persona con la que vivo, sino la persona con la que soy. Yo resulto vivido en ella y ella vivida en mí. Por eso, hablando en sentido estricto, en el matrimonio los cónyuges no se entregan todos los días, sino que más bien, todos los días cumplen una entrega ya hecha.
Como podemos ver el matrimonio es el producto necesario y normal del ecosistema amoroso, lo anormal sería que el proceso no fuese así.
La consolidación que las inclinaciones naturales sufren al nacer el matrimonio obedece, entre otras razones, a exigencias naturales propias de la vida del matrimonio, fundamentalmente la necesaria estabilidad y permanencia que exigen el advenimiento de los hijos y su educación en el seno de esta comunidad de amor, proceso que no es corto ni fácil. Podemos descubrir aquí la gran trascendencia que para el futuro emocional de los hijos tiene esta consolidación que en el matrimonio tienen las inclinaciones naturales amorosas, y fundamentalmente la importancia estratégica de que el vínculo de los padres sea precisamente conyugal: Saberse hijo de matrimonio, de una unión comprometida surgida del amor y no de una unión transeúnte o golondrina, saber que la causa eficiente de mi existencia es un acto plenamente humano (corpóreo-espiritual), que es la expresión material de la unión que es el matrimonio, saberse deseado y amado, recibido en el hogar con alegría, esto marca indeleblemente el futuro emocional de los hijos.
Con justa razón, señala el maestro Viladrich que el proceso que arranca con el amor varón-mujer, dirigido al Matrimonio, ordenado a la fecundidad, Concepción, Recepción del concebido y educación monista, y que termina en la entrega a la comunidad de un hijo bien formado, es seguramente, el plan Divino que se quiere expresar en el Génesis al señalar: “Que lo que Dios unió no lo separe el hombre”. Este es, pues, el hermoso ecosistema que la naturaleza ha confiado a la libertad de los hombres.
De esta manera podemos afirmar que el matrimonio es la maravillosa piedra angular del ecosistema humano. Es la realidad natural básica de su equilibrio ecológico, determinante para el desarrollo sustentable del hombre.
4.- Matrimonio. Una maravilla del ecosistema humano, a quien sirve estratégicamente.
El matrimonio, y la familia fundada en el matrimonio, prestan al ecosistema humano una serie de servicios estratégicos de inigualable valor, además, dichos servicios estratégicos son prestados por la familia matrimonial de tal manera que no existe en la sociedad quien pueda reemplazarla con la misma efectividad y a mejor costo.
La clave para la comprensión del fundamento de estos servicios estratégicos prestados al hombre y a la sociedad por la familia matrimonial radica en la ‘incondicionalidad ecológica establecida entre los miembros de la comunidad familiar entre sí, como consecuencia de los vínculos causados por el matrimonio y la consanguinidad’. Incondicionalidad que incluye aspectos no sólo físicos sino afectivos y psicosomáticos.
Esta vinculación (de incondicionalidad ecológica), no puede ser real y verdadera en otro tipo de comunidades no soportadas en el matrimonio y la consanguinidad, y en el caso de comunidades soportadas únicamente en la consanguinidad, la incondicionalidad que poseen la tienen por realizar en parte el modelo natural matrimonial. Adicionalmente, este fenómeno de incondicionalidad natural no puede ser improvisado, ni suplantado mediante inventos carentes de fundamento antropológico real, ya sea por el Estado o por otros agentes, pues bajo dicho escenario la ‘incondicionalidad’ sencillamente no surge. Es pues sólo la familia la que puede ofrecer en condiciones óptimas y a muy bajo costo una serie de servicios estratégicos en virtud de su propia energía interna y en forma masiva. Esta es la razón por lo que la familia es realmente el sujeto social primario.
La expresión concreta de la incondicionalidad ecológica, de la que venimos hablando, consiste en que el criterio que rige las relaciones intrafamiliares es el de la igual y absoluta dignidad de cada uno de sus miembros.
De esta manera, la cuarta gran maravilla del matrimonio y, de la familia de fundación matrimonial es el importante conjunto de servicios estratégicos que presta al ecosistema del hombre con una eficacia y costo inmejorables por cualquier otra opción.
(fuente: www.encuentra.com)
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