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miércoles, 29 de febrero de 2012

Mons. Dus: “En la vida de fe, quien no avanza, retrocede”

Reconquista (Santa Fe), 22 Feb. 12 (AICA) “El tiempo de Cuaresma es una oportunidad para caminar juntos como Iglesia hacia la Pascua”, aseguró monseñor Ramón Alfredo Dus, obispo de Reconquista, en su mensaje de Cuaresma.

“La oración, el ayuno y el compartir son prácticas que buscan hacernos centrar en el corazón de la vida cristiana, que es la caridad”, aseguró el prelado.

“El mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es también criatura e hijo de Dios”, manifestó y agregó que “la responsabilidad para con el prójimo significa querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; a interesarse por el hermano para vivir entre todos el mandamiento de Jesús”.

Monseñor Dus señaló que nuestras cosas y nuestros problemas absorben a veces nuestro corazón “hasta el punto de hacernos sordos al grito del necesitado. En cambio, la humildad y la experiencia personal del sufrimiento son, en general, la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía con quien está a nuestro lado”.

“Los discípulos del Señor, unidos a Cristo mediante la Eucaristía –resaltó el obispo de Reconquista- viven ya una comunión que los vincula los unos a los otros como miembros de un solo cuerpo. Esto significa que el otro me pertenece, que su vida y su salvación tienen que ver con mi vida y con mi salvación. Nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal. Porque tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social”.

El pastor manifestó que “el tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precioso para descubrir y realizar las buenas obras en el amor de Dios” y como conclusión agregó que “en la vida de fe, quien no avanza, retrocede, y la cuaresma nos desafía a poner nuestra parte con generosidad. Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio coherencia y fidelidad al Señor, todos sentimos la urgencia de ponernos a competir en el servicio y las buenas obras. Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua”. +

martes, 28 de febrero de 2012

Audiencia General del papa en el Miércoles de Ceniza: Cuaresma, camino de fe y de conversión

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 22 febrero 2012 (ZENIT.org) La Audiencia General de este miércoles tuvo lugar a las 10:30 de la mañana, en el Aula Pablo VI, donde Benedicto XVI se encontró con grupos de fieles y peregrinos provenientes de Italia y otros países. En su discurso, el papa hizo una meditación sobre el significado del tiempo cuaresmal, que empieza hoy, Miércoles de Ceniza. Ofrecemos el texto del discurso del papa.

Benedicto XVI, en la catequesis de hoy se ha detenido en reflexionar sobre el tiempo de Cuaresma, que comienza hoy con la liturgia del Miércoles de Ceniza.

“Es un viaje de cuarenta días que nos llevará al Triduo Pascual, memoria de la pasión, muerte y resurrección del Señor, corazón del misterio de nuestra salvación”, afirmó.

Recordó que “en los primeros siglos de vida de la Iglesia, este era el momento en que los que habían oído y aceptado el mensaje de Cristo empezaban, paso a paso, su camino de fe y de conversión para llegar a recibir el sacramento del bautismo. Se trataba de un acercamiento al Dios vivo y de una iniciación a la fe que se realizaba gradualmente, mediante un cambio interior de parte de los catecúmenos, es decir, de aquellos que querían ser cristianos y ser incorporados a Cristo en la Iglesia”.

El papa se detuvo en explicar el significado simbólico de la cifra cuarenta, días que dura la Cuaresma, a los largo de la sagrada escritura.

La Cuaresma recuerda la peregrinación de Israel en el desierto, “tiempo de las tentaciones y de los mayores peligros, cuando Israel murmura contra su Dios y quisiera regresar al paganismo y se construye sus propios ídolos, porque ve la necesidad de adorar a un Dios más cercano y tangible. Es también el tiempo de la rebelión contra el Dios grande e invisible”.

“Esta ambivalencia, tiempo de la especial cercanía de Dios –tiempo del primer amor--, y tiempo de la tentación --la tentación de volver al paganismo--, la reencontramos en modo sorprendente en el camino terrenal de Jesús, por supuesto que sin ningún tipo de compromiso con el pecado”, dijo. Explicó que “en este tiempo de 'desierto' y de encuentro especial con el Padre, Jesús está expuesto al peligro y se ve asaltado por la tentación y la seducción del Maligno, que le ofrece otro camino mesiánico, lejos del plan de Dios, por que pasa a través del poder, el éxito, el dominio y no a través de la entrega total en la Cruz. Esta es la disyuntiva: un poder mesiánico, de éxito, o un mesianismo de amor, de don de sí”.

“Esta ambivalencia –añadió- describe también la condición de la Iglesia peregrina en el 'desierto' del mundo y de la historia”.

El papa aseguró que “incluso para la Iglesia de hoy, el tiempo del desierto puede transformarse en un tiempo de gracia, porque tenemos la certeza de que incluso de la roca más dura, Dios puede hacer brotar el agua viva que refresca y restaura”.

Y exhortó a ser fieles a Jesús porque “siguiéndolo por el camino de la cruz, el mundo luminoso de Dios, el mundo de la luz, de la verdad y de la alegría se nos devolverá: será el nuevo amanecer creado por Dios mismo”.

Después de sus palabras en italiano, Benedicto XVI saludó a los diversos grupos lingüísticos con un breve resumen de lo dicho en su propia lengua.

A los peregrinos de habla hispana les dijo: “La catequesis de hoy está dedicada a la Cuaresma, un itinerario de renovación espiritual marcado por el significado simbólico que la Escritura da al número cuarenta, a saber: una paciente perseverancia, una larga prueba, un tiempo suficiente para ver la obra de Dios, un tiempo también para asumir nuestra propia responsabilidad. Toda la Escritura está llena de testimonios de este uso. Entre ellos, destaca el del pueblo de Israel, que camina por el desierto durante cuarenta años. Durante ese tiempo, percibe la amorosa presencia de Dios que lo guía, pero vive, a la vez, una experiencia de pecado que le lleva a construir ídolos, murmurar contra Dios y añorar la esclavitud pagana. Jesús revive esta experiencia sufriendo también en el desierto la insidia del demonio que le quiere desviar de su misión. Pero, al contrario del pueblo, Él lo vence con la fuerza de la Palabra de Dios que lo nutre, enseñándonos así a afrontar las dificultades con valentía y paciencia, y a poner en Él nuestra confianza, siguiéndolo en el camino de la Cruz que lleva a la luz y alegría verdadera”.

Y concluyó saludando “cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Argentina, México, Puerto Rico y otros países latinoamericanos. Invito a todos a que durante la Cuaresma, a imitación del Señor, sintamos cómo Dios fortalece nuestro espíritu y nos da la victoria, pese a las zozobras de la vida presente”.

lunes, 27 de febrero de 2012

La conversión: iniciativa de Dios, respuesta humana

LA CONVERSIÓN ES INICIATIVA DE DIOS

El hombre está llamado a colmar el deseo de plenitud inscrito por Dios en su corazón. Ese deseo, que solo Dios puede saciar, constituye un dato primor eso los puede saciar, constituye un dato primordial de su experiencia. Pero no es el único. Pues «al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males que no pueden proceder de su Creador, que es bueno» . El hombre no sólo es finito, sino también pecador, y eso desde el origen: «Rompió el orden debido con respecto a su fin último y, al mismo tiempo, toda su ordenación en relación consigo mismo, con todos los otros hombres y con todas las cosas creadas» . Lo que la experiencia intuye y descubre en el fondo del corazón del hombre, la Revelación -el Evangelio-- lo ilumina en toda su verdad y fuerza, dramática y esperanzadora a la vez. Dios va a satisfacer la inextinguible nostalgia del hom-bre, y va a curar en él la herida del pecado, por una vía absolutamente inesperada, gratuita y maravillosa: la del amor misericordioso.

Todos deseamos profundamente que el tiempo de la vida no pase en vano, sino que sea útil, constructivo para nosotros y para los demás. Sin embargo, tenemos que reconocer con dolor que, a menudo, nuestra vida se bloquea, se aparta del camino, se distrae con otras cosas, cae en el pecado, se pierde; entonces reconoce-mos la verdad que contienen aquellas palabras del Señor: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a si mismo?» (Lc 9,25).

Dios, sin embargo, no ha dejado al hombre a su propia suerte y, ya desde el principio, la Escritura está llena de llamadas a la conversión, esto es, de invitacio-nes para que camine hacia su plenitud. A través de ellas se manifiesta el interés de Dios por nuestra vida. Conmueve ver cómo Dios se hace presente una y otra vez, incansablemente, en la historia de su pueblo, para sacarle de su letargo y de sus cobardías, sacudirle, estimularle, ayudarle a caminar: «He visto la miseria de mi pueblo en Egipto, he escuchado su clamor. Ciertamente conozco sus angustias. He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para subirle a esta tierra» (Ex 3,7-8). Dios no permanece indiferente ante la situación de miseria que vive su pueblo, y toma la iniciativa de salvarlo. Su compasión por Israel --por el hombre- le mueve a intervenir en la historia, y preci-samente a través de su actuación se irá manifestando quién es Dios: «¿Algún dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto? Te lo han hecho ver para que reconozcas que el Señor es Dios, y que no hay otro fuera de Él» (Dt 4,34-35).



LA LLAMADA A LA CONVERSIÓN EXIGE UNA RESPUESTA DEL HOMBRE

El pueblo necesita acoger la iniciativa de Dios, para que ésta pueda realizarse. La conversión es, desde el principio, respuesta a la iniciativa de Otro, que hace una promesa de perdón y vida en una situación deter-minada por la infidelidad y la desgracia. La acogida de esta iniciativa constituye el comienzo de una historia siempre nueva en la que el pueblo va asistiendo al cumplimiento de la promesa, es decir, a la salvación.

Dios no aparece, pues, como un obstáculo para la realización de la vida del pueblo, sino como Aquel que le permite alcanzarla; en efecto, en este caminar de Dios con Israel, el pueblo va teniendo experiencia de que su vocación se realiza y que su destino se cumple mediante la acogida de esta iniciativa. En la conviven-cia con el Dios que le salva, Israel va tomando concien-cia de que vivir es pertenecer a su Dios, ser fiel a la Alianza.

Sólo en este marco pueden comprenderse adecua-damente los mandamientos: si los israelitas han visto con sus propios ojos la salvación de Dios, ¿qué puede ser más razonable que «amar al Seiíor su Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas?» (cf. Dt 6,5).

Sin embargo, el pueblo sucumbe con frecuencia a la tentación de una total autonomía, de querer vivir total por sí mismo sin depender de Dios. El hombre se revela contra esta dependencia, a pesar de haber expe-rimentado que en ella se salva; el rechazo a reconocer la bondad de esta dependencia es el pecado. Israel experimentará entonces cómo su intento de valerse sólo por si mismo es una mera ilusión: «¿Qué encon-traban vuestros padres en mi de torcido que se alejaron de mi vera y yendo en pos de la vanidad se hicieron vanos?» Ur 2,5). El hombre palpa cómo la vida se le deshace entre las manos, se hace vana.

En esta situación Dios revela cada vez más profundamente aquella compasión que le habla movido a salvar al pueblo elegido: Dios perdona a su pueblo.

