Esas últimas tres semanas han sido una experiencia maravillosa. Fue un tiempo muy ocupado, lleno de reuniones y sesiones de trabajo con mis hermanos obispos. Fue un tiempo de amistad y fraternidad. Para mí personalmente, fue también un tiempo fructífero para oración y reflexión.
Durante el Sínodo, nuestro Santo Padre comparó la fe en nuestro país y en todo el Occidente, como un fuego que se está apagando. Las “llamas” de la creencia, poco a poco se están extinguiendo, dijo. Ellas están esperando a ser agitadas y encendidas de nuevo, hasta que una vez más la fe se convierta en una flama viva que de calor y luz.
Esta es una imagen fuerte de lo que “la nueva evangelización” significa. Nosotros sabemos que la fe ha perdido gran parte de su “fuego” y fuerza en la vida de muchas personas.
Lamentablemente vemos esto incluso entre nuestros amigos y familiares. Demasiadas personas que han sido bautizados, se han alejado de la fe en Jesucristo y su Iglesia.
Ellos necesitan a alguien para despertar el fuego de su fe, Y este es nuestro deber.
Es por esto que yo escribí mi nueva Carta Pastoral “Testigos para el Nuevo Mundo de Fe”.
Tenía la intención de estar aquí para publicar la Carta y para anunciar el Año de la Fe y hablar sobre las maneras prácticas como podemos vivir este año de manera fructífera. En lugar de esto, ¡el Santo Padre me llamó a Roma!
Pero yo vuelvo a casa del Sínodo con un mayor sentido de la prioridad urgente de proclamar a Jesucristo y para llevar a los hombres y mujeres a Él –no solo por programas y palabras, sino también por el testimonio de nuestras vidas y nuestro amor.
Me inspiré por el hecho de que el Sínodo destacó muchos de los temas que hablo en mi Carta Pastoral, especialmente las cinco prioridades pastorales que yo identifico para nuestra arquidiócesis:
— Educación en la Fe;
— Promoción de vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa y consagrada;
— Promoción de nuestra identidad universal “católica” y nuestra diversidad como familia de Dios.
— Proclamación del Evangelio de vida; y
— Fortalecimiento del matrimonio y la familia.
Mi esperanza es que estas cinco prioridades puedan servir como una especie de “programa” espiritual para guiar a las personas, las parroquias y nuestros ministerios arquidiocesanos en este Año de la Fe.
En conjunto, tienen una “lógica interna” que conecta a estas prioridades y que abarca toda nuestra vida de fe – desde nuestra oración y vida interior, hasta nuestro deber para dar testimonio de nuestra fe en el mundo.
Todo comienza con Jesucristo. Tenemos que crecer en nuestro conocimiento de quién es Jesús, lo mucho que nos ama, y lo que nos enseña para que vivamos sobre el camino correcto.
Necesitamos conocer la íntima conexión entre Jesús y Su Iglesia y tenemos que crecer en nuestro conocimiento de las enseñanzas de su Iglesia.
Cristo fundó su Iglesia como su familia, edificando sobre la paternidad espiritual de sus sacerdotes ordenados, quienes comparten en el Espíritu que Él dio a los apóstoles. A través de sus sacerdotes, Jesús continúa enseñando y sanando, para alimentar y perdonar, para santificar y servir. Así que tenemos que apoyar a nuestros sacerdotes y encontrar maneras de invitar a muchos más hombres para responder a este noble llamado.
También necesitamos profundizar nuestro amor por nuestros hermanos y hermanas en Cristo, y tenemos que fomentar la gloriosa diversidad de la familia de Dios. Nuestra Iglesia siempre debe ser un “icono” –un signo vivo- de lo que Dios quiere para todas las familias del mundo.
Jesucristo proclamó un Evangelio social y el Evangelio de la vida. Así que nuestra fe debe manifestarse en obras de amor que edifiquen el Reino de Dios en la tierra y defiendan la santidad de la vida humana contra cualquier amenaza.
Y nosotros necesitamos nutrir y fortalecer el matrimonio y la familia – que son los fundamentos de la sociedad, y las primeras escuelas de fe y amor.
Esta semana oremos unos por otros. También oremos por nuestros hermanos y hermanas en la costa este de los Estados Unidos que están sufriendo mucho a consecuencia del huracán Sandy. Tenemos que abrir nuestros corazones en caridad por ellos, y para los que sufrieron la violencia de la tempestad cuando pasó por Cuba, Haití, Jamaica y las Bahamas.
Pidamos a María, nuestra Santísima Madre, que esté cerca de todas las víctimas y sus familias en este tiempo de prueba.
escrito por Mons. José Gomez
(fuente: www.aciprensa.com)
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