Feminista y líder de la juventud comunista en la URSS.
Su conversión, la cárcel y el destierro. La ausencia de sentido en un
mundo sin Dios.
La fundadora del primer movimiento
feminista ruso nació en Leningrado (actual San Petersburgo) en 1947.
Estudió Filosofía y fue educada en el ateísmo oficial del régimen
soviético. Tras convertirse al cristianismo, desplegó una intensa
actividad intelectual, que provocó su encarcelamiento y posterior
expulsión del país. Los párrafos siguientes pertenecen a su libro
autobiográfico Hablar de Dios resulta peligroso, publicado por editorial Herder en 1986.
UNA CONVERSIÓN PELIGROSA
- Dígame usted, Tatiana ¿de dónde
les viene a usted y a Poresch esa fe en Dios? Porque ustedes han sido
educados en una familia soviética normal y sus padres son gente
inteligente y atea. No tienen ustedes antecedentes sociales que
expliquen su fe. No proceden de la clase noble ni tampoco de los
campesinos. Por lo que se refiere a nuestra sociedad en su conjunto, no
puede provocar una conciencia religiosa; entre nosotros no se dan las
condiciones para ello: no existe la explotación del hombre por el
hombre, en todas partes se lleva a cabo una propaganda atea, y todos
saben leer y escribir sin que nadie crea ya en fábulas. En lo que aqeuí
estamos todos interesados es en saber por qué cree usted en semejante
absurdo, siendo como es una persona de formación univeersitaria ¿Por qué
cree usted en un absurdo así, como si fuera una viejita que no supiera
leer ni escribir?
No era la rimera vez que en la KGB
entablaba esa conversación en tales términos. Al principio, yo empezaba
por explicarme en la medida en que me era posible e intentaba hacer
comprender que nuestra fe no podía deberse a ninguna influencia
occidental, que el Dios vivo estaba personalmente en mi alma y que no
hay una alegría mayor que esa nueva vida dentro de la Iglesia. No sé si
lograba que entendiesen algo. Supongo que no. Esa gente desarrollaba una
lucha implacable contra la fe, contra el espíritu, contra aquello que
no era accesible a su inteligencia, pero consideraban como la máxima
amenaza y el enemigo más peligroso. Eran asesinos, cínicos e inhumanos, y
tenían una astucia diabólica. No encontraban explicación materialista
para las conversiones al cristianismo, pero eso no les impedía condenar a
Wolodia Poresch, un hombre moralmente luminoso, tranquilo y de grandes
dotes, a once años de cárcel.
Si alguien me pregunta qué significa
para mí el retorno a Dios, qué es lo que esa conversión me ha hecho
patente y cómo ha cambiado mi vida, puedo contestarle con toda sencillez
y brevedad: lo significa todo. Todo ha cambiado en mí y a mi alrededor.
Y, para decirlo con mayor precisión: mi vida empezó sólo después de
haber encontrado a Dios. Para las personasque hayan crecido en países
occidentales no es fácil de entender. Son personas nacidas en un mundo
en el que existen traadiciones y normas, aunque ya no sean totalmente
estables. Esas personas han podido desarrollarse de una manera "normal",
leyendo los libros que han querido, eligiendo sus amigos y haciendo la
carrera que han preferido. Han podido viajar a cualquier país. O han
podido retirarse del mundo, bien para cuidar amorosamente de su familia,
para encerrarse en un monasterio o para dedicarse a la ciencia,
eligiendo para ello su lugar preferido.
Yo he nacido, por el contrario, en un
país en el que los valores tradicionales de la cultura, la religión y la
moral han sido arrancados de raíz de una manera intencionada y con
éxito; yo no vengo de ninguna parte y a ninguna parte voy: he carecido
de raíces y he tenido que encaminarme hacia un futuro vacío y absurdo.
