También alrededor de cada una de las mesas de familia, ha habido una historia, un relato, un rito que se repitió. ¿Cómo fue esa celebración del día del padre? Ritos de nuestras celebraciones en el día de ayer.
Por ejemplo, en casa, el ritual, además de la celebración que pudimos compartir en familia entorno a la eucaristía, estuvo el rito de los canelones que hizo mamá.
En otros lados, el asado. Que nos es solamente lo que se come, sino lo que hay detrás de esto.
Alrededor de los canelones en casa, está la tradición de la familia, la familia italiana y todo lo que ello significa. La pasta en la cultura italiana trasladada aquí a la Argentina. En casa además de los postres que trae después el café y la conversación, terminamos viendo el final de un partido de futbol, mientras todos nos dormíamos, los hombres, mirábamos la televisión, entonces cada uno buscó partir a sus casas. Y la siesta nos esperaba también como parte del ritual dominical donde uno tomó un poquito más de fuerza para descansar. Lo lindo es haberlo compartido, aunque en lo reiterado y en lo rutinario que el rito tiene, en lo nuevo que trae cuando el amor y la caridad, cuando el sentir de ser familia nos acompaña.
Nosotros estamos compartiendo rituales que hace a nuestra celebración litúrgica, según nos lo ofrece el Catecismo de la Iglesia Católica.
Una pregunta surge alrededor de toda celebración litúrgica ¿Quién celebra?
Como cuando se reúne la familia para compartir, para celebrar, es una comunidad en su conjunto que se reúne para celebrar al Padre en Cristo, ella es la que celebra, es la comunidad en Cristo, es el Cristo total.
Los que desde ahora celebran, participan ya en todo ritual litúrgico, de los signos de una liturgia que acontece en el cielo, porque Cristo ascendiendo al cielo, está junto al Padre y con Él en cierto modo como lo hemos celebrado el día de la ascensión, estamos cada uno de nosotros y particularmente allí hay una liturgia celestial que se celebra y los signos que acompañan nuestra liturgia, revelan aquel banquete de familia, en el que la Sagrada Familia Trinitaria nos ofrece a todos y cada uno de nosotros la posibilidad de ir apuntando hacia el cielo como lugar de encuentro definitivo, gozando ya aquí, en la tierra, de esa presencia misteriosa del cielo que se nos acerca en señales sencillas y simples. Rituales que hablan de la eternidad en el presente. De hecho esto sea lo más gozoso que esconde la celebración familiar cuando en armonía, en paz, en lo sencillo y en lo simple y en nuestros rituales, bien triviales si se quiere, vamos compartiendo. Esto es un cierto anticipo del cielo y esto hace que en la festividad el corazón se llene de esperanza y se anime a caminar más decididamente. Siempre que hay un espacio de ruptura de lo ordinario y aparece la celebración dándole fuerza a nuestro contenido de convivencia cotidiana nos ocurre esto, encontramos una nueva vitalidad para dar pasos hacia adelante. Son nuestras celebraciones las que nos fortalecen en este sentido.
Decíamos que los rituales que forman parte de nuestra convivencia cotidiana detrás de Cristo Jesús en torno al cual celebramos su misterio de la vida, anticipan el cielo y en el cielo ¿qué ocurre? eso lo que la palabra dice, un gran banquete. El apocalipsis de Juan leído en la liturgia de la iglesia nos revela primeramente que un trono está dirigido en el cielo y uno sentado en el trono. Apocalipsis 4, 2. El Señor Dios. Luego revela el cordero inmolado y de pie. Cristo crucificado y resucitado. El único Sumo Sacerdote del santuario verdadero, como dice la carta a los hebreos. Allí se participa de un banquete eterno, es decir de una gran fiesta, de abundantes comidas y de vinos riquísimos como para identificar detrás de esta señal lo que se goza y se celebra en la eternidad. Y cada vez que nosotros gozamos y celebramos como comunidad alrededor de la mesa que nos congrega, de algún modo estamos anticipando aquello también. No solamente en la liturgia como de hecho lo estamos compartiendo, sino, en todos los momentos en que como comunidad, como familia solemos reunirnos en esa perspectiva. Es tan saludable mantener estos rituales nuestros, en torno a los cuales significamos el sentido de pertenencia nuestra a un lugar que ya está anticipado aquí y de alguna forma nos espera para ser compartido en plenitud, la eternidad, el cielo.
