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viernes, 9 de marzo de 2012

La oración es necesaria para vencer las tentaciones y guardar los mandamientos


Es además la oración el arma más necesaria par defendemos de los enemigos de nuestra alma. EL que no la emplea, dice Santo Tomás, está perdido. El Santo Doctor no duda en afirmar que cayó Adán porque no acudió a Dios en el momento de la tentación. Lo mismo dice San Gelasio, hablando de los ángeles rebeldes: No aprovecharon la gracia de Dios y porque no oraron, no pudieron conservarse en santidad. San Carlos Borromeo dice en una de sus cartas pastorales que de todos los medios que el Señor nos dio en el evangelio, el que ocupa el primer lugar es la oración. Y hasta quiso que la oración fuera el sello que distinguiera su Iglesia de las demás sectas, pues dijo de ella que su casa era casa de oración: Mi casa será llamada casa de oración. Corazón, pues, concluye San Carlos en la referida pastoral que la oración es el principio, progreso y coronamiento de todas las virtudes.

Y es esto tan verdadero que en las oscuridades del espíritu, en las miserias y peligros en que tenemos que vivir sólo hallamos un fundamento para nuestra esperanza, y es el levantar nuestros ojos a Dios y alcanzar de su misericordia por la oración nuestra salud eterna... Lo decía el rey Josafat: Puesto que ignoramos lo que debemos hacer, una sola cosa nos resta: volver los ojos a Ti. Así lo practicaba el santo Rey David, pues confesaba que para no ser presa de sus enemigos no tenía otro recurso sino el acudir continuamente al Señor suplicándole que le librara de sus acechanzas: Al señor levanté mis ojos siempre, porque me soltará de los lazos que me tienden. Se pasaba la vida repitiendo así siempre; Mírame, Señor, y ten piedad de mí, que estoy solo y soy pobre. A ti clamé, Señor, sálvame para que guarde tus mandamientos... porque yo nada puedo y fuera de Vos nadie me podrá ayudar.

Eso es verdad, porque después del pecado de nuestro primer padre Adán que nos dejó tan débiles y sujetos a tantas enfermedades, ¿habrá uno solo que se atreva a pensar que podemos resistir los ataques de los enemigos de nuestra alma y guardar los divinos mandamientos, si no tuviéramos en nuestra mano la oración, con la cual pedimos al Señor la luz y la fuerza para observarlos? Blasfemó Lutero, cuando dijo que después del pecado de Adán nos es del todo imposible la observancia de la divina ley. Jansenio se atrevió a sostener también que en el estado actual de nuestra naturaleza ni los justos pueden guardar algunos mandamientos. Si esto sólo hubiera dicho, pudiéramos dar sentido católico a su afirmación, pero justamente le condenó la Iglesia, porque siguió diciendo que ni tenían la gracia divina para hacer posible su observancia.

Oigamos a San Agustín: Verdad es que el hombre con sus solas fuerzas y con la gracia ordinaria y común que a todos es concedida no puede observar algunos mandamientos, pero tiene en sus manos la oración y con ella podrá alcanzar esa fuerza superior que necesita para guardarlos. Estas son textuales palabras: Dios cosas imposibles no manda, pero, cuando manda, te exhorta a hacer lo que puedes y a pedir lo que no puedes, y entonces te ayuda para que lo puedas. Tan célebre es este texto del gran Santo que el Concilio de Trento se lo apropió y lo declaró dogma de fe. Mas ¿cómo podrá el hombre hacer lo que no puede? Responde al punto el mismo Doctor a continuación de lo que acaba de afirmar: Veamos y comprenderemos que lo que por enfermedad o vicio del alma no puede hacer, podrá hacerlo con la medicina. Con lo cual quiso damos a entender que con la oración hallamos el remedio de nuestra debilidad, ya que cuando rezamos nos da el Señor las fuerzas necesarias para hacer lo que no podemos.