Pocos profetas como Oseas han puesto tanto de relieve la terquedad del hombre por alejarse de Dios, y la fidelidad de Dios que busca atraerse a su pueblo: «Cuando Israel era un niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuando más los llamaba, más se alejaban de mi... Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como quien alza a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él para darle de comer... Mi corazón se me revuelve por dentro, a la vez que mis entrañas se estremecen. No ejecutaré el ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraím, porque soy Dios, no hombre...» (Os 11,1-2.4.8-9). De esta forma Dios va revelando al hombre su más pro-funda intimidad: su misericordia. Sin la intervención continua de Dios, a través de la cual renueva incansa-blemente el diálogo con el hombre, este sucumbiría a su propia destrucción. Si Dios no saliese permanente-mente en su búsqueda, al hombre no le quedarla más que asistir finalmente a su propia perdición; porque sin la misericordia constante, el hombre fallarla el camino; se frustrarla.

De este amor misericordioso y gratuito de Dios nace su llamada ininterrumpida al hombre, para que se convierta y vuelva a Él. Con ese fin, Dios suscita en medio de su pueblo profetas que, con su vida, palabras y obras, le manifiesten el camino de vuelta a Él y lo confirmen de nuevo en la esperanza de la salvación.

fragmento de la Carta Pastoral 
del Arzobispo de Madrid D. Antonio María Rouco Varela 
en la Cuaresma de 1996 
(fuente: www.mercaba.org)

domingo, 26 de febrero de 2012

"No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda Palabra que sale de la boca de Dios"

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (Mc 1, 12-15)
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, el Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto, donde permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivió allí entre animales salvajes, y los ángeles le servían, Después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios y decía: "Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio".
 
Palabra del Señor.
Gloria a Ti, Señor Jesús.

El mismo Espíritu que descendió sobre Jesús en el bautismo, es el que lo conduce al desierto para que sea tentado (Mt 4. 1).

Marcos no se entretiene en darnos a conocer un número preciso de tentaciones y de victorias de Jesús en el desierto, pues entiende que se trata del comienzo de una lucha, de lo que se ocupará a lo largo de todo su evangelio. En efecto, la expulsión de los demonios, tan frecuente en su relato, no es otra cosa que la constante demostración de que Jesús es, frente a satanás, "el más fuerte" (3. 27). Por lo demás, las tentaciones en el desierto, tal como las relatan los otros sinópticos, no son otra cosa que una composición literaria para expresar de una vez la lucha decisiva de Jesús contra los poderes del mal.

En este pasaje de Marcos hay un contraste muy marcado: Jesús durante estos cuarenta días es tentado por satanás; pero vive pacíficamente entre alimañas y servido por los ángeles. Es posible que se refleje aquí, antes de comenzar la vida pública, aquella situación originaria del éxodo, en el que, durante cuarenta años, Israel fue sometido a todas las tentaciones y a la vez fue objeto de los beneficios de Dios.

Por otra parte, la pacificación de las fieras viene a ser el restablecimiento de un orden paradisíaco (Gn 2. 19s) que Isaías había anunciado como una señal mesiánica (Is 11. 6-9; 65. 25). Además, el servicio de los ángeles significa el trato familiar que mantiene con el Padre el que ha sido llamado y es en verdad su "Hijo amado". Todo ello indica que va a comenzar una nueva creación y que en Jesús va a ponerse en marcha el nuevo pueblo de Dios.

Unos meses más tarde, al comenzar el verano del año 28 y después de ser apresado Juan Bautista, comienza la predicación de Jesús en Galilea. Y así, reducido al silencio el último de los profetas, Jesús, que es la misma Palabra, se alza en medio del pueblo anunciando la Buena Noticia. También ahora, en el principio, está la Palabra.

El contenido del mensaje de Jesús se expresa programáticamente en estas palabras: Pasó el tiempo de la espera, se acerca el reinado de Dios; los que deseen participar de los bienes del reino, han de convertirse y creer la Buena Noticia.

El advenimiento del reinado de Dios pone al hombre ante la decisión, pues ha de cambiar de mente y de corazón; que esto es hacer penitencia. Sin embargo se trata de un anuncio gozoso, de una buena noticia. La respuesta del hombre ha de ser un cambio gozoso, una salida al encuentro de Dios, que viene en Jesucristo, a liberarnos.

(fuente: www.mercaba.org)

sábado, 25 de febrero de 2012

San Calixto Caravario y San Luis Versiglia, mártires salesianos en China

Calixto Caravario
En los primeros días de febrero de 1930 llegó al centro misionero salesiano de Shiu-chow el jovencísimo misionero don Calixto Caravario (veintiséis años). Venía de la pequeña comunidad cristiana de Un-Chow, la más alejada del centro de la misión. Tenía que acompañar al obispo mons. Versiglia (cincuenta y siete años) a visitar sus dos escuelitas y sus 200 cristianos, pequeña semilla en una ciudad de 40.000 habitantes, atormentada y devastada por una interminable guerra civil.

Les salieron al encuentro haciéndoles fiesta varios niños que don Caravario había salvado del caos y de la miseria, llevándolos al orfanatorio y al Instituto Don Bosco de Shiu-chow.

23 de febrero. Los equipajes para el viaje están preparados: una veintena de paquetes con cosas de toda clase: vestidos, ornamentos sagrados y materiales enviados por la caridad de los bienhechores de Italia, la comida necesaria para el viaje de siete personas, que deberá servir para ocho días (para recorrer una distancia de 90 kilómetros).

Los hermanos salesianos han visto a don Caravario preocuparse de todo aquel equipaje y he felicitan alegremente: "¡Cuánta gracia de Dios!". Y él, con su amable sonrisa de siempre: "¡Con tal de que no vaya a parar todo a la boca del lobo!".

Luego, levantando los hombros: "¡De todos modos, hágase la voluntad del Señor!". Todos saben que esta última expresión es la habitual de don Caravario, "el santito". Por aquellos días don Caravario escribió una larga carta a su madre, que estaba en Turín, con fecha del 13 de febrero. (Tengo que hacer notar enseguida que este relato ha sido reconstruido rigurosamente sobre las declaraciones juradas de los testigos oculares que fueron interrogados en el "proceso de santificación").

Partida al alba del 24 de febrero. Levantarse a las cuatro, santa misa, reunión de los que viajan. Son el obispo Versiglia, don Caravario, dos jóvenes maestros diplomados en el Instituto Don Bosco (Thong Chong Wai, pagano; M Pan Ching, cristiano), sus dos hermanas (Thong Su Lien María, veintiún años, maestra; M Yu Tee Paula, dieciséis años, que deja los estudios y vuelve a su familia). Está también Tzen Tz Yung Clara (veintidós años, se dirige a Lin-chow corno catequista). Miguel Arduino, obispo sucesor de mons. Versiglia, atestiguó: "A los jóvenes y las jóvenes que venían al colegio o volvían a sus familias, los acompañaban siempre los misioneros. Los padres ponían esta condición a los misioneros para dejar salir a sus hijas. En este caso, los dos jóvenes maestros, sus hermanas y la catequista habían esperado a propósito para hacer el viaje con el obispo y don Caravario y para estar protegidos de las posibles agresiones de los piratas".


Tiempos tristísimos

Estas precauciones se debían a los tiempos tristísimos que aquella región de China estaba atravesando. La provincia de Shiu-chow, situada entre el norte y el sur, era punto de paso y parada de los diversos grupos que se hallaban en lucha entre sí. Violencias, robos, incendios, asesinatos eran cosa ordinaria de día y de noche. Resultaba difícil distinguir en las bandas que se entregaban al saqueo entre los soldados desbanda dos, los mercenarios, los grupos de killer que ejecutaban asesinatos programados, los piratas que se aprovechaban del caos.

La nueva República China había nacido el 10 de octubre de 1911. El ejército dirigido por el general Chang Kai-shek, en 1927, había llevado a la China a la unidad, derrotando a los "señores de la guerra" que tiranizaban las diversas regiones. Pero la grave infiltración comunista en la nación y en el ejército (apoyada por Stalin) había persuadido a Chang Kai-shek a apoyarse en la derecha y a declarar a los comunistas fuera de la ley (abril de 1927). Había comenzado de nuevo la guerra civil.

"En una región de la China meridional se estaba consolidando un régimen de tipo soviético —escribe el historiador McAleavy—. Sería fastidioso el tratar de describir los caóticos sucesos (de los años 1929, 1930 y 1931). La parte meridional de China no estaba en absoluto pacificada. Estaban los comunistas, dueños de un territorio considerable, y aún más al sur los "señores de la guerra" del Kwangsi (que hacía frontera con la provincia de Shiu-chow) dispuestos a provocar revueltas."

En estos tristísimos tiempos también los extranjeros arriesgaban su vida. Se les temía por la fuerza de sus gobiernos, pero se les llamaba con desprecio "diablos blancos", y se les odiaba por el largo período en el que ingleses, alemanes y americanos habían saqueado, de modo inhumano, China. A los misioneros, a pesar de ser extranjeros, los amaba la gente más pobre: en los momentos de saqueo las misiones eran lugar de refugio para quien no tuviera otro. Los enemigos más temibles de los misioneros eran los piratas (que robaban sin mirar la cara de nadie) y los soldados comunistas: la destrucción del cristianismo formaba parte de su programa.

Sólo hacía ocho meses desde que el salesiano don Dalmasso, de la misión de Nam-Yung (a 70 kilómetros de Shiu-chow) había sido apresado por una banda de soldados comunistas mientras acompañaba a los alumnos a la escuela. Atado, fue conducido por las calles de la ciudad, e insultado en una asamblea pública lo llevaron a las montañas donde los soldados tenían sus refugios. Lo liberaron doce días más tarde, y con la ayuda de la gente pobre había logrado volver a la misión.


En la barca hacia el norte

La comitiva dirigida por el obispo Versiglia tomó el tren en la estación ferroviaria de Shiu-chow a las 8.30 del 24 de febrero. A las 17.00 llegó a Ling-kong-how, sede de una misión salesiana. Les esperaba el sacerdote don Cavada, que los acompañó a la misión, en la que pasaron la noche.

El día después, 25 de febrero, mons. Versiglia y don Caravario celebraron la misa. Luego todos subieron a la barca que debla navegar contracorriente hacia el norte sobre el ríio Lin-chow, y llevarlos a la misión de Lin-chow, donde les esperaba la pequeña comunidad cristiana de don Caravario. Eran las 7.00 de la mañana. Si el viaje en tren había durado ocho horas y media, el de la barca (para recorrer una distancia casi igual) se preveía que duraría siete días. Se había juntado a la comitiva el muchacho cristiano Luk Apiao Pedro, de diez años, que se dirigía a la escuela de don Caravario para iniciar los estudios, y una anciana catequista que debía ayudar en su trabajo a la joven Clara. Los barqueros eran cuatro: la anciana dueña de la barca, su hijo de veinte años y dos robustos trabajadores (que desde la orilla empujarían la barca contracorriente en los puntos más difíciles).

La barca china es como una pequeña casa: la proa está descubierta, pero la popa está envuelta en una especie de tienda que la transforma en la casa del que viaja. Sobre la proa pusieron un paño blanco con la inscripción Tin Tchu Tong (Misión Católica). Debía ser una especie de salvoconducto. Todos sabían que los misioneros no eran ricos y que trabajaban por la gente pobre. Pero podía ser también un engaño que atrae a los malvados...


25 de febrero: trampa sobre el río

La barca rozó el pueblo Pak Ngan Hang, en el que había mercado. Los dos maestros, que estaban en la proa, veían edificios esparcidos por la zona boscosa que costeaban. Tres kilómetros más arriba, donde el río Lin-chow se encuentra con el pequeño afluente Shiu-pin, vieron algunos fuegos encendidos. Eran las once de la mañana. A medida que se acercaban, se veían más claramente aquellos intrigantes fuegos, y a su lado una decena de hombres que los mantenían encendidos.

