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sábado, 11 de junio de 2011

Cielo, Purgatorio e Infierno en el Catecismo de Nuestra Madre Iglesia

II. El cielo

1023 Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4):

«Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general de Dios, las almas de todos los santos [...] y de todos los demás fieles muertos después de recibir el Bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar cuando murieron [...]; o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que estén purificadas después de la muerte [...] aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el Reino de los cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura» (Benedicto XII: Const. Benedictus Deus: DS 1000; cf. LG 49).

1024 Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo" . El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.

1025 Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los elegidos viven "en Él", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17):

«Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino» (San Ambrosio, Expositio evangelii secundum Lucam 10,121).

1026 Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha "abierto" el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en Él y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Él.

1027 Este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo, sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura nos habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso: "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman" (1 Co 2, 9).

1028 A causa de su transcendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando Él mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da la capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia "la visión beatífica":

«¡Cuál no será tu gloria y tu dicha!: Ser admitido a ver a Dios, tener el honor de participar en las alegrías de la salvación y de la luz eterna en compañía de Cristo, el Señor tu Dios [...], gozar en el Reino de los cielos en compañía de los justos y de los amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad alcanzada» (San Cipriano de Cartago, Epistula 58, 10).

1029 En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera. Ya reinan con Cristo; con Él "ellos reinarán por los siglos de los siglos" (Ap 22, 5; cf. Mt 25, 21.23).



III. La purificación final o purgatorio

1030 Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.

1031 La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820; 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador:

«Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, Dialogi 4, 41, 3).

1032 Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:

«Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre (cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? [...] No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos» (San Juan Crisóstomo, In epistulam I ad Corinthios homilia 41, 5).


IV. El infierno

1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 14-15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si no omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".

1034 Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga" (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse , y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles [...] que recogerán a todos los autores de iniquidad, y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de mí malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41).

1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; Credo del Pueblo de Dios, 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14):

«Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Para que así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos manden ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde "habrá llanto y rechinar de dientes"» (LG 48).

1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9):

«Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos (Plegaria eucarística I o Canon Romano, 88: Misal Romano)

(fuente: www.vatican.va)

viernes, 10 de junio de 2011

Ven, Dios Espíritu Santo...

Ven, Dios Espíritu Santo, y envíanos desde el cielo tu luz, para iluminarnos.

Ven ya, padre de los pobres, luz que penetra en las almas, dador de todos los dones.

Fuente de todo consuelo, amable huésped del alma, paz en las horas de duelo.

Eres pausa en el trabajo; brisa, en un clima de fuego consuelo, en medio del llanto.

Ven, luz santificadora, y entra hasta el fondo del alma de todos los que te adoran.

Sin tu inspiración divina los hombres nada podemos y el pecado nos domina.

Lava nuestras inmundicias, fecunda nuestros desiertos y cura nuestras heridas.

Doblega nuestra soberbia, calienta nuestra frialdad, endereza nuestras sendas.

Concede a aquellos que ponen en ti su fe y su confianza tus siete sagrados dones.

Danos virtudes y méritos, danos una buena muerte y contigo el gozo eterno.

Amén.

jueves, 9 de junio de 2011

¿Quién es el Espíritu Santo?

Según el Catecismo de la Iglesia Católica, el Espíritu Santo es la "Tercera Persona de la Santísima Trinidad". Es decir, habiendo un sólo Dios, existen en Él tres personas distinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta verdad ha sido revelada por Jesús en su Evangelio.

El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia hasta su consumación, pero es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. El Señor Jesús nos lo presenta y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino como una Persona diferente, con un obrar propio y un carácter personal.


El Espíritu Santo, el don de Dios

"Dios es Amor" (Jn 4,8-16) y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado". (Rom 5,5).

Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La Comunión con el Espíritu Santo, "La gracia del Señor Jesucristo, y la caridad de Dios, y la comunicación del Espíritu Santo sean con todos vosotros." 2 Co 13,13; es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado. Por el Espíritu Santo nosotros podemos decir que "Jesús es el Señor ", es decir para entrar en contacto con Cisto es necesario haber sido atraído por el Espíritu Santo.

Mediante el Bautismo se nos da la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que son portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede la incorruptibilidad. Por tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra por el Espíritu Santo.


Vida de fe. El Espíritu Santo con su gracia es el "primero" que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva. El es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Sin embargo, es el "último" en la revelación de las personas de la Santísima Trinidad.

