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viernes, 31 de mayo de 2013

Papa Francisco: "¿Me dejo transformar por Jesús Eucaristía?"

Santa Misa y procesión eucarística en la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Ciudad del Vaticano, 30 de mayo de 2013 (Zenit.org)

A las 19 horas de hoy, Solemnidad del santísimo Cuerpo y sangre de Cristo, el santo padre Francisco celebró la Santa Misa, en el atrio de la Basílica de Juan de Letrán. Luego presidió la Procesión Eucarística que, recorriendo via Merulana, llegó hasta la Basílica de Santa María la Mayor. Publicamos la homilía que el papa dirigió a los fieles en el curso de la Celebración Eucarística.

*****

Queridos hermanos y hermanas:

En el Evangelio que hemos escuchado, hay una expresión de Jesús que me impresiona siempre: "Dadles de comer vosotros mismos" (Lc 9,13). Partiendo de esta frase, me dejo guiar por tres palabras: seguimiento, comunión, compartir.

1. Sobre todo: ¿Quiénes son aquellos a los que dar de comer? La respuesta la encontramos en el inicio del pasaje evangélico: es la multitud. Jesús está en medio de la gente, la acoge, le habla, la cura, le muestra la misericordia de Dios; en medio de ella elige a los Doce Apóstoles para estar con El y sumirse como El en las situaciones concretas del mundo. Y la gente le sigue, le escucha, porque Jesús habla y actúa de modo nuevo, con la autoridad de quien es auténtico y coherente, de quien habla y actúa con verdad, de quien da la esperanza que viene de Dios, de quien es revelación del Rostro de un Dios que es amor. Y la gente, con alegría, bendice a Dios.

Esta tarde nosotros somos la multitud del Evangelio, también nosotros tratamos de seguir a Jesús para escucharle, para entrar en comunión con El en la Eucaristía, para acompañarle y para que nos acompañe. Preguntémonos: ¿cómo sigo a Jesús? Jesús habla en silencio en el Misterio de la Eucaristía y cada vez nos recuerda que seguirlo quiere decir salir de nosotros mismos y hacer de nuestra vida no una posesión nuestra, sino un don de El y a los otros.

2. Demos un paso adelante: ¿de dónde nace la invitación que hace Jesús a los discípulos de alimentar ellos mismos a la multitud? Nace de dos elementos: sobre todo de la multitud que, siguiendo a Jesús, se encuentra al aire libre, lejos de los lugares habitados, mientras se hace de noche, y luego de la preocupación de los discípulos que piden a Jesús despedir a la multitud para que vaya a los pueblos cercanos a encontrar alimento y alojamiento (cfr Lc 9,12). Frente a la necesidad de la multitud, he aquí la solución de los discípulos: cada uno piense en sí mismo; ¡despedir a la multitud! ¡Cuántas veces nosotros los cristianos tenemos esta tentación! No nos hacemos cargo de las necesidades de los otros, despidiéndoles con un piadoso: "¡Que Dios te ayude!". O con un no tan piadoso: "¡Buena suerte!".

Pero la solución de Jesús va en otra dirección, una dirección que sorprende a los discípulos: "Dadles vosotros mismos de comer". ¿Pero cómo es posible que seamos nosotros los que den de comer a una multitud? "Sólo tenemos cinco panes y dos peces, a menos que no vayamos a comprar víveres para toda esta gente". Pero Jesús no se desanima: pide a los discípulos que hagan sentarse a la gente en comunidades de cincuenta personas, alza los ojos al cielo, recita la bendición, parte los panes y los da a los discípulos para que los distribuyan. Es un momento de profunda comunión: la gente que ha bebido la palabra del Señor, es ahora nutrida por su pan de vida. Y todos fueron saciados, anota el evangelista.

Esta tarde, también nosotros estamos en torno a la mesa del Señor, a la mesa del Sacrificio eucarístico, en el que El nos da una vez más su cuerpo, hace presente el único sacrificio de la Cruz. Y en el escuchar su Palabra, en el nutrirnos de su Cuerpo y Sangre, El nos hace pasar de ser multitud a ser comunidad, del anonimato a la comunión. La Eucaristía es el Sacramento de la comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento, la fe en El. Entonces deberemos preguntarnos todos ante el Señor: ¿cómo vuvo yo la Eucaristía? ¿La vivo en modo anónimo o como momento de verdadera comunión con el Señor, pero también con tantos hermanos y hermanas que comparten esta misma misa? ¿Cómo son nuestras celebraciones eucarísticas?

