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domingo, 28 de febrero de 2010

Jesús se nos muestra en toda su Gloria

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (Lc 9, 28b-36)

En aquel tiempo, Jesús se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan, y subió a un monte para hacer oración.

Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. De pronto aparecieron conversando con él dos personajes, rodeados de esplendor: eran Moisés y Elías. Y hablaban de la muerte que le esperaba en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño; pero, despertándose, vieron la gloria de Jesús y de los que estaban con él. Cuando éstos se retiraban, Pedro le dijo a Jesús: "Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí y que hiciéramos tres chozas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías", sin saber lo que decía. No había terminado de hablar, cuando se formó una nube que los cubrió; y ellos, al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo. De la nube salió una voz que decía: "Este es mi Hijo, mi escogido: escúchenlo". Cuando cesó la voz, se quedó Jesús solo. Los discípulos guardaron silencio y por entonces no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.

Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.

Se celebra un momento muy especial de la vida de Jesús: cuando mostró su gloria a tres de sus apóstoles. Nos dejó un ejemplo sensible de la gloria que nos espera en el cielo.

Un poco de historia

Jesús se transfiguró en el monte Tabor, que se se encuentra en la Baja Galilea, a 588 metros sobre el nivel del mar.

Este acontecimiento tuvo lugar, aproximadamente, un año antes de la Pasión de Cristo.
Jesús invitó a su Transfiguración a Pedro, Santiago y Juan. A ellos les dio este regalo, este don.

Ésta tuvo lugar mientras Jesús oraba, porque en la oración es cuando Dios se hace presente. Los apóstoles vieron a Jesús con un resplandor que casi no se puede describir con palabras: su rostro brillaba como el sol y sus vestidos eran resplandecientes como la luz.

Pedro quería hacer tres tiendas para quedarse ahí. No le hacía falta nada, pues estaba plenamente feliz, gozando un anticipo del cielo. Estaba en presencia de Dios, viéndolo como era y él hubiera querido quedarse ahí para siempre.

Los personajes que hablaban con Jesús eran Moisés y Elías. Moisés fue el que recibió la Ley de Dios en el Sinaí para el pueblo de Israel. Representa a la Ley. Elías, por su parte, es el padre de los profetas. Moisés y Elías son, por tanto, los representantes de la ley y de los profetas, respectivamente, que vienen a dar testimonio de Jesús, quien es el cumplimiento de todo lo que dicen la ley y los profetas.

Ellos hablaban de la muerte de Jesús, porque hablar de la muerte de Jesús es hablar de su amor, es hablar de la salvación de todos los hombres. Precisamente, Jesús transfigurado significa amor y salvación.

Seis días antes del día de la Transfiguración, Jesús les había hablado acerca de su Pasión, Muerte y Resurrección, pero ellos no habían entendido a qué se refería. Les había dicho, también, que algunos de los apóstoles verían la gloria de Dios antes de morir.

Pedro, Santiago y Juan experimentaron lo que es el Cielo. Después de ellos, Dios ha escogido a otros santos para que compartieran esta experiencia antes de morir: Santa Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, Santa Teresita del Niño Jesús y San Pablo, entre otros. Todos ellos gozaron de gracias especiales que Dios quiso darles y su testimonio nos sirve para proporcionarnos una pequeña idea de lo maravilloso que es el Cielo.

Santa Teresita explicaba que es sentirse “como un pajarillo que contempla la luz del Sol, sin que su luz lo lastime.”

¿Qué nos enseña este acontecimiento?

  • Nos enseña a seguir adelante aquí en la tierra aunque tengamos que sufrir, con la esperanza de que Él nos espera con su gloria en el Cielo y que vale la pena cualquier sufrimiento por alcanzarlo.

  • A entender que el sufrimiento, cuando se ofrece a Dios, se convierte en sacrificio y así, éste tiene el poder de salvar a las almas. Jesús sufrió y así se desprendió de su vida para salvarnos a todos los hombres.

  • A valorar la oración, ya que Jesús constantemente oraba con el Padre.

  • A entender que el Cielo es algo que hay que ganar con los detalles de la vida de todos los días.

  • A vivir el mandamiento que Él nos dejó: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”.

  • Habrá un juicio final que se basará en el amor, es decir, en cuánto hayamos amado o dejado de amar a los demás.

    Dios da su gracia a través de la oración y los sacramentos. Su gracia puede suplir todas nuestras debilidades.

    (fuente: www.es.catholic.net)

    sábado, 27 de febrero de 2010

    ¿Por qué si Dios nos ama nos suceden cosas malas?

    Ciertamente, Dios nos ama ... y nos ama mucho, muchísimo más de lo que podemos imaginarnos, pues nos ama infinitamente. Pero sucede que a veces creemos que Dios no nos ama, porque no nos ama como nosotros creemos que nos debe amar.

    En realidad lo que sucede es que estamos pensando igual que cuando éramos niños y nuestros padres no nos daban todo lo que queríamos. Y eso era motivo de protesta y reclamo. O estamos actuando igual a cuando nos prohibían una actividad y también protestábamos. O como cuando nos causaban un dolor necesario para curar una enfermedad: una medicina desagradable, un tratamiento doloroso, etc. ¡Cómo protestábamos y nos oponíamos a esas cosas “malas”, que en realidad eran “buenas”.

    Dios también es Padre. Y es un Padre infinitamente más amoroso e infinitamente más sabio que nuestros padres terrenales. Sólo El sabe lo que más nos conviene. Y a veces las cosas que consideramos “malas” son todo lo contrario: muy buenas. Tal vez mucho mejores que las que consideramos “buenas”.

    No podemos medir las cosas de Dios con medidas terrenas, sino con medida de eternidad. Dios sabe mucho mejor que nosotros. Si nuestros padres sabían lo que más nos convenía cuando éramos niños, ¡cómo no confiar en que Dios es el que sabe lo que nos conviene a cada uno!

    El "problema" es que los planes de Dios son a largo plazo, a muy largo plazo, a plazo de eternidad. Y nosotros queremos reducir a Dios a nuestro plazo que es muy corto, muy cortico. Queremos reducir a Dios a esta vida terrena, que es muy cortica, si la comparamos con la vida en la eternidad.

    Para poder comprender, aunque sea un poquito, los planes de Dios tenemos que comenzar a ver nuestra vida aquí en la tierra con "anteojos de eternidad". Así, tal vez, podamos comenzar a comprender cómo los planes de Dios sí tienen sentido y cómo las cosas que creemos “malas” no son tan malas, sino buenas.

    ¡Cómo nos cuesta aceptar un sufrimiento, una enfermedad! Y en el plan de Dios mucho bien proviene del sufrimiento. Veamos a Jesucristo: su sufrimiento nos trajo la salvación. Por la muerte de Cristo todos tenemos derecho a una vida de felicidad plena y total para toda la eternidad.

    Por cierto, no fue así al comienzo. Dios no creó a los seres humanos para el sufrimiento. Pero al oponernos a Dios por el pecado, entró el sufrimiento al mundo, así como la muerte y las enfermedades. Y Dios que es infinitamente bueno, cambia las cosas “malas” en buenas, cambia el sufrimiento en ganancia ... para la vida eterna.

    El sufrimiento es un misterio. Como todo misterio no es posible explicarlo satisfactoriamente. Sólo lo comprenderemos después de esta vida. Allá en la eternidad comprenderemos los planes de Dios mucho mejor que ahora. Mientras tanto, confiemos en Dios. El es el que sabe.

    (fuente: www.buenanueva.net)

    viernes, 26 de febrero de 2010

    Padre Amorth: "Quien se dedica al ocultismo se expone a la acción extraordinaria del demonio"

    El Padre Gabrielle Amorth es exorcista en la diócesis de Roma y presidente honorario de la Asociación de Exorcistas que él mismo fundó en 1990, y la cual presidió hasta el año 2000. Durante su estancia en Medjugorje, en Julio de 2002, él concedió una entrevista al P. Dario Dodig.

    - Padre Gabriele, ¿entiendo que Ud. es exorcista en la diócesis de Roma?

    Soy exorcista en Roma y presidente honorario de la Asociación de Exorcistas, que yo mismo fundé. En el año 2000, celebramos su 10o. aniversario. Yo tenía 75 años y pedí que alguien más asumiera esta función. ¡Cuando los Obispos cumplen 75 años se retiran, así que yo hice lo mismo!

    - Padre Gabriele, sería Ud. tan amable de decirnos ¿qué es un exorcismo?

    El exorcismo es una oración pública de la Iglesia que se hace con la autoridad de la Iglesia, porque la realiza un sacerdote designado por el Obispo; es una oración de liberación del demonio, de la influencia maligna del demonio o del mal provocado por el demonio.

    - Hablando del exorcismo, ¿podría Ud. decirnos cómo puede influir Satanás en los cristianos?

    La influencia de Satanás es inmensa. Satanás actúa de dos maneras diferentes. La acción ordinaria de Satanás es cuando él tienta a los hombres para hacer el mal. Todos los hombres, desde que nacen hasta que mueren, están involucrados en este combate contra Satanás quien los tienta para hacer el mal. Y Jesús, en Su naturaleza humana, también estuvo sujeto a ser tentado por Satanás. Además de la acción ordinaria, Satanás también actúa de manera extraordinaria.

    - Hablando de la posesión diabólica, ¿cómo podemos defendernos de Satanás?

    Primero debemos hablar de la prevención - de qué hay que hacer para evitar estos males. Las medidas de prevención son: vivir en gracia de Dios, ser fieles a la oración y no llevar a cabo acciones que abran la puerta al demonio, especialmente no realizar obras de lo oculto. Hay tres obras principales de ocultismo: la magia, el espiritismo y el satanismo. Quien se dedica a estas cosas se expone a la acción extraordinaria del demonio.

    - La influencia de Satanás en el mundo de hoy ¿es más fuerte que antes, especialmente su influencia en los jóvenes, por ejemplo a través de la música?


    Hoy en día, Satanás tiene manos libres. Esto no significa que él sea más poderoso hoy que en el pasado, pero tiene las puertas totalmente abiertas. En primer lugar, hoy vivimos un tiempo de poca fe. Es simplemente matemático: cuando la fe declina, crece la superstición. Cuando abandonamos a Dios, nos entregamos a prácticas que abren las puertas a Satanás. No hay duda que los medios de hoy han hecho mucho en favor de Satanás, primeramente por la inmoralidad de ciertos programas, la abundancia de películas que muestran violencia, terror o sexo. Además de esto, los medios han colocado en primer plano y han dado popularidad a figuras de brujos y magos y por tanto, dan publicidad a sus obras.

    - ¿El exorcismo es el más alto grado de acción contra Satanás? ¿Existen otros medios que puedan considerarse antes de acudir a este último recurso?

    ¡La conversión! Lo primero que pedimos a las personas que acuden a nosotros es que vivan en gracia de Dios, que sean fieles a una intensa vida sacramental y a una vida de oración. Después de esto, si es necesario, los animamos a que reciban oraciones de sanación y liberación, como se practican en la Renovación Carismática Católica. Después de un número de este tipo de oraciones, la persona o ya ha sido liberada o evidencia la necesidad de recibir un exorcismo. Entonces hacemos el exorcismo, teniendo en mente que el exorcismo es una oración en la que el resultado no siempre se obtiene inmediatamente. A veces se necesitan años de exorcismo para que una persona sea liberada.

    - ¿Es el exorcismo la forma más elevada de actuar en nombre de Dios?

    En teoría, sí. Con todo, debemos tener presentes otros factores que son muy importantes ante Dios. El exorcismo es una oración. Como todas las oraciones, será más eficaz mientras más fuerte sea la fe. La fe es de vital importancia. Por eso leemos a menudo en las vidas de los Santos que liberaron a las personas de posesiones diabólicas sin ser exorcistas ellos mismos.

    - Cuando hablamos de Satanás de la acción satánica, generalmente sentimos miedo...

    Esto sucede porque ya no estamos acostumbrados al exorcismo. Los sacerdotes en general creen muy poco en la acción extraordinaria de Satanás. Si un obispo les propone que hagan un exorcismo, se asustan y esto es como si pensaran: "Si dejo al diablo en paz, él me dejará en paz. Si lo combato, él me atacará." Y esto es equivocado. Mientras más luchemos contra Satanás, más miedo tendrá él de nosotros.