El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo del Designio de nuestra salvación y hasta su consumación. Sólo en los "últimos tiempos", inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo, es cuando el Espíritu se revela y se nos da, y se le reconoce y acoge como Persona.


El Paráclito. Palabra del griego "parakletos", que literalmente significa "aquel que es invocado", es por tanto el abogado, el mediador, el defensor, el consolador. Jesús nos presenta al Espíritu Santo diciendo: "El Padre os dará otro Paráclito" (Jn 14,16). El abogado defensor es aquel que, poniéndose de parte de los que son culpables debido a sus pecados, los defiende del castigo merecido, los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es lo que ha realizado Cristo, y el Espíritu Santo es llamado "otro paráclito" porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha librado del pecado y de la muerte eterna.


Espíritu de la Verdad: Jesús afirma de sí mismo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Y al prometer al Espíritu Santo en aquel "discurso de despedida" con sus apóstoles en la Última Cena, dice que será quien después de su partida, mantendrá entre los discípulos la misma verdad que Él ha anunciado y revelado.

El Paráclito, es la verdad, como lo es Cristo. Los campos de acción en que actúa el Espíritu Santo, son el espíritu humano y la historia del mundo. La distinción entre la verdad y el error es el primer momento de dicha actuación.

Permanecer y obrar en la verdad es el problema esencial para los Apóstoles y para los discípulos de Cristo, desde los primeros años de la Iglesia hasta el final de los tiempos, y es el Espíritu Santo quien hace posible que la verdad a cerca de Dios, del hombre y de su destino, llegue hasta nuestros días sin alteraciones.

Símbolos

Al Espíritu Santo se le representa de diferentes formas:


→ Agua: El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que el agua se convierte en el signo sacramental del nuevo nacimiento.


→ Unción: Simboliza la fuerza. La unción con el óleo es sinónima del Espíritu Santo. En el sacramento de la Confirmación se unge al confirmado para prepararlo a ser testigo de Cristo.


→ Fuego: Simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu.

→ Nube y luz: Símbolos inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Así desciende sobre la Virgen María para "cubrirla con su sombra". En el Monte Tabor, en la Transfiguración, el día de la Ascensión; aparece una sombra y una nube.


→ Sello: Es un símbolo cercano al de la unción. Indica el carácter indeleble de la unción del Espíritu en los sacramentos y hablan de la consagración del cristiano.


→ La Mano: Mediante la imposición de manos los Apóstoles y ahora los Obispos, trasmiten el "don del Espíritu".


→ La Paloma: En el Bautismo de Jesús, el Espíritu Santo aparece en forma de paloma y se posa sobre Él.

miércoles, 8 de junio de 2011

Marcel Capellades, ermitaño: “Somos mucho más que un modelo, somos aquello que deseamos ser”

Este monje de una ermita de Capellades, Girona, considera que analizando la “sociedad de los valores” nos olvidamos el fundamental, la persona. Conversar con él es también recibir su amabilidad y calidez en un entorno de paz

Marcel Capellades Ràfols (Sant Pau d’Ordal, 58 años), ermitaño, lleva 18 años siendo el monje de una ermita cerca de Torelló (Girona). Ha pasado 10 en la Cartuja de Grenoble y desde los 17 años siguió a su maestro, el padre Estanislao, en su etapa en Montserrat y en Japón, donde estuvieron 4 años. Dice que ha encontrado su verdad en esta montaña. Ofrece un entorno de paz, amabilidad y calidez a aquel que busque su deseo y ayuda a encontrarlo con su mirada profunda y sus palabras clarividentes. Pasa largos ratos de oración dentro la ermita del s.XII que él mismo reconstruyó con la ayuda de algunos vecinos de la comarca.

No paga hipoteca pero con donaciones ha levantado su casa, la hospedería y está construyendo otra para grupos que hagan estancias largas. No concede entrevistas si el entrevistador no vive antes un domingo con él. Hace una misa muy personal a base de largos silencios, algunos cantos, partes de lecturas y reflexiones que se añaden al sermón del "sois la sal de la Tierra y la luz del mundo". Dice que si quieres estar solo no te hagas ermitaño. Una comunidad, básicamente formada por mujeres, lo visitan cada fin de semana para orar y profundizar en la Palabra. Le pregunto por este hecho y me dice que el hombre no está tan en contacto con los sentimientos y se deja fascinar más por la razón mientras que la mujer se siente muy atraída por el hombre de Dios y busca el amor puro.