3. Un último elemento: ¿De dónde nace la multiplicación de los panes? La respuesta está en la invitación de Jesús a los discípulos: “Ustedes mismos den...”, “dar”, compartir. ¿Qué cosa comparten los discípulos? Lo poco que tienen: cinco panes y dos peces. Pero son justamente estos panes y estos peces los que en las manos del Señor sacian a toda la multitud.

Y son justamente los discípulos desorientados delante de la incapacidad de sus medios --la pobreza de lo que pueden poner a disposición-- quienes hacen acomodar a la gente y distribuyen --confiando en la palabra de Jesús- los panes y peces que sacian a la multitud.

Y esto nos dice que en la Iglesia, pero también en la sociedad, una palabra llave de la que no debemos tener miedo es: “solidaridad”, saber dar, o sea, poner a disposición de Dios todo lo que tenemos, nuestras humildes capacidades, porque solamente compartiendo, en el don, nuestra vida será fecunda, dará fruto. Solidaridad: !una palabra mal vista por el espíritu mundano!

Esta noche, una vez más, el Señor nos distribuye el pan que es su cuerpo, se hace don. Y también nosotros sentimos la “solidaridad de Dios” con el hombre, una solidaridad que no se acaba nunca, una solidaridad que nunca deja de asombrarnos: Dios se vuelve cercano a nosotros, en el sacrificio de la Cruz se humilla entrando en la oscuridad de la muerte para darnos su vida, que vence el mal, el egoísmo y la muerte.

Jesús esta noche también se dona a nosotros en la eucaristía, comparte muestro mismo camino, más aún se hace alimento, el verdadero alimento que sustenta nuestra vida, incluso en los momentos durante los cuales la calle se vuelve dura y los obstáculos retardan nuestros pasos.

Y en la eucaristía el Señor nos hace recorrer su camino, el del servicio, el compartir, el don. Lo poco que tenemos, lo poco que somos, si se comparte se vuelve riqueza, porque la potencia de Dios, que es la del amor, baja dentro de nuestra pobreza para transformarla.

Preguntémonos entonces esta noche, adorando a Cristo realmente presente en la eucaristía: ¿Me dejo transformar por Él? Dejo que el Señor que se dona a mi me guíe para hacerme salir de mi pequeño recinto, para salir y no tener miedo de donarme, de compartir, de amarle y de amar a los otros?

Seguimiento, comunión, compartir. Recemos para que la participación en la eucaristía nos incite siempre: a seguir al Señor cada día, a ser instrumentos de comunión, a compartir con Él y con nuestro prójimo lo que somos. Entonces nuestra existencia será verdaderamente fecunda. Amén.

Traducido del italiano por ZENIT (30 de mayo de 2013)
© Innovative Media Inc.

La Visitación de la Virgen a Santa Isabel, catequesis de Juan Pablo II

La Visitación y el Magníficat
Evangelio según San Lucas (Lc 1,39-56)

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» Y dijo María:

«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»

María permaneció con ella unos tres meses y se volvió a su casa.


El misterio de la Visitación, preludio de la misión del Salvador 
Catequesis de Juan Pablo II (2-X-96)

1. En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres, oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida al mundo.

El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, usa el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimiento. Considerando que este verbo se usa en los evangelios para indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8,31; 9,9.31; Lc 24,7.46) o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5,27-28; 15,18.20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador.

2. El texto evangélico refiere, además, que María realiza el viaje «con prontitud» (Lc 1,39). También la expresión «a la región montañosa» (Lc 1,39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: "Ya reina tu Dios"!» (Is 52,7).

Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimiento de este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Rom 10,15), así también san Lucas parece invitar a ver en María a la primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.

La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (cf. Lc 9,51).

En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.

3. El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible: «Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (Lc 1,40).

San Lucas refiere que «cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno» (Lc 1,41). El saludo de María suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta que nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías.

Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiánica y «quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno"» (Lc 1,41-42).

En virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el Mesías.

4. La exclamación de Isabel «con gran voz» manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo el Poderoso en la Madre de su Hijo.

Isabel, proclamándola «bendita entre las mujeres», indica la razón de la bienaventuranza de María en su fe: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45). La grandeza y la alegría de María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.

Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué honor constituye para ella su visita: «¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?» (Lc 1,43). Con la expresión «mi Señor», Isabel reconoce la dignidad real, más aún, mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión se usaba para dirigirse al rey (cf. 1 R 1, 13, 20, 21, etc.) y hablar del rey-mesías (Sal 110,1). El ángel había dicho de Jesús: «El Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1,32). Isabel, «llena de Espíritu Santo», tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay que entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf. Jn 20,28; Hch 2,34-36).

Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don a la vida de cada creyente.

En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel expresan bien este papel de mediadora: «Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno» (Lc 1,44). La intervención de María, junto con el don del Espíritu Santo, produce como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación, está destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 4-X-96]


En el Magníficat María celebra la obra admirable de Dios 
Catequesis de Juan Pablo II (6-XI-96)

1. María, inspirándose en la tradición del Antiguo Testamento, celebra con el cántico del Magníficat las maravillas que Dios realizó en ella. Ese cántico es la respuesta de la Virgen al misterio de la Anunciación: el ángel la había invitado a alegrarse; ahora María expresa el jubilo de su espíritu en Dios, su salvador. Su alegría nace de haber experimentado personalmente la mirada benévola que Dios le dirigió a ella, criatura pobre y sin influjo en la historia.

Con la expresión Magníficat, versión latina de una palabra griega que tenía el mismo significado, se celebra la grandeza de Dios, que con el anuncio del ángel revela su omnipotencia, superando las expectativas y las esperanzas del pueblo de la alianza e incluso los más nobles deseos del alma humana.

Frente al Señor, potente y misericordioso, María manifiesta el sentimiento de su pequeñez: «Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava» (Lc 1,46-48). Probablemente, el término griego tapeinosis está tomado del cántico de Ana, la madre de Samuel. Con él se señalan la «humillación» y la «miseria» de una mujer estéril (cf. 1 S 1,11), que encomienda su pena al Señor. Con una expresión semejante, María presenta su situación de pobreza y la conciencia de su pequeñez ante Dios que, con decisión gratuita, puso su mirada en ella, joven humilde de Nazaret, llamándola a convertirse en la madre del Mesías.

2. Las palabras «desde ahora me felicitarán todas las generaciones» (Lc 1,48), toman como punto de partida la felicitación de Isabel, que fue la primera en proclamar a María «dichosa» (Lc 1,45). El cántico, con cierta audacia, predice que esa proclamación se irá extendiendo y ampliando con un dinamismo incontenible. Al mismo tiempo, testimonia la veneración especial que la comunidad cristiana ha sentido hacia la Madre de Jesús desde el siglo I. El Magníficat constituye la primicia de las diversas expresiones de culto, transmitidas de generación en generación, con las que la Iglesia manifiesta su amor a la Virgen de Nazaret.

3. «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (Lc 1,49-50).

¿Qué son esas «obras grandes» realizadas en María por el Poderoso? La expresión aparece en el Antiguo Testamento para indicar la liberación del pueblo de Israel de Egipto o de Babilonia. En el Magníficat se refiere al acontecimiento misterioso de la concepción virginal de Jesús, acaecido en Nazaret después del anuncio del ángel.

En el Magníficat, cántico verdaderamente teológico porque revela la experiencia del rostro de Dios hecha por María, Dios no sólo es el Poderoso, pare el que nada es imposible, como había declarado Gabriel (cf. Lc 1,37), sino también el Misericordioso, capaz de ternura y fidelidad para con todo ser humano.

4. «Él hace proezas con su brazo; dispersa a los soberbios de corazón; derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1,51-53).

Con su lectura sapiencial de la historia, María nos lleva a descubrir los criterios de la misteriosa acción de Dios. El Señor, trastrocando los juicios del mundo, viene en auxilio de los pobres y los pequeños, en perjuicio de los ricos y los poderosos, y, de modo sorprendente, colma de bienes a los humildes, que le encomiendan su existencia (cf. Redemptoris Mater, 37).

Estas palabras del cántico, a la vez que nos muestran en María un modelo concreto y sublime, nos ayudan a comprender que lo que atrae la benevolencia de Dios es sobre todo la humildad del corazón.

5. Por ultimo, el cántico exalta el cumplimiento de las promesas y la fidelidad de Dios hacia el pueblo elegido: «Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre» (Lc 1,54-55).

María, colmada de dones divinos, no se detiene a contemplar solamente su caso personal, sino que comprende que esos dones son una manifestación de la misericordia de Dios hacia todo su pueblo. En ella Dios cumple sus promesas con una fidelidad y generosidad sobreabundantes.