En mi adolescencia tuve una amiga que se quitó la vida a los quince
años, porque no pudo soportar todo lo que la rodeaba. Al morir dejó
escrita una nota que decía "soy una persona muy mala", cuando
en realidad era una criatura de corazón extraordinariamente puro, que no
podía tolerar la mentira y que no pudo mentirse a sí misma. Aquella
muchacha se quitó la vida porque descubrió que no vivía como hubiera
debido y porque de alguna manera había que romper el vacío que a uno le
rodeaba y encontrar la luz. Pero ella no encontró ese camino. Mi amiga
era una persona demasiado profunda y extraordinariamente consciente para
su edad, y comprendió que también ella tenía en todo una
responsabilidad y una culpa. Hoy, a los veinte años de su muerte, yo
puedo expresarlo en un lenguaje cristiano: mi amiga había descubierto su
condición de pecadora. Había descubierto una verdad fundamental: que el
hombre es débil e imperfecto; pero no descubrió la otra verdad, aún más
importante: que Dios puede salvar al hombre, arrancarlo de su condición
de caído y sacarlo de las tinieblas más impenetrables. De esa esperanza
nadie le había dicho nada y murió oprimida por la deseperación.
Personalmente no podía compararme con mi amiga en sus dotes espirituales. Yo vivía como una bestezuela, acorralada y furiosa, sin erguirme jamás y levantar la cabeza, sin hacer intento alguno por comprender o decir algo. En las redacciones escolares escribía - como era obligado - que amaba a mi patria, a Lenin y a mi madre; pero eso era lisa y llanamente una mentira. Desde mi infancia odié todo lo que me rodeaba: odiaba a las personas con sus minúsculas preocupaciones y angustias; más aún, me repugnaban; odiaba a mis padres, que en nada se diferenciaban de todos los demás y que se habían convertido en mis progenitores por pura casualidad. Oh, sí, yo enloquecía de rabia al pensar que, sin deseo alguno de mi parte y fruto de un momento totalmente absurdo, me habían traído al mundo. Odiaba hasta la naturaleza con su ritmo eternamente repetido y aburrido de verano, otoño, invierno.
En la escuela, por supuesto, sólo se
fomentaban las cualidades externas y combativas. Se alababa a quien
realizaba mejor un trabajo, al que podía saltar más alto, al que se
distinguía por algo. Con ello se reforzó aún más mi orgullo, que
floreció plenamente. Mi meta fue esntonces ser más inteligente, más
capaz, más fuerte que los demás. Pero nadie me dijo nunca que el valor
supremo de la vida no está en superar a otros, en vencerlos, sino en
amarlos. Amar hasta la muerte, como únicamente lo hiciera el Hijo del
hombre, al que nosotros todavía no conocíamos.
Hubo un tiempo en el que aspiré a una
vida íntegra y consecuente. Me sentí filósofa y dejé de engañarme a mí
misma y a los demás. Pero la verdad amarga, terrible y triste estaba
para mí en primer plano, y por ello mi existencia seguía tan desgarrada y
contradictoria como antes. Experimentaba un gusto permanente por el
contraste y el absurdo, por los imponderables de la vida. También
alentaba en mí el esteticismo. De día, por ejemplo, me gustaba mucho ser
una alumna brillante, el orgullo de la facultad de Filosofía, y trataba
con intelectuales sutiles, asistía a conferencias y coloquios
científicos. Me gustaba hacer observaciones irónicas y solo me daba por
satisfecha por lo mejor en el aspecto intelectual. Por la tarde y por la
noche, en cambio, me mantenía en compañía de marginados y de gente de
los estratos más bajos, ladrones, alienados y drogadictos. Esa atmósfera
sucia me encantaba. Nos emborrachábamos en bodegas y en bohardillas. Me
invadió entonces una melancolía sin límites. Me atormentaban angustias
incomprensibles y frías, de las que no lograba desembarazarme. A mis
ojos me estaba volviendo loca. Ya ni siquiera tenía ganas de seguir
viviendo. ¡Cuántos de mis amigos de entonces han caído víctimas de ese
vacío horroroso y se han suicidado! Otros se han convertido en
alcoholicos. Algunos están en instituciones para enajenados... Todo
parecía indicar que no teníamos esperanza aalguna en la vida. Pero el
viento del Espíritu Santo "sopla donde quiere", otorga vida y
resucita a los muertos. ¿Qué fue lo que me ocurrió entonces? Que nací de
nuevo. En efecto, fue un segundo nacimiento lo que experimenté. Cansada
y desilucionada realizaba mis ejercicios de yoga y repetía los mantras.