- Cura diocesano, monje benedictino, ermitaño en Japón, cartujo y ermitaño en Torelló. ¿Con qué etapa se queda?
- Ser monje no es una forma, cada orden te reviste de una manera pero es algo más profundo. Es la búsqueda de la unión con Dios en cuerpo, alma y espíritu. Esto es ser monje, ser uno con Dios. Lo más habitual es hacer este camino a lo largo de una trayectoria monástica. Uno no se hace monje a sí mismo sino a través de una persona o comunidad.

- ¿Cómo llegó hasta Montserrat?
- A los 17 años conocí el padre Estanislao, un ermitaño que vivía en Montserrat. Al momento me dije: esto es lo que quiero ser. Descubrí que aquel hombre me podía enseñar el camino de la experiencia de Dios. Cuando decidió marcharse a Japón yo lo seguí porque comprendí que sólo a su lado podía ser el monje ermitaño que quería ser.

- ¿Cuantos años se necesitan para ser ermitaño?
- Desde los 17 hasta que cumplí los 40 me estuve preparando. No es algo improvisado sino muy meditado. Comprendí que esta opción de vida requería de preparación y fundamentos. Sin preparación no aconsejo a nadie que se vaya a la soledad.


“La soledad es una opción mía de libertad. 
Me ha permitido dar lo mejor de mí mismo con todas mis capacidades”


- ¿Por qué escoge la soledad?
- La soledad es una opción mía de libertad. Me ha permitido dar lo mejor de mí mismo con todas mis capacidades. Puedo decir que nunca he estado tan en contacto con las personas y con Dios como aquí. No es un objetivo en sí mismo sino un medio. El objetivo es el amor a Dios ya los hombres. ¿Qué sacas de estar solo si no amas?

- ¿Qué les diría a los que piensan que "huye de algo"?
- Mi soledad es todo lo contrario, pero todo puede ser una huida si lo que eliges no es amor a Dios o a los hombres. Ser ermitaño o elegir una vida religiosa puede ser una huida si no amas. Casarse también puede ser una huida. Hagas lo que hagas, si no te lleva a más comunión con las personas, estarás huyendo.

- ¿Qué hace para estar centrado consigo mismo?
- La soledad es el medio y se fundamenta en la oración, el estudio y la misericordia. La misericordia es la escucha de las personas desde mi realidad. El estudio es la meditación de la palabra de Dios y también de lo que se refiere a la persona humana. La oración es todo mi tiempo personal de intimidad con Dios.

- ¿Ha cambiado la vocación de soledad por la de guía de otras personas?
- En cada momento he ido tomando una opción, entre abrirme o no, he tratado de no traicionar nunca la coherencia conmigo mismo y responder a lo que yo quiero ser teniendo presente que el amor lleva a la felicidad.


“Dios no pide nunca el sufrimiento 
pero puede ser que a través del sufrimiento puedas realizar algo”


- ¿Por que huimos de esta felicidad, de este amor?
- Por el miedo a estar solos, a ser nosotros mismos, a equivocarnos, al qué dirán. El miedo nos impide ser nosotros mismos, ser libres y felices. Sólo puedo ser feliz siendo yo mismo, siendo lo que quiero ser. Esto se consigue arriesgándote, empezando a hacer pequeños pasos, observando lo que te hace sentir bien.

- ¿Puede que Dios nos pida sufrir?
- Dios no pide nunca el sufrimiento pero puede ser que a través del sufrimiento puedas realizar algo. Dios no es la causa del sufrimiento. El sufrimiento no es un camino para ser feliz sino que el único camino es el amor.

- Todo el mundo habla de una crisis económica y de valores. ¿Qué valores están en crisis?
- Esta crisis la veo como una gran oportunidad de crear algo nuevo. Hemos vivido de modelos que no nos servían. Hemos hecho de cualquier cosa un valor sacrificando aquel fundamental que es la persona. Se habla de que no hay valores: hay seis mil millones de valores (uno por cada persona humana). Teníamos a la persona supeditada a un estado del bienestar basado en saber, tener y disfrutar mucho. La persona era esclava de unos valores que habían decidido los políticos, la economía, la cultura o la religión.