El Magníficat, inspirado en el Antiguo Testamento y en la espiritualidad de la hija de Sión, supera los textos proféticos que están en su origen, revelando en la «llena de gracia» el inicio de una intervención divina que va mas allá de las esperanzas mesiánicas de Israel: el misterio santo de la Encarnación del Verbo.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 8-XI-96]

El misterio de la Visitación, preludio de la misión del Salvador

Catequesis de Juan Pablo II (2-X-96)

1. En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres, oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida al mundo.

El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, usa el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimiento. Considerando que este verbo se usa en los evangelios para indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8,31; 9,9.31; Lc 24,7.46) o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5,27-28; 15,18.20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador.

2. El texto evangélico refiere, además, que María realiza el viaje "con prontitud" (Lc 1,39). También la expresión "a la región montañosa" (Lc 1,39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: "Ya reina tu Dios"!" (Is 52,7).

Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimiento de este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Rom 10,15), así también san Lucas parece invitar a ver en María a la primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.

La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (cf. Lc 9,51).

En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.

3. El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible: "Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel" (Lc 1,40).

San Lucas refiere que "cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno" (Lc 1,41). El saludo de María suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta que nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías.

Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiánica y "quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno"" (Lc 1,41-42).

En virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el Mesías.

4. La exclamación de Isabel "con gran voz" manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo el Poderoso en la Madre de su Hijo.

Isabel, proclamándola "bendita entre las mujeres", indica la razón de la bienaventuranza de María en su fe: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45). La grandeza y la alegría de María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.

Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué honor constituye para ella su visita: "¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1,43). Con la expresión "mi Señor", Isabel reconoce la dignidad real, más aún, mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión se usaba para dirigirse al rey (cf. 1 R 1, 13, 20, 21, etc.) y hablar del rey-mesías (Sal 110,1). El ángel había dicho de Jesús: "El Señor Dios le dará el trono de David, su padre" (Lc 1,32). Isabel, "llena de Espíritu Santo", tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay que entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf. Jn 20,28; Hch 2,34-36).

Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don a la vida de cada creyente.

En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel expresan bien este papel de mediadora: "Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1,44). La intervención de María, junto con el don del Espíritu Santo, produce como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación, está destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina.

[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 4-X-96]

La Eucaristía es misterio de fe

Nos falta fe, por eso entramos, en una gran crisis de decepción, desconcierto y desilusión.

 "Entonces los judíos se pusieron a murmurar contra Él, porque había dicho: “Yo soy el pan que bajó del cielo”; y decían: “¿No es éste Jesús, el Hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo, pues, ahora dice: “Yo he bajado del cielo”? Jesús les respondió y dijo: “No murmuréis entre vosotros. Ninguno puede venir a Mí, si el Padre que me envió, no lo atrae; y Yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos enseñados por Dios”. Todo el que escuchó al Padre y ha aprendido, viene a Mí. No es que alguien haya visto al Padre, sino Aquel que viene de Dios, Ese ha visto al Padre. En verdad, en verdad, os digo, el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Los padres vuestros comieron en el desierto el maná y murieron. He aquí el pan, el que baja del cielo para que uno coma de él y no muera. Yo soy el pan, el vivo, el que bajó del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre, y por lo tanto el pan que Yo daré es la carne mía para la vida del mundo”. (Jn 6, 41-51)

¡Qué Evangelio tan desconcertante!

Todo estaba bien mientras tenían en los ojos el fulgor del milagro de la multiplicación de los panes y pescados… Todo estaba muy bien mientras conservaban en la boca el sabor de esos panes y pescados… Todo estaba muy bien mientras se hartaron del pan material y comida material. Todo estaba muy bien mientras estaban recostados en la hierba y descansando, después de esa comida.

Pero, ¿qué pasó?

Cuando llegó el momento de la fe: “Yo soy el Pan bajado del cielo”… entonces pasó lo que tantas veces nos pasa: nos cuesta creer en Dios, en Cristo. Todo fue bien mientras Jesús les dio de comer, todo fue mal en cuanto le oyeron que había bajado del cielo y que Él era Dios.

Por eso, le lanzaron ese latiguillo: “¿Acaso éste no es Jesús, el hijo de José?”. ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¡Qué va a ser Dios!

¿Qué les pasó a éstos que presenciaron el gran milagro? ¿Le consideraron sólo un mago? ¿Qué nos pasa a nosotros, cristianos del siglo XXI?