    - En sus mensajes en Medjugorje, Nuestra Señora a menudo dice que Satanás es fuerte y nos invita a orar, a ayunar y a convertirnos.

    Sí, esto es cierto. En una revista italiana, tuve la oportunidad de comentar algunos mensajes de la Virgen en los que Ella habla de Satanás. Ella ha hablado a menudo de esto. Ha subrayado que Satanás es poderoso y que quiere desbaratar sus planes. Ella nos ha invitado a orar, orar, orar.

    - En sus mensajes, Nuestra Señora ha hablado del Rosario, de la Adoración al Santísimo Sacramento, de la oración delante de la Cruz, y dijo incluso que por medio de la oración podemos detener las guerras.

    Sí. A través de la oración, podemos incluso detener las guerras. Yo siempre he entendido Medjugorje como una continuación de Fátima. De acuerdo a las palabras de la Virgen en Fátima, si hubiéramos orado y ayunado, no habría habido una Segunda Guerra Mundial. Pero no la escuchamos y por eso hubo una guerra. También aquí, en Medjugorje, la Virgen nos llama insistentemente a orar por la paz. En sus apariciones, la Virgen siempre se presenta bajo una advocación diferente para mostrar la meta de dichas apariciones. En Lourdes, Ella se presentó como la Inmaculada Concepción, en Fátima como la Reina del Santo Rosario. Aquí en Medjugorje, la Virgen se ha presentado como la Reina de la Paz. Todos recordamos las palabras "Mir, mir, mir!" (Paz, paz, paz) que aparecieron escritas en el cielo al principio de las apariciones. Vemos claramente que la humanidad corre el peligro de una guerra, y Nuestra Señora insiste en la oración y en una vida cristiana para alcanzar la paz.

    - En sus mensajes, la Reina de la Paz también recalca el ayuno, el cual está un poco olvidado en la Iglesia. Ella habla del ayuno de acuerdo con lo que está escrito en los Evangelios - que a través del ayuno y la oración podemos eliminar cualquier influencia de Satanás.

    Esto es cierto. Primero en Fátima y ahora aquí, en Medjugorje, la Virgen habla a menudo de la oración y el ayuno. Yo creo que esto es muy importante, porque los hombres contemporáneos van detrás del espíritu de consumismo. La humanidad busca cómo evitar cualquier clase de sacrificio y de ese modo se expone al pecado. Para la vida cristiana, además de la oración, necesitamos cierta austeridad de vida. Si no hay austeridad de vida, no hay perseverancia en la vida cristiana. Le voy a dar un ejemplo - hoy, las familias se destruyen muy fácilmente. Celebran el matrimonio, pero las parejas se divorcian rápidamente. Esto sucede porque ya no estamos acostumbrados al sacrificio. Para vivir unidos, tenemos que ser capaces también de aceptar las deficiencias de los demás. La falta de espíritu de sacrificio nos lleva al hecho de que no vivimos la vida cristiana en plenitud. Vemos con cuánta facilidad se comete el aborto, a causa de la falta de disposición a sacrificarse para educar a los hijos. Es así como se destruye un matrimonio en primer lugar. Y esto porque no se practica el sacrificio. Sólo si nosotros mismos nos acostumbramos a hacer sacrificios, seremos capaces de vivir una vida cristiana.

    - Los frutos de Medjugorje son numerosos. Las conversiones son numerosas. Un teólogo dice que aquí, el cielo bajó a la tierra. Nuestra Señora nos invita a abandonarnos enteramente a Ella para que pueda guiarnos a Jesús. ¿No es esto esencial para la vida cristiana?

    ¡Sin duda! Medjugorje es realmente un lugar donde se aprende a orar, pero también a sacrificarse uno mismo, donde las personas se convierten y cambian de vida. La influencia de Medjugorje es mundial. Basta con pensar en cuántos grupos de oración han surgido gracias a la inspiración de Medjugorje. Yo también guío un grupo de oración que se fundó en 1984. Este grupo tiene ya 18 años. Vivimos una tarde como se vive en Medjugorje. Siempre asisten entre 700 y 750 personas. Siempre meditamos en los mensajes de la Virgen del día 25 de cada mes y yo siempre leo este mensaje en relación con algún versículo del Evangelio, porque la Virgen no dice nada nuevo. Ella nos invita a hacer lo que Jesús nos enseñó a hacer. Grupos como el mío existen en todas partes del mundo.

    - ¿Es cierto que Medjugorje es un "gran obstáculo" para Satanás?

    Seguro. Medjugorje es una fortaleza contra Satanás. Satanás odia Medjugorje porque es un lugar de conversión, de oración, de transformación de vida.

    -¿Podría darnos algún consejo?

    El "testamento" de María, sus últimas palabras escritas en el Evangelio son: "Hagan lo que Él les diga". Aquí en Medjugorje, la Virgen insiste nuevamente en el respeto a las leyes del Evangelio. La Eucaristía está en el centro de todos los grupos Medjugorje, porque la Virgen siempre nos lleva a Jesús. Esta es su principal preocupación: hacernos vivir las palabras de Jesús. Esto es lo que yo les deseo a todos. Que la Inmaculada interceda por ustedes, para que la bendición de Dios descienda sobre cada uno de ustedes en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Amén!

    (fuente: hermano-jose.blogspot.com)

    El credo católico... ¿es bíblico?

    Cada Domingo proclamamos con gozo el Credo durante la celebración de la Eucaristía. Así lo hemos hecho por muchos siglos. En este tiempo de tanta confusión con iglesias y sectas apareciendo como un mercado religioso, es importante descubrir que lo que los católicos creemos es la fe de siempre, es el Credo de la Biblia.

    * "Creo en Dios...": "Nuestro Dios es el único Señor" (Deuteronomio 6,4;Mc 12,29)

    * "... Padre Todopoderoso...": "Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios" (Lucas 18,27).

    * "... Creador del Cielo y la Tierra... ": "En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la tierra"(Génesis 1,1).

    * "... Creo en Jesucristo...": "El es el resplandor glorioso de Dios, la imagen misma de lo que Dios es" (Hebreos 1,3).

    * "... Su Único Hijo...":
    "Pues Dios amo tanto al mundo, que dio a su Hijo Unico, para que todo aquel que crea en él no muera, sino que tenga vida eterna" (Juan 3,16).

    * "... Nuestro Señor...":
    "Dios lo ha hecho Señor y Mesías" (Hechos 2,36).

    * "... Que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo...":
    "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Dios altísimo descansará sobre ti como una nube. Por eso, el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios" (Lucas 1,35).

    * "... Nació de Santa Maria Virgen...":
    "Todo ésto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta: ‘la Virgen quedará encinta y tendrá un hijo, al que pondrá por nombre Emmanuel' (que significa "Dios con nosotros")" (Mateo 1,22-23).

    * "... Padeció bajo el poder de Poncio Pilato...":
    "Pilato tomó entonces a Jesús y mandó azotarlo. Los soldados trenzaron una corona de espinas, la pusieron en la cabeza de Jesús, y lo vistieron con una capa de color rojo oscuro" (Juan 19,1-2).

    * "... Fue crucificado...":
    "Jesús salió llevando su cruz, para ir al llamado ‘lugar de la Calavera' (o que en hebreo se llama Gólgota). Allí lo Crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado. Pilato mandó poner sobre la cruz un letrero, que decía: ‘Jesús de Nazaret, Rey de los judíos" (Juan 19,17-19).

    * "... Muerto y sepultado...":
    "Jesús gritó con fuerza y dijo: -¡Padre en tus manos encomiendo mi espíritu! Y al decir esto, murió (Lucas 23,46). Después de bajarlo de la cruz, lo envolvieron en una sábana de lino y lo pusieron en un sepulcro abierto en una peña, donde todavía no habían sepultado a nadie (Lucas 23,53).

    * "... Descendió a los infiernos...":
    "Como hombre, murió; pero como ser espiritual que era, volvió a la vida. Y como ser espiritual, fue y predicó a los espíritus que estaban presos" (1Pedro 3,18-19).

    * "... Al tercer día resucitó de entre los muertos...":
    "Cristo murió por nuestros pecados, como dicen las Escrituras, que lo sepultaron y que resucitó al tercer día" (1Corintios 15, 3-4).

    * "... Subió a los Cielos, y está sentado a la derecha del Padre Todopoderoso...":
    "El Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios" (Marcos 16,19).

    * "... Desde ahí ha de venir a juzgar a vivos y muertos...":
    "El nos envió a anunciarle al pueblo que Dios lo ha puesto como juez de los vivos y de los muertos" (Hechos 10,42).

    * "... Creo en el Espirítu Santo...":
    "Porque Dios ha llenado con su amor nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha dado" (Romanos 5,5).

    * "... Creo en la Santa Iglesia Católica...":
    "Para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado".(Jn 17,21; Jn 10,14; Ef 4,4-5); Santa: "La fe confiesa que la Iglesia... no puede dejar de ser santa(Ef 1,1). En efecto, Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y con el Espíritu se proclama 'el solo santo', amó a su Iglesia como a su esposa" (Ef 5,25). "Él se entregó por ella para santificarla, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria de Dios" (Ef 5,26-27). La Iglesia es, pues, "el Pueblo santo de Dios" (1 Pe 2,9), y sus miembros son llamados "santos" (Hch 9, 13; 1 Co 6, 1; 16, 1); Católica: "Y yo te digo que tu eres Pedro, y sobre esta piedra voy a construir mi iglesia; y ni siquiera el poder de la muerte podrá vencerla" (Mateo 16,18). Posee la plenitud que Cristo le da(Ef 1,22-23).Es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del género humano (cf Mt 28, 19); Apostólica: "El Señor Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá hasta la plena consumación del Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro como su Cabeza" (cf. Mc 3, 14-15); "puesto que representan a las doce tribus de Israel" (cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30), "ellos son los cimientos de la nueva Jerusalén" (cf. Ap 21, 12-14). Los Doce (cf. Mc6, 7) y los otros discípulos (cf. Lc 10,1-2) participan en la misión de Cristo, en su poder, y también en su suerte (cf. Mt 10, 25; Jn 15, 20). "Con todos estos actos, Cristo prepara y edifica su Iglesia".2 Tim 2,2

    * "...Creo en la Comunión de los Santos...":
    "Después de esto, miré y vi una gran multitud de todas las naciones, razas, lenguas y pueblos. Estaban en pie delante del trono y delante del Cordero, y eran tantos que nadie podía contarlos" (Apocalipsis 7,9).

    * "... El perdón de los pecados...":
    "A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados" (Juan 20,23).

    * "... La resurrección de la carne...":
    "Cristo dará nueva vida a sus cuerpos mortales" (Romanos 8,11).

    * "... Y en la Vida Eterna...":
    "Allí no habrá noche, y los que allí vivan no necesitarán luz de lampara ni luz del sol, porque Dios el Señor les dará su luz, y ellos reinarán por todos los siglos" (Apocalipsis 22,5).

    * "AMÉN":
    "Así sea. ¡Ven, Señor Jesús!" (Apocalipsis 22,20).

    Artículo escrito por Guido Rojas M.P.D.
    (Fuente: defiendetufe.org)

    jueves, 25 de febrero de 2010

    El Credo Católico: "Nació de Santa María Virgen"

    → «...Nacido de la Virgen María...»¿por qué María es verdaderamente Madre de Dios?

    María es verdaderamente Madre de Dios porque es la madre de Jesús (Jn 2, 1; 19, 25). En efecto, aquél que fue concebido por obra del Espíritu Santo y fue verdaderamente Hijo suyo, es el Hijo eterno de Dios Padre. Es Dios mismo. (Catecismo de la Iglesia Católica # 495 509)

    → ¿Qué significa «Inmaculada Concepción»?

    Dios eligió gratuitamente a María desde toda la eternidad para que fuese la Madre de su Hijo; para cumplir esta misión fue concebida inmaculada. Esto significa que, por la gracia de Dios y en previsión de los méritos de Jesucristo, María fue preservada del pecado original desde el primer instante de su concepción. (Catecismo de la Iglesia Católica # 487-492 508)

    → ¿Cómo colabora María al plan divino de la salvación?