Mediodía. Sobre la barca se reza. De repente se oye un grito bronco: "¡Parad la barca!". Aquella decena de hombres está ya cerca. Apuntan con fusiles y pistolas. Gritan: "¿A quién lleváis ahí?". El barquero responde: "Al obispo y a un padre de la misión". Gritan: "No podéis transportar a nadie sin nuestra protección. Los misioneros nos tienen que pagar 500 dólares en billetes europeos, de otro modo os fusilaremos a todos" Las mujeres, apenas escuchan el diálogo, comprenden de qué se trata. Toman el rosario, ponen su rostro sobre sus rodillas, se tapan la cabeza con las manos y rezan.

En aquellos tiempos, pagar de trecho en trecho un peaje a lo largo de los ríos llegó a ser una triste costumbre. Los chinos se resignan a ello, para no tener fastidios. Pero 500 dólares es una cifra enorme, disparatada. Nadie lleva tal cantidad en un viaje.

Se ye enseguida que se trata de un pretexto para arrestar a los viajeros de la misión. El obispo dice a don Caravario: "Diles que somos misioneros, y por lo tanto, no llevamos con nosotros tanto dinero".

Apenas escuchan la respuesta, los piratas saltan sobre la barca y la registran. El niño Apiao se declara con rapidez como hijo del barquero. La vieja catequista no recibe de ellos ni una mirada. Pero cuando los bandidos descubren a las muchachas, gritan: "¡Nos vamos a llevar a sus mujeres!". Don Caravario clarifica: "No son nuestras mujeres, sino nuestras alumnas, a las que acompañamos a sus casas". Con modos corteses (¡como es obligación!) los misioneros mantienen a los bandidos fuera de la barca. Cierran la entrada con sus cuerpos. Entonces los piratas gritan: "¡Vamos a quemar la barca!". A una distancia de unos pocos metros está parada una barca llena de madera. Acarrean haces sobre la proa y les encienden fuego. Pero la leña es gruesa y está verde, con dificultad para encenderse, y el obispo logra apagar las primeras llamas. Furiosos, los piratas sacan de las haces las ramas más gruesas y verdes y con ellas inician una terrible tanda de azotes sobre los cuerpos de los misioneros.

Después de muchos minutos, sangrando y desvanecido cae el obispo. Don Caravario resiste todavía algún minuto más, luego también él cae murmurando: "Jesús, José y Maria...". Los bandidos se lanzan sobre las mujeres. María atestiguará: "Con toda mi fuerza me agarré al brazo izquierdo del obispo, que estaba caído. Pero los ladrones me golpearon la mano con un palo y nos llevaron fuera. Grité: "¡Señor, sálvame! ¡Auxiliadora, ruega por mí! Jesús, José, María...". En un momento en que se vio libre, María se arrojó al río Shiu-pin, dispuesta a morir antes que caer en las manos de aquellos bandidos que la habrían forzado. Pero el agua era poco profunda, y un bandido la agarró por las trenzas y la sacó del agua. Después le gritó: "Vosotras sois chinas. ¿Por qué queréis ir detrás de los extranjeros? ¡Es necesario destruir la religion católica!".

En tierra, los piratas ataron a los dos misioneros después de haberles registrado y robado todo lo que llevaban. Sobre el triángulo de hierba del encuentro de los dos ríos, echaron a los misioneros y a las mujeres, presa todos del dolor y de la angustia. "Nosotros tenemos que mataros —gritó uno a los misioneros—. ¿No tenéis miedo de morir?" El obispo respondió: "Somos misioneros. ¿iPor qué íbamos a tener miedo de morir?".


Luis Versiglia
Cinco tiros de fusil

Los piratas ordenaron a los de la barca que volviesen a Lin-komng-how. En ella habían quedado junto con los barqueros, el pequeño Apiao, la anciana catequista, los hermanos de María y Paula. Aquella misma tarde del 25 de febrero, a las 17,00, llegaron a la misión de don Cavada y le dieron la triste noticia. Lo más rápidamente posible se avisó a las autoridades, que pusieron sobre aviso a una sección del ejército regular estacionada no muy lejos de allí.

Mientras tanto, sobre el río se consumaba la tragedia. María atestiguó: "Estaban separados de los misioneros no más de tres metros. Vi que don Caravario, con la cabeza inclinada, hablaba en voz baja con el obispo". Se estaban confesando mutuamente. "El obispo y don Caravario nos miraban, nos señalaban con los ojos el cielo y rezaban. Su aspecto era amable y sonriente, y rezaban en voz alta."

A una orden de los piratas, los misioneros se encaminaron por la vereda que sigue el curso del Shiu-pin. Algunos curiosos los miraban desde los edificios cercanos. Uno de ellos oyó que el obispo decía a los bandidos: "Yo soy viejo, matadme si queréis. Pero él es joven. ¡No le matéis!".

Las mujeres, mientras eran empujadas hacia una pagoda blanca, oyeron cinco tiros de fusil. Maria atestigua: "Después de unos diez minutos los asesinos volvieron y dijeron a sus compañeros que les habían disparado cinco tiros de fusil". "Son cosas inexplicables —dijeron—. Hemos visto a muchos. Todos tienen miedo a la muerte. Por el contrario, estos dos han muerto contentos, y estas muchachas no desean más que morir..." Eran las primeras horas de la tarde dcl 25 de febrero.

Mientras secciones de tropas regulares comenzaban a moverse para dar caza a los homicidas, las muchachas fueron llevadas a la montaña. Estuvieron a merced de los bandidos durante cinco días. El domingo por la mañana, 2 de marzo, los soldados regulares, puestos sobre aviso por uno de los bandidos que casualmente había sido arrestado y había denunciado a los cómplices, llegaron a las cuevas de los bandidos. Tras un breve tiroteo, los bandidos huyeron abandonando a las muchachas.


Los mártires

Entre tanto don Cavada y don Lareno (secretario del obispo Versiglia), acompañados por el jefe de la policía de Shiu-pin, habían encontrado los restos de los mártires. Ambos tenían la cabeza destrozada.

En la noche del domingo 2 de marzo, las tres muchachas liberadas del encierro se arrodillaron para rezar delante de los despojos mortales de los dos misioneros que habían dado su vida por defenderlas.

Mons. Luis Versiglia, nacido en Oliva Gessi (Pavía), había entrado en el oratorio de Don Bosco siendo un niño en el lejano 1873. Entusiasmado por la expedición de misioneros a cuya despedida había asistido en el santuario de María Auxiliadora, había decidido ser misionero también él. En el año 1906 había guiado la primera expedición misionera salesiana a China.

Don Calixto Caravario, nacido en Cuorgnè, se había trasladado a Turín cuando sólo tenía cuatro años. El padre, el hermano, la hermana, y especialmente su amabilísima madre Rosa le habían dado el permiso para partir a las misiones de China cuando apenas contaba veintiún años.

La carta que don Calixto había escrito a su madre el 13 de febrero (12 días antes de ser asesinado), madre Rosa la recibió después de que los salesianos, con la máxima delicadeza posible, le habían comunicado el martirio de su hijo. Aquella carta, que guardamos con veneración, tiene las palabras ligeramente borrosas por las lágrimas de madre Rosa.

Don Calixto le decía: "¡Ánimo, mi buena mamá! Pasará la vida y se acabarán los dolores: en el Paraíso seremos felices. Nada te turbe, mi buena mamá; si llevas tu cruz en compañía de Jesús, será mucho más ligera y agradable...".

Pablo VI en el año 1976 declaró "mártires" a mons. Versiglia y a don Caravario. Juan Pablo II los beatificó el 15 de mayo de 1983 y los canonizó el 1 de octubre de 2000, Año Santo Jubilar.

Tomado del libro: "Familia Salesiana, Familia de Santos". 
 Escrito por Teresio Bosco S.D.B. Editorial CCS. España 
(fuente: es.catholic.net)

Cuaresma, 40 días antes de la Pascua

I. CUARENTA DÍAS DE TRABAJO 

1. Cuaresma significa "cuarenta" y se aplica a los 40 días de intensa preparación a la fiesta de PASCUA.

2. Jesús se retiró durante 40 días. Moisés aguardó 40 días antes de subir al Sinaí. Elías caminó durante 40 días hacia el Horeb. Y la marcha de los judíos por el desierto duró 40 años.

3. "40" es pues, un número simbólico que expresa víspera, "preparación" intensa de algo importantísimo que, para nosotros, es la PASCUA

4. No se entiende la Cuaresma si no es en función de la PASCUA.

5. El tiempo de Cuaresma empieza el Miércoles de Ceniza y acaba el Jueves Santo. En ese período no se canta el "Aleluya" ni se recita el "Gloria".

6. En los primeros tiempos, la Cuaresma era un período de preparación intensiva al Bautismo, que se celebra en la noche de Pascua.

7. El ser bautizado exige una coherencia y un cambio de mentalidad.


II. TIEMPO DE CAMBIO 


1. El Miércoles de Ceniza se nos dice: "Convertíos y creed en el Evangelio". La Cuaresma es pues, un tiempo de conversión.

2. Convertirse significa "volver", "cambiar", "corregir el camino" "Renovarse"

3. El cambio que queremos es pasar del "hombre viejo" al "hombre nuevo"

4. "Hombre viejo" es el que vive a espaldas de Cristo y del Evangelio. "Hombre nuevo" es el que sigue a Jesús y vive según el Evangelio.

5. ¿Tú eres un "hombre viejo" o un "hombre nuevo"? Piénsalo bien, ¡hombre!

6. Algunos cristianos creen que la conversión es sólo para los paganos y herejes.. Y, claro, no necesitan la Cuaresma.

7. Otros piensan que con no comer carne los viernes o dejar de fumar ya han cumplido... ¡No! Si no hay cambio, no hay Cuaresma.

8. Cuaresma es cambiar de vida.


III. CAMBIAR EL CORAZÓN 


1. El Miércoles de Ceniza es día de ayuno y abstinencia. Los Viernes de Cuaresma son días de abstinencia.

2. Ayunar por ayunar no tiene sentido y no hace a la gente mejor... Sobre todo en un mundo en que muchos ayunan, no porque es Cuaresma, sino porque no tienen qué comer.

3. Abstenerse de comer carne es un signo que tiene su importancia por lo que significa.

4. El ayuno y la abstinencia son "signos de conversión". No son "la conversión".

5. El ayuno es signo de que tú: - quieres "ayunar de pecados" - te solidarizas con los hambrientos - prefieres el pan de la Palabra - frenas el consumismo - quieres compartir lo tuyo.

6. La abstinencia es signo de que tú: - quieres abstenerte del pecado - no te comes el pan de los pobres - te "mantienes en forma" por dentro.

7. Lo que interesa es cambiar el corazón.



IV. "CONVERTÍOS Y CREED EN EL EVANGELIO"

1. La Cuaresma es un tiempo de renovación para la comunidad. 0 la hacemos todos juntos o no es Cuaresma.

2. Hace Cuaresma: la pareja, la familia, el grupo, la parroquia, la comunidad. Nadie hace la Cuaresma solo

3. Si los creyentes de este país cambian, todo el país hará el cambio. La Cuaresma ayuda a cambiar la sociedad.

4. El modelo del cambio está en el Evangelio, la Palabra de Dios. Cuaresma es un tiempo favorable para el anuncio y la escucha de la Palabra.

