MADRID, jueves 8 noviembre 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos el santo del día por nuestra colaboradora Isabel Orellana Vilches. Esta vez, es la vida de un franciscano escocés, apodado el “doctor sutil” por su fina dialéctica. Por ello, fue encargado de defender el dogma de la Inmaculada Concepción.
Por Isabel Orellana Vilches
Nació en Duns, condado de Berwick (Escocia) hacia 1266. El ideal de la consagración religiosa llegó a su vida en plena juventud y no dudo en ofrecérsela a Dios. Por eso cuando dos franciscanos pasaron por su ciudad natal y repararon en su sensibilidad espiritual le invitaron a seguir a Cristo, y junto a ellos partió para integrarse en la comunidad de Dumfries.
Después de ser ordenado sacerdote se dedicó a la confesión, misión de gran responsabilidad que encomendaban a personas de probada virtud, hasta que llegó el momento de iniciar estudios de teología en Cambridge y Oxford que prosiguió luego en la universidad de París. Sería uno de los más aplaudidos representantes de la corriente escolástica, un brillante filósofo y teólogo del medioevo reconocido como Doctor subtilis («Doctor sutil»).
Sus excelsas virtudes, entre las que destacaba su amor a la Virgen María, rubricaban el genuino espíritu franciscano al que se había abrazado. Devoto de la Eucaristía, era un hombre de oración, humilde, sencillo y obediente. Fidelísimo al pontífice Bonifacio VIII a cuyo lado estuvo frente a Felipe IV, rey de Francia, que se oponía a él, bebía de la tradición de la Iglesia nutriendo con ella las enseñanzas filosófico-teológicas. Se convirtió no sólo en un reputado profesor universitario, aclamado en Cambridge y en París ciudades donde ejerció la docencia, sino en un apóstol singular que defendía la verdad y actuaba coherentemente en todo instante. Por su testimonio muchos de sus discípulos se sintieron alentados a emprender el camino de la santidad, y su influjo no ha cesado en todos estos siglos. En sus clases ya se ponía de manifiesto su espíritu religioso puesto que daba inicio a las mismas con una oración que incluía después en sus trabajos.
Poseía una inteligencia excepcional, gran agudeza y sentido crítico. Sin duda, sus cualidades intelectuales vinculadas a las espirituales hicieron de él la persona idónea para defender el dogma de la Inmaculada Concepción. Fue capaz de memorizar doscientos argumentos contrarios a esta doctrina y refutarlos sistemáticamente y por el mismo orden que fueron expuestos, uno por uno. Es bien conocido el axioma: «Potuit, decuit, ergo fecit (Podía, convenía, luego lo hizo)», que ayudó a Pío XI a fundamentar su definición del dogma de la Inmaculada Concepción en 1854.
El también denominado «Doctor mariano» y «Doctor del Verbo Encarnado» murió en Colonia el 8 de noviembre de 1308. Tras él dejaba un compendio de obras de gran envergadura, entre las que se hallan sus Comentarios a las Sentencias de Pedro Lombardo y el Tratado del Primer Principio. Juan Pablo II lo beatificó el 20 de marzo de 1993.
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