    Por la gracia de Dios, María permaneció inmune de todo pecado personal durante toda su existencia. Ella es la «llena de gracia» (Lc 1, 28), la «toda Santa». Y cuando el ángel le anuncia que va a dar a luz «al Hijo del Altísimo» (Lc 1, 32), ella da libremente su consentimiento «por obediencia de la fe» (Rm 1, 5). María se ofrece totalmente a la Persona y a la obra de Jesús, su Hijo, abrazando con toda su alma la voluntad divina de salvación. (Catecismo de la Iglesia Católica # 493-494 508-511)

    → ¿Qué significa la concepción virginal de Jesús?

    La concepción virginal de Jesús significa que éste fue concebido en el seno de la Virgen María sólo por el poder del Espíritu Santo, sin concurso de varón. Él es Hijo del Padre celestial según la naturaleza divina, e Hijo de María según la naturaleza humana, pero es propiamente Hijo de Dios según las dos naturalezas, al haber en Él una sola Persona, la divina. (Catecismo de la Iglesia Católica # 496-498 503)

    → ¿En qué sentido María es «siempre Virgen»?

    María es siempre virgen en el sentido de que ella «fue Virgen al concebir a su Hijo, Virgen al parir, Virgen durante el embarazo, Virgen después del parto, Virgen siempre» (San Agustín). Por tanto, cuando los Evangelios hablan de «hermanos y hermanas de Jesús», se refieren a parientes próximos de Jesús, según una expresión empleada en la Sagrada Escritura. (Catecismo de la Iglesia Católica # 499-507 511)

    → ¿De qué modo la maternidad espiritual de María es universal?

    María tuvo un único Hijo, Jesús, pero en Él su maternidad espiritual se extiende a todos los hombres, que Jesús vino a salvar. Obediente junto a Jesucristo, el nuevo Adán, la Virgen es la nueva Eva, la verdadera madre de los vivientes, que coopera con amor de madre al nacimiento y a la formación de todos en el orden de la gracia. Virgen y Madre, María es la figura de la Iglesia, su más perfecta realización. (Catecismo de la Iglesia Católica # 501-507 511)

    (tomado del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica)

    (fuente: www.buenasnuevas.net)

    miércoles, 24 de febrero de 2010

    El Credo Católico: "Creo en Jesucristo, ... que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo"

    → ¿Qué significa la palabra «Encarnación»?

    La Iglesia llama «Encarnación» al misterio de la unión admirable de la naturaleza divina y la naturaleza humana de Jesús en la única Persona divina del Verbo. Para llevar a cabo nuestra salvación, el Hijo de Dios se ha hecho «carne» (Jn 1, 14), haciéndose verdaderamente hombre. La fe en la Encarnación es signo distintivo de la fe cristiana. (Catecismo de la Iglesia Católica # 461-463 483)

    → ¿De qué modo Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre?

    En la unidad de su Persona divina, Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, de manera indivisible. Él, Hijo de Dios, «engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre», se ha hecho verdaderamente hombre, hermano nuestro, sin dejar con ello de ser Dios, nuestro Señor. (Catecismo de la Iglesia Católica # 464-467 469)

    → ¿Qué enseña a este propósito el Concilio de Calcedonia (año 451)?

    El Concilio de Calcedonia enseña que «hay que confesar a un solo y mismo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo: perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, compuesto de alma racional y de cuerpo; consubstancial con el Padre según la divinidad, y consubstancial con nosotros según la humanidad; “en todo semejante a nosotros, menos en el pecado” (Hb 4, 15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad y, por nosotros y nuestra salvación, nacido en estos últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad». (Catecismo de la Iglesia Católica # 467)

    → ¿Cómo expresa la Iglesia el misterio de la Encarnación?

    La Iglesia expresa el misterio de la Encarnación afirmando que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre; con dos naturalezas, la divina y la humana, no confundidas, sino unidas en la Persona del Verbo. Por tanto, todo en la humanidad de Jesús –milagros, sufrimientos y la misma muerte– debe ser atribuido a su Persona divina, que obra a través de la naturaleza humana que ha asumido. (Catecismo de la Iglesia Católica # 464-469 479-481)

    «¡Oh Hijo Unigénito y Verbo de Dios! Tú que eres inmortal, te dignaste, para salvarnos,
    tomar carne de la santa Madre de Dios y siempre Virgen María (...)
    Tú, Uno de la Santísima Trinidad,
    glorificado con el Padre y el Espíritu Santo, ¡sálvanos!» (Liturgia bizantina de san Juan Crisóstomo).

    → ¿Tenía el Hijo de Dios hecho hombre un alma con inteligencia humana?

    El Hijo de Dios asumió un cuerpo dotado de un alma racional humana. Con su inteligencia humana Jesús aprendió muchas cosas mediante la experiencia. Pero, también como hombre, el Hijo de Dios tenía un conocimiento íntimo e inmediato de Dios su Padre. Penetraba asimismo los pensamientos secretos de los hombres y conocía plenamente los designios eternos que Él había venido a revelar. (Catecismo de la Iglesia Católica # 470-474 482)

    → ¿Cómo concordaban las dos voluntades del Verbo encarnado?

    Jesús tenía una voluntad divina y una voluntad humana. En su vida terrena, el Hijo de Dios ha querido humanamente lo que Él ha decidido divinamente junto con el Padre y el Espíritu Santo para nuestra salvación. La voluntad humana de Cristo sigue, sin oposición o resistencia, su voluntad divina, y está subordinada a ella. (Catecismo de la Iglesia Católica # 475 482)

    → ¿Tenía Cristo un verdadero cuerpo humano?

    Cristo asumió un verdadero cuerpo humano, mediante el cual Dios invisible se hizo visible. Por esta razón, Cristo puede ser representado y venerado en las sagradas imágenes. (Catecismo de la Iglesia Católica # 476-477)

    → ¿Qué representa el Corazón de Jesús?

    Cristo nos ha conocido y amado con un corazón humano. Su Corazón traspasado por nuestra salvación es el símbolo del amor infinito que Él tiene al Padre y a cada uno de los hombres. (Catecismo de la Iglesia Católica # 478)

    → ¿Qué significa la expresión «concebido por obra y gracia del Espíritu Santo»?

    Que Jesús fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo significa que la Virgen María concibió al Hijo eterno en su seno por obra del Espíritu Santo y sin la colaboración de varón: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti» (Lc 1, 35), le dijo el ángel en la Anunciación. (Catecismo de la Iglesia Católica # 484-486)

    (fuente: www.buenasnuevas.net)

    martes, 23 de febrero de 2010

    El Credo Católico: "Creo en Jesucristo, su Único Hijo"

    → ¿Cuál es la Buena Noticia para el hombre?

    La Buena Noticia es el anuncio de Jesucristo, «el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16), muerto y resucitado. En tiempos del rey Herodes y del emperador César Augusto, Dios cumplió las promesas hechas a Abraham y a su descendencia, enviando «a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la Ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Ga 4, 4-5). (Catecismo de la Iglesia Católica # 422-424)

    →¿Cómo se difunde esta Buena Noticia?

    Desde el primer momento, los discípulos desearon ardientemente anunciar a Cristo, a fin de llevar a todos los hombres a la fe en Él. También hoy, el deseo de evangelizar y catequizar, es decir, de revelar en la persona de Cristo todo el designio de Dios, y de poner a la humanidad en comunión con Jesús, nace de este conocimiento amoroso de Cristo. (Catecismo de la Iglesia Católica # 425-429)

    → ¿Qué significa el nombre de Jesús?

    El nombre de Jesús, dado por el ángel en el momento de la Anunciación, significa «Dios salva». Expresa, a la vez, su identidad y su misión, «porque él salvará al pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21). Pedro afirma que «bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos» (Hch 4, 12). (Catecismo de la Iglesia Católica # 430-435 452)

    → ¿Por qué Jesús es llamado Cristo?

    «Cristo», en griego, y «Mesías», en hebreo, significan «ungido». Jesús es el Cristo porque ha sido consagrado por Dios, ungido por el Espíritu Santo para la misión redentora. Él es el Mesías esperado por Israel y enviado al mundo por el Padre. Jesús ha aceptado el título de Mesías, precisando, sin embargo, su sentido: «bajado del cielo» (Jn 3, 13), crucificado y después resucitado, Él es el siervo sufriente «que da su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28). Del nombre de Cristo nos viene el nombre de cristianos. (Catecismo de la Iglesia Católica # 436-440 453)

    → ¿En qué sentido Jesús es el «Hijo unigénito de Dios»?

    Jesús es el Hijo unigénito de Dios en un sentido único y perfecto. En el momento del Bautismo y de la Transfiguración, la voz del Padre señala a Jesús como su «Hijo predilecto». Al presentarse a sí mismo como el Hijo, que «conoce al Padre» (Mt 11, 27), Jesús afirma su relación única y eterna con Dios su Padre. Él es «el Hijo unigénito de Dios» (1 Jn 4, 9), la segunda Persona de la Trinidad. Es el centro de la predicación apostólica: los Apóstoles han visto su gloria, «que recibe del Padre como Hijo único» (Jn 1, 14). (Catecismo de la Iglesia Católica # 441-445 454)

    → ¿Qué significa el título de «Señor»?

    En la Biblia, el título de «Señor» designa ordinariamente al Dios soberano. Jesús se lo atribuye a sí mismo, y revela su soberanía divina mediante su poder sobre la naturaleza, sobre los demonios, sobre el pecado y sobre la muerte, y sobre todo con su Resurrección. Las primeras confesiones de fe cristiana proclaman que el poder, el honor y la gloria que se deben a Dios Padre se le deben también a Jesús: Dios «le ha dado el nombre sobre todo nombre» (Flp 2, 9). Él es el Señor del mundo y de la historia, el único a quien el hombre debe someter de modo absoluto su propia libertad personal. (Catecismo de la Iglesia Católica # 446-451 455)

    → ¿Por qué el Hijo de Dios se hizo hombre?

    El Hijo de Dios se encarnó en el seno de la Virgen María, por obra del Espíritu Santo, por nosotros los hombres y por nuestra salvación: es decir, para reconciliarnos a nosotros pecadores con Dios, darnos a conocer su amor infinito, ser nuestro modelo de santidad y hacernos «partícipes de la naturaleza divina» (2 P 1, 4). (Catecismo de la Iglesia Católica # 456-460)

    (tomado del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica)

    (www.buenasnuevas.net)

    lunes, 22 de febrero de 2010

    El Credo Católico: "Creador del Cielo y de la Tierra"

    → ¿Qué ha creado Dios?

    La Sagrada Escritura dice: «en el principio creó Dios el cielo y la tierra» (Gn 1, 1). La Iglesia, en su profesión de fe, proclama que Dios es el creador de todas las cosas visibles e invisibles: de todos los seres espirituales y materiales, esto es, de los ángeles y del mundo visible y, en particular, del hombre. (Catecismo de la Iglesia Católica # 325-327)

    → ¿Quiénes son los ángeles?

    Los ángeles son criaturas puramente espirituales, incorpóreas, invisibles e inmortales; son seres personales dotados de inteligencia y voluntad. Los ángeles, contemplando cara a cara incesantemente a Dios, lo glorifican, lo sirven y son sus mensajeros en el cumplimiento de la misión de salvación para todos los hombres. (Catecismo de la Iglesia Católica # 328-333 350-351)

    → ¿De qué modo los ángeles están presentes en la vida de la Iglesia?

    La Iglesia se une a los ángeles para adorar a Dios, invoca la asistencia de los ángeles y celebra litúrgicamente la memoria de algunos de ellos. (Catecismo de la Iglesia Católica # 334-336 352)

    «Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida»
    (San Basilio Magno).

    → ¿Qué enseña la Sagrada Escritura sobre la Creación del mundo visible?

    A través del relato de los «seis días» de la Creación, la Sagrada Escritura nos da a conocer el valor de todo lo creado y su finalidad de alabanza a Dios y de servicio al hombre. Todas las cosas deben su propia existencia a Dios, de quien reciben la propia bondad y perfección, sus leyes y lugar en el universo. (Catecismo de la Iglesia Católica # 337-344)

    → ¿Cuál es el lugar del hombre en la Creación?