Les faltó fe. Nos falta fe, por eso entraron, y entramos, en una gran crisis de decepción, desconcierto, desilusión. Crisis de fe.

¿Por qué no hablar de la fe, partiendo de este Evangelio? “El que cree, tiene vida eterna”.

Pregunto: ¿La fe agarra nuestra vida? ¿O hay una separación, un divorcio entre nuestra fe y nuestra vida, entre nuestra fe y nuestra conducta?

¿Me dejan hacerles más preguntas?

¿No será por falta de fe que a muchos les parezca aburrida la misa, y por lo mismo se distraen fácilmente? ¿No será por falta de fe que a algunos, que viniendo a misa, la misa no les cambia la vida? ¿No será por falta de fe que algunos critican a la Iglesia, al papa, a los obispos… cuando sacan documentos que van contracorriente? ¿No será por falta de fe que algunos ya no se confiesan más? ¿No será por falta de fe que algunos gobernantes y políticos católicos aprueban leyes en contra de la ley de Dios?

Hay una dicotomía entre fe y conducta. Hay una especie de esquizofrenia.

Y así podríamos seguir: por falta de fe, nuestras vidas se mustian, pierden la orientación, y podemos caer en una depresión más fuerte que la de Elías, cuando huía de la reina Jezabel (cf. 1 Re 19, 1ss), porque quería matarle

Hoy el Señor, nos invita a la fe sobre todo en el misterio de la eucaristía. Fe es creer lo que no vemos, porque alguien con autoridad nos lo ha dicho.

(fuente: www.iglesia.org)

jueves, 30 de mayo de 2013

Francisco: "La Iglesia es la que nos lleva a Dios"

El papa inicia una nueva serie de catequesis semanales

Roma, 29 de mayo de 2013 (Zenit.org) La Audiencia General de esta mañana ha tenido lugar a las 10,30 en la Plaza de San Pedro, donde el santo padre Francisco se ha encontrado con grupos de peregrinos y fieles de Italia y otros países. En su discurso en lengua italiana, el papa ha iniciado un nuevo ciclo de catequesis sobre el Misterio de la Iglesia, partiendo de las expresiones de los textos del Concilio Ecuménico Vaticano II. El tema de hoy: "La Iglesia: familia de Dios". Ofrecemos el discurso del papa.

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El miércoles pasado me referí al profundo vínculo entre el Espíritu Santo y la Iglesia. Hoy quisiera empezar algunas catequesis sobre el misterio de la Iglesia, un misterio que todos vivimos y del que formamos parte. Me gustaría hacerlo con expresiones que están muy presentes en los textos del Concilio Vaticano II.

Hoy iniciamos con la primera: la Iglesia como familia de Dios.

En los últimos meses, más de una vez he hecho referencia a la parábola del hijo pródigo, o más bien del padre misericordioso (cf. Lc. 15,11-32). El hijo más joven deja la casa de su padre, dilapida todo y decide volver porque se da cuenta de que cometió un error, pero ya no se considera digno de ser hijo y piensa que puede ser recibido de nuevo como un siervo. El padre por el contrario, corre a su encuentro, le abraza, le devuelve su dignidad de hijo y celebra. Esta parábola, como otras en el evangelio, señala muy bien el diseño de Dios para la humanidad.

¿Cuál es este plan de Dios? Es hacer de todos nosotros sus hijos, una sola familia, en la que cada uno se sienta amado por Él, como en la parábola evangélica, que sienta la calidez de ser familia de Dios. En este gran diseño encuentra su origen la Iglesia, que es una organización fundada por acuerdo de algunas personas, pero --como nos lo ha recordado muchas veces el papa Benedicto XVI--, es obra de Dios, nace de este plan de amor que se desarrolla progresivamente en la historia. La Iglesia nace del deseo de Dios de llamar a todas las personas a la comunión con Él, a su amistad, y de participar como hijos de su misma vida divina. La misma palabra "Iglesia", del griego ekklesia, significa "invitación". Dios nos llama, nos invita a salir del individualismo, de la tendencia a encerrarse en sí mismos y nos llama a ser parte de su familia. Y esta llamada tiene su origen en la creación misma. Dios nos creó para que vivamos en una relación de profunda amistad con Él, e incluso cuando el pecado ha roto esta relación con Él, con los demás y con la creación, Dios no nos ha abandonado. Toda la historia de la salvación es la historia de Dios que busca al hombre, le ofrece su amor, le acoge.