5. San Jerónimo decía: "Ignorar el Evangelio es ignorar a Cristo".

6. Jesús decía: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de mi Padre".

7. La lectura del Evangelio en familia, las convivencias, los Ejercicios Espirituales, los cultos de las Hermandades... son momentos privilegiados para escuchar la Palabra de Dios. No cierres tus oídos a la Palabra.


V. LA CUARESMA Y EL HOMBRE DE HOY

1. El hombre de hoy es un poco autosuficiente y algo olvidado de Dios. Confía demasiado en la razón y, a veces se cierra a la fe, ¿no te parece?

2. El hombre de hoy piensa que la Cuaresma es para los "carrozas" y los "carcas": "ya no se estila".

3. Dicen que el hombre de hoy ha perdido la conciencia de pecado. ¿Será verdad que ya no hay pecados?

4. ¿0 será que el hombre de hoy necesita más que ningún otro convertirse?

5. Lo que pasa es que convertirse es algo complicado.

6. Cuando el hombre de hoy comprenda lo serio que es cambiar de vida y poner en cuarentena el corazón, entonces se dará cuenta que necesita la Cuaresma.

7. El hombre de hoy es el hombre del evangelio, porque el evangelio siempre es de hoy.

8. Todos somos hombres de hoy, que necesitamos una Cuaresma de "hoy".

(fuente: webcatolicodejavier.org)

viernes, 24 de febrero de 2012

Tentaciones: el combate espiritual

Después de pasar 40 días en retiro ayunando en el desierto, Jesucristo fue tentado por Satanás (Mc. 1, 12-15).   Jesucristo  fue “sometido a las mismas pruebas que nosotros, pero a El no lo llevaron al pecado” (Hb. 4, 15).  Lamentablemente a nosotros las tentaciones sí pueden llevarnos a pecar, pues éstas encuentran resonancia en nuestra naturaleza, la cual fue herida gravemente por el pecado original.

No podemos pretender, entonces, no tener tentaciones.  Ni siquiera podemos pretender nunca pecar, pues aun los santos han pecado y nos dice la Sagrada Escritura que el santo peca siete veces (cfr. Prov. 24, 16).
Sin embargo, la clave del comportamiento ante las tentaciones nos la da esa cita de los Proverbios:  “el justo, aunque peca siete veces, se levanta, mientras que los pecadores se hunden en su maldad”.  La diferencia entre el que trata de ser santo y el pecador empecinado no consiste en que el santo no peque nunca, sino que cuando cae se levanta, mas el pecador empecinado continúa sin arrepentirse y cometiendo nuevos pecados.

Nadie puede eludir el combate espiritual del que nos habla San Pablo:  “Pónganse la armadura de Dios, para poder resistir las maniobras del diablo.  Porque nuestra lucha no es contra fuerzas humanas ... Nos enfrentamos con los espíritus y las fuerzas sobrenaturales del mal” (Ef. 6, 11-12).
Nadie, entonces, puede pretender estar libre de tentaciones.   Es más, Dios ha querido que la lucha contra las tentaciones tenga como premio la vida eterna:  “Feliz el hombre que soporta la tentación, porque después de probado recibirá la corona de vida que el Señor prometió a los que le aman” (Stg. 1, 12).
Las tentaciones de Jesús en el desierto nos enseñan cómo comportarnos ante la tentación.  Debemos saber, ante todo, que el demonio busca llevarnos a cada uno de los seres humanos a la condenación eterna.  De allí que San Pedro, el primer Papa, nos diga lo siguiente:  “Sean sobrios y estén atentos, porque el enemigo, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar” (1 Pe. 5, 8).

Luego debemos tener plena confianza en Dios.  Cuando Dios permite una tentación para nosotros, no deja que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas.  Tenemos que saber y estar realmente convencidos de que, junto con la tentación, vienen muchas, muchísimas gracias para vencerla. “Dios no permitirá que sean tentados por encima de sus fuerzas.  El les dará, al mismo tiempo que la tentación, los medios para resistir” (1 Cor. 10 ,12).

¿Cómo luchar contra las tentaciones?  La oración es el principal medio en la lucha contra las tentaciones y la mejor forma de vigilar.  “Vigilen y oren para no caer en tentación” (Mt. 26, 41).   “El que ora se salva y el que no ora se condena”, enseñaba San Alfonso María de Ligorio.

¿Qué hacer ante la tentación?  Despachar la tentación de inmediato.  ¿Cómo?  También orando, pidiendo al Señor la fuerza para no caer.  Nos dice el Catecismo:  “Este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración” (#2849). “No nos dejes caer en tentación”, nos enseñó Jesús a orar en el Padre Nuestro.  La oración impide que el demonio tome más fuerza y termina por despacharlo.  Sabemos que tenemos todas las gracias para ganar la batalla.  Porque ... “si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Rom. 8, 31).

Y después de la tentación ¿qué?  Si hemos vencido, atribuir el triunfo a Quien lo tiene:  Dios, que no nos deja caer en la tentación.  Agradecerle y pedirle su auxilio para futuras tentaciones.  Si hemos caído, saber que Dios nos perdona cuántas veces hayamos pecado y, arrepentidos y con deseo de no pecar más, volvamos a El a través del Sacramento de la Confesión.    

(fuente: www.buenanueva.net)

jueves, 23 de febrero de 2012

Mensaje de Benedicto XVI para esta Cuaresma 2012: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (Hb 10, 24)

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.

Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24). Esta frase forma parte de una perícopa en la que el escritor sagrado exhorta a confiar en Jesucristo como sumo sacerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios. El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe» (v. 22), de mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos» (v. 23), con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras» (v. 24). Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios (v. 25). Me detengo en el versículo 24, que, en pocas palabras, ofrece una enseñanza preciosa y siempre actual sobre tres aspectos de la vida cristiana: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal.

1. “Fijémonos”: la responsabilidad para con el hermano.

El primer elemento es la invitación a «fijarse»: el verbo griego usado es katanoein, que significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente, darse cuenta de una realidad. Lo encontramos en el Evangelio, cuando Jesús invita a los discípulos a «fijarse» en los pájaros del cielo, que no se afanan y son objeto de la solícita y atenta providencia divina (cf. Lc 12,24), y a «reparar» en la viga que hay en nuestro propio ojo antes de mirar la brizna en el ojo del hermano (cf. Lc 6,41). Lo encontramos también en otro pasaje de la misma Carta a los Hebreos, como invitación a «fijarse en Jesús» (cf. 3,1), el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe. Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón. El Siervo de Dios Pablo VI afirmaba que el mundo actual sufre especialmente de una falta de fraternidad: «El mundo está enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» (Carta. enc. Populorum progressio [26 de marzo de 1967], n. 66).

La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás. El evangelista Lucas refiere dos parábolas de Jesús, en las cuales se indican dos ejemplos de esta situación que puede crearse en el corazón del hombre. En la parábola del buen Samaritano, el sacerdote y el levita «dieron un rodeo», con indiferencia, delante del hombre al cual los salteadores habían despojado y dado una paliza (cf. Lc 10,30-32), y en la del rico epulón, ese hombre saturado de bienes no se percata de la condición del pobre Lázaro, que muere de hambre delante de su puerta (cf. Lc 16,19). En ambos casos se trata de lo contrario de «fijarse», de mirar con amor y compasión. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca debemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, precisamente la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7). Se comprende así la bienaventuranza de «los que lloran» (Mt 5,4), es decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el dolor de los demás. El encuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a su necesidad son ocasión de salvación y de bienaventuranza.

El «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último. En la Sagrada Escritura leemos: «Reprende al sabio y te amará. Da consejos al sabio y se hará más sabio todavía; enseña al justo y crecerá su doctrina» (Pr 9,8ss). Cristo mismo nos manda reprender al hermano que está cometiendo un pecado (cf. Mt 18,15). El verbo usado para definir la corrección fraterna —elenchein—es el mismo que indica la misión profética, propia de los cristianos, que denuncian una generación que se entrega al mal (cf. Ef 5,11). La tradición de la Iglesia enumera entre las obras de misericordia espiritual la de «corregir al que se equivoca». Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien. Sin embargo, lo que anima la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano. El apóstol Pablo afirma: «Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Ga 6,1). En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de la corrección fraterna, para caminar juntos hacia la santidad. Incluso «el justo cae siete veces» (Pr 24,16), dice la Escritura, y todos somos débiles y caemos (cf. 1 Jn 1,8). Por lo tanto, es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cf. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros.

2. “Los unos en los otros”: el don de la reciprocidad.

Este ser «guardianes» de los demás contrasta con una mentalidad que, al reducir la vida sólo a la dimensión terrena, no la considera en perspectiva escatológica y acepta cualquier decisión moral en nombre de la libertad individual. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así. El apóstol Pablo invita a buscar lo que «fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), tratando de «agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación» (ib. 15,2), sin buscar el propio beneficio «sino el de la mayoría, para que se salven» (1 Co 10,33). Esta corrección y exhortación mutua, con espíritu de humildad y de caridad, debe formar parte de la vida de la comunidad cristiana.

Los discípulos del Señor, unidos a Cristo mediante la Eucaristía, viven en una comunión que los vincula los unos a los otros como miembros de un solo cuerpo. Esto significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la comunión: nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social. En la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se verifica esta reciprocidad: la comunidad no cesa de hacer penitencia y de invocar perdón por los pecados de sus hijos, pero al mismo tiempo se alegra, y continuamente se llena de júbilo por los testimonios de virtud y de caridad, que se multiplican. «Que todos los miembros se preocupen los unos de los otros» (1 Co 12,25), afirma san Pablo, porque formamos un solo cuerpo. La caridad para con los hermanos, una de cuyas expresiones es la limosna —una típica práctica cuaresmal junto con la oración y el ayuno—, radica en esta pertenencia común. Todo cristiano puede expresar en la preocupación concreta por los más pobres su participación del único cuerpo que es la Iglesia. La atención a los demás en la reciprocidad es también reconocer el bien que el Señor realiza en ellos y agradecer con ellos los prodigios de gracia que el Dios bueno y todopoderoso sigue realizando en sus hijos. Cuando un cristiano se percata de la acción del Espíritu Santo en el otro, no puede por menos que alegrarse y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16).

3. “Para estímulo de la caridad y las buenas obras”: caminar juntos en la santidad.

Esta expresión de la Carta a los Hebreos (10, 24) nos lleva a considerar la llamada universal a la santidad, el camino constante en la vida espiritual, a aspirar a los carismas superiores y a una caridad cada vez más alta y fecunda (cf. 1 Co 12,31-13,13). La atención recíproca tiene como finalidad animarse mutuamente a un amor efectivo cada vez mayor, «como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (Pr 4,18), en espera de vivir el día sin ocaso en Dios. El tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precioso para descubrir y realizar buenas obras en el amor de Dios. Así la Iglesia misma crece y se desarrolla para llegar a la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13). En esta perspectiva dinámica de crecimiento se sitúa nuestra exhortación a animarnos recíprocamente para alcanzar la plenitud del amor y de las buenas obras.

Lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás (cf. Mt 25,25ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal (cf. Lc 12,21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede. Queridos hermanos y hermanas, aceptemos la invitación, siempre actual, de aspirar a un «alto grado de la vida cristiana» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte [6 de enero de 2001], n. 31). Al reconocer y proclamar beatos y santos a algunos cristianos ejemplares, la sabiduría de la Iglesia tiene también por objeto suscitar el deseo de imitar sus virtudes. San Pablo exhorta: «Que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10).

Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua. Con mis mejores deseos de una santa y fecunda Cuaresma, os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen María y de corazón imparto a todos la Bendición Apostólica.

Vaticano, 3 de noviembre de 2011
BENEDICTUS PP. XVI
(fuente: http://webcatolicodejavier.org)

miércoles, 22 de febrero de 2012

Hoy iniciamos el tiempo de Cuaresma

Hoy se nos da la oportunidad de vivir este misterio de amor y la Iglesia nos invita a vivir con mayor intensidad este tiempo de Gracia, tiempo de perdón. Hoy iniciamos el tiempo de Cuaresma... tiempo de conversión... camino hacía la Pascua

Tiempo encuentro con nuestra identidad de cristianos, encuentro con nuestra intimidad perdida por el pecado... este tiempo está sostenida en el trípode del ayuno, de la oración y las obras de misericordia... por eso es tiempo de encuentro, porque por medio de la oración nos encontramos con la intimidad de Dios que es amor, por el ayuno nos encontramos a nosotros mismos necesitados... y enfermos de egoísmo.. necesitados de ser curados... y por medio de las obras de caridad nos encontramos con el prójimo...

Las tres están íntimamente enlazadas, porque no podemos recibir la misericordia de Dios sino pedimos perdón o no dejamos reconciliarnos... pero no puedo a amar a Dios que no veo si no amo a mi prójimo que si veo... pero no puedo amar al prójimo si no me amo a mi mismo y amarse uno mismo es aceptarse en la limitación para ser sanado en el perdón.
Este tiempo, se torna una oportunidad para pedir perdón y perdonar las ofensas que nos han hecho, es un tiempo propicio para reconciliarnos y en este tiempo de cuaresma caminar juntos como comunidad, como asamblea, como familia al encuentro de la Celebración de la Pascua Cristiana.

Hoy se nos da la oportunidad de vivir este misterio de amor, y la Iglesia nos invita a que caminemos junto con nuestros pastores ... retornar a la casa de Padre... y participar de la celebración que Dios misericordioso ha preparado para todos aquellos pecadores que volvemos al padre... como está puesto de manifiesto en la parábola del Hijo Pródigo

Dejarnos mover por el Espíritu Santo... que nos llevé a vivir con mayor intensidad este tiempo de Gracia, tiempo de perdón... Otra gran oportunidad para retomar nuestra identidad de cristianos... y vivir desde ese amor misericordioso del Padre...

Pidamos a la Santísima Virgen María que nos ayude a vivir con docilidad de espíritu este tiempo maravilloso... de gracias... que nos permita salir de nuestro egoísmo... que nos permita des-instalarnos para poder caminar por el desierto... que las ataduras del mundo no impidan el aceptar esta invitación... que Dios quite las cadenas del pecado que nos atan a las criaturas... y purificados por el ayuno, la oración y las obras de caridad... podamos vivir la fiestas de la Pascua.

Hemos de recordar, que el encuentro es celebración... solo cuando se ama.. y si cuaresma es lugar de encuentro... y si lo vivimos con amor... será tiempo de celebración del amor de Dios en nosotros.

(fuente: es.catholic.net)

El Universo y el hombre. ¿Somos criaturas de Dios o el resultado del azar?

Hay algo extraño y maravilloso: la existencia del hombre, un ser único con capacidad para preguntarse por el universo y por su misma vida

La iluminación de nuestras ciudades nos impide contemplar cada noche el maravilloso espectáculo del cielo estrellado. A cambio, el satélite espacial Hubble nos envía fotografías de lejanas galaxias, estrellas novas y supernovas o misteriosos agujeros negros, situados a años-luz de nuestro planeta.

Si a los antiguos el universo les pareció enorme, el que nos ahora descubrimos es infinitamente más grande, hermoso y variado. No son diversas esferas que rodean nuestro mundo, como pensaban ellos, sino un universo que se expande sin que podamos descubrir y ni siquiera intuir si tiene algún límite.

Todas las civilizaciones pasadas que contemplaron el cielo, reconocieron que necesariamente tenían que existir dioses y fuerzas capaces de realizar tales maravillas, aunque no les fuera dado conocerlos.

Pero si pasamos de la grandeza del cosmos a los misterios del microcosmos, los antiguos no pasaron de designar como elementos a la tierra, al aire, o al fuego. Llamaron átomos, sin ventanas, a las partes más pequeña de la materia y la portentosa hazaña de romper el átomo ya es cosa de nuestro tiempo.

También es cosa de nuestro tiempo la comprobación de que el átomo roto se compone no solo de protones y electrones, sino que, a su vez, cada una de estas piezas se descompone en otras, sin que al parecer se divise algún límite de lo infinitamente pequeño y sus propiedades, como los neutrinos, capaces de atravesar nuestro planeta sin obstáculo.

Los científicos pueden hacer cálculos en años-luz o en nanosegundos, pero a los demás mortales nos cuesta trabajo tener una idea intuitiva de lo que sea una milmillonésima de segundo o la distancia de un año luz, aunque todo esto sea medible y calculable.

Hay quienes se atreven a proponer que todo lo que existe se ha producido por puro azar, pero entre el ciego azar y una creación diseñada por un ser inteligente y poderoso, me reafirmo en mi fe en Dios que todo lo dispuso con “medida, número y peso” (Sab. 11,20)

Pero hay algo más extraño y maravilloso: la existencia del hombre, un ser único entre todos los animales que pueblan el planeta, con capacidad para preguntarse por el universo y por su misma vida, marcada por el ansia de saber de conocer la verdad, aunque a menudo se extravíe y encuentre sufrimiento, muerte y dolor.

Si, como yo creo, somos hechura del mismo Dios que ha hecho el universo, nuestra vida tiene sentido, pero si no somos más que el resultado del azar, somos unos desgraciados, pues negamos que exista Dios para querer serlo nosotros mismos.

Creo también que Dios ha creado el universo y al hombre por amor. Como dijo San Agustín: nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti. 


  escrito por Francisco Rodríguez Barragán 
(fuente: Forumlibertas)

martes, 21 de febrero de 2012

20 de febrero: Beatos Francisco y Jacinta

En Aljustrel, pequeño pueblo situado a unos ochocientos metros de Fátima, Portugal, nacieron los pastorcitos que vieron a la Virgen María: Francisco y Jacinta, hijos de Manuel Pedro Marto y de Olimpia de Jesús Marto. También nació allí la mayor de los videntes, Lucía.

- Francisco nació el día 11 de junio, de 1908.
- Jacinta nació el día 11 de marzo, de 1910.

Desde muy temprana edad, Jacinta y Francisco aprendieron a cuidarse de las malas relaciones, y por tanto preferían la compañía de Lucía, prima de ellos, quien les hablaba de Jesucristo. Los tres pasaban el día juntos, cuidando de las ovejas, rezando y jugando.

Entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917, a Jacinta, Francisco y Lucía, les fue concedido el privilegio de ver a la Virgen María en el Cova de Iría. A partir de está experiencia sobrenatural, los tres se vieron cada vez más inflamados por el amor de Dios y de las almas, que llegaron a tener una sola aspiración: rezar y sufrir de acuerdo con la petición de la Virgen María. Si fue extraordinaria la medida de la benevolencia divina para con ellos, extraordinario fue también la manera como ellos quisieron corresponder a la gracia divina.

Los niños no se limitaron únicamente a ser mensajeros del anuncio de la penitencia y de la oración, sino que dedicaron todas sus fuerzas para ser de sus vidas un anuncio, mas con sus obras que con sus palabras. Durante las apariciones, soportaron con espíritu inalterable y con admirable fortaleza las calumnias, las malas interpretaciones, las injurias, las persecuciones y hasta algunos días de prisión. Durante aquel momento tan angustioso en que fue amenazado de muerte por las autoridades de gobierno si no declaraban falsas las apariciones, Francisco se mantuvo firme por no traicionar a la Virgen, infundiendo este valor a su prima y a su hermana. Cuantas veces les amenazaban con la muerte ellos respondían: "Si nos matan no importa; vamos al cielo." Por su parte, cuando a Jacinta se la llevaban supuestamente para matarla, con espíritu de mártir, les indicó a sus compañeros, "No se preocupen, no les diré nada; prefiero morir antes que eso."



BEATO FRANCISCO 6-11-1908 / 4-4-1919

Francisco era de carácter dócil y condescendiente. Le gustaba pasar el tiempo ayudando al necesitado. Todos lo reconocían como un muchacho sincero, justo, obediente y diligente.

Beato Francisco
Las palabras del Ángel en su tercera aparición: "Consolad a vuestro Dios", hicieron profunda impresión en el alma del pequeño pastorcito.

El deseaba consolar a Nuestro Señor y a la Virgen, que le había parecido estaban tan tristes.

En su enfermedad, Francisco confió a su prima: "¿Nuestro Señor aún estará triste? Tengo tanta pena de que El este así. Le ofrezco cuanto sacrificio yo puedo."

En la víspera de su muerte se confesó y comulgó con los mas santos sentimientos. Después de 5 meses de casi continuo sufrimiento, el 4 de abril de 1919, primer viernes, a las 10:00 a.m., murió santamente el consolador de Jesús.



BEATA JACINTA 3-10-1910/ 2-20-1920

Jacinta era de clara inteligencia; ligera y alegre. Siempre estaba corriendo, saltando o bailando. Vivía apasionada por el ideal de convertir pecadores, a fin de arrebatarlos del suplicio del infierno, cuya pavorosa visión tanto le impresionó.

Una vez exclamó: ¡Qué pena tengo de los pecadores! !Si yo pudiera mostrarles el infierno!

Murió santamente el 20 de febrero, de 1920. Su cuerpo reposa junto con el del Beato Francisco, en el crucero de la Basílica, en Fátima.

Jacinta y Francisco siguieron su vida normal después de las apariciones. Lucia empezó a ir a la escuela tal como la Virgen se lo había pedido, y Jacinta y Francisco iban también para acompañarla. Cuando llegaban al colegio, pasaban primero por la Iglesia para saludar al Señor. Mas cuando era tiempo de empezar las clases, Francisco, conociendo que no habría de vivir mucho en la tierra, le decía a Lucia, "Vayan ustedes al colegio, yo me quedaré aquí con Jesús Escondido. ¿Qué provecho me hará aprender a leer si pronto estaré en el Cielo?" Dicho esto, Francisco se iba tan cerca como era posible del Tabernáculo.

Cuando Lucia y Jacinta regresaban por la tarde, encontraban a Francisco en el mismo lugar, en profunda oración y adoración.

De los tres niños, Francisco era el contemplativo y fue tal vez el que más se distinguió en su amor reparador a Jesús en la Eucaristía. Después de la comunión recibida de manos del Ángel, decía: "Yo sentía que Dios estaba en mi pero no sabia como era." En su vida se resalta la verdadera y apropiada devoción católica a los ángeles, a los santos y a María Santísima. Él quedó asombrado por la belleza y la bondad del ángel y de la Madre de Dios, pero él no se quedó ahí. Ello lo llevó a encontrarse con Jesús. Francisco quería ante todo consolar a Dios, tan ofendido por los pecados de la humanidad. Durante las apariciones, era esto lo que impresionó al joven.

Mas que nada Francisco quería ofrecer su vida para aliviar al Señor quien el había visto tan triste, tan ofendido. Incluso, sus ansias de ir al cielo fueron motivadas únicamente por el deseo de poder mejor consolar a Dios. Con firme propósito de hacer aquello que agradase a Dios, evitaba cualquier especie de pecado y con siete años de edad, comenzó a aproximarse, frecuentemente al Sacramento de la Penitencia.