    El hombre es la cumbre de la Creación visible, pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. (Catecismo de la Iglesia Católica # 343-344 353)

    → ¿Qué tipo de relación existe entre las cosas creadas?

    Entre todas las criaturas existe una interdependencia y jerarquía, queridas por Dios. Al mismo tiempo, entre las criaturas existe una unidad y solidaridad, porque todas ellas tienen el mismo Creador, son por Él amadas y están ordenadas a su gloria. Respetar las leyes inscritas en la creación y las relaciones que dimanan de la naturaleza de las cosas es, por lo tanto, un principio de sabiduría y un fundamento de la moral. (Catecismo de la Iglesia Católica # 342 354)

    → ¿Qué relación existe entre la obra de la Creación y la de la Redención?

    La obra de la Creación culmina en la obra aún más grande de la Redención. Con ésta, de hecho, se inicia la nueva Creación, en la cual todo hallará de nuevo su pleno sentido y cumplimiento. (Catecismo de la Iglesia Católica # 345-349)

    → ¿En qué sentido el hombre es creado «a imagen de Dios» ?

    El hombre ha sido creado a imagen de Dios, en el sentido de que es capaz de conocer y amar libremente a su propio Creador. Es la única criatura sobre la tierra a la que Dios ama por sí misma, y a la que llama a compartir su vida divina, en el conocimiento y en el amor. El hombre, en cuanto creado a imagen de Dios, tiene la dignidad de persona: no es solamente algo, sino alguien capaz de conocerse, de darse libremente y de entrar en comunión con Dios y las otras personas. (Catecismo de la Iglesia Católica # 355-357)

    → ¿Para qué fin ha creado Dios al hombre?

    Dios ha creado todo para el hombre, pero el hombre ha sido creado para conocer, servir y amar a Dios, para ofrecer en este mundo toda la Creación a Dios en acción de gracias, y para ser elevado a la vida con Dios en el cielo. Solamente en el misterio del Verbo encarnado encuentra verdadera luz el misterio del hombre, predestinado a reproducir la imagen del Hijo de Dios hecho hombre, que es la perfecta «imagen de Dios invisible» (Col 1, 15). (Catecismo de la Iglesia Católica # 358-359 381)

    → ¿Por qué los hombres forman una unidad?

    Todos los hombres forman la unidad del género humano por el origen común que les viene de Dios. Además Dios ha creado «de un solo principio, todo el linaje humano» (Hch 17, 26). Finalmente, todos tienen un único Salvador y todos están llamados a compartir la eterna felicidad de Dios. (Catecismo de la Iglesia Católica # 360-361)

    → ¿De qué manera el cuerpo y el alma forman en el hombre una unidad?

    La persona humana es, al mismo tiempo, un ser corporal y espiritual. En el hombre el espíritu y la materia forman una única naturaleza. Esta unidad es tan profunda que, gracias al principio espiritual, que es el alma, el cuerpo, que es material, se hace humano y viviente, y participa de la dignidad de la imagen de Dios. (Catecismo de la Iglesia Católica # 362-365 382)

    → ¿Quién da el alma al hombre?

    El alma espiritual no viene de los progenitores, sino que es creada directamente por Dios, y es inmortal. Al separarse del cuerpo en el momento de la muerte, no perece; se unirá de nuevo al cuerpo en el momento de la resurrección final. (Catecismo de la Iglesia Católica # 366-368 382)

    → ¿Qué relación ha establecido Dios entre el hombre y la mujer?

    El hombre y la mujer han sido creados por Dios con igual dignidad en cuanto personas humanas y, al mismo tiempo, con una recíproca complementariedad en cuanto varón y mujer. Dios los ha querido el uno para el otro, para una comunión de personas. Juntos están también llamados a transmitir la vida humana, formando en el matrimonio «una sola carne» (Gn 2, 24), y a dominar la tierra como «administradores» de Dios. (Catecismo de la Iglesia Católica # 369-373 382)

    → ¿Cuál era la condición original del hombre según el designio de Dios?

    Al crear al hombre y a la mujer, Dios les había dado una especial participación de la vida divina, en un estado de santidad y justicia. En este proyecto de Dios, el hombre no habría debido sufrir ni morir. Igualmente reinaba en el hombre una armonía perfecta consigo mismo, con el Creador, entre hombre y mujer, así como entre la primera pareja humana y toda la Creación. (Catecismo de la Iglesia Católica # 374-379 384)

    → ¿Cómo se comprende la realidad del pecado?

    En la historia del hombre está presente el pecado. Esta realidad se esclarece plenamente sólo a la luz de la divina Revelación y, sobre todo, a la luz de Cristo, el Salvador de todos, que ha hecho que la gracia sobreabunde allí donde había abundado el pecado. (Catecismo de la Iglesia Católica # 385-389)

    → ¿Qué es la caída de los ángeles?

    Con la expresión «la caída de los ángeles» se indica que Satanás y los otros demonios, de los que hablan la Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia, eran inicialmente ángeles creados buenos por Dios, que se transformaron en malvados porque rechazaron a Dios y a su Reino, mediante una libre e irrevocable elección, dando así origen al infierno. Los demonios intentan asociar al hombre a su rebelión contra Dios, pero Dios afirma en Cristo su segura victoria sobre el Maligno. (Catecismo de la Iglesia Católica # 391395 414)

    → ¿En qué consiste el primer pecado del hombre?

    El hombre, tentado por el diablo, dejó apagarse en su corazón la confianza hacia su Creador y, desobedeciéndole, quiso «ser como Dios» (Gn 3, 5), sin Dios, y no según Dios. Así Adán y Eva perdieron inmediatamente, para sí y para todos sus descendientes, la gracia de la santidad y de la justicia originales. (Catecismo de la Iglesia Católica # 396-403 415-417)

    → ¿Qué es el pecado original?

    El pecado original, en el que todos los hombres nacen, es el estado de privación de la santidad y de la justicia originales. Es un pecado «contraído» no «cometido» por nosotros; es una condición de nacimiento y no un acto personal. A causa de la unidad de origen de todos los hombres, el pecado original se transmite a los descendientes de Adán con la misma naturaleza humana, «no por imitación sino por propagación». Esta transmisión es un misterio que no podemos comprender plenamente. (Catecismo de la Iglesia Católica # 404 419)
    → ¿Qué otras consecuencias provoca el pecado original?

    Como consecuencia del pecado original, la naturaleza humana, aun sin estar totalmente corrompida, se halla herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al poder de la muerte, e inclinada al pecado. Esta inclinación al mal se llama concupiscencia. (Catecismo de la Iglesia Católica # 405-409 418)

    → ¿Qué ha hecho Dios después del primer pecado del hombre?

    Después del primer pecado, el mundo ha sido inundado de pecados, pero Dios no ha abandonado al hombre al poder de la muerte, antes al contrario, le predijo de modo misterioso –en el «Protoevangelio» (Gn 3, 15)– que el mal sería vencido y el hombre levantado de la caída. Se trata del primer anuncio del Mesías Redentor. Por ello, la caída será incluso llamada feliz culpa, porque «ha merecido tal y tan grande Redentor» (Liturgia de la Vigilia pascual). (Catecismo de la Iglesia Católica # 410-412 420)

    (tomado del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica)

    (fuente: www.buenasnuevas.net)

    El Credo Católico: "Padre Todopoderoso"

    → ¿Qué significa que Dios es Todopoderoso?

    Dios se ha revelado como «el Fuerte, el Valeroso» (Sal 24, 8), aquel para quien «nada es imposible» (Lc 1, 37). Su omnipotencia es universal, misteriosa y se manifiesta en la creación del mundo de la nada y del hombre por amor, pero sobre todo en la Encarnación y en la Resurrección de su Hijo, en el don de la adopción filial y en el perdón de los pecados. Por esto la Iglesia en su oración se dirige a «Dios todopoderoso y eterno» («Omnipotens sempiterne Deus...»). (Catecismo de la Iglesia Católica # 268-278)

    → ¿Por qué es importante afirmar que «en el principio Dios creó el cielo y la tierra» (Gn 1, 1)?

    Es importante afirmar que en el principio Dios creó el cielo y la tierra porque la creación es el fundamento de todos los designios salvíficos de Dios; manifiesta su amor omnipotente y lleno de sabiduría; es el primer paso hacia la Alianza del Dios único con su pueblo; es el comienzo de la historia de la salvación, que culmina en Cristo; es la primera respuesta a los interrogantes fundamentales sobre nuestro origen y nuestro fin. (Catecismo de la Iglesia Católica # 279-289 315)

    → ¿Quién ha creado el mundo?

    El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el principio único e indivisible del mundo, aunque la obra de la Creación se atribuye especialmente a Dios Padre. (Catecismo de la Iglesia Católica # 290-292 316)

    → ¿Para qué ha sido creado el mundo?

    El mundo ha sido creado para gloria de Dios, el cual ha querido manifestar y comunicar su bondad, verdad y belleza. El fin último de la Creación es que Dios, en Cristo, pueda ser «todo en todos» (1 Co 15, 28), para gloria suya y para nuestra felicidad. (Catecismo de la Iglesia Católica # 293-294 319)

    «Porque la gloria de Dios es el que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios» (San Ireneo de Lyon)

    →¿Cómo ha creado Dios el universo?

    Dios ha creado el universo libremente con sabiduría y amor. El mundo no es el fruto de una necesidad, de un destino ciego o del azar. Dios crea «de la nada» (–ex nihilo–: 2 M 7, 28) un mundo ordenado y bueno, que Él transciende de modo infinito. Dios conserva en el ser el mundo que ha creado y lo sostiene, dándole la capacidad de actuar y llevándolo a su realización, por medio de su Hijo y del Espíritu Santo. (Catecismo de la Iglesia Católica # 295301 317-320)

    → ¿En qué consiste la Providencia Divina?

    La divina Providencia consiste en las disposiciones con las que Dios conduce a sus criaturas a la perfección última, a la que Él mismo las ha llamado. Dios es el autor soberano de su designio. Pero para realizarlo se sirve también de la cooperación de sus criaturas, otorgando al mismo tiempo a éstas la dignidad de obrar por sí mismas, de ser causa unas de otras. (Catecismo de la Iglesia Católica # 302-306 321)

    → ¿Cómo colabora el hombre con la Providencia Divina?

    Dios otorga y pide al hombre, respetando su libertad, que colabore con la Providencia mediante sus acciones, sus oraciones, pero también con sus sufrimientos, suscitando en el hombre «el querer y el obrar según sus misericordiosos designios» (Flp 2, 13). (Catecismo de la Iglesia Católica # 307-308 323)

    → Si Dios es todopoderoso y providente ¿por qué entonces existe el mal?

    Al interrogante, tan doloroso como misterioso, sobre la existencia del mal solamente se puede dar respuesta desde el conjunto de la fe cristiana. Dios no es, en modo alguno, ni directa ni indirectamente, la causa del mal. Él ilumina el misterio del mal en su Hijo Jesucristo, que ha muerto y ha resucitado para vencer el gran mal moral, que es el pecado de los hombres y que es la raíz de los restantes males. (Catecismo de la Iglesia Católica # 309-310 324, 400)

    → ¿Por qué Dios permite el mal?

    La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo. Esto Dios lo ha realizado ya admirablemente con ocasión de la muerte y resurrección de Cristo: en efecto, del mayor mal moral, la muerte de su Hijo, Dios ha sacado el mayor de los bienes, la glorificación de Cristo y nuestra redención. (Catecismo de la Iglesia Católica # 311-314 324)

    (tomado del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica)

    (fuente: www.buenanueva.net)

    domingo, 21 de febrero de 2010

    El Credo Católico: "Creo en Dios"

    → ¿Por qué la profesión de fe comienza con «Creo en Dios»?

    La profesión de fe comienza con la afirmación «Creo en Dios» porque es la más importante: la fuente de todas las demás verdades sobre el hombre y sobre el mundo y de toda la vida del que cree en Dios. (Catecismo de la Iglesia Católica # 198-199)

    → ¿Por qué profesamos un solo Dios?