- ¿También somos consumistas de valores?
- Tenemos niños que después de la escuela hacen música, inglés o artes marciales. Ellos son los valores, olvidamos que lo más importante es que aprendan a ser personas. Resulta que este niño quizás sólo quiere que estén por él. El niño de hoy es una máquina de obtener resultados. Los padres no tienen tiempo para escucharlos pero esta intimidad y capacidad de relación es esencial para ser feliz.


“Hablamos de todo pero no comunicamos nada. 
No comunicamos lo mejor dentro de nosotros”


- ¿Cómo fue educado?
- De los cinco a los diez años cuando salía de la escuela mi madre me preparaba la merienda y me escuchaba, me preguntaba qué había hecho ese día. Aquellos años aprendí que era importante para alguien, descubrí la intimidad y aprendí a expresar las cosas que vivía desde dentro.

- ¿Dónde cree que nos llevan los últimos avances como el de las redes sociales?
- Hablamos de todo pero no comunicamos nada. No comunicamos lo mejor dentro de nosotros. Tenemos que buscar humanizar todo, hacer que nuestras relaciones sean humanas, de intimidad y llenas de sentido.

- ¿Qué le diría a un agnóstico?
- Que el valor más importante es él mismo porque es imagen de Dios, su posibilidad es el infinito. Es como una bellota: dentro está la encina más inmensa, es esta posibilidad pero hay que hacerla realidad según el clima, la tierra y las condiciones.

- El hombre se realiza si elige amar, pero debe hacerlo libremente. No depende de tener o saber, está al alcance de cualquier persona. Somos lo que deseamos y somos mucho más que los modelos que nos presenta la escuela, los padres o la cultura.
- Todo ello debe conducir a encontrar nuestra identidad. Los modelos nos abocan a reconocernos en unos valores y deseos pero llega un momento que nos tenemos que identificar en nosotros mismos y tener la fuerza para construir nuestro propio proyecto de vida.

- ¿Cuál cree que es la huella que dejaréis aquí?
- Mi propósito viniendo aquí, no era dejar ninguna huella pero caminando me estoy dando cuenta de que somos testigos de la revelación de Jesús que lleva a la felicidad y a la fraternidad. Siguiendo Jesucristo y el Evangelio somos hermanos. Desde mi soledad escucho a Dios y a las personas en cada momento para amar y dar una respuesta desde el amor. Esto responde al por qué la gente viene aquí, porque se ha creado este espacio material y humano.

martes, 7 de junio de 2011

La sexualidad humana y su verdadero sentido

Podríamos decir que la raíz de la "cultura" de la muerte es el libertinaje sexual. Una vida sexual desordenada conduce al aborto para encubrir la evidencia de lo que se ha hecho. Por consiguiente, para vencer la "cultura" de la muerte el movimiento provida debe fomentar una cultura de la castidad, que es la base de la cultura de la vida.

Sin embargo, nuestra presentación de la castidad y del respeto por la sexualidad humana tiene que ser en clave positiva. No podemos limitarnos a denunciar las malas consecuencias del libertinaje sexual: infecciones de transmisión sexual (ITS), corazones rotos, divorcios, abortos, pérdida de la salvación, etc. Tenemos también que anunciar la belleza del Evangelio de la castidad y de la sexualidad humana.

La visión cristiana de la sexualidad humana se funda en la visión cristiana de la persona humana. La Palabra de Dios nos enseña que la persona humana goza de una dignidad o valor intrínseco y absoluto por razón de haber sido creada a imagen de Dios (Génesis 1:27), poseer un alma inmortal (Génesis 2:7) y ser objeto del amor eterno y salvador de Cristo (Juan 3:16).

El cuerpo humano está unido sustancialmente –no accidentalmente– al alma humana. Sin el cuerpo no existe una persona humana completa. Por ello Cristo lo resucitará en el último día, como lo confesamos en El Credo. Por tanto, el cuerpo es parte intrínseca de la persona humana y como tal debe ser respetado y valorado.