Conviene saber que hasta ese instante yo nunca había pronunciado una
oración, ni conocía realmente oración alguna. Pero el libro de yoga
proponía como ejercicio una plegaria cristiana, en concreto, la oración
del Padrenuestro. ¡Justamente la oración que nuestro Señor había
recitado personalmente! Empecé a repetirla mentalmente como un mantra,
de un modo inexpresivo y automático. La dije unas seis veces. Entonces,
de repente, me sentí transtornada por completo. Comprendí -no con mi
inteligencia ridícula, sino con todo mi ser- que Él existe. ¡Él, el Dios
vivo y personal, que me ama a mí y a todas las criaturas, que ha creado
el mundo, que se hizo hombre por amor, el Dios crucificadoy resucitado!
¡Qué alegría y qué luz esplendorosa
brotó entonces en mi corazón! Pero no solo en mi interior. El mundo
entero, cada piedra, cada arbusto, estaban inundados de una suave
luminosidad. El mundo se transformó para mí en el manto regio y
pontifical del Señor. ¿Cómo no lo había percibido hasta entonces? Así
empezó mi vida. Mi redención era algo perfectamente concreto y real.
Había llegado de un modo repentino, aunque la había anhelado desde mucho
tiempo atrás.
En un Estado totalitario, la Iglesia se
nos aparecía como la única isla limpia en la que realmente se podía
vivir. Era la antítesis de cualquier ideología asesina y embrutecedora. Y
el poder de la ideología es realmente absoluto en nuestro Estado. La
ideología corrompe la personalidad, mientras que, en la Iglesia, esla
persona la que debe madurar en toda su plenitud. La ideología vive como
un parásito de los sentimientos y de la infelicidad de los hombres. En
la Iglesia se da el trata afectivo y creador de laas personas entre sí,
hay una comunicación sis mentiras.
En la emigración. 29 de julio de
1980 (luego de haber estado presa, finalmente fue exiliada por el
govierno soviético, nota de Yo Creo)
He llegado a Viena. ¿Qué es lo que he
sentido aquí? ¡He vivido el sentimiento de libertad? No. Tampoco en
Rusia era libre. La libertad es un don de Dios. Es una obligación, no un
derecho. Tuve la sensación de que había caído en un mundo de formas,
donde todo encontraba su expresión y su envoltorio elegante. Aquí, todas
las cosas quieren agradar y todo tiende de alguna manera a servir al
hombre. Me sorprendió enormemente ver cómo el hombre ocupa el centro
dentro del modo de vida occidental, esa forma de marcado
antropocentrismo.
Si en Rusia teníamos que consumir al
menos la mitad de nuestras energías vitales en superar miles de
impedimentos que lleva consigo una forma de vida absurda y difícil, como
el ruido de las calles, el apretujamiento en las oficinas, las largas
colas ante las tiendas de comestibles, la lucha por un puesto en los
transportes públicos, la grosería e irritabilidad generales, etc., etc.,
aquí, esas dificultades no se daban. Pero había otras: el exceso de
cosas hermosas, de cosas que a una la arrastran, si no está bastante
orientada hacia el cielo. Aquí, la tierra te puede tragar para siempre.
(fuente: www.yocreo.com)
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