Es además la
oración el arma más necesaria par defendemos
de los enemigos de nuestra alma. EL que no la emplea, dice
Santo Tomás, está perdido. El Santo Doctor no
duda en afirmar que cayó Adán porque no
acudió a Dios en el momento de la tentación.
Lo mismo dice San Gelasio, hablando de los ángeles
rebeldes: No aprovecharon la gracia de Dios y porque no
oraron, no pudieron conservarse en santidad. San Carlos
Borromeo dice en una de sus cartas pastorales que de todos
los medios que el Señor nos dio en el evangelio, el
que ocupa el primer lugar es la oración. Y hasta
quiso que la oración fuera el sello que distinguiera
su Iglesia de las demás sectas, pues dijo de ella que
su casa era casa de oración: Mi casa será
llamada casa de oración. Corazón, pues,
concluye San Carlos en la referida pastoral que la
oración es el principio, progreso y coronamiento de
todas las virtudes.
Y es esto tan verdadero que en
las oscuridades del espíritu, en las miserias y
peligros en que tenemos que vivir sólo hallamos un
fundamento para nuestra esperanza, y es el levantar nuestros
ojos a Dios y alcanzar de su misericordia por la
oración nuestra salud eterna... Lo decía el
rey Josafat: Puesto que ignoramos lo que debemos hacer,
una sola cosa nos resta: volver los ojos a Ti.
Así lo practicaba el santo Rey David, pues confesaba
que para no ser presa de sus enemigos no tenía otro
recurso sino el acudir continuamente al Señor
suplicándole que le librara de sus acechanzas: Al
señor levanté mis ojos siempre, porque me
soltará de los lazos que me tienden. Se pasaba la
vida repitiendo así siempre; Mírame,
Señor, y ten piedad de mí, que estoy solo y
soy pobre. A ti clamé, Señor, sálvame
para que guarde tus mandamientos... porque yo nada puedo y
fuera de Vos nadie me podrá ayudar.
Eso es verdad, porque
después del pecado de nuestro primer padre
Adán que nos dejó tan débiles y sujetos
a tantas enfermedades, ¿habrá uno solo que se
atreva a pensar que podemos resistir los ataques de los
enemigos de nuestra alma y guardar los divinos mandamientos,
si no tuviéramos en nuestra mano la oración,
con la cual pedimos al Señor la luz y la fuerza para
observarlos? Blasfemó Lutero, cuando dijo que
después del pecado de Adán nos es del todo
imposible la observancia de la divina ley. Jansenio se
atrevió a sostener también que en el estado
actual de nuestra naturaleza ni los justos pueden guardar
algunos mandamientos. Si esto sólo hubiera dicho,
pudiéramos dar sentido católico a su
afirmación, pero justamente le condenó la
Iglesia, porque siguió diciendo que ni
tenían la gracia divina para hacer posible su
observancia.
Oigamos a San Agustín:
Verdad es que el hombre con sus solas fuerzas y con la
gracia ordinaria y común que a todos es concedida no
puede observar algunos mandamientos, pero tiene en sus manos
la oración y con ella podrá alcanzar esa
fuerza superior que necesita para guardarlos. Estas son
textuales palabras: Dios cosas imposibles no manda, pero,
cuando manda, te exhorta a hacer lo que puedes y a pedir lo
que no puedes, y entonces te ayuda para que lo puedas.
Tan célebre es este texto del gran Santo que el
Concilio de Trento se lo apropió y lo declaró
dogma de fe. Mas ¿cómo podrá el hombre
hacer lo que no puede? Responde al punto el mismo Doctor a
continuación de lo que acaba de afirmar: Veamos y
comprenderemos que lo que por enfermedad o vicio del alma no
puede hacer, podrá hacerlo con la medicina. Con
lo cual quiso damos a entender que con la oración
hallamos el remedio de nuestra debilidad, ya que cuando
rezamos nos da el Señor las fuerzas necesarias para
hacer lo que no podemos.
Sigue hablando el mismo San
Agustín y dice: Sería temeraria insensatez
pensar que por una parte nos impuso el Señor la
observancia de su divina ley y por otra que fuera esa ley
imposible de cumplir. Por eso añade: Cuando el
Señor nos hace comprender que no somos capaces de
guardar todos sus santos preceptos, nos mueve a hacer las
cosas fáciles con la gracia ordinaria que pone
siempre a nuestra disposición: para hacer las
más difíciles nos ofrece una gracia mayor que
podemos alcanzar con la oración. Y si alguno
opusiere por qué nos manda el Señor cosas que
están por encima de nuestras fuerzas, le responde el
mismo Santo: Nos manda algunas cosas que no podemos para
que por ahí sepamos qué cosas le tenemos que
pedir. Y lo mismo dice en otro lugar con estas palabras:
Nadie puede observar la ley sin la gracia de Dios, y por
esto cabalmente nos dio la ley, para que le
pidiéramos la gracia de guardarla. Y en otro
pasaje viene a exponer igual doctrina el mismo San
Agustín. He aquí sus palabras: Buena es la
ley para aquel que debidamente usa de ella. Pero
¿qué es usar debidamente de la ley? A esta
pregunta contesta» Conocer por medio de la ley las
enfermedades de nuestra alma y buscar la ayuda divina para
su remedio. Lo cual quiere decir que debemos servirnos
de la ley ¿para qué?, para llegar a entender por
medio de la ley (pues no tendríamos otro camino) la
debilidad de nuestra alma y su impotencia para observarla. Y
entonces pidamos en la oración la gracia divina que
es lo único que puede curar nuestra flaqueza.