    Profesamos un solo Dios porque Él se ha revelado al pueblo de Israel como el Único, cuando dice: «escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el Único Señor» (Dt 6, 4), «no existe ningún otro» (Is 45, 22). Jesús mismo lo ha confirmado: Dios «es el único Señor» (Mc 12, 29). Profesar que Jesús y el Espíritu Santo son también Dios y Señor no introduce división alguna en el Dios Único. (Catecismo de la Iglesia Católica # 200-202 y 228)

    → ¿Con qué nombre se revela Dios?

    Dios se revela a Moisés como el Dios vivo: «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob» (Ex 3, 6). Al mismo Moisés Dios le revela su Nombre misterioso: «Yo soy el que soy (YHWH)» (Ex 3, 14). El nombre inefable de Dios, ya en los tiempos del Antiguo Testamento, fue sustituido por la palabra Señor. De este modo en el Nuevo Testamento, Jesús, llamado el Señor, aparece como verdadero Dios. (Catecismo de la Iglesia Católica # 203-205 230-231)

    → ¿Sólo Dios «es»?

    Mientras las criaturas han recibido de Él todo su ser y su poseer, sólo Dios es en sí mismo la plenitud del ser y de toda perfección. Él es «el que es», sin origen y sin fin. Jesús revela que también Él lleva el Nombre divino, «Yo soy» (Jn 8, 28). (Catecismo de la Iglesia Católica # 212-213)

    →¿Por qué es importante la revelación del nombre de Dios?
    Al revelar su Nombre, Dios da a conocer las riquezas contenidas en su misterio inefable: sólo Él es, desde siempre y por siempre, el que transciende el mundo y la historia. Él es quien ha hecho cielo y tierra. Él es el Dios fiel, siempre cercano a su pueblo para salvarlo. Él es el Santo por excelencia, «rico en misericordia» (Ef 2, 4), siempre dispuesto al perdón. Dios es el Ser espiritual, trascendente, omnipotente, eterno, personal y perfecto. Él es la verdad y el amor. (Catecismo de la Iglesia Católica # 206-213)

    «Dios es el ser infinitamente perfecto que es la Santísima Trinidad» (Santo Toribio de Mogrovejo)

    → ¿En qué sentido Dios es la verdad?

    Dios es la Verdad misma y como tal ni se engaña ni puede engañar. «Dios es luz, en Él no hay tiniebla alguna» (1 Jn 1, 5). El Hijo eterno de Dios, sabiduría encarnada, ha sido enviado al mundo «para dar testimonio de la Verdad» (Jn 18, 37). (Catecismo de la Iglesia Católica # 214-217 231)

    →¿De qué modo Dios revela que Él es amor?

    Dios se revela a Israel como Aquel que tiene un amor más fuerte que el de un padre o una madre por sus hijos o el de un esposo por su esposa. Dios en sí mismo «es amor» (1 Jn 4, 8.16), que se da completa y gratuitamente; que «tanto amó al mundo que dio a su Hijo único para que el mundo se salve por él» (Jn 3, 16-17). Al mandar a su Hijo y al Espíritu Santo, Dios revela que Él mismo es eterna comunicación de amor. (Catecismo de la Iglesia Católica # 218-221)

    → ¿Qué consecuencias tiene creer en un solo Dios?

    Creer en Dios, el Único, comporta: conocer su grandeza y majestad; vivir en acción de gracias; confiar siempre en Él, incluso en la adversidad; reconocer la unidad y la verdadera dignidad de todos los hombres, creados a imagen de Dios; usar rectamente de las cosas creadas por Él. (Catecismo de la Iglesia Católica # 222-227 229)

    → ¿Cuál es el misterio central de la fe y de la vida cristiana?

    El misterio central de la fe y de la vida cristiana es el misterio de la Santísima Trinidad. Los cristianos son bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. (Catecismo de la Iglesia Católica # 232-237)

    → ¿Puede la razón humana conocer, por sí sola, el misterio de la Santísima Trinidad?

    Dios ha dejado huellas de su ser trinitario en la creación y en el Antiguo Testamento, pero la intimidad de su ser como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón humana e incluso a la fe de Israel, antes de la Encarnación del Hijo de Dios y del envío del Espíritu Santo. Este misterio ha sido revelado por Jesucristo, y es la fuente de todos los demás misterios. (Catecismo de la Iglesia Católica # 237)

    → ¿Qué nos revela Jesucristo acerca del misterio del Padre?

    Jesucristo nos revela que Dios es «Padre», no sólo en cuanto es Creador del universo y del hombre sino, sobre todo, porque engendra eternamente en su seno al Hijo, que es su Verbo, «resplandor de su gloria e impronta de su sustancia» (Hb 1, 3). (Catecismo de la Iglesia Católica # 240-243)

    → ¿Quién es el Espíritu Santo, que Jesucristo nos ha revelado?

    El Espíritu Santo es la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo; «procede del Padre» (Jn 15, 26), que es principio sin principio y origen de toda la vida trinitaria. Y procede también del Hijo (Filioque), por el don eterno que el Padre hace al Hijo. El Espíritu Santo, enviado por el Padre y por el Hijo encarnado, guía a la Iglesia hasta el conocimiento de la «verdad plena» (Jn 16, 13). (Catecismo de la Iglesia Católica # 243-248)

    → ¿Cómo expresa la Iglesia su fe trinitaria?

    La Iglesia expresa su fe trinitaria confesando un solo Dios en tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Las tres divinas Personas son un solo Dios porque cada una de ellas es idéntica a la plenitud de la única e indivisible naturaleza divina. Las tres son realmente distintas entre sí, por sus relaciones recíprocas: el Padre engendra al Hijo, el Hijo es engendrado por el Padre, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. (Catecismo de la Iglesia Católica # 249-256 266)

    → ¿Cómo obran las tres divinas Personas?

    Inseparables en su única sustancia, las divinas Personas son también inseparables en su obrar: la Trinidad tiene una sola y misma operación. Pero en el único obrar divino, cada Persona se hace presente según el modo que le es propio en la Trinidad. (Catecismo de la Iglesia Católica # 257-260 267)

    (tomado del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica)

    «Dios mío, Trinidad a quien adoro...
    pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo,
    tu morada amada y el lugar de tu reposo.
    Que yo no te deje jamás solo en ella,
    sino que yo esté allí enteramente,
    totalmente despierta en mi fe,
    en adoración,
    entregada sin reservas a tu acción creadora»

    (Beata Isabel de la Trinidad)

    (fuente: www.buenanueva.net)

    "Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios y a El sólo servirás"

    Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (Lc 4, 1-13)

    En aquel tiempo, Jesús lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y conducido por el mismo Espíritu se internó en el desierto donde permaneció durante
    cuarenta días y fue tentado por el demonio. No comió nada en aquellos días, y cuando se completaron, sintió hambre.

    Entonces el diablo le dijo: "Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan". Jesús le contestó: "Está escrito: No sólo de pan vive el hombre". Después lo llevó el diablo a un monte elevado y en un instante le hizo ver todos los reinos de la tierra y le dijo: "A mí me ha sido entregado todo el poder y la gloria de estos reinos, y yo los doy a quien quiero. Todo esto será tuyo, si te arrodillas y me adoras". Jesús le respondió: "Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios y a El sólo servirás". Entonces lo llevó a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo: "Si eres el Hijo de Dios, arrójate desde aquí, porque está escrito: Los ángeles del Señor tienen órdenes de cuidarte y de sostenerte en sus manos, para que tus pies no tropiecen con las piedras". Pero Jesús le respondió: "También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".


    Concluidas las tentaciones, el diablo se retiró de El, hasta que llegara la hora.

    Palabra del Señor.
    Gloria a ti Señor Jesús.

    La batalla espiritual entre el bien y el mal está planteada desde poco después de la Creación. Lo vemos en el relato del Génesis cuando la serpiente arrastra a Adán y Eva hacia el pecado, rompiendo la comunión perfecta entre Dios y los primeros seres humanos.

    Dios se hizo uno de nosotros en Jesús. Y tampoco escapó a ser blanco de las tentaciones del Maligno, quien tuvo la soberbia de tentar nada menos que a Nuestro Señor.

    Podemos notar que las tentaciones que recibió Jesucristo fueron tres, muy puntuales y muy actuales:

    1- La búsqueda de lo material por encima de lo espiritual: fueron muchos los días de ayuno en los que Nuestro Señor buscó apartarse de todo lo mundano para centrarse más en su Padre; como humano que es, sintió hambre y por allí el Demonio buscó encontrar una debilidad cuando apeló a esa necesidad fisiológica para manipularlo.

    2- El poder de este mundo: le dijo entonces el Diablo que había recibido todo poder y que él podía darlo a quien quisiera... pero Nuestro Señor no tenía su corazón puesto en lo material, que es nada al lado de lo Eterno. ¡cuánta gente ha sucumbido (y sucumbe aún en estos tiempos) ante el poder del dinero, el poder político, el poder social! ¡Cuántos cayeron por las vanas promesas mundanas del Demonio!

    3- La soberbia: el Demonio buscó que Jesús hiciera alguna proeza para recibir los aplausos burdos de la gente; de haber accedido a esa tentación, seguramente Jesús habría recibido la admiración de muchos ante semejante milagro... pero, ¿con qué sentido?, ¿en qué hubiera aportado para el Reino de los Cielos?... ¡cuántas veces nosotros nos apartamos del camino de Jesús con tal de recibir la aprobación de otros!.

    Y también, al igual que el demonio, nosotros también podemos tentar a Dios.

    Tentamos cuando le exigimos determinadas gracias y milagros. Tentamos a Dios cuando queremos decirle cómo tiene que impartir justicia en este mundo. Tentamos a Dios cuando, por celos y envidia, le protestamos porque vemos que otro hermano recibe bendiciones y gracias. Tentamos a Dios cuando nos enojamos con Él porque no obró como nosotros queríamos.

    Dios es infinitamente poderoso. El Demonio lo sabe perfectamente y por eso él siempre buscará que cada uno de nosotros quede en soledad: es ahí, al estar alejados de Dios y de una comunidad de fe, en donde somos presas fáciles para el Tentador. Entonces, como dice San Pablo, debemos revestirnos de Dios para estar no solo a salvo de las acechanzas del demonio, sino cada vez más en Dios.

    Ser tentados no implica caer en el pecado. Cada vez que nos aparece alguna de esas propuestas demoníacas, es clave aferrarnos a María, Nuestra Madre Celestial y, a la vez, no perder la calma porque, si estamos humildemente con Dios y bajo el mando de la Virgen, estaremos siempre a salvo. Si caemos, no caigamos en la tentación de creer que Dios ha dejado de amarnos por haber pecado: debemos buscar con humildad la Misericordia de Dios para retomar la senda correcta.

    Mientras más nos acercamos a Dios, más nos tienta el demonio. El ángel caído no soporta ver a un ser humano en la santidad, en comunión con su Creador. En este tiempo de Cuaresma, en el cual debemos también luchar para alejarnos un poco más de lo mundano para acercarnos a Dios, el demonio nos propone una y otra vez alternativas seductoras para desviarnos del camino recto que nos marca Dios.

    sábado, 20 de febrero de 2010

    Si no fuera pecado, ¿lo haría?

    Vale la pena quitarse de la cabeza esa insinuación que no viene de Dios, sino del propio egoísmo.

    Una “buena tentación” es aquella que repite una y otra vez: “si me sigues, si cedes sólo por esta vez, si dejas las exigencias de otros, si te permites este pecadillo, ganarás mucho y perderás muy poco”. Ganar mucho dinero con una trampilla, o lograr un rato de diversión pecaminosa después de una semana de tensiones en el trabajo o en la familia, o conseguir un buen contrato a base de calumniar a un amigo, o…

    A veces evitamos ese pecado sólo porque la conciencia nos pone ante nuestros ojos esa frase decisiva: “No lo hagas, es pecado”.

    Sí, ya sé que es pecado, respondemos. Pero, si no fuera pecado, ¿lo haría?