Sigue hablando el mismo San Agustín y dice: Sería temeraria insensatez pensar que por una parte nos impuso el Señor la observancia de su divina ley y por otra que fuera esa ley imposible de cumplir. Por eso añade: Cuando el Señor nos hace comprender que no somos capaces de guardar todos sus santos preceptos, nos mueve a hacer las cosas fáciles con la gracia ordinaria que pone siempre a nuestra disposición: para hacer las más difíciles nos ofrece una gracia mayor que podemos alcanzar con la oración. Y si alguno opusiere por qué nos manda el Señor cosas que están por encima de nuestras fuerzas, le responde el mismo Santo: Nos manda algunas cosas que no podemos para que por ahí sepamos qué cosas le tenemos que pedir. Y lo mismo dice en otro lugar con estas palabras: Nadie puede observar la ley sin la gracia de Dios, y por esto cabalmente nos dio la ley, para que le pidiéramos la gracia de guardarla. Y en otro pasaje viene a exponer igual doctrina el mismo San Agustín. He aquí sus palabras: Buena es la ley para aquel que debidamente usa de ella. Pero ¿qué es usar debidamente de la ley? A esta pregunta contesta» Conocer por medio de la ley las enfermedades de nuestra alma y buscar la ayuda divina para su remedio. Lo cual quiere decir que debemos servirnos de la ley ¿para qué?, para llegar a entender por medio de la ley (pues no tendríamos otro camino) la debilidad de nuestra alma y su impotencia para observarla. Y entonces pidamos en la oración la gracia divina que es lo único que puede curar nuestra flaqueza.

Esto mismo vino a decir San Bernardo, cuando escribió. ¿Quiénes somos nosotros y qué fortaleza tenemos para poder resistir a tantas tentaciones? Pero esto cabalmente era lo que pretendía el Señor: que entendamos nuestra miseria y que acudamos con toda humildad a su misericordia, pues no hay otro auxilio que nos pueda valer. Muy bien sabe el Señor que nos es muy útil la necesidad de la oración, pues por ella nos conservamos humildes y nos ejercitamos en la confianza. Y por eso permite el Señor que nos asalten enemigos que con nuestras solas fuerzas no podemos vencer, para que recemos y por ese medio obtengamos la gracia divina que necesitamos.

Conviene sobre todo que estemos persuadidos que nadie podrá vencer las tentaciones impuras de la carne si no se encomienda al Señor en el momento de la tentación. Tan poderoso y terrible es este enemigo que cuando nos combate se apagan todas las luces de nuestro espíritu y nos olvidamos de las meditaciones y santos propósitos que hemos hecho, y no parece sino que en esos momentos despreciamos las grandes verdades de la fe y perdemos el miedo de los castigos divinos. Y es que esa tentación se siente apoyada por la natural inclinación que nos empuja a los placeres sensuales. Quien en esos momentos no acude al Señor está perdido. Ya lo dijo San Gregorio Nacianceno: La oración es la defensa de la pureza. Y antes lo había afirmado Salomón: Y como supe que no podía ser puro, si Dios no me daba esa gracia, a Dios acudí y se la pedí. Es en efecto la castidad una virtud que con nuestras propias fuerzas no podemos practicar, necesitamos la ayuda de Dios, mas Dios no la concede sino a aquel que se la pide. El que la pide, ciertamente la obtendrá.

Por eso sostiene Santo Tomás contra Jansenio que no podemos decir que la castidad y otros mandamientos sean imposibles de guardar, pues si es verdad que por nosotros mismos y con nuestras solas fuerzas no podernos, nos es posible sin embargo con la ayuda de la divina gracia. Y que nadie ose decir que parece linaje de injusticia mandar a un cojo que ande derecho. No, replica San Agustín, no es injusticia, porque al lado se le pone el remedio para curar de su enfermedad y remediar su defecto. Si se empeña en andar torcidamente suya será la culpa.

En suma diremos con el mismo santo Doctor que no sabrá vivir bien quien no sabe rezar bien. Lo mismo afirma San Francisco de Asís, cuando asegura que no puede esperarse fruto alguno de un alma que no hace oración. Injustamente por tanto se excusan los pecadores que dicen que no tienen fuerzas para vencer las tentaciones. ¡Qué atinadamente les responde el apóstol Santiago cuando les dice: Si las fuerzas os faltan ¿por qué no las pedís al Señor? ¿No las tenéis? Señal de que no las habéis pedido.

Verdad es que por nuestra naturaleza somos muy débiles para resistir los asaltos de nuestros enemigos, pero también es cierto que Dios es fiel, como dice el Apóstol y que por tanto jamás permite que seamos tentados sobre nuestras fuerzas. Oigamos las palabras de San Pablo: Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que de la misma tentación os hará sacar provecho para que podáis manteneros. Comentan do este pasaje, Primacio dice. Antes bien os dará la ayuda de la gracia para que podáis resistir la violencia de la tentación.

Débiles somos, pero Dios es fuerte, y, cuando le invocamos, nos comunica su misma fortaleza y entonces podemos decir con el Apóstol: Todo lo puedo con la ayuda de aquél que es mi fortaleza Por lo que el que sucumbe, porque no ha rezado, no tiene excusa, dice San Juan Crisóstomo, pues si hubiera rezado hubiera sido vencedor de todos sus enemigos. 

escrito por San Alfonso María Ligorio
(fuente: www.abandono.com)

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