- “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1, 1).
- “Tomás respondió, y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20, 28).
- “Les dijo Jesús: De cierto, de cierto os digo que antes que Abraham existiera, Yo Soy” (Juan 8, 58).
“Yo Soy” es el mismo nombre de Dios se dio Él mismo cuando se le apareció a Moisés en la zarza ardiente indicándole que Él es el increado ser supremo eterno. Cuando Jesús habla así de Él mismo, claramente nos estaba indicando que Él es Dios. Por eso es que los judíos “tomaron piedras” para matar a Jesús (Juan 8, 59). La profecía de Isaías 9, 6, que trata claramente sobre Jesús, también prueba que Jesús es Dios.
“Porque un niño nos es nacido, un hijo nos es dado, y el dominio estará sobre su hombro. Se llamará su nombre: Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.” (Isaías 9, 6)
Una de nuestras favoritas al respecto, pero que a menudo es pasado por alto, es Hechos 3, 15. Hablando de cómo los judíos prefirieron a Barrabás el asesino que a Jesús y le habían crucificado a Jesús, San Pedro dice:
“Y matasteis al Autor de la vida…” (Hechos 3, 15).
El Autor de la vida es Dios, por lo tanto, Jesús es Dios. Hay muchos otros pasajes, como en Apocalipsis capítulo 1:
“Y en medio de los candeleros vi a uno semejante al Hijo del Hombre, (…) Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y puso sobre mí su mano derecha y me dijo: ‘No temas. Yo soy el primero y el último. He aquí que vivo por los siglos de los siglos…’” (Apoc. 1).
Algunas personas no están conscientes de que Dios mismo se describe en el Antiguo Testamento como “el primero y el último”.
“Yo el Señor, yo soy el primero y el último” (Isaías 41, 4).
Hay muchos otros pasajes que pueden introducirse, pero el hecho de que Jesús es Dios también es probado por lo que se llama la “cristología implícita”. Esto significa que la manera como Jesús habló eso mostró que Él es Dios.
“Habéis oído que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer para codiciarla ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5, 28).
Nótese que Jesús, al comentar sobre las palabras y los mandamientos de Dios mismo en Éxodo 20, 14, Él claramente coloca su propia declaración al mismo nivel: Habéis oído que Dios ha dicho, PERO YO DIGO, dice Jesús. Este modo de hablar muestra que Jesús es Dios.
Otro pasaje interesante se encuentra en Gálatas.
“Pablo, apóstol, no de parte de hombres ni por medio de hombre, sino por medio de Jesucristo y de Dios Padre, quien lo resucitó de entre los muertos…“ (Gálatas 1, 1)
Puesto que Pablo no se convirtió en apóstol por los hombres o del hombre, sino por Jesucristo, la implicación evidente es que Jesucristo no es sólo un hombre, sino que Él también es Dios.
El hecho que Jesús sea Dios y hombre (una Persona divina con dos naturalezas) se sostuvo por los primeros padres de la Iglesia y es una verdad que debe ser sostenida por todos los que quieran ser salvos y poseer la verdadera fe:
De 108 d.C., San Ignacio a la Iglesia de los Éfeso: “Ignacio, llamado también Teóforo, a aquella que es grandemente bendecida en la plenitud de Dios Padre, predestinada antes de los siglos a estar por siempre, para una gloria que no pasa, inquebrantablemente unida y elegida en la pasión verdadera, por la voluntad del Padre y de Jesucristo nuestro Dios, a la Iglesia digna de ser llamada bienaventurada, que está en Éfeso de Asia, mi saludo en Jesucristo y en un gozo irreprochable” (Carta a los Efesios 1).
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, sesión 8, 22 de noviembre de 1439, ex cathedra: “Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe católica; y en que no la guardare íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre. – Ahora bien, la fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la unidad; sin confundir las personas ni separar las sustancias. Porque una es la persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu Santo; pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad. (…) Y en esta Trinidad, nada es antes no después, nada mayor o menor, sino que las tres personas son entre sí coeternas y coiguales, de suerte que, como antes se ha dicho, en todo hay que venerar lo mismo la unidad en la Trinidad que la Trinidad en la unidad. El que quiera, pues, salvarse, así ha de sentir de la Trinidad.
“Pero es necesario para la eterna salvación creer también fielmente en la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo (…) hijo de Dios, es Dios y hombre. (…) Ésta es la fe católica y el que no la creyere fiel y firmemente, no podrá salvarse”.
(fuente: www.vaticanocatolico.com)
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