Pergamino (Buenos Aires - Enviado Especial) (AICA) Varios parientes próximos de la hermana María Crescencia Pérez –sobrinos, sobrinos nietos y sobrinos bisnietos- asistieron a su beatificación. Todos la quieren mucho y escucharon hablar de ella desde su niñez, pero ninguno llegó a conocerla personalmente.
Le preguntamos a una sobrina bisnieta, Antonia, de ocho años, quién era María Crescencia: Con timidez, deslizó: “Era una señora que era monja”. “¿Y vos sos pariente?”, le preguntamos. “Creo que sí”, contestó, dubitativa. Otro chico, también sobrino bisnieto, más avispado, se permitió corregirla: “No digas creo; decí sí”.
Tres sobrinos bisnietos –Antonia, Augusto y Axel- estaban con sus padres, a su vez sobrinos nietos de la nueva beata, Alejandro Apesteguía Pérez, de 46 años, y su hermano Marcelo, de 44.
La mamá de estos dos, María Angélica Pérez de Apesteguía nació en 1941, nueve años después de que falleciera su tía monja (cuyo nombre civil antes de entrar en religión era precisamente María Angélica).
Ella contó que desde chicos todos los sobrinos la tenían presente, en realidad toda la familia hablaba de ella. “Mi abuela nos contaba historias de ella, de cómo la ayudaba”. Y cuenta que la religiosa extrañaba a la familia cuando estaba lejos, en la Argentina y en Chile, donde falleció, aunque siempre estuvo bien dispuesta para ir a donde Dios quisiera. Hija de inmigrantes españoles, María Crescencia fue la quinta de once hermanos. Algunos murieron chiquitos, entre ellos, dos mellizos.
Otra sobrina directa, María Luisa (Marisa) -hija de Antonio Pérez, uno de los hermanos de la religiosa-, la señala como “un ejemplo de humildad y servicio a los más pobres”.
En el momento del ofertorio de la misa, María Angélica, con su marido, Alberto Apesteguía, y Marisa, con su marido, Carlos Pérez, subieron al altar a entregar las ofrendas, junto con otros sobrinos directos como ellos, Martha Pérez, María Isabel Pérez y su marido, Hernán Filgueira Risso; Ema Pérez, y Alicia Pérez, y su marido, Héctor Ferrari Musso. Hay otros dos sobrinos que no estuvieron; viven en Estados Unidos.
Desde el micrófono se dijo: “Familiares de la hermana Crescencia presentan el pan y el vino, que son fruto del esfuerzo y del trabajo de tantos inmigrantes, hombres y mujeres que han cultivado esta tierra argentina a lo largo de las generaciones, entre los cuales se cuentan también los Pérez Rodríguez”.
Esas ofrendas se sumaron a las plantas de violeta que antes habían acercado representantes de Chile y de nuestro país, simbolizando la vida sencilla y humilde de la hermana Crescencia. “escondida con Cristo en Dios”.
Y a cuatro lámparas encendidas que acercaron miembros de la familia gianellina (la congregación del Huerto fue fundada por San Antonio María Gianelli y está extendida por cuatro continentes); las lámparas expresaban el deseo de santidad de la hermana Crescencia y su preocupación constante por la salvación de las almas.
Otro sobrino es un conocido sacerdote: el presbítero Carlos Pérez, rector del santuario de María del Rosario de San Nicolás, quien desde el comienzo estuvo involucrado en el fenómeno espiritual suscitado alrededor de las apariciones de la Virgen. El padre Pérez estuvo en el altar con los obispos durante la misa.
Pero en un momento bajó al campo, para acompañar a la superiora general de la congregación de las Hijas de María Santísima del Huerto, la religiosa portuguesa Terezinha María Petry, y a quien se curó por el milagro atribuido a María Crescencia, María Sara Pane, que llevaron un relicario de la beata hasta el altar (el relicario contiene un mechón de su cabello).
El sentido de la familia en que se formó desde chica la nueva beata, con un cariño que conservó y acrecentó durante toda su vida, fue subrayado en su homilía por el cardenal Angelo Amato, representante del papa Benedicto XVI.
Tras señalar su generosidad con los pequeños, con los pobres, con las madres que no tenían medicinas para los niños, dijo el cardenal: “Es importante notar que esa sensibilidad con los pobres la había aprendido en la escuela de sus padres profundamente cristianos. Lo afirma la misma beata, que en una carta recuerda el afecto de la madre: ‘Mamá: siempre la recuerdo, sobre todo cuando recuerdo sus consejos, sus ejemplos, sus enseñanzas, y ¡cuánto me animan!’. Y continúa: ‘Si no me hago santa, deberé dar cuentas al Señor, porque pienso que otras quizá no han recibido la fortuna de tener un padre y una madre que siempre han orientado a sus hijos en el buen camino de la virtud, como yo’ ”. (Jorge Rouillon)
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