    Formular esta pregunta es señal, seguramente, de que no comprendemos la maldad que hay detrás de esa tentación. La vemos tan apetecible, tan fácil, tan a la mano, tan “buena”, que… Pero es pecado, nos dijeron en la catequesis, leímos en un libro, nos recordó un amigo sacerdote…

    Debemos comprender que algo es pecado no sólo porque un día Dios dijo: “Esto está mal: no lo hagas”. En realidad, si algo está mal (y Dios, porque nos ama, nos lo recuerda) es porque con esa acción ofendemos a Dios, dañamos al prójimo y nos degradamos a nosotros mismos. O, como decía santo Tomás de Aquino (siglo XIII), “ofendemos a Dios sólo cuando actuamos contra nuestro propio bien” (“Summa Contra Gentiles”, III, cap. 122).

    El pecado no es, por lo tanto, como algunas normas de tráfico. Cuando busco un lugar para dejar el coche y veo la señal “prohibido estacionar”, es posible que me enfade, que no esté de acuerdo con el alcalde o con la policía. Dejar el coche ahí, en ese lugar concreto, quizá no molesta a nadie. Sé que está prohibido, pero si no estuviese prohibido, allí aparcaría… Incluso con la total certeza de que no causaría daño a nadie.

    En otras ocasiones, en cambio, la misma señal de tráfico vale no sólo porque la pusieron allí, sino porque descubro que es justo, es bueno, no estacionar en ese lugar. Incluso habrá momentos en los que llegaré a una calle donde me gustaría estacionar, donde no hay señal alguna (¡está permitido aparcar allí!), pero no estacionaría porque me doy cuenta de lo mucho que perjudicaría a otras personas si lo hiciera.

    El pecado es parecido al segundo ejemplo. No depende de la imaginación de Dios o de algún capricho del catequista o del sacerdote. Si la Iglesia nos enseña que el robo es pecado, o el adulterio, o la calumnia, o el masturbarse, o el aborto, es porque en cada uno de esos actos perdemos algo de nuestra vocación al bien, al amor, a la justicia.

    No es correcto, por lo tanto, pensar: “si esto no fuera pecado, lo haría”. Porque si algo es malo, lo es siempre. Porque, además, mi condición de hombre y de cristiano me recuerdan que no vivo para seguir mis caprichos y buscar maneras para que las normas no me impidan realizar lo que me gustaría hacer ahora, sino que vivo para amar y hacer el bien, a todos y en todo. Por eso no quiero saltarme aquellos mandamientos que me apartan del mal para invitarme a hacer el bien.

    Nos será más fácil superar la tentación del “si esto no fuera pecado…” cuando profundicemos y conozcamos mejor el porqué de los mandamientos, el sentido de cada norma ética, el bien que ganamos cuando queremos ser honestos. Los mandamientos no son imposiciones arbitrarias, sino señales que nos indican dónde está el bien y el mal, qué nos ayuda a vivir en amistad con Dios y con nuestros hermanos, y qué actos hieren esa amistad.

    Por ejemplo, si no robo, aunque tenga que esperar más años para comprarme un coche nuevo, viviré con la conciencia más tranquila y en mayor paz con quienes viven a mi lado. Porque habré respetado el derecho de otro a un dinero que es suyo, que merece tener, que no puedo apropiarme sin dañarle y sin herir mi conciencia.

    Lo mismo vale para los demás casos: el mal de cada acto pecaminoso es tan grave que destruye riquezas de la propia vida y de la vida de los demás, y por lo mismo es muy bueno no ceder nunca a la voz insidiosa de una tentación que me presenta como fácil y posible algo malo.

    Pensemos, además, en positivo: cuando digo no a un pecado, entonces mi corazón está (al menos, debería estar) más dispuesto a hacer más cosas buenas, a vivir más a fondo mi condición de soltero o de casado, de padre o de hijo, de estudiante o de trabajador, de amigo o de ciudadano honrado.

    Por eso, vale la pena quitarse de la cabeza esa insinuación que no viene de Dios, sino del propio egoísmo: “Si no fuera pecado…” Habría que sustituirla por esta otra: “Porque sé que es pecado, centraré mi mirada en el mucho bien que puedo llevar a cabo por otros caminos santos y buenos”.

    De este modo, creceremos cada día en nuestra condición cristiana, viviremos como hijos que están a gusto en casa, con su Padre de los cielos, con tantos hermanos que también quieren ser justos y difundir amor para con todos. Aunque ahora tengamos que luchar enérgicamente contra una tentación fácil, aunque tal vez pensemos que estamos “perdiendo” una ocasión única.

    Es muchísimo lo que gano si conservo mi espíritu abierto para amar, para estar muy cerca de ese Dios que tanto ha sufrido por hacer más bueno mi corazón cristiano…

    Escrito por Padre Fernando Pascual
    (fuente: catholic.net)

    viernes, 19 de febrero de 2010

    Las Meditaciones del Via Crucis escritas por el Papa Juan Pablo II para el Año Santo 2000

    Oración Inicial

    «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese así mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16,24).

    Desde hace veinte siglos, la Iglesia se reúne esta tarde para recordar y revivir los acontecimientos de la última etapa del camino terreno del Hijo de Dios. Hoy, como cada año, la Iglesia que está en Roma se congrega en el Coliseo para seguir las huellas de Jesús que, «cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se flama Gólgota» (Jn 19, 17).

    Estamos aquí, conscientes de que el Viacrucis del Hijo de Dios no fue simplemente el camino hacia el lugar del suplicio. Creemos que cada paso del Condenado, cada gesto o palabra suya, así como lo que han visto y hecho todos aquellos que han tomado parte este, drama, nos hablan continuamente, En su pasión y en su muerte, Cristo nos revela también la verdad sobre Dios y sobre el hombre.

    En este año jubilar queremos reflexionar con particular intensidad sobre el contenido de aquellos acontecimientos, para que nos hablen con renovado vigor a la mente y al corazón, y sean así origen de la gracia de una auténtica participación.

    Participar significa tener parte.

    ¿Qué quiere decir tener parte en la cruz de Cristo? Quiere decir experimentar en el Espíritu Santo el amor que esconde tras de sí la cruz de Cristo. Quiere decir reconocer, a la luz de este amor, la propia cruz. Quiere decir cargarla sobre la propia espalda y, movidos cada vez más por este amor, caminar...

    Caminar a través de la vida, imitando a Aquel que «soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios» (Hb 12, 2).


    Oremos Señor Jesucristo, colma nuestros corazones con la luz de tu Espíritu Santo, para que, siguiéndote en tu último camino, sepamos cuál es el precio de nuestra redención y seamos dignos de participar en los frutos de tu pasión, muerte y resurrección. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. R/. Amén.

    Primera Estación: Jesús es condenado a muerte

    «¿Eres tú el Rey de los judíos?» (Jn 18, 33)

    «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí» (Jn 18, 36). Entonces Pilato le dijo: «Luego, ¿tú eres Rey?».

    Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz».

    Le dice Pilato:

    «¿Qué es la verdad?»

    Con esto, el procurador romano consideró terminado el interrogatorio. Volvió a salir donde los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en él» (cf. Jn 18, 37-38)

    El drama de Pilato se oculta tras la pregunta: «¿qué es la verdad?».

    No era una cuestión filosófica sobre la naturaleza de la verdad, sino una pregunta existencial sobre la propia relación con la verdad. Era un intento de escapar a la voz de la conciencia, que ordenaba reconocer la verdad y seguirla. El hombre que no se deja guiar por la verdad, llega a ser capaz incluso de emitir una sentencia de condena de un inocente.

    Los acusadores intuyen esta debilidad de Pilato y por eso no ceden. Reclaman con obstinación la muerte en cruz. La decisiones a medias, a las que recurre Pilato, no le sirven de nada. No es suficiente infligir al acusado la pena cruel de la flagelación. Cuando el Procurador presenta a la muchedumbre a un Jesús flagelado y coronado de espinas, parece como si con ello quisiera decir algo que, a su entender, debería doblegar la intransigencia de la plaza. Señalando a Jesús, dice: «Ecce homo!».. «Aquí tenéis al hombre».

    Pero la respuesta es: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Pilato intenta entonces negociar: «Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en él» (cf. Jn 19, 5-7).

    Está cada vez más convencido de que el imputado es inocente, pero esto no le basta para emitir una sentencia absolutoria. Entonces, los acusadores recurren a un argumento decisivo: «Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César» (Jn 19, 12).

    Es una amenaza muy clara. Intuyendo el peligro, Pilato cede definitivamente y emite la sentencia, si bien con el gesto ostentoso de lavarse las manos: «Inocente soy de la sangre de este justo. Vosotros veréis» (Mt 27, 24). Así fue condenado á la muerte en cruz Jesús, el Hijo de Dios vivo, el Redentor del mundo.

    A lo largo de los siglos, la negación de la verdad ha generado sufrimiento y muerte.

    Son los inocentes los que pagan el precio de la hipocresía humana. No bastan decisiones a medias. No es suficiente lavarse las manos. Queda siempre la responsabilidad por la sangre de los inocentes. Por ello Cristo imploró con tanto fervor por sus discípulos de todos los tiempos: Padre, «Santificalos en la verdad: tu Palabra es verdad» (Jn 17, 17).

    Oración Cristo, qué aceptas una condena injusta, concédenos, a nosotros y a los hombres de todos los tiempos, la gracia de ser fieles a la verdad y no permitas que caiga sobre nosotros y sobre los que vendrán después de nosotros el peso de la responsabilidad por el sufrimiento de los inocentes. A ti, Jesús, Juez justo, honor y gloria por los siglos de los siglos. R/.Amén.

    Segunda Estación: Jesús carga con la cruz a cuestas

    La cruz. Instrumento de una muerte infame.

    No era lícito condenar a la muerte en cruz a un ciudadano romano: era demasiado humillante. Pero el momento en que Jesús de Nazaret cargó con la cruz para llevarla al Calvario. marcó un cambio en la historia de la cruz. De ser signo de muerte infame, reservada a las personas de baja categoría, se convierte en llave maestra. Con su ayuda, de ahora en adelante, el hombre abrirá la puerta de las profundidades del misterio de Dios. Por medio de Cristo, que acepta la cruz, instrumento del propio despojo, los hombres sabrán que «Dios es amor».

    Amor inconmensurable: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16).

    Esta verdad sobre Dios se ha revelado a través de la cruz. ¿No podía revelarse de otro modo? Tal vez sí. Sin embargo, Dios ha elegido la cruz. El Padre ha elegido la cruz para su Hijo, y el Hijo la ha cargado sobre sus hombros, la ha llevado hasta al monte Calvario y en ella ha ofrecido su vida. «En la cruz está el sufrimiento, en la cruz está la salvación, en la cruz hay una lección de amor. Oh Dios, quien te ha comprendido una vez, ya no desea ni busca ninguna otra cosa» (Canto cuaresmal polaco) La Cruz es signo de un amor sin límites

    Oración Cristo, que aceptas la cruz de las manos de los hombres para hacer de ella un signo del amor salvífico de Dios por el hombre, concédenos, a nosotros y a los hombres de nuestro tiempo la gracia de la fe en este infinito amor, para que, transmitiendo al nuevo milenio el signo de la cruz, seamos auténticos testigos de la Redención. A ti. Jesús, Sacerdote y Víctima, alabanza y gloria por los siglos de los siglos R/.Amén.


    Tercera Estación: Jesús cae por primera vez

    «Dios cargó sobre él los pecados de todos nosotros» (cf. Is 53, 6). «Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y el Señor descargó sobre él la culpa de todos nosotros» (Is 53, 6). Jesús cae bajo el peso de la cruz. Sucederá tres veces durante el camino relativamente corto de la «vía dolorosa».

    Cae por agotamiento. Tiene el cuerpo ensangrentado por la flagelación, la cabeza coronada de espinas Le faltan las fuerzas. Cae, pues, y la cruz lo aplasta con su peso contra la tierra.

    Hay que volver a las palabras del profeta, que siglos antes ha previsto esta caída, casi como si la estuviera viendo con sus propios ojos: ante el Siervo del Señor, entierra bajo el peso de la cruz, manifiesta el verdadero motivo de la caída: «Dios cargó sobre él los pecados de todos nosotros». Han sido los pecados los que han aplastado contra la tierra al divino Condenado.

    Han sido ellos los que determinan el peso de la cruz que él lleva a sus espaldas.

    Han sido los pecados los que han ocasionado su caída. Cristo se levanta a duras penas para proseguir el camino. Los soldados que lo escoltan intentan instigarle con gritos y golpes. Tras un momento, el cortejo prosigue.