¿Dónde es que tenemos esta posibilidad? En nuestra celebración sacramental, nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica. Es toda la comunidad, el cuerpo unido a la cabeza quien celebra la acción litúrgica, no sólo en acciones privadas sino en celebraciones de la iglesia que es sacramento de unidad. La asamblea de los bautizados celebra, ésta novedad de cielo nuevo y tierra nueva en medio de nosotros. Vale la pena celebrar en medio de las penas, en medio de los dolores, de los sacrificios, de las entregas, de la carga del peso de nuestras heridas, vale la pena tomar fuerzas de aquel lugar único que es la eternidad, el cielo en medio de nosotros por señales que nos identifican. Esto es justamente lo que en la liturgia se celebra, detrás de signos concretos que compartimos en las celebraciones, de algún modo vislumbramos en ellos mismos a través de las palabras y de los gestos, qué es lo que acontece más allá de lo que estamos viendo y qué se nos acerca de más allá hacia aquí para que nos animemos a caminar y a transitar en la vida con la certeza de que el rumbo, no solamente es claro sino que se puede ya descubrir detrás de las señales que nos muestran el camino. Éste es el sentido que tienen las señales, rituales en la liturgia. Nos muestran y al mismo tiempo nos anticipan lo que acontece en la liturgia celestial.
Las palabras y los gestos constituyen lo que articulan un rito con señales que nos muestran un sentido de pertenencia a ese lugar donde la ritualidad nos acoge y de hecho esto es lo que sentimos cada vez que ritualmente compartimos un hecho celebrativo. Es lo que ocurre en nuestra liturgia cada vez que compartimos la mesa de familia alrededor de la eucaristía, también en nuestra mesa familiar, como ha sido en el día de ayer en el día del padre, sobre ese ritual en donde todos hemos de alguna manera celebrado o muchos al menos, la mayoría hemos podido celebrar este lugar de pertenencia a la paternidad.
Te invitamos a compartir, ¿Con qué ritual celebraste el día del padre? Regalos, almuerzo familiar, una carta. ¿Qué sorpresa, qué relato, qué historia?, cuantas cosas lindas celebradas y qué bueno que la compartamos en el contexto de la ritualidad en nuestro hecho celebrativo litúrgico donde no guarda sino relación lo que Dios elige como modo de celebrar lo que el hombre tiene habitualmente como modo de celebrar, como fue el día de ayer, cuando compartimos el día del padre.
Cada uno tiene un lugar, en casa fue así, algunos poníamos la mesa, otros servían, otros lavamos los platos, otros colaboramos, otros contaban un cuento, había uno que estaba muy bien servido, el que estaba en la punta de la mesa, papá con su edad ya anciana y su sabiduría, su mirada percibiendo la mesa, el sabio, están los jóvenes que muestran el tiempo que viene, y la conversación, lo más rico de la mesa, además de la comida que hizo Gigina, fue la charla, el encuentro, el reconocernos compartiendo un mismo destino por eso compartiendo una misma mesa.
En la celebración litúrgica siempre hay un orden. Está quien preside, que es el que tiene el orden sagrado, el que lleva la delantera al menos en torno a la eucaristía. Pero también hay otros ministerios, el electorado, el servidor, el diaconal, el del canto. Y hay signos y símbolos que acompañan toda celebración. Por ejemplo un signo o un símbolo que abre nuestro encuentro es siempre la bienvenida, el saludo de bienvenida, donde ayer cuando venían los familiares, que algunos venían de viaje, otros hacía un tiempo que no nos veíamos, entonces está el abrazo, el saludo, el beso. En la celebración también ocurre esto. Hay símbolos y signos que van como entretejiendo lo que vamos a compartir. En la centralidad de toda celebración hay un momento que es clave, que es como el eje en torno al cual. Cuando la familia se reúne hay como toda una preparación para el centro del encuentro que suele ser la mesa compartida. Y en la celebración litúrgica también. Siempre es un hecho revelador lo central, en este caso lo central en el día de ayer, el padre, la figura paterna. El compartir, el hecho de pertenecer a una misma familia, nacida de un mismo tronco, donde la figura del padre es clave. De hecho mi pe le dice ayer a mi madre, pensar que en todo esto tenemos que ver nosotros. Y el viejito con eso se alegraba, gozaba él del hecho de ser partícipe de tanta historia que estaba puesta sobre esa mesa. Y cuanto también cuando nosotros compartimos alrededor de la mesa litúrgica, hay un hecho celebrativo que está en el centro. Por ejemplo cuando compartimos la eucaristía, la mesa que nos reúne, la asamblea que se prepara con la bienvenida, con los cantos, tiene alrededor de la consagración sacramental, el hecho fundante que da razón de ser a la celebración, que Jesús ha venido a ofrecerse a nosotros como Pan de Vida. Y eso es todo lo que explica la razón de ser de la movilidad que se genera alrededor de lo que se celebra.