Llamó a Abraham para ser el padre de una multitud, ha elegido al pueblo de Israel para forjar una alianza que abrace a todas las naciones, y envió, en la plenitud de los tiempos, a su Hijo para que su designio de amor y de salvación se realice en una nueva y eterna alianza con la entera humanidad. Cuando leemos los evangelios, vemos que Jesús reúne a su alrededor una pequeña comunidad que acoge su palabra, lo sigue, comparte su camino, se convierte en su familia, y con esta comunidad Él prepara y edifica su Iglesia.

¿De dónde nace entonces la Iglesia? Nace del acto supremo del amor en la cruz, del costado traspasado de Jesús, del que fluyó sangre y agua, símbolo de los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía. En la familia de Dios, en la Iglesia, la savia vital es el amor de Dios que se concretiza en el amarlo a Él y a los demás, a todos, sin distinción ni medida. La Iglesia es una familia en la que se ama y se es amado.

¿Cuándo se manifiesta la Iglesia? Lo hemos celebrado hace dos domingos; se manifiesta cuando el don del Espíritu Santo llena el corazón de los apóstoles y les impulsa a salir y a empezar el camino para anunciar el evangelio, a difundir el amor de Dios.

Incluso hoy en día, alguien dice: "Cristo sí, Iglesia no". Como los que dicen "yo creo en Dios pero no en los presbíteros". Pero es la Iglesia la que nos lleva a Cristo y nos lleva a Dios; la Iglesia es la gran familia de los hijos de Dios. Por supuesto que también tiene aspectos humanos, en los que la componen; en los pastores y fieles hay defectos, imperfecciones, pecados. Incluso el papa los tiene y tiene muchos, pero lo hermoso está en que cuando nos damos cuenta de que somos pecadores, nos encontramos con la misericordia de Dios, que siempre perdona. No se olviden: Dios siempre perdona y nos recibe en su amor, que es perdón y misericordia. Algunos dicen que el pecado es una ofensa a Dios, pero también una oportunidad para la humillación, para darse cuenta de que hay algo mejor: la misericordia de Dios. Pensemos en esto.

Preguntémonos hoy: ¿Cuánto amo a la Iglesia? ¿Rezo por ella? ¿Me siento parte de la familia de la Iglesia? ¿Qué hago para que sea una comunidad donde todos se sientan acogidos y comprendidos, que sientan la misericordia y el amor de Dios que renueva la vida? La fe es un don y un acto que nos toca personalmente, pero Dios nos llama a vivir nuestra fe juntos, como una familia, como Iglesia.

Pidamos al Señor, de una manera especial en este Año de la Fe, para que nuestras comunidades, toda la Iglesia, sean cada vez más verdaderas familias que viven y ofrecen el calor de Dios.

Traducido del original italiano por José Antonio Varela V. (29 de mayo de 2013)
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El reiki... ¿válido para los cristianos?

En Occidente se ha difundido sobremanera en los últimos años una “terapia alternativa” de origen oriental y con una clara impronta espiritual, que es el reiki. Algunos católicos e instituciones eclesiales lo emplean, y otros muchos se preguntan si su práctica o la cosmovisión que subyace a dicha técnica son compatibles con la fe cristiana. Para responder a esta inquietud, el Comité Doctrinal de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos publicó hace unos meses un buen documento orientativo, que reproducimos a continuación.

La traducción al español ha sido realizada por Luis Santamaría del Río, miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), del original inglés, y ha sido autorizada por la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB), depositaria de los derechos de autor, que ha permitido también su difusión.


DIRECTRICES PARA EVALUAR EL REIKI COMO TERAPIA ALTERNATIVA

Comité Doctrinal de la Conferencia Estadounidense de Obispos Católicos

1. Con frecuencia se formulan preguntas sobre las diversas terapias alternativas disponibles en los Estados Unidos. A los obispos se les pregunta en ocasiones: «¿Cuál es la posición de la Iglesia sobre estas terapias?» El Comité Doctrinal de la USCCB ha preparado este recurso para asistir a los obispos en sus respuestas.