    Jesús cae y se levanta. De este modo, el Redentor del mundo se dirige sin palabras a todos los que caen. Les exhorta a levantarse. «El mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados» (1 Pe 2, 24).

    Oración Cristo, que caes bajo el peso de nuestras culpas y te levantas para nuestra justificación, te rogamos que ayudes a cuantos están bajo el peso del pecado a volverse a poner en pie y reanudar el camino. Danos la fuerza del Espíritu, para llevar contigo la cruz de nuestra debilidad. A ti, Jesús, aplastado por el peso de nuestras culpas, nuestro amor y alabanza por los siglos de los siglos R/.Amén.

    Cuarta Estación: Jesús encuentra a su madre

    «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1,30-33).

    María recordaba estas palabras. Las consideraba a menudo en la intimidad de su corazón. Cuando en el camino hacia la cruz encontró a su Hijo, quizás le vinieron a la mente precisamente estas palabras. Con una fuerza particular. «Reinará.... Su reino no tendrá fin», había dicho el mensajero celestial. Ahora, al ver que su Hijo, condenado a muerte, lleva la cruz en la que habría de morir, podría preguntarse, humanamente hablando: ¿Cómo se cumplirán aquellas palabras? ¿De qué modo reinará en la casa de David? ¿Cómo será que su reino no tendrá fin?

    Son preguntas humanamente comprensibles.

    María, sin embargo, recuerda que tiempo atrás, al oír el anuncio del Ángel, había contestado: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Ahora ve que aquellas palabras se están cumpliendo como palabra de la cruz.

    Porque es madre, María sufre profundamente. No obstante, responde también ahora como respondió entonces, en la anunciación: «Hágase en mí según tu palabra».

    De este modo, maternalmente, abraza la cruz junto con el divino Condenado.
    En el camino hacia la cruz. María se manifiesta como Madre del Redentor del mundo.

    «Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta» (Lm 1,12).

    Es la Madre Dolorosa la que habla, la Sierva obediente hasta el final, la Madre del Redentor del inundo.

    Oración Oh María, tú que has recorrido el camino de la cruz junto con tu Hijo, quebrantada por el dolor en tu corazón de madre, pero recordando siempre el «fiat» e íntimamente confiada en que Aquél para quien nada es imposible cumpliría sus promesas, suplica para nosotros y para los hombres de las generaciones futuras la gracia del abandono en el amor de Dios. Haz que, ante el sufrimiento, cl rechazo y la prueba, por dura y larga que sea, jamás dudemos de su amor. A Jesús, tu Hijo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. R/.Amén.

    Quinta Estación: Simón de Cirene lleva la cruz de Jesús

    Obligaron a Simón (cf. Mt 15, 21).

    Los soldados romanos lo hicieron temiendo que el Condenado, agotado, no lograra llevar la cruz hasta el Gólgota. No habrían podido ejecutar en él la sentencia, de la crucifixión. Buscaban a un hombre que lo ayudase a llevar la cruz. Su mirada se detuvo en Simón. Lo obligaron a cargar aquel peso. Se puede uno imaginar que él no estuviera de acuerdo y se opusiera. Llevar la cruz junto con un condenado podía considerarse un acto ofensivo de la dignidad de un hombre libre. Aunque de mala gana, Simón tomó la cruz para ayudar a Jesús.

    En un canto de cuaresma se escuchan estas palabras: «Bajo el peso de la cruz Jesús acoge al Cireneo». Son palabras que dejan entrever un cambio total de perspectiva: el divino Condenado aparece como alguien que, en cierto modo, «hace don» de la cruz.

    ¿Acaso no fue El quien dijo: «El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí?» (Mt 10,38).

    Simón recibe un don.
    Se ha hecho «digno» de él.

    Lo que a los ojos de la gente podía ofender su dignidad, en la perspectiva de la redención, en cambio, le ha otorgado una nueva dignidad. El Hijo de Dios le ha convertido, de manera singular, en copartícipe de su obra salvífica.

    ¿Simón, es consciente de ello?

    El evangelista Marcos identifica a Simón de Cirene como «padre de Alejandro y de Rufo» (15, 21). Si los hijos de Simón de Cirene eran conocidos en la primitiva comunidad cristiana, se puede pensar también él haya creído en Cristo, precisamente mientras llevaba la cruz. Pasó libremente de la constricción a la disponibilidad, como si hubieran llegado a su corazón aquellas palabras: «El que no lleva su cruz conmigo, no es digno de mí».

    Llevando la cruz, fue introducido en el conocimiento del evangelio de la cruz.

    Desde entonces este evangelio habla a muchos, a innumerables cireneos, llamados a lo largo de la historia a llevar la cruz junto con Jesús.

    Oración Cristo, que has concedido a Simón de Cirene la dignidad de llevar tu cruz, acógenos también a nosotros bajo su peso, acoge a todos los hombres y concede a cada uno la gracia de la disponibilidad. Haz que no apartemos nuestra mirada de quienes están oprimidos por la cruz de la enfermedad, de la soledad, del hambre y de la injusticia. Haz que, llevando las cargas los unos de los otros, seamos testigos del evangelio de la cruz y testigos de ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos. R/.Amén.
    Sexta Estación: La Vernónica enjuga el rostro de Jesús

    La Verónica no aparece en los Evangelios. No se menciona este nombre, aunque se citan los nombres de diversas mujeres que aparecen junto a Jesús. Puede ser, pues, que este nombre exprese más bien lo que esa mujer hizo.. En efecto, según la tradición, en el camino del calvario una mujer se abrió paso entre los soldados que escoltaban a Jesús y enjugó con un velo él sudor y la sangre del rostro del Señor. Aquel rostro quedó impreso en el velo; un reflejo fiel, un «verdadero icono». A eso se referiría el nombre mismo de Verónica. Si es así, este nombre, que ha hecho memorable el gesto de aquella mujer, expresa al mismo tiempo la más profunda verdad sobre ella.

    Un día, ante la crítica de los presentes, Jesús defendió a una mujer pecadora que había derramado aceite perfumado sobre sus pies y los había enjugado con. sus cabellos. A la objeción que se le hizo en aquella circunstancia, respondió: «¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues una obra buena ha hecho conmigo (...). Al derramar este ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura lo ha hecho» (Mt 26,10.12). Las mismas palabras podrían aplicarse también a la Verónica. Se manifiesta así la profunda elocuencia de este episodio. El Redentor del mundo da a Verónica una imagen auténtica de su rostro.

    El velo, sobre el que queda impreso el rostro de Cristo, es un mensaje para nosotros. En cierto modo nos dice: He aquí cómo todo acto bueno, todo gesto de verdadero amor hacia el prójimo aumenta en quien lo realiza la semejanza con el Redentor del mundo.

    Los actos de amor no pasan. Cualquier gesto de bondad, de comprensión y de servicio deja en el corazón del hombre una señal indeleble, que lo asemeja un poco más a Aquél que «se despojó de sí mismo tomando condición de siervo» (Flp 2,7).

    Así se forma la identidad, el verdadero nombre del ser humano.

    Oración Señor Jesucristo, tú que aceptaste el gesto desinteresado de amor de una mujer y, a cambio, has hecho que las generaciones la recuerden con el nombre de tu rostro, haz que nuestra obras, y las de todos los que vendrán después de nosotros, nos hagan semejantes a ti y dejen al mundo el reflejo de tu infinito amor. Para ti, Jesús, esplendor de la gloria del Padre, alabanza y gloria por los siglos. R/.Amén.

    Séptima Estación: Jesús cae por segunda vez

    «Y yo gusano, que no hombre, vergüenza del vulgo, asco del pueblo» (Sal 22[21] 11,7). Vienen a la mente estas palabras del salmo mientras contemplamos a Jesús, que cae por segunda vez bajo la cruz.

    En el polvo de la tierra está el Condenado. Aplastado por el peso de su cruz. Cada vez más le fallan sus fuerzas. Pero, aunque con gran esfuerzo, se levanta para seguir el camino:

    ¿Qué nos dice a nosotros, hombres pecadores, esta segunda caída? Más aún que de la primera, parece exhortarnos a levantarnos, a levantarnos otra vez en nuestro camino de la cruz.

    Cyprian Norwid escribe: «No detrás de sí mismos con la cruz del Salvador, sino detrás del Salvador con la propia cruz». Sentencia breve pero que dice mucho. Explica en qué sentido el cristianismo es la religión de la cruz. Deja entender que cada hombre encuentra en este mundo a Cristo que lleva la cruz y cae bajo su peso.

    A su vez, Cristo, en el camino del Calvario, encuentra a cada hombre y, cayendo bajo el peso de la cruz, no deja de anunciar la buena nueva.

    Desde hace dos mil años el evangelio de la cruz habla al hombre. Desde hace veinte siglos Cristo, que se levanta de la caída, encuentra al hombre que cae.

    A lo largo de estos dos milenios, muchos han experimentado que la caída no significa el final del camino.

    Encontrando al Salvador, se han sentido sosegados por Él: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad» (2 Co 12,9). Se han levantado confortados y han transmitido al mundo la palabra de la esperanza que brota de la cruz.

    Hoy, cruzado el umbral del nuevo milenio, estamos llamados a profundizar el
    contenido de este encuentro.

    Es necesario que nuestra generación lleve a los siglos venideros la buena
    nueva de nuestro volver a levantarnos en Cristo.

    Oración Señor Jesucristo, que caes bajo el peso del pecado del hombre y te levantas para tomarlo sobre ti y borrarlo, concédenos a nosotros, hombres débiles, la fuerza de llevar la cruz de cada día y de levantarnos de nuestras caídas, para llevar a las generaciones que vendrán el Evangelio de tu poder salvífico. A ti, Jesús, soporte de nuestra debilidad, la alabanza y la gloria por los siglos. R/.Amén.
    Octava Estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén

    «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Cubridnos! Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?» (Lc 23, 28-3 1)

    Son las palabras de Jesús a las mujeres, que lloraban mostrando compasión por el Condenado.

    «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos». Entonces era verdaderamente difícil entender el sentido de estas palabras. Contenían una profecía que pronto habría de cumplirse. Poco antes, Jesús había llorado por Jerusalén, anunciando la horrenda suerte que le iba a tocar. Ahora, Él parece remitirse a esa predicción: «Llorad por vuestros hijos...». Llorad, porque ellos, precisamente ellos, serán testigos y partícipes de la destrucción de Jerusalén, de esa Jerusalén que «no ha sabido reconocer el tiempo de la visita» (Lc 19,44).

    Si, mientras seguimos a Cristo en el camino de la cruz, se despierta en nuestros corazones la compasión por su sufrimiento, no podemos olvidar esta advertencia.

    «Si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?».

    Para nuestra generación, que deja atrás un milenio, más que de llorar por Cristo martirizado, es la hora de «reconocer el tiempo de la visita».

    Ya resplandece la aurora de la resurrección.

    «Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación» (2 Co 6, 2).

    Cristo dirige a cada uno de nosotros estas palabras del Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono» (3, 20-2 1).

    Oración Cristo, que has venido a este mundo para visitar a todos los que esperan la salvación, haz que nuestra generación reconozca el tiempo de tu visita y tenga parte en los frutos de tu redención. No permitas que por nosotros y por los hombres del nuevo siglo se tenga que llorar porque hayamos rechazado la mano del Padre misericordioso. A ti, Jesús, nacido de la Virgen, Hija de Sión, honor y gloria por los siglos de los siglos. R/.Amén.

    Novena Estación: Jesús cae por tercera vez

    Cristo se desploma de nuevo a tierra bajo el peso de la cruz. La muchedumbre que observa, está curiosa por saber si aún tendrá fuerza para levantarse.

    San Pablo escribe: «El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz?» (Flp 2,6-8).

    La tercera caída parece manifestar precisamente esto: El despojo, la kenosis del Hijo de Dios, la humillación bajo la cruz: Jesús había dicho a los discípulos que había venido no para ser servido, sino para servir (cf. Mt 20,28).

    En el Cenáculo, inclinándose en tierra y lavándoles los pies, parece como si hubiera querido habituarlos a esta humillación suya.