Una vez Lucia le preguntó, "Francisco, ¿qué prefieres más, consolar al Señor o convertir a los pecadores?" Y el respondió: "Yo prefiero consolar al Señor. ¿No viste que triste estaba Nuestra Señora cuando nos dijo que los hombres no deben ofender mas al Señor, que está ya tan ofendido? A mi me gustaría consolar al Señor y después, convertir a los pecadores para que ellos no ofendan mas al Señor." Y siguió, "Pronto estaré en el cielo. Y cuando llegue, voy a consolar mucho a Nuestro Señor y a Nuestra Señora."

A través de la gracia que había recibido y con la ayuda de la Virgen, Jacinta, tan ferviente en su amor a Dios y su deseo de las almas, fue consumida por una sed insaciable de salvar a las pobres almas en peligro del infierno. La gloria de Dios, la salvación de las almas, la importancia del Papa y de los sacerdotes, la necesidad y el amor por los sacramentos - todo esto era de primer orden en su vida. Ella vivió el mensaje de Fátima para la salvación de las almas alrededor del mundo, demostrando un gran espíritu misionero.

Jacinta tenía una devoción muy profunda que la llevo a estar muy cerca del Corazón Inmaculado de María. Este amor la dirigía siempre y de una manera profunda al Sagrado Corazón de Jesús. Jacinta asistía a la Santa Misa diariamente y tenía un gran deseo de recibir a Jesús en la Santa Comunión en reparación por los pobres pecadores. Nada le atraía mas que el pasar tiempo en la Presencia Real de Jesús Eucarístico. Decía con frecuencia, "Cuánto amo el estar aquí, es tanto lo que le tengo que decir a Jesús."

Con un celo inmenso, Jacinta se separaba de las cosas del mundo para dar toda su atención a las cosas del cielo. Buscaba el silencio y la soledad para darse a la contemplación. "Cuánto amo a nuestro Señor," decía Jacinta a Lucia, "a veces siento que tengo fuego en el corazón pero que no me quema."

Desde la primera aparición, los niños buscaban como multiplicar sus mortificaciones.

No se cansaban de buscar nuevas maneras de ofrecer sacrificios por los pecadores. Un día, poco después de la cuarta aparición, mientras que caminaban, Jacinta encontró una cuerda y propuso el ceñir la cuerda a la cintura como sacrificio. Estando de acuerdo, cortaron la cuerda en tres pedazos y se la ataron a la cintura sobre la carne. Lucía cuenta después que este fue un sacrificio que los hacia sufrir terriblemente, tanto así que Jacinta apenas podía contener las lágrimas. Pero si se le hablaba de quitársela, respondía enseguida que de ninguna manera pues esto servía para la conversión de muchos pecadores. Al principio llevaban la cuerda de día y de noche pero en una aparición, la Virgen les dijo: "Nuestro Señor está muy contento de vuestros sacrificios pero no quiere que durmáis con la cuerda. Llevarla solamente durante el día." Ellos obedecieron y con mayor fervor perseveraron en esta dura penitencia, pues sabían que agradaban a Dios y a la Virgen. Francisco y Jacinta llevaron la cuerda hasta en la ultima enfermedad, durante la cual aparecía manchada en sangre.

Jacinta sentía además una gran necesidad de ofrecer sacrificios por el Santo Padre. A ella se le había concedido el ver en una visión los sufrimientos tan duros del Sumo Pontífice. Ella cuenta: "Yo lo he visto en una casa muy grande, arrodillado, con el rostro entre las manos, y lloraba. Afuera había mucha gente; algunos tiraban piedras, otros decían imprecaciones y palabrotas." En otra ocasión, mientras que en la cueva del monte rezaban la oración del Ángel, Jacinta se levantó precipitadamente y llamó a su prima: "¡Mira! ¿No ves muchos caminos, senderos y campos llenos de gente que llora de hambre y no tienen nada para comer... Y al Santo Padre, en una iglesia al lado del Corazón de María, rezando?" Desde estos acontecimientos, los niños llevaban en sus corazones al Santo Padre, y rezaban constantemente por el. Incluso, tomaron la costumbre de ofrecer tres Ave Marías por él después de cada rosario que rezaban.

La Virgen María no dejaba de escuchar los ferviente súplicas de estos niños, respondiéndoles a menudo de manera visiblemente. Tanto Francisco como Jacinta fueron testigos de hechos extraordinarios:

En un pueblo vecino, a una familia le había caído la desgracia del arresto de un hijo por una denuncia que le llevaría a la cárcel si no demostrase su inocencia. Sus padres, afligidísimos, mandaron a Teresa, la hermana mayor de Lucia, para que le suplicara a los niños que les obtuvieran de la Virgen la liberación de su hijo. Lucía, al ir a la escuela, contó a sus primos lo sucedido. Dijo Francisco, "Vosotras vais a la escuela y yo me quedaré aquí con Jesús para pedirle esta gracia." En la tarde Francisco le dice a Lucia, "Puedes decirle a Teresa que haga saber que dentro de pocos días el muchacho estará en casa." En efecto, el 13 del mes siguiente, el joven se encontraba de nuevo en casa.

En otra ocasión, había una familia cuyo hijo había desaparecido como prodigo sin que nadie tuviera noticia de él. Su madre le rogó a Jacinta que lo recomendará a la Virgen. Algunos días después, el joven regresó a casa, pidió perdón a sus padres y les contó su trágica aventura. Después de haber gastado cuanto había robado, había sido arrestado y metido en la cárcel. Logró evadirse y huyó a unos bosques desconocidos, y, poco después, se halló completamente perdido. No sabiendo a qué punto dirigirse, llorando se arrodilló y rezó. Vio entonces a Jacinta que le tomó de una mano y le condujo hasta un camino, donde le dejo, indicándole que lo siguiese. De esta forma, el joven pudo llegar hasta su casa. Cuando después interrogaron a Jacinta si realmente había ido a encontrase con el joven, repuso que no pero que si había rogado mucho a la Virgen por él.

Ciertamente que los prodigiosos acontecimientos de los que estos niños fueron protagonistas hicieron que todo el mundo se volvieran hacia ellos, pero ellos se mantenían sencillos y humildes. Cuanto mas buscados eran por la gente, tanto mas procuraban ocultarse.

Un día que se dirigían tranquilamente hacia la carretera, vieron que se paraba un gran auto delante de ellos con un grupo de señoras y señores, elegantemente vestidos. "Mira, vendrán a visitarnos..." empezó Francisco. "¿Nos vamos?" pregunta Jacinta. "Imposible sin que lo noten," responde Lucía: "Sigamos andando y veréis cómo no nos conocen." Pero los visitantes los paran: "¿Sois de Aljustrel?" "Si, señores" responde Lucia. "¿Conocéis a los tres pastores a los cuales se les ha aparecido la Virgen?" "Si los conocemos" "¿Sabrías decirnos dónde viven?" "Tomen ustedes este camino y allí abajo tuerzan hacia la izquierda" les contesta Lucía, describiéndoles sus casas. Los visitantes marcharon, dándoles las gracias y ellos contentos, corrieron a esconderse.

Ciertamente, Francisco y Jacinta fueron muy dóciles a los preceptos del Señor y a las palabras de la Santísima Virgen María. Progresaron constantemente en el camino de la santidad y, en breve tiempo, alcanzaron una gran y sólida perfección cristiana. Al saber por la Virgen María que sus vidas iban a ser breves, pasaban los días en ardiente expectativa de entrar en el cielo. Y de hecho, su espera no se prolongó.

El 23 de diciembre de 1918, Francisco y Jacinta cayeron gravemente enfermos por la terrible epidemia de bronco-neumonía. Pero a pesar de que se encontraban enfermos, no disminuyeron en nada el fervor en hacer sacrificios.

Hacia el final de febrero de 1919, Francisco desmejoró visiblemente y del lecho en que se vio postrado no volvió a levantarse. Sufrió con íntima alegría su enfermedad y sus grandísimos dolores, en sacrificio a Dios. Como Lucía le preguntaba si sufría. Respondía: "Bastante, pero no me importa. Sufro para consolar a Nuestro Señor y en breve iré al cielo."

El día 2 de abril, su estado era tal que se creyó conveniente llamar al párroco. No había hecho todavía la Primera Comunión y temía no poder recibir al Señor antes de morir. Habiéndose confesado en la tarde, quiso guardar ayuno hasta recibir la comunión. El siguiente día, recibió la comunión con gran lucidez de espíritu y piedad, y apenas hubo salido el sacerdote cuando preguntó a su madre si no podía recibir al Señor nuevamente. Después de esto, pidió perdón a todos por cualquier disgusto que les hubiese ocasionado. A Lucia y Jacinta les añadió: "Yo me voy al Paraíso; pero desde allí pediré mucho a Jesús y a la Virgen para que os lleve también pronto allá arriba." Al día siguiente, el 4 de abril, con una sonrisa angelical, sin agonía, sin un gemido, expiró dulcemente. No tenía aún once años.

Jacinta sufrió mucho por la muerte de su hermano. Poco después de esto, como resultado de la bronconeumonía, se le declaró una pleuresía purulenta, acompañada por otras complicaciones. Un día le declara a Lucia: "La Virgen ha venido a verme y me preguntó si quería seguir convirtiendo pecadores. Respondí que si y Ella añadió que iré pronto a un hospital y que sufriré mucho, pero que lo padezca todo por la conversión de los pecadores, en reparación de las ofensas cometidas contra Su Corazón y por amor de Jesús. Dijo que mamá me acompañará, pero que luego me quedaré sola." Y así fue.

Por orden del médico fue llevada al hospital de Vila Nova donde fue sometida a un tratamiento por dos meses. Al regresar a su casa, volvió como había partido pero con una gran llaga en el pecho que necesitaba ser medicada diariamente. Mas, por falta de higiene, le sobrevino a la llaga una infección progresiva que le resultó a Jacinta un tormento. Era un martirio continuo, que sufría siempre sin quejarse. Intentaba ocultar todos estos sufrimientos a los ojos de su madre para no hacerla padecer mas. Y aun le consolaba diciéndole que estaba muy bien.

Durante su enfermedad confió a su prima: "Sufro mucho; pero ofrezco todo por la conversión de los pecadores y para desagraviar al Corazón Inmaculado de María"

En enero de 1920, un doctor especialista le insiste a la mamá de Jacinta a que la llevasen al Hospital de Lisboa, para atenderla. Esta partida fue desgarradora para Jacinta, sobre todo el tener que separarse de Lucía.

Al despedirse de Lucía le hace estas recomendaciones: 'Ya falta poco para irme al cielo. Tu quedas aquí para decir que Dios quiere establecer en el mundo la devoción al I.C. de María. Cuando vayas a decirlo, no te escondas. Di a toda la gente que Dios nos concede las gracias por medio del I.C. de María. Que las pidan a Ella, que el Corazón de Jesús quiere que a su lado se venere el I.C. de María, que pidan la paz al Inmaculado Corazón, que Dios la confió a Ella. Si yo pudiese meter en el corazón de toda la gente la luz que tengo aquí dentro en el pecho, que me está abrazando y me hace gustar tanto del Corazón de Jesús y del Corazón de María."