De ello se sigue que la sexualidad humana tampoco debe ser despreciada, sino valorada como un don natural maravilloso de Dios. La sexualidad humana comporta dos grandes valores: la unión conyugal en el amor (Génesis 2:24) y la apertura a la transmisión de la vida (Génesis 1:28). La castidad es la virtud que nos hace capaces de integrar el dinamismo de la sexualidad humana en el centro de nuestra persona para así poder colocarlo al servicio de estos dos grandes valores, ya sea en el matrimonio –castidad conyugal– o en la vida consagrada –continencia total– (Catecismo, 2337). La castidad, por tanto, no es algo negativo, sino muy positivo y hermoso. La castidad conyugal implica la continencia cuando, por ejemplo, se está practicando la planificación natural de la familia por motivos serios. Pero también implica la realización misma del acto conyugal en el respeto por sus dos grandes valores: la unión conyugal en el amor como don de sí al otro y la apertura a la transmisión de la vida. En ese sentido el acto conyugal es casto y el gozo implicado en él es perfectamente compatible con la santidad e incluso constituye una ayuda para ella (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 49).

Todas las personas no casadas, incluyendo las consagradas, deben vivir la castidad en continencia total. Los novios deben reservar para el matrimonio las muestras de afecto propias del estado conyugal. Los consagrados expresan su afectividad amando a todos y engendrando hijos espiritualmente para Dios y Su Iglesia, sin sensualismos ni relaciones peligrosas de ningún tipo. Su sexualidad es un dinamismo cuya fuerza queda totalmente integrada en el centro de su persona, de donde emana el amor de Dios por sus hermanos. En los consagrados el celibato es un don de Dios que en esa persona manifiesta la relación esponsal entre Cristo y su Iglesia de una manera amplia y dedicada.

Cristo elevó el matrimonio a sacramento, es decir, a signo eficaz que hace presente el amor y la unión entre Él y su Iglesia (Efesios 5). Por tanto, el matrimonio y la sexualidad no son cualquier cosa, deben ser respetados y valorados. Debemos agradecer a Dios por tan sublimes dones.

En base a los dos grandes valores de la sexualidad humana (el amor auténtico y la vida) –que son valores del propio Dios, en cuya imagen hemos sido creados– y en base al hecho de que el matrimonio y la vida consagrada, cada uno a su manera, reflejan el carácter esponsal de la relación Cristo-Iglesia, es que la Iglesia rechaza, entre otros, el adulterio, la fornicación, la anticoncepción y el homosexualismo. Estos actos contradicen el plan de Dios para la sexualidad humana y ofenden la dignidad humana y a Dios mismo. Son actos intrínsecamente inmorales porque contradicen valores intrínsecos al ser humano, por tanto no son justificables en ninguna circunstancia ni por ningún motivo. Son también actos gravemente inmorales porque contradicen valores tan elevados. La sexualidad humana no es ningún tabú, sino un gran don de Dios y, precisamente por serlo, es que debe ser respetada.

Como la persona humana ha sido afectada por el pecado, también lo ha sido su sexualidad. Por tanto, tenemos que luchar para ser castos con los medios a nuestro alcance: la vida espiritual, el apoyo de los hermanos, las actividades sanas y una vida de orden y disciplina. También debemos luchar con la verdad y el amor para sanear nuestra sociedad de la pornografía, la "educación" sexual hedonista, el homosexualismo y todo lo que se oponga a la castidad, al mismo tiempo que proclamamos el Evangelio de la castidad y de una sexualidad humana correctamente entendida, fundamento de la cultura de la vida.

Autor: Adolfo Castañeda

lunes, 6 de junio de 2011

Papá y mamá: ¡Ustedes son los principales educadores de sus hijos!

Los padres, nos enseñan la recta razón y el Magisterio de la Iglesia Católica, deben ser los primeros y principales educadores de sus hijos. Y lo son precisamente por ser padres, es decir, en su ministerio de educar a sus hijos, los padres continúan su misión de darles la vida. Por "procreación" la Iglesia entiende no sólo el proceso biológico de engendrar una nueva vida, sino también el de educarla, ya que se trata de una persona humana y la persona humana está compuesta de alma y cuerpo.

El documento "Sexualidad humana: Verdad y significado", publicado por el Pontificio Consejo para la Familia en 1995, trata el tema de cómo los padres deben educar a sus hijos correctamente en la castidad y en la sexualidad humana. Aunque ese no es el tema que directamente nos concierne aquí, nos referiremos a él debido a que este documento reafirma mucho el hecho de que Dios ha dispuesto que los padres sean los primeros y principales educadores de sus hijos. Esta nobilísima vocación no se limita, por supuesto, al ámbito de la sexualidad humana, sino que abarca la totalidad de la persona. Recomendamos encarecidamente a todos, especialmente a los padres de familia, que obtengan este magnífico documento.