    Cayendo a tierra por tercera vez en el camino de la cruz, de nuevo proclama a gritos su misterio. ¡Escuchemos su voz! Este condenado, en tierra, bajo el peso de la cruz, ya en las cercanías del lugar del suplicio, nos dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). «El que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12).

    Que no nos asuste la vista de un condenado que cae a tierra extenuado bajo la cruz.

    Esta manifestación externa de la muerte, que ya se acerca, esconde en sí misma la luz de la vida.

    Oración Señor Jesucristo, que por tu humillación bajo la cruz has revelado al mundo el precio de su redención, concede a los hombres del tercer milenio la luz de la fe, para que reconociendo en ti al Siervo sufriente de Dios y del hombre, tengamos la valentía de seguir el mismo camino, que a través de la cruz y el despojo, lleva a la vida que no tendrá fin. A ti, Jesús, apoyo en nuestra debilidad, honor y gloria por los siglos. R/. Amén.
    Décima Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras, le dan a beber hiel y vinagre

    «Después de probarlo, no quiso beberlo» (Mt 27,34).

    No quiso calmantes, que le habrían nublado la conciencia durante la agonía. Quería agonizar en la cruz conscientemente, cumpliendo la misión recibida del Padre.

    Esto era contrario a los métodos usados por los soldados encargados de la ejecución. Debiendo clavar en la cruz al condenado, trataban de amortiguar su sensibilidad y consciencia. En el caso de Cristo no podía ser así. Jesús sabe que su muerte en la cruz debe ser un sacrificio de expiación. Por eso quiere mantener despierta la consciencia hasta el final. Sin ésta no podría aceptar, de un modo completamente libre, la plena medida del sufrimiento.

    En efecto, Él debe subir a la cruz para ofrecer el sacrificio dé la Nueva Alianza. Él es Sacerdote. Debe entrar mediante su propia sangre en la morada eterna, después de haber realizado la redención del mundo (cf. Hb 9, 12).

    Consciencia y libertad: son los requisitos imprescindibles del actuar plenamente humano. El mundo conoce tantos medios para debilitar la voluntad y. ofuscar la consciencia. Es necesario defenderlas celosamente de todas las violencias. Incluso el esfuerzo legítimo por atenuar el dolor debe realizarse siempre respetando la dignidad humana.

    Hay que comprender profundamente el sacrificio de Cristo, es necesario unirse a él para óo rendirse, para no permitir que la vida y la muerte pierdan su valor.

    Oración Señor Jesús, que con total entrega has aceptado la muerte de cruz por nuestra salvación, haznos a nosotros y a todos los hombres del mundo partícipes de tu sacrificio en la cruz, para que nuestro existir y nuestro obrar tengan la forma de una participación libre y consciente en tu obra de salvación. A ti, Jesús, sacerdote y víctima, honor y gloria por los siglos. R/.Amén.
    Décimoprimera Estación: Jesús es clavado en la cruz

    «Han taladrado mis manos y mis pies, puedo contar todos mis huesos» (Sal 21 [22], 17-18).

    Se cumplen las palabras del profeta. Comienza la ejecución.

    Los golpes de los soldados aplastan contra el madero de la cruz las manos y los pies del condenado.

    En las muñecas de las manos, los clavos penetran con fuerza. Esos clavos sostendrán al condenado entre los indescriptibles tormentos de la agonía. En su cuerpo y en su espíritu de gran sensibilidad. Cristo sufre lo indecible. Junto a él son crucificados dos verdaderos malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Se cumple así la profecía: «con los rebeldes fue contado» (Is 53,12).

    Cuando los soldados levanten la cruz, comenzará una agonía que durará tres horas. Es necesario que se cumpla también esta palabra: «Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). ¿Qué es lo que «atrae» de este condenado agonizante en la cruz? Ciertamente, la vista de un sufrimiento tan intenso despierta compasión.

    Pero la compasión es demasiado poco para mover a unir la propia vida a Aquél que está suspendido en la cruz.

    ¿Cómo explicar que, generación tras generación, esta terrible visión haya atraído a una multitud incontable de personas, que han hecho de la cruz el distintivo de su fe?

    ¿De hombres y mujeres que durante siglos han vivido y dado la vida mirando este signo?

    Cristo atrae desde la cruz con la fuerza del amor, del Amor divino, que ha llegado hasta el don total de sí mismo; del Amor infinito, que en la cruz ha levantado de la tierra el peso del cuerpo de Cristo, para contrarrestar el peso de la culpa antigua; del Amor ilimitado, que ha colmado toda ausencia de amor y ha permitido que el hombre nuevamente encuentre refugio entre los brazos del Padre misericordioso.

    ¡Que Cristo elevado en la cruz nos atraiga también a nosotros, hombres y mujeres del nuevo milenio! Bajo la sombra de la cruz, «vivimos en el amor como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma» (Ef 5,2).

    Oración Cristo elevado, Amor crucificado, llena nuestros corazones de tu amor, para que reconozcamos en tu cruz el signo de nuestra redención y, atraídos por tus heridas, vivamos y muramos contigo, que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y por los siglos de los siglos. R/.Amén.
    Décimosegunda Estación: Jesús muere en la cruz

    «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

    En el culmen de la Pasión, Cristo no olvida al hombre, no olvida en especial a los que son la causa de su sufrimiento. El sabe que el hombre. Más que de cualquier otra cosa, tiene necesidad de amor: tiene necesidad de la misericordia que en este momento se derrama en el mundo.

    «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43). Así responde Jesús a la petición del malhechor que estaba a su derecha: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino» (Lc 23,42) La promesa de una nueva vida. Este es el primer fruto de la pasión y de la inminente muerte de Cristo. Una palabra de esperanza para el hombre.

    A los pies de la cruz estaba la madre, y a su lado el discípulo, Juan evangelista. Jesús dice: «Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,26-27).

    «Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19,27). Es el testamento para las personas que más amaba. El testamento para la Iglesia.

    Jesús al morir quiere que el amor maternal de María abrace a todos por los que Él da la vida, a toda la humanidad.

    Poco después, Jesús exclama: «Tengo sed» (Jn 19,28). Palabra que deja ver la sed ardiente que quema todo su cuerpo.

    Es la única palabra que manifiesta directamente su sufrimiento físico. Después Jesús añade: «¡Dios mio, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46; cf. Sal 21 [22], 2); son las palabras del Salmo con el que Jesús ora. La frase, no obstante la apariencia, manifiesta su unión profunda con el Padre. En los últimos instantes de su vida terrena, Jesús dirige su pensamiento al Padre. El diálogo se desarrollará ya sólo entre el Hijo que muere y el Padre que acepta su sacrificio de amor.

    Cuando llega la hora de nona, Jesús grita: «¡Todo está cumplido!» (Jn 19,30). Ha llevado a cumplimiento la obra de la redención. La misión, para la que vino a la tierra, ha alcanzado su propósito.

    Lo demás pertenece al Padre:

    «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). Dicho esto, expiró. «El velo del Templo se rasgó en dos...» (Mt 27,51). El «santo de los santos» en el templo de Jerusalén se abre en el momento en que entra el Sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza.

    Oración Señor Jesucristo, Tú que en el momento de la agonía no has permanecido indiferente a la suerte del hombre y con tu último respiro has confiado con amor a la misericordia del Padre a los hombres y mujeres de todos los tiempos con sus debilidades y pecados, llénanos a nosotros y a las generaciones futuras de tu Espíritu de amor, para que nuestra indiferencia no haga vanos en nosotros los frutos de tu muerte. A ti, Jesús crucificado, sabiduría y poder de Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. R/.Amén.

    Décimotercera Estación: Jesús es bajado de la cruz y entregado a su madre

    Han devuelto a las manos de la Madre el cuerpo sin vida del Hijo. Los Evangelios no hablan de lo que ella experimentó en aquel instante. Es como si los Evangelistas, con el silencio, quisieran respetar su dolor, sus sentimientos y sus recuerdos. O, simplemente, como si no se considerasen capaces de expresarlos. Sólo la devoción multisecular ha conservado la imagen de la «Piedad», grabando de ese modo en la memoria del pueblo cristiano la expresión más dolorosa de aquel inefable vínculo de amor nacido en el corazón de la Madre el día de la anunciación y madurado en la espera del nacimiento de su divino Hijo.

    Ese amor se reveló en la gruta de Belén, fue sometido a prueba ya durante la presentación en el. Templo, se profundizó con los acontecimientos conservados y meditados en su corazón (cfr. Lc 2, 51).

    Ahora este íntimo vínculo de amor debe transformarse en una unión que supera los confines de la vida y de la muerte.

    Y será así a lo largo de los siglos: los hombres se detienen junto a la estatua de la Piedad de Miguel Ángel, se arrodillan delante de la imagen de la Melancólica Benefactora («Smetna Dobrodziejka») en la iglesia de los Franciscanos, en Cracovia, ante la Madre de los Siete Dolores, Patrona de Eslovaquia; veneran a la Dolorosa en tantos santuarios en todas las partes del mundo. De este modo aprenden el difícil amor que no huye ante el sufrimiento, sino que se abandona confiadamente a la ternura de Dios, para el cual nada es imposible (cf. Lc 1, 37).

    Oración Salve, Regina, Mater misericordiae; vita dulcedo el spes nostra, salve. Ad te clamamus... illos tuos misericordes oculos ad nos converte et Iesum, benedictumfructunz ventris tui, nobis post hoc exilium ostende. Alcánzanos la gracia de la fe, de la esperanza y de la caridad, para que también nosotros, como tú, sepamos perseverar bajo la cruz hasta al último suspiro. A tu Hijo, Jesús, nuestro Salvador, con el Padre y el Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos R/.Amén.


    Décimocuarta Estación: El cuerpo de Jesús es puesto en el sepulcro

    «Fue crucificado, muerto y sepultado...».

    El cuerpo sin vida de Cristo fue depositado en el sepulcro. La piedra sepulcral, sin embargo, no es el sello definitivo de su obra. La última palabra no pertenece a la falsedad, al odio y al atropello. La última palabra será pronunciada por el Amor, que es más fuerte que la muerte.

    «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» ( Jn 12, 24). El sepulcro es la última etapa del morir de Cristo en el curso de su vida terrena; es signo de su sacrificio supremo por nosotros y por nuestra salvación.

    Muy pronto este sepulcro se convertirá en el primer anuncio de alabanza y exaltación del Hijo de Dios en la gloria del Padre, «Fue crucificado, muerto y sepultado (....) al tercer día resucitó de entre los muertos». Con la deposición del cuerpo sin vida de Jesús en el sepulcro, a los pies del Gólgota, la Iglesia inicia la vigilia del Sábado Santo. María conserva en lo profundo de su corazón y medita la pasión del Hijo; las mujeres se dan cita para la mañana del día siguiente del sábado, para ungir con aromas el cuerpo de Cristo; los discípulos se reúnen, ocultos en el Cenáculo, hasta que no haya pasado el sábado.

    Esta vigilia acabará con el encuentro en el sepulcro, el sepulcro vacío del Salvador. Entonces el sepulcro, testigo mudo de la resurrección, hablará. La losa levantada, el interior vacío, las vendas por tierra, será lo que verá Juan, llegado al sepulcro junto con Pedro: «Vio y creyó» (Jn 20, 8). Y, con él, creyó la Iglesia, que desde aquel momento no se cansa de transmitir al mundo esta verdad fundamental de su fe: «Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de todos los que han muerto» (1 Co 15, 20).

    El sepulcro vacío es signo de la victoria definitiva, de la verdad sobre la mentira, del bien sobre el mal, de la misericordia sobre el pecado, de la vida sobre la muerte. El sepulcro vacío es signo de la esperanza que «no defrauda» (Rm 5, 5). «Nuestra esperanza está llena de inmortalidad» (Sb 3, 4).

    Oración Señor Jesucristo, que por el Padre, con la potencia del Espíritu Santo, fuiste llevado desde las tinieblas de la muerte a la luz de una nueva vida en la gloria, haz que el signo del sepulcro vacío nos hable a nosotros y a las generaciones futuras y se convierta en fuente viva de fe, de caridad generosa y de firmísima esperanza. A ti, Jesús, presencia escondida y victoriosa en la historia del mundo honor y gloria por los siglos R/.Amén.
    Traducción distribuida por la Sala de Prensa de la Santa Sede.
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