Su mamá pudo acompañarla al hospital, pero después de varios días tuvo ella que regresar a casa y Jacinta se quedó sola. Fue admitida en el hospital y el 10 de febrero tuvo lugar la operación. Le quitaron dos costillas del lado izquierdo, donde quedó una llaga ancha como una mano. Los dolores eran espantosos, sobre todo en el momento de la cura. Pero la paciencia de Jacinta fue la de un mártir. Sus únicas palabras eran para llamar a la Virgen y para ofrecer sus dolores por la conversión de los pecadores.

Beata Jacinta
Tres días antes de morir le dice a la enfermera, "La Santísima Virgen se me ha aparecido asegurándome que pronto vendría a buscarme, y desde aquel momento me ha quitado los dolores. El 20 de febrero de 1920, hacia las seis de la tarde ella declaró que se encontraba mal y pidió los últimos Sacramentos. Esa noche hizo su ultima confesión y rogó que le llevaran pronto el Viático porque moriría muy pronto. El sacerdote no vio la urgencia y prometió llevársela al día siguiente. Pero poco después, murió. Tenía diez años.

Antes de morir, Nuestra Señora se dignó aparecérsele varias veces. He aquí lo que ha dictado a su madrina.

■ Sobre los pecados:

- Los pecados que llevan mas almas al infierno son los de la carne.

- Si los hombres supiesen lo que es la eternidad harían todo por cambiar de vida. Los hombres se pierden porque no piensan en la muerte, ni hacen penitencia.

■ Sobre las guerras:

- Las guerras son consecuencia del pecado del mundo.
- Es preciso hacer penitencia para que se detengan las guerras.

■ Sobre las virtudes cristianas:

- No debemos andar rodeados de lujos
- Ser amigos del silencio
- No hablar mal de nadie y huir de quien habla mal.
- Tener mucha paciencia, porque la paciencia nos lleva al cielo
- La mortificación y el sacrificio agradan mucho al Señor.

Tanto Jacinta como Francisco fueron trasladados al Santuario de Fátima. Los milagros que fueron parte de sus vidas, también lo fueron de su muerte. Cuando abrieron el sepulcro de Francisco, encontraron que el rosario que le habían colocado sobre su pecho, estaba enredado entre los dedos de su manos. Y a Jacinta, cuando 15 años después de su muerte, la iban a trasladar hacia el Santuario, encontraron que su cuerpo estaba incorrupto.

El 18 de abril de 1989, el Santo Padre, Juan Pablo II, declaró a Francisco y Jacinta Venerables.

El 13 de Mayo del 2000, el Santo Padre JPII los declaró beatos en su visita a Fátima, siendo los primeros niños no mártires en ser beatificados.

Los jóvenes y la música religiosa

Resulta relativamente difícil hablar de estos dos mundos, el de los jóvenes y el de la música religiosa, sin caer en los tópicos. Pero más difícil, si cabe, resulta abordar el tema de la relación entre ambos. Una primera impresión podría hacernos pensar que se trata de dos polos muy distantes, sobre todo para quien desconoce el universo juvenil o el panorama de la música religiosa actual. Peor aún para quien ignora ambas realidades, portadoras de vida, de esperanza y de grandes retos. En estas páginas quisiera acercarme al ideal profético de la tradición bíblica, o mejor aún, ser fiel al espíritu evangélico del Maestro: por una parte, ser anuncio de buenas nuevas y, por otra, denunciar actitudes que poco o nada facilitan el encuentro, el diálogo y una mayor participación de los jóvenes en la vida de la Iglesia. Que el anuncio nos llene de esperanza. Que la denuncia nos mueva al compromiso. Y que todo nos lance a un futuro más cercano al Reino de Dios.

No es el caso de justificar cómo la música forma parte esencial de la vida de los jóvenes (y de todos). Basta echar una mirada a nuestro alrededor para verlo: la música acompaña la cotidianeidad de sus rutinas, invade sus espacios, estructura su tiempo libre, condiciona su consumo, estimula sus potencialidades, sigue de cerca su evolución. Pero lo que es más importante, sus canciones y artistas favoritos acompañan sus estados de ánimo y sus situaciones vitales, desde las más tristes (como los dramas familiares o los conflictos sociales) hasta las más gozosas (como los éxitos personales o las conquistas afectivas). Todos estos síntomas hacen pensar que la música (toda ella) tiene mucho que ver con la cuestión del sentido de la vida. Por eso no es extraño pensar que la atención al ambiente musical de nuestros días, en el que se mueven los jóvenes, sea un modo válido para acompañar creativamente la dimensión religiosa de la persona.

Vamos a bucear en el océano desconocido de esta relación a partir de la clarificación de distintos ámbitos musicales. Como siempre, lo esencial es cuestionarnos y salir al paso de las nuevas necesidades de los jóvenes de hoy, siempre cambiantes. No olvidemos que parte irrenunciable de la vocación cristiana es ésta: no hemos venido a ser servidos, sino a servir. Y la música, dentro de la comunidad, es un servicio que necesitamos cuidar.


1. Definir la música religiosa.

Uno de los problemas con los que nos encontramos al abordar este debate es el de la terminología. Cuando hablamos de música religiosa ¿de qué estamos hablando? Para evitar malos entendidos y confusiones y poder analizar una relación es importante conocer a los protagonistas. A los jóvenes, quien más quien menos, los conocemos, sobre todo si vivimos o trabajamos con ellos. Pero cuando decimos “música religiosa” se nos pueden venir a la mente cosas muy distintas: las canciones populares de toda la vida (como Pescador de hombres o Salve Regina), la música que escuchamos en las eucaristías dominicales de nuestras parroquias (el fiel organista, el modesto coro de señoras, el aleluya coreado tímidamente por la asamblea, el grupo de jóvenes con sus guitarras…) o la clásica música sacra (como el gregoriano o las grandes obras de J. S. Bach). Según asociemos un tipo de música u otra, pensaremos – lógicamente – en un tipo de relación distinta de los jóvenes con ella. 

El concepto de música religiosa en muy amplio y sin duda, no nos conviene vincularlo a un determinado estilo musical. Lo que define la música religiosa es más bien su sentido y su función. La música religiosa tiene muy distintas funciones y no una sola. Tendemos a pensar que es sinónimo de música litúrgica, pero no lo es. En este desconcierto que a veces encontramos en el campo pastoral, me atrevería a delimitar, aunque sea una clasificación sencilla y “casera”, los distintos tipos de música religiosa, de modo que nos ayude a continuar nuestras reflexiones. Lo haré siguiendo un criterio de menor a mayor amplitud del concepto:

Ø       Música litúrgica
Es la música creada para la liturgia de la Iglesia: los sacramentos y la liturgia de las horas. Entran aquí todas las partes de la misa cantadas así como los textos bíblicos musicados, con particular protagonismo de los himnos litúrgicos y los salmos. Las orientaciones y los documentos oficiales de la Iglesia suelen centrarse en esta dimensión, dando pautas – a veces excesivamente rígidas – para el uso de la música en este tipo de celebraciones. Raramente encontramos alusiones a otro tipo de música religiosa, que anime y dé alas a la creación artística. Es un tipo de música bastante definida, sobre todo por la letra de las canciones. Por otra parte es frecuente el uso de canciones pertenecientes a otros ámbitos para animar y/o acompañar la liturgia de la Iglesia. Personalmente considero que esa música se convierte, en ese determinado contexto, para esa determinada comunidad, y en ese preciso momento, en música litúrgica (en el sentido más auténtico de la palabra), siendo lícito desde el punto de vista eclesial y pastoral, pero ni convierte automáticamente ni justifica su uso generalizado en todo tipo de liturgias. 

Ø       Música cristiana
Es la música compuesta por artistas cristianos, así como la música que aborda positiva y explícitamente argumentos cristianos. Este tipo de música es siempre religiosa, bien por la intención del autor, bien por el contenido de la misma o la función que realiza. Se trata de un concepto más amplio que el de la música meramente litúrgica. Muchas de estas canciones pueden ser utilizadas tanto en la liturgia de la Iglesia (en cuyo caso puede considerarse puntualmente música litúrgica) como en otro tipo de celebraciones y encuentros de la comunidad cristiana. El espectro de música cristiana es vastísimo, ya que incluye estilos y contenidos muy distintos: hay música para orar, música para celebrar, canciones para la alabanza, música de denuncia y de compromiso. Es música hecha por autores cristianos y de inspiración cristiana, aunque no siempre de temática religiosa.

Ø       Música de valores:
Es música que comunica un sentido positivo de la vida, que transmite valores humanos, que incentiva los deseos de vivir, de darse a los demás, que aumentan la ilusión o la esperanza cuando se escuchan. Para explicarlo con términos más teológicos, es música que “prepara el camino” al Evangelio o que dentro de sí porta “las semillas del Verbo”. Música hecha por creyentes y no creyentes, música que está en la calle, en las listas de éxitos y en los escaparates escondidos. Música que habla de la amistad, de las dificultades de la vida, de la esperanza, de la paz o la guerra, del maltrato, de las pateras, de la inmigración, de las penurias de la gente, del amor, de las relaciones familiares… música, en fin, que puede considerarse religiosa simplemente porque es profundamente humana y todo lo que es profundamente humano interesa a la Iglesia y esconde la presencia de Dios encarnado. Incluiría en este grupo todo el movimiento de música de relajación que ha brotado de la New Age[1], que, independientemente de la corriente ideológica que subyace en ella, está pensada para crear para ambientes que ayudan la interioridad, la armonía, la serenidad. Y también, el numeroso colectivo de artistas cristianos que hacen una opción por la comunicación implícita de la fe, precisamente para hacer llegar su voz y su mensaje en un mundo que tiende a rechazar el mensaje explícito[2]

Ø       Música con temática religiosa:
Existe, además, un fenómeno – nada despreciable, por cierto - que afecta a todo tipo de música, estilos y momentos de la historia y es el tema religioso abordado desde el mundo de la música contemporánea (pop, rock, hip-hop). Son muchos los artistas (creyentes, no creyentes o indiferentes) que dicen lo que piensan sobre temas religiosos (como Jesucristo, Dios, la Iglesia, la salvación o lo que sea) desde distintas posiciones y/o sentido de pertenencia a la Iglesia. Entiendo que no se trata de música cristiana, aunque quizás sí podríamos denominarla música religiosa, no tanto en el sentido profundo de la palabra pero sí en sentido estricto, ya que abordan explícita, directa y, a menudo, descaradamente el tema religioso. No deberíamos desaprovechar ninguna oportunidad de dejarnos cuestionar por quienes no comparten nuestra fe y, sobre todo, de utilizar sin miedo estas canciones como recurso pastoral y educativo para un diálogo continuo y actual sobre la fe con los jóvenes.


2. La relación jóvenes y música religiosa

Una vez aclarados estos conceptos, ahora sí que resulta más cómodo (nunca fácil) ver el tipo de relación de los jóvenes y la música religiosa así definida. Me voy a permitir jugar con una terminología familiar a todos nosotros, como es la de las calificaciones escolares que nos ayudarán a medir la salud de cada una de estas relaciones a golpe de vista.