Animados por la enseñanza de "Sexualidad humana: Verdad y significado", queremos decirles a todos los padres de familia: ¡Ustedes sí pueden y deben educar a sus hijos! No se dejen intimidar por lo que digan otros, sea el gobierno o la sociedad, ni tampoco por sus propias debilidades o limitaciones. Dios mismo les ha dado este encargo y por tanto Él mismo los ha capacitado para realizarlo. ¿Necesitan ayuda? ¡Claro que sí! ¿No la necesitamos todos para, por ejemplo, crecer en la fe, a pesar de ser esta un don de Dios? Pidan la ayuda de Dios y de la Iglesia. ¡No tengan miedo!

"Sexualidad humana: Verdad y significado" también nos enseña que "los padres conocen de una manera única a los propios hijos en su irrepetible singularidad y, por experiencia, poseen los secretos y los recursos del amor verdadero" y que por lo tanto "la familia es la primera escuela de las virtudes sociales, que todas las sociedades necesitan". Por lo tanto, los padres como educadores, "difícilmente puedan ser sustituídos, salvo por graves razones de incapacidad física o moral".


El documento también nos enseña que la Iglesia y el Estado comparten la misión educativa de los padres, pero según el principio de subsidiaridad. Este principio significa aquí que los padres delegan en la escuela (religiosa o pública) su misión educativa, no para que la escuela los sustituya, sino para que la escuela los ayude en esta tarea. Es decir, para que la escuela respete los valores de los padres y "actúe en nombre de ellos, con su consenso y, en cierta medida, incluso por encargo suyo".

Si vamos a la Biblia, al Libro del Deuteronomio, en los capítulos 4 y 6, encontramos que Moisés, después de darles los Mandamientos al Pueblo de Dios, se dirige primeramente a los padres de familia, diciéndoles que les enseñen estos Mandamientos a sus hijos. Observemos que no se dirige primero a los maestros, ni a los gobernantes, ni a los jueces, ni a los profetas, ni a los sacerdotes, sino a los padres. Los padres son los primeros educadores de sus hijos, sus primeros sacerdotes, sus primeros pastores y sus primeros guías espirituales. Precisamente el documento "Sexualidad humana: Verdad y significado" habla de la ayuda que los padres les deben dar a sus hijos para que descubran su vocación. La escuela está ahí, no para sustituir a los padres, sino para ayudar a los padres en su tarea educativa. Por lo tanto, es responsabilidad de los padres el estar bien formados, sobre todo en religión y en moral, para, con su ejemplo y con su palabra, formar a sus hijos.

Lamentablemente, nuestra sociedad hoy en día no está respetando este deber y este derecho de los padres de ser los primeros y principales educadores de sus hijos. Incluso, hay algunos que se atreven a burlarse de los padres o a denigrarlos diciendo: "Los padres no están preparados". Ello es una falta contra el Cuarto Mandamiento, que nos ordena honrar a los padres. Si en efecto los padres no están bien preparados, ¿cuál debe ser nuestra actitud ante esa realidad? Nuestra actitud no debe ser ni la burla, ni el desdén, ni la sustitución, sino la ayuda sincera, correcta y respetuosa.

Es triste ver cómo hasta en el mismo ámbito de la Iglesia hay algunos que se comportan así. En vez de una pastoral de la sustitución, hay que desarrollar una pastoral de la ayuda y de la capacitación de los padres.

Los padres también se enfrentan a una sociedad hedonista y consumista e, incluso, muchas veces hostil a ellos y a la familia. ¿Qué dice sobre esto el documento Sexualidad humana: Verdad y significado? La Iglesia en este documento está consciente de que vivimos en una sociedad que se basa en producir y disfrutar usando a las personas como si fueran cosas. Con esta mentalidad se introducen, por ejemplo, programas de "educación" sexual en las escuelas que son contrarios a los valores morales y "a menudo contra el parecer y las mismas protestas de muchos padres". Ante esta situación los padres deben buscar la enseñanza y el apoyo de la Iglesia, asociarse a otros padres y reivindicar sus derechos por ellos mismos. Es decir, los padres no deben tener miedo de enfrentar a aquellos que, en vez de enseñar lo correcto (matemáticas, ciencias, lenguaje, religión, valores cívicos, etc) a sus hijos (sea en escuelas públicas o católicas), están transmitiéndoles cosas dañinas, sobre todo en esta área tan delicada de la sexualidad humana. Los padres deben buscar todos los medios legítimos y legales para luchar, sobre todo unidos en asociaciones de padres, por los derechos suyos y de sus hijos a una educación verdaderamente humana y cristiana y para que se elimine la "educación" sexual hedonista de las escuelas y cualquier otra enseñanza dañina.