I. CURACIÓN POR GRACIA DIVINA Y CURACIÓN POR PODERES NATURALES

2. La Iglesia reconoce dos clases de curación: la curación por gracia divina y la curación que utiliza los poderes de la naturaleza. En cuanto a la primera, podemos señalar al ministerio de Cristo, que realizó muchas curaciones físicas y encargó a sus discípulos continuar esa tarea. Siendo fieles a este encargo, desde el tiempo de los apóstoles la Iglesia ha intercedido a favor del enfermo mediante la invocación del nombre del Señor Jesús, pidiendo la curación por el poder del Espíritu Santo, ya sea en la forma de la imposición sacramental de las manos y la unción con el óleo, ya sea en la forma de simples oraciones por la curación, que a menudo incluyen una invocación a los santos para conseguir su ayuda. En cuanto a la segunda, la Iglesia nunca ha defendido la curación divina -que viene dada como un don de Dios- como excusa para excluir el recurso a los medios naturales de curación a través de la práctica de la medicina (1). Junto con su sacramento de curación y con las diversas oraciones para la sanación, la Iglesia cuenta en su haber con una larga historia de cuidado de los enfermos mediante la utilización de medios naturales. El signo más obvio de esto es el gran número de hospitales católicos que se encuentran en todo nuestro país.

3. Las dos clases de curación no son excluyentes. El hecho de que sea posible ser curado por el poder divino, no significa que no debamos recurrir a los medios naturales que están a nuestra disposición. No nos corresponde a nosotros decidir si Dios curará o no a alguien con medios sobrenaturales. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, el Espíritu Santo da en ocasiones a algunas personas «un carisma especial de curación para manifestar la fuerza de la gracia del Resucitado» (2). Sin embargo, este poder de curación no está a disposición del hombre, porque «ni siquiera las oraciones más fervorosas obtienen la curación de todas las enfermedades» (3). Por lo tanto, el recurso a los medios naturales de curación sigue siendo totalmente apropiado, ya que están a disposición del hombre. De hecho, la caridad cristiana exige no negarles a las personas enfermas los medios naturales de curación.


II. REIKI Y CURACIÓN

A) Los orígenes y las características básicas del reiki

4. El reiki es una técnica de curación inventada en Japón a principios del siglo XIX por Mikao Usui, que estudiaba textos budistas (4). De acuerdo con la enseñanza del reiki, la enfermedad es consecuencia de algún tipo de trastorno o desequilibrio en la «energía vital» de la persona. Un practicante de reiki lleva a cabo la curación al poner sus manos en determinadas posiciones sobre el cuerpo del paciente para así facilitar el flujo del reiki, la «energía vital universal», del practicante al paciente. Hay numerosas posiciones de las manos para tratar diferentes problemas. Los partidarios del reiki aseguran que el practicante no es la fuente de la energía sanadora, sino simplemente un canal para que fluya (5). Para llegar a ser un practicante de reiki, la persona debe recibir una «iniciación» o «armonización» por parte de un Maestro reiki. Esta ceremonia hace que la persona esté «armonizada» con la «energía vital universal», lo cual le permite servir como un conducto para ella. Se dice que hay tres niveles diferentes de armonización (algunos enseñan que son cuatro). En los niveles superiores, uno puede canalizar supuestamente la energía reiki y realizar curaciones a distancia, sin contacto físico.

B) El reiki como un medio natural de curación

5. Aunque los partidarios del reiki parecen estar de acuerdo en que no representa una religión en sí misma, sino una técnica que puede ser utilizada por gente de muchas tradiciones religiosas, el reiki tiene diversos aspectos de una religión. Con frecuencia se describe el reiki como un tipo de curación «espiritual», en oposición a los procedimientos médicos comunes de curación que emplean medios físicos. Gran parte de la literatura sobre el reiki está llena de referencias a Dios, a la Diosa, al «poder de curación divino» y a la «mente divina». Afirman que la energía vital procede directamente de Dios, la «Inteligencia Superior» o la «conciencia divina». Asimismo, las diversas «armonizaciones» que el practicante de reiki recibe de un Maestro reiki se logran a través de «ceremonias sagradas» (que tradicionalmente han sido mantenidas en secreto por los Maestros reiki). Además, se describe frecuentemente al reiki como un «modo de vivir», con una lista de cinco «preceptos reiki» que prescriben una conducta ética apropiada.

6. Sin embargo, hay algunos practicantes de reiki, sobre todo enfermeras, que intentan acercarse al reiki como un mero medio natural de curación. Pero si se considera como un medio natural de curación, el reiki pasa a ser evaluado bajo los parámetros de las ciencias naturales. Es cierto que puede haber medios de curación natural que no hayan sido entendidos o reconocidos por la ciencia. Sin embargo, la ciencia es la que proporciona los criterios fundamentales para juzgar si alguien se debe confiar o no a un medio natural de curación en concreto.