Esto mismo vino a decir San
Bernardo, cuando escribió. ¿Quiénes
somos nosotros y qué fortaleza tenemos para poder
resistir a tantas tentaciones? Pero esto cabalmente era
lo que pretendía el Señor: que entendamos
nuestra miseria y que acudamos con toda humildad a su
misericordia, pues no hay otro auxilio que nos pueda valer.
Muy bien sabe el Señor que nos es muy útil la
necesidad de la oración, pues por ella nos
conservamos humildes y nos ejercitamos en la confianza. Y
por eso permite el Señor que nos asalten enemigos que
con nuestras solas fuerzas no podemos vencer, para que
recemos y por ese medio obtengamos la gracia divina que
necesitamos.
Conviene sobre todo que
estemos persuadidos que nadie podrá vencer las
tentaciones impuras de la carne si no se encomienda al
Señor en el momento de la tentación. Tan
poderoso y terrible es este enemigo que cuando nos combate
se apagan todas las luces de nuestro espíritu y nos
olvidamos de las meditaciones y santos propósitos que
hemos hecho, y no parece sino que en esos momentos
despreciamos las grandes verdades de la fe y perdemos el
miedo de los castigos divinos. Y es que esa tentación
se siente apoyada por la natural inclinación que nos
empuja a los placeres sensuales. Quien en esos momentos no
acude al Señor está perdido. Ya lo dijo San
Gregorio Nacianceno: La oración es la defensa de
la pureza. Y antes lo había afirmado
Salomón: Y como supe que no podía ser puro,
si Dios no me daba esa gracia, a Dios acudí y se la
pedí. Es en efecto la castidad una virtud que con
nuestras propias fuerzas no podemos practicar, necesitamos
la ayuda de Dios, mas Dios no la concede sino a aquel que se
la pide. El que la pide, ciertamente la obtendrá.
Por eso sostiene Santo
Tomás contra Jansenio que no podemos decir que la
castidad y otros mandamientos sean imposibles de guardar,
pues si es verdad que por nosotros mismos y con nuestras
solas fuerzas no podernos, nos es posible sin embargo con la
ayuda de la divina gracia. Y que nadie ose decir que parece
linaje de injusticia mandar a un cojo que ande derecho. No,
replica San Agustín, no es injusticia, porque al lado
se le pone el remedio para curar de su enfermedad y remediar
su defecto. Si se empeña en andar torcidamente suya
será la culpa.
En suma diremos con el mismo
santo Doctor que no sabrá vivir bien quien no sabe
rezar bien. Lo mismo afirma San Francisco de Asís,
cuando asegura que no puede esperarse fruto alguno de un
alma que no hace oración. Injustamente por tanto se
excusan los pecadores que dicen que no tienen fuerzas para
vencer las tentaciones. ¡Qué atinadamente les
responde el apóstol Santiago cuando les dice: Si
las fuerzas os faltan ¿por qué no las
pedís al Señor? ¿No las tenéis?
Señal de que no las habéis pedido.
Verdad es que por nuestra
naturaleza somos muy débiles para resistir los
asaltos de nuestros enemigos, pero también es cierto
que Dios es fiel, como dice el Apóstol y que por
tanto jamás permite que seamos tentados sobre
nuestras fuerzas. Oigamos las palabras de San Pablo: Fiel
es Dios, que no permitirá que seáis tentados
sobre vuestras fuerzas, sino que de la misma
tentación os hará sacar provecho para que
podáis manteneros. Comentan do este pasaje,
Primacio dice. Antes bien os dará la ayuda de la
gracia para que podáis resistir la violencia de la
tentación.
Débiles somos, pero
Dios es fuerte, y, cuando le invocamos, nos comunica su
misma fortaleza y entonces podemos decir con el
Apóstol: Todo lo puedo con la ayuda de
aquél que es mi fortaleza Por lo que el que sucumbe,
porque no ha rezado, no tiene excusa, dice San Juan
Crisóstomo, pues si hubiera rezado hubiera sido
vencedor de todos sus enemigos.
escrito por San Alfonso María Ligorio
(fuente: www.abandono.com)
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