Veamos ahora, por medio de un tema concreto, cómo la Iglesia aborda la forma en que los padres deben transmitir a sus hijos una visión correcta del matrimonio. Precisamente"Sexualidad humana: Verdad y significado" también desarrolla el tema de cómo los padres deben educar a sus hijos para una correcta elección y vivencia de su vocación en la vida: el matrimonio o la virginidad por el Reino de Dios, ambas son vocaciones a la santidad, y con respecto a ambas, la familia tiene un papel decisivo en su desarrollo.

¿Qué dice el documento sobre el papel de los padres en la vocación de sus hijos al matrimonio? El documento dice que la mejor preparación para el matrimonio es la formación en el amor verdadero. Y es en la familia donde los hijos pueden aprender la grandeza de este amor y de la sexualidad en un contexto cristiano. Es decir, aprenden que un verdadero matrimonio cristiano "no es el resultado de conveniencias ni de la mera atracción sexual". Como el matrimonio es una vocación, éste requiere que se medite bien la elección del cónyuge, que ambos esposos se comprometan ante Dios y que pidan su ayuda constantemente.

¿Cómo pueden los padres, según este documento, formar a sus hijos en el amor verdadero? Para formar a sus hijos en el amor verdadero los padres deben tomar como punto de partida su propio amor conyugal, no sólo en el sentido de darles un buen ejemplo a sus hijos, eso es lo principal, sino también en el sentido de tener una visión grande, digna y bella del matrimonio según Dios lo ha creado. El verdadero amor conyugal y el matrimonio vienen de Dios y no son resultados de la casualidad o de la evolución, ni un mero invento de la sociedad, sino de la sabiduría de Dios para realizar en la humanidad su plan de amor.

Los padres deben inculcarle a sus hijos, con su ejemplo y sus enseñanzas, la grandeza de este amor conyugal y sus características. El amor conyugal verdadero tiene cuatro características: humano (sensible y espiritual), total, fiel y fecundo. Estas características se fundamentan en el hecho de que la unión matrimonial entre el hombre y la mujer es tan íntima que éstos llegan a ser una sola carne (Génesis 2:24).

Esta unión matrimonial ha sido elevada por Cristo a sacramento, signo visible de su amor por la Iglesia. Mediante el Sacramento del Matrimonio, la sexualidad es colocada en el camino de la santidad y se refuerza más aún la unidad indisoluble del matrimonio.

La familia surge de esa comunión matrimonial entre el hombre y la mujer, y por esa misma razón la familia también es una comunión de personas. Es decir, la comunión de los esposos se prolonga en los hijos. La familia, como comunidad de personas, tiene cierta semejanza con la Santísima Trinidad. Es decir, así como el Espíritu Santo es el amor infinito que procede eternamente como persona divina entre el Padre y el Hijo; así los hijos proceden del amor entre el padre y la madre, a semejanza del amor divino. La familia, pues, debe reflejar en su vida el amor que las personas divinas se tienen entre sí en el seno de la Trinidad. De esa manera los hijos crecerán sanos y felices y al mismo tiempo crecerán en la madurez del amor verdadero.

Papá y mamá: ¡Adelante y no tengan miedo!

Autor: Adolfo Castañeda
(fuente: Vida Humana Internacional)

domingo, 5 de junio de 2011

"Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo"

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (Mt 28, 16-20)

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban. Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo".

Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.

La Iglesia destina este domingo a la contemplación del misterio central de su fe: el misterio de la Santísima Trinidad. Es el misterio más importante de la fe cristiana, porque es el más cercano a Dios mismo; en efecto, se refiere a la intimidad de Dios. A la pregunta: ¿Cómo es Dios en sí mismo?, se responde: "Dios es uno y trino; es uno solo, y es una comunidad de tres Personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo". En Dios se realiza la comunidad más perfecta que existe, porque son tres Personas que poseen la misma divinidad, la misma única sustancia divina, la misma naturaleza divina.