Hay símbolos, hay signos que ocupan un lugar importante. Y por qué necesitamos de símbolos y signos, porque somos gente de cuerpo y alma. Aún cuando la celebración tenga el sentido espiritual más profundo, la profundidad espiritual necesita ser manifestado en una simbología corpórea que permita captar ese sentido de profunda espiritualidad. Y entonces, el Señor dice no solamente, yo soy palabra que alimenta, sino que esa palabra que alimenta, se hace pan que alimenta. Los signos, los símbolos corpóreos expresan un sentido de trascendencia que va más allá de lo asignado. Y por eso el abrazo que nos damos, cuando nos encontramos alrededor de la mesa familiar, el perdón que nos ofrecemos cuando estamos alrededor de un acontecimiento familiar donde hace falta la reconciliación, expresa en ese abrazo, en ese gesto, en ese pedido de perdón, en ese lugar celebrativo, algo que está más allá del mismo gesto que lo expresa, es los corazones que se unen, es el amor que nos reúne, es decirnos que nos pertenecemos mutuamente. Cuando nos damos un abrazo para saludarnos, y ese abrazo es sentido de corazón, nos unimos unos a otros y en esa unión decimos que nos pertenecemos mutuamente, que somos uno, aunque seamos distintos.
Es importante cuando vayamos a la celebración litúrgica sacramental, cualquiera sea, Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Unción a los enfermos, Matrimonio, Orden Sagrado, Reconciliación, que podamos nosotros claramente ver qué significa aquel signo que nos da la celebración, qué sentido de trascendencia tiene el signo, para poder profundizarlo, para poder gozarlo, para poder bien recibirlo, para poder celebrarlo.
Cómo las cosas de Dios, ocurren así, simples, sencillas. Cuando son bien venidas se hacen importantes. Y como no es lo espectacular, ni lo grandioso, ni lo suntuoso, ni lo caro, lo que guarda valor o importancia, sino, el valor de lo simple, de lo sencillo. El valor de lo cotidiano vivido en grandeza. Captar esta presencia significativa en nuestras celebraciones es lo que nos permite con una mirada de fe trascender desde el signo, el símbolo a lo que él representa. Y esto es justamente nuestro modo de estar en las celebraciones. En el hecho celebrativo litúrgico, cuando la cosa sagrada es la que está celebrándose. Allí cuando nuestro modo de apertura el signo es en el espíritu, dejamos de ser meros espectadores para constituirnos en partícipes de lo que se está celebrando y lo que ahí se dice y se hace tiene que ver con nosotros y conmigo dentro de ese nosotros. Por lo tanto a la hora de acercarnos a una celebración litúrgica, como hacemos en casa cuando nos reunimos para compartir, es importante estar atento a todo lo que va aconteciendo y a lo que se va diciendo y a lo que se va significando y en el espíritu participar, más que es pectar, participar, más que mirar, ser parte de. Es toda la comunidad, la asamblea que con Jesús celebra al Padre. Si uno sigue con atención, con el oído atento y el espíritu abierto, se da cuenta que todas las palabras allí dichas nos representan, nos hacen presentes, mutuamente, al Padre Dios en Cristo Jesús con nosotros metidos dentro del misterio en un mismo espíritu. La celebración tiene signos, símbolos, también tienen de palabras y de gestos.
Si uno está atento en la celebración litúrgica, todos son símbolos, signos, palabras y gestos. Toda celebración litúrgica es un encuentro de los hijos de Dios, dice el Catecismo de la Iglesia, con el Padre en Cristo por el espíritu. Y este encuentro se expresa como un diálogo a través de acciones y palabras, como de hecho son nuestros encuentros familiares. Siempre hay palabras, hay relatos y hay gestos. Ayer el gesto para muchos fue un pequeño presente y un te quiero papá, te amo; y habrá venido del otro lado también, y yo también hijo, hija, te amo, te quiero. Habrá sido con una palabra expresada claramente o con una mirada o con un abrazo que dice una palabra que es gesto. En la liturgia también las palabras y los gestos están íntimamente ligados y se explican mutuamente, se relacionan de tal manera que la palabra habla del gesto y el gesto habla de la palabra. Todo es un lenguaje comunicativo donde lo que se revela es el misterio que está escondido, el hecho celebrado. Palabras y gestos en la acción litúrgica son como el lugar en torno al cual, Dios con un lenguaje humano nos introduce en el misterio de lo eterno, de lo divino.
escrito por el Padre javier Soteras
(fuente: www.radiomaria.org.ar)
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