7. Juzgado de acuerdo con estos parámetros, el reiki carece de credibilidad científica. No ha sido aceptado por las comunidades científicas y médicas como una terapia efectiva. Faltan estudios científicos acreditados que atestigüen la eficacia del reiki, así como la explicación científica plausible de cómo podría posiblemente ser eficaz. La explicación de la eficacia del reiki depende enteramente de una cosmovisión particular que ve el mundo como permeado por esta «energía vital universal» (reiki) que está sujeta a la manipulación por el pensamiento y la voluntad humanos. Los practicantes de reiki afirman que su capacitación les permite canalizar la «energía vital universal» que está presente en todas las cosas. Sin embargo, esta «energía vital universal» es desconocida para la ciencia natural. Como la presencia de tal energía no se ha observado por los medios de la ciencia natural, la justificación para estas terapias debe provenir necesariamente de algo diferente a la ciencia.

C) El reiki y el poder sanador de Cristo

8. Algunas personas han intentado identificar el reiki con la curación divina conocida por los cristianos (6). Se equivocan. La diferencia radical puede apreciarse de inmediato en el hecho de que para el practicante de reiki el poder sanador está a disposición del hombre. Algunos maestros quieren eludir esta implicación y arguyen que no es el practicante de reiki quien realiza personalmente la curación, sino la energía reiki dirigida por la conciencia divina. No obstante, la realidad es que para los cristianos el acceso a la curación divina es mediante la oración a Cristo como Señor y Salvador, mientras que la esencia del reiki no es una oración sino una técnica que transmite el «Maestro reiki» al alumno, una técnica que una vez que se llega a dominar, producirá formalmente los resultados previstos (7). Algunos practicantes intentan cristianizar el reiki añadiendo una oración a Cristo, pero esto no afecta a la naturaleza esencial del reiki. Por estas razones, el reiki y otras técnicas terapéuticas similares no pueden identificarse con lo que los cristianos llamamos curación por la gracia divina.

9. La diferencia entre lo que los cristianos reconocemos como curación por la gracia divina y la terapia reiki también queda de manifiesto en los términos básicos que utilizan los partidarios del reiki para describir lo que sucede en la terapia reiki, particularmente en lo relativo a la «energía vital universal». Ni la Escritura ni la tradición cristiana en su conjunto consideran el mundo natural como algo basado en la «energía vital universal» que quede sujeto a la manipulación por parte del poder natural humano del pensamiento y de la voluntad. De hecho, esta cosmovisión tiene sus orígenes en las religiones orientales y tiene un cierto carácter monista y panteísta, en el que las distinciones entre uno mismo, el mundo y Dios tienden a diluirse (8). Como hemos visto, los practicantes de reiki son incapaces de diferenciar con claridad entre el poder de curación divino y el poder que está a disposición del hombre.


III. CONCLUSIÓN

10. La terapia reiki no encuentra apoyo ni en los hallazgos de la ciencia natural ni en la doctrina cristiana. Para un católico, creer en la terapia reiki plantea problemas irresolubles. En términos del cuidado de la salud física propia o la de los demás emplear una técnica que no tiene apoyo científico (ni siquiera plausibilidad) por lo general no es prudente.

11. En términos del cuidado de la salud espiritual personal, existen importantes peligros. Para usar el Reiki, uno tendría que aceptar, al menos de forma implícita, conceptos claves de la cosmovisión que subyacen a la teoría reiki, elementos que no pertenecen ni a la fe cristiana ni a la ciencia natural. Sin justificación ni en la fe cristiana ni en la ciencia natural, no obstante, un católico que pone su confianza en el reiki estaría actuando en la esfera de la superstición, tierra de nadie que no es la fe ni la ciencia (9). La superstición corrompe la adoración personal de Dios, ya que conduce el sentimiento religioso personal y la práctica hacia una dirección equivocada (10). Dado que a veces la gente cae en la superstición por ignorancia, es responsabilidad de todos los que enseñan en el nombre de la Iglesia eliminar tal ignorancia en la medida de lo posible.

12. Dado que la terapia reiki no es compatible ni con la doctrina cristiana ni con la evidencia científica, no sería apropiado para las instituciones católicas -como aquellas encargadas del cuidado de salud o los centros de retiro- o para las personas que representan a la Iglesia -como los capellanes católicos- promover o prestar apoyo a la terapia reiki.