Ø       Jóvenes y música litúrgica: “insuficiente”
Es una relación nula en algunos casos, indiferente o conflictiva en otros y de equilibrio en los menos. Nula por los muchos jóvenes a quienes no le interesa el tema religioso, de quienes estamos alejados completamente. Pero también – y esto es más lamentable – para muchos jóvenes que “siendo de casa”, no entran en nuestras iglesias y no asisten a nuestras celebraciones litúrgicas. Para muchos de los que sí están presentes les es indiferente, porque van un poco a lo suyo y construyen su participación de un modo más individualista que comunitario, por lo que la música (sea cual sea) o la ausencia de ella, les es francamente indiferente.
Otro tipo de relación es de quien “la padece”. Conflictiva para aquellos jóvenes con un mayor deseo de compromiso e implicación, que para poder participar o colaborar en una celebración litúrgica, tienen que tolerar un tipo de música que no les gusta, o lo que es peor, que no les dice nada. Otros mantienen el equilibrio, es decir, no les supone un esfuerzo ni un conflicto escuchar la música litúrgica de nuestras comunidades e incluso llegan a cantarlas, aunque el lenguaje sea difícil, complejo o lejano. Es ese bajo porcentaje de gente incondicional… hasta para la música. Hay grupos de jóvenes, en general vinculados a movimientos o tendencias conservadoras, que sintonizan con la música litúrgica más ortodoxa en sus letras, sea cual sea su estilo. Por último hay jóvenes que cantan mucho y bien, que tienen ilusión por enriquecer el repertorio de la iglesia y que de verdad suponen una gran aportación a la iglesia desde el llamado “ministerio de la música”. A ellos estamos llamados a alentar y acompañar facilitando y agradeciendo su labor, a la vez que educando y dando recursos para que puedan prestar un servicio adecuado.
Ciertamente, en el caso de la música litúrgica, las serias dificultades que atraviesa esta relación (expresión de una crisis general a otros niveles) debería llevarnos a una seria reflexión sobre el tipo de música que usamos y fomentamos en nuestros templos, que es, en definitiva, la que proponemos a los jóvenes. Quizás sea proporcional a la desatención de que la música es objeto en nuestros planes de evangelización y líneas de pastoral. Baste pensar en los eventos masivos de carácter litúrgico o en las eucaristías televisadas de cada domingo.
La relación entre los jóvenes y la música religiosa mejoraría notablemente en el momento en el que las líneas orientativas de la música litúrgica ofrezcan una mayor flexibilidad en estilos y contenidos, más acordes con las claves culturales, sociales y espirituales de los cristianos de hoy. Pero eso no basta. Necesitamos políticas e iniciativas de formación y promoción de autores especializados en esta línea, así como la promoción y difusión de sus obras. De hecho, el panorama de la música litúrgica actual es más bien pobre. Se vive de rentas. Los autores de música litúrgica son pocos, aunque muy consolidados (como Francisco Palazón, Cesáreo Gabaráin, Carmelo Erdozáin, Antonio Alcalde, Juan Jáuregui o Joaquín Madurga). Sería deseable que surgieran jóvenes autores que dieran un giro a esta línea musical que debe mantenerse fiel a su vocación de servicio a la liturgia y que supieran ofrecer a sus contemporáneos música actual de calidad[3]. Esto no será posible sin alguna de las medidas sugeridas anteriormente.

Ø       Jóvenes y música cristiana: “bien”
Ésta es, sin duda, una relación mucho mejor, precisamente porque la ausencia de normas hace que los autores tengan gran libertad a la hora de componer. La oferta es muy amplia por la diversidad de funciones que esta música puede adquirir. A diferencia de la música litúrgica, la música contemporánea cristiana goza de buena salud, entre otras cosas, porque los mismos jóvenes son protagonistas de la escena. En España estamos asistiendo, en los últimos años, a un despliegue de iniciativas (personales y comunitarias) muchas de las cuales terminan cristalizando en producciones discográficas (de calidades muy diversas también)[4]. Esta variedad permite que los jóvenes puedan identificarse con un tipo u otro de música. Hay jóvenes que necesitan reafirmar mucho su propia identidad y sus raíces con temas explícitamente cristianos (por ejemplo, uno de los de mejor acogida es el filón de la canción de alabanza).  Otros prefieren vivir esa misma experiencia a través de autores cristianos menos explícitos, más desenfadados, que optan más por el sugerir que el afirmar. Los primeros desarrollan más la tendencia a la espiritualidad y a cultivar la interioridad; los segundos tienen mayor tendencia al compromiso y a la acción. No cabe duda de que si la Iglesia se interesa por los jóvenes, vamos a tener que apostar y estar atentos a este campo emergente, que ya ha cobrado mucha fuerza en otras confesiones cristianas.

Ø       Jóvenes y música de valores: “sobresaliente”.
Casi toda la música que se escucha actualmente, la más popular, la más conocida, la que se oye en las emisoras de radio, entra dentro de esta categoría. Este tipo de música goza en la actualidad de un óptimo estado de salud, tanto a nivel de producción (cantidad y calidad), como de consumo. A pesar de todo el problema del pirateo, la música sigue siendo un gran negocio para las compañías discográficas[5]. Cuando un joven escucha un determinado tipo de música es porque tiene algún valor, al menos para él, y recibe algún beneficio al escucharla. Pero, además, hay que decir que la música actual ¿a diferencia de otras épocas? tiene una gran abundancia de canciones que hablan de la vida, de sus pequeños detalles y de sus grandes valores. Estemos atentos a los gustos e intereses de nuestros jóvenes y aprovechemos todo este potencial de la música que esta en la calle para ser sembradores de trascendencia y sentido desde lo popular y cotidiano.

Ø       Jóvenes y música con temática religiosa: “notable”.
En general, casi todos los jóvenes son sensibles – y receptivos - al tema religioso cuando éste viene abordado desde posiciones ajenas al ámbito religioso (tanto las contrarias como las neutras). Cuando se trata de ataque o crítica, los jóvenes no creyentes tienden a identificarse a nivel ideológico y los creyentes a defenderse rebatiendo las afirmaciones. En ambos casos parece que se refuerzan las posiciones. Cuando se trata de un acercamiento positivo y amistoso a cualquier realidad de carácter religioso, siempre supone una sorpresa (desconcertante para unos y agradable para otros). Pero, de todas las maneras, es ya un gran paso el hecho de que un cantante o grupo famoso aborde el tema: al menos existe la pregunta, se plantea el conflicto, se genera la reflexión. Eso ya es positivo por sí mismo. Por supuesto, cabe dudar del nivel de compromiso y de implicación así como de la validez o del grado de autenticidad en la verdad de sus afirmaciones, siempre subjetivas. Pero ahí están, aunque puedan parecernos a veces formas demasiado superficiales para expresar una dimensión tan profunda como la religiosa, canciones como la famosísima de Juanes “A Dios le pido” tan coreada (y bailada) por miles de personas. Démosle su valor y aprovechémoslas.
    
     
3. La gran utopía: el acercamiento Iglesia-jóvenes a través de la música

No debemos renunciar a esta gran utopía, por más que nos resulte un tópico manido. Nos jugamos mucho en ello. No sólo el futuro de la Iglesia, sino (sobre todo) el presente de los jóvenes. Ellos, como todo ser humano, necesitan despertar, atender y cuidar la dimensión trascendente, la cuestión del sentido y el planteamiento (fundamental en su momento evolutivo) sobre la orientación de sus vidas: la llamada “opción fundamental”.
Una de las vías más accesibles para este acercamiento es la música, porque ésta ya forma parte esencial e imprescindible en sus vidas. Pero ¿cómo plantear un acercamiento entre jóvenes e Iglesia a partir de la música? Creo que es equivocado aspirar a que los jóvenes vuelvan a la Iglesia. Es mejor, desde todos los puntos de vista (pero sobre todo desde el punto de vista práctico) plantearlo como una vuelta de la Iglesia (todos nosotros) a los jóvenes. Es decir: una conversión. Facilitémosles el camino. A lo largo del análisis anterior ya se han ido lanzando propuestas concretas y líneas pastorales de acción que, en este momento, no hago más que sintetizar y resumir.

·         Conocer el panorama de música cristiana actual y sus protagonistas (jóvenes muchos de ellos). La ignorancia en este campo puede convertirse en uno de los grandes pecados de omisión[6].
·         Aprender a manejar la música como recurso pastoral en sí mismo o, en su defecto, aprender recursos educativos y pastorales a partir de música.
·         Dotar a nuestros centros educativos, pastorales y/o parroquiales de un sector nutrido y actual de discos, que esté al alcance tanto de los animadores como de los propios jóvenes, al igual que disponemos de bibliotecas y videotecas.
·         Apoyar a los artistas cristianos (tanto de música litúrgica como de autor cristiano o de valores). Iniciarse en un consumo responsable, haciendo que los discos de música cristiana sean conocidos y escuchados.
·         Creer en la música cristiana y en sus potencialidades para la educación en al fe apoyando y creando iniciativas musicales que fomenten la creación de calidad en este sector y la experiencia religiosa a través de la música.
·         Ofrecer unas orientaciones sobre la música litúrgica más abiertas y actuales, cuyos pilares sean la calidad musical y la participación activa de la comunidad.
·         Atender y mejorar la calidad de la música en nuestras celebraciones litúrgicas, así como actualizar el repertorio de las mismas.
·         Aprovechar cualquier canción que pueda abrirnos al dialogo religioso con los jóvenes. Preguntarles y dejarnos asesorar por ellos, de quienes tenemos mucho que aprender en este campo de la música contemporánea.

No se trata de plantear cruzadas ideológicas a través de base de cantantes y grupos cuyo contenido es explícita y “descaradamente” cristiano o de instaurar un “todo vale” tan temido por muchos sectores eclesiales.
Se trata de otra cosa. Se trata de que la música puede ser un medio que posibilite la experiencia cristiana en su conjunto: la interioridad, la relación con Dios, la dimensión comunitaria y celebrativa, el compromiso y la acción. Es importante encontrar el justo equilibrio entre esas dimensiones todas ellas con posibilidad de ser expresadas a través de la música. Si la música puede ser ese cauce privilegiado de encuentro, tenemos que poner los medios para que sea realidad.



[1] La New Age (Nueva Era) no es tanto un movimiento bien estructurado y organizado cuanto un conjunto de actitudes y actividades espirituales, sociales y políticas. Surgió a mediados de la década de 1960 y se desarrolló en Alemania y Suiza a principios de la siguiente, vinculada sobre todo a manifestaciones musicales.
[2] Por hacer referencia a algunos de los más conocidos: Luis Guitarra, Senderos, Tres Trece, 180º, Universo Violento, Ampa.
[3]Aunque sean tímidas y poco conocidas, es verdad que existen ya iniciativas que apuntan en esta dirección. Por poner tres casos ejemplares, hablaría del grupo Kairoi en cuya discografía cuentan con CDs para las eucaristías, el coro de Salesianos Paseo, con su misa joven “De otra manera”, llena de fuerza y vida y del novedoso disco Verbum Panis, original italiano, que, ya traducido al francés, ve ahora su luz en la versión española, en la que se combina perfectamente la tradición de la Iglesia (incluso con algunas partes de la misa en latín) con la actualidad de unos arreglos y unos coros juveniles de gran expresividad.

[4] El tradicional Multifestival David, la NAO, el CORs, o el Tomad Señor Nuestro Canto de los jesuitas (www.pastoralsj.org).
[5] Aquí radica una de las grandes diferencias: la música litúrgica goza de débil salud a nivel de producción y también de consumo; la música cristiana goza de mejor salud a nivel creativo pero se compra y se vende poco. Apoyar la música cristiana significa que comprar los discos de estos autores, para que puedan seguir trabajando con profesionalidad y calidad en ese campo. No hablo de consumismo, pero sí de opción por la música cristiana y su consabido consumo responsable.
[6] Sitios en Internet de interes y de los que estar pendientes: www.trovador.com; www.gaztexto.com, www.produccionesassisi.com o www.sanpablo.es (el portal de música)

escrito por Maité López
(fuente: www.misionjoven.org)
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