Para celebrar este misterio la liturgia de la Palabra de este domingo nos propone el Evangelio de la misión universal. Con él concluye el Evangelio de Mateo. Allí encontramos, en boca de Cristo resucitado, el texto trinitario más explícito del Nuevo Testamento: "Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizandolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".

Esto ocurrió en Galilea, en el monte que Jesús les había indicado. Nosotros no conocemos la ubicación de este monte. Pero es cierto que Jesús les había dicho: "Después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea" (Mt 26,32). Y a las mujeres, que fueron las primeras en verlo resucitado cerca del sepulcro vacío, Jesús les dice: "Id, avisad a mis hermanos, que vayan a Galilea; allí me verán" (Mt 28,10). Los apóstoles fueron obedientes a este mandato y no faltó ninguno a esta cita, como vemos de las palabras con que comienza el Evangelio de hoy: "Los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado". Y allí lo vieron resucitado.

Los apóstoles estaban lejos de ser personas crédulas. En efecto, "al verlo lo adoraron; algunos, sin embargo, dudaron". No sabemos cuántos ni quiénes fueron éstos que dudaron; pero fueron ciertamente más de dos o tres; fueron "algunos", de un total de once. La verdad de la resurrección del Señor se impuso a ellos después de muchas pruebas, como observa el libro de los Hechos de los Apóstoles: "Después de su pasión, Jesús se les presentó dandoles muchas pruebas de que vivía, apareciendoseles durante cuarenta días" (Hech 1,3). Pero, cuando se abrió en ellos paso una fe firme, ellos fueron todos testigos de la resurrección de Cristo hasta derramar su sangre por defender esta verdad.

Jesús, en su vida mortal, se había presentado como el siervo manso y humilde de corazón, que vino a servir y a dar su vida en rescate por muchos. El fue el siervo del Señor, "hombre de dolores, familiarizado con el sufrimiento" (Is 53,3), que asumió sobre sí todas nuestras dolencias. Pero también él había anunciado en medio del tribunal judío: "Veréis al Hijo del hombre, sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo" (Mt 26,64). Y así se presenta ahora a sus discípulos: "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra". Y él sigue ejercitando este poder ahora entre nosotros: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". Este poder de Cristo resucitado, que actúa hoy, se hace evidente en la predicación de la Iglesia, haciendo de ella un instrumento de salvación para todos los pueblos. La Iglesia ha atravesado los embates de la historia y del tiempo, y cuanto más es perseguida, tanto más se fortalece. Es demasiado evidente -para quien sabe mirar- que en la Iglesia se cumple la promesa de Cristo: "Los poderes del infierno no prevalecerán jamás contra ella" (Mt 16,18).

Centremos ahora la atención sobre el texto trinitario. Jesús está expresando el modo cómo han de llegar a ser discípulos suyos hombres y mujeres de entre todos los pueblos, es decir, como se llega a adquirir una relación de amor, de confianza y de total entrega a él. Se logra "bautizandolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñandoles a guardar todo lo que yo os he mandado". Dos condiciones: el Bautismo y la enseñanza. Ambas condiciones es la Iglesia quien las administra. Todo discípulo de Cristo debe recibir ambas cosas de la Iglesia.

El Bautismo se administra "en el nombre", en singular; pero este nombre único se abre en un abanico de tres Personas, no de tres nombres. Es porque "el nombre" indica la sustancia de una cosa. Y en Dios ésta es única. La sustancia divina es estrictamente una. Por eso los cristianos somos estrictamente monoteístas. Pero, siendo administrado el Bautismo en el nombre de la Santísima Trinidad, por él se adquiere una relación personal no sólo con Cristo -"haced discípulos mios"-, sino con cada una de las tres Personas divinas. El bautizado es adoptado como hijo del Padre, como hermano de Cristo y coheredero con él, y como receptor del don del Espíritu Santo que crea la comunión entre el Padre y el Hijo y entre los hijos adoptivos de Dios. Puesto que todos los fieles, de entre todos los pueblos de la tierra, entran en la Iglesia por medio del Bautismo administrado en nombre de la Trinidad, por eso el Concilio Vaticano II, usando la antigua fórmula de San Cipriano, define a la Iglesia como "un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (L.G. 4).

+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo Residencial de Santa María de Los Angeles (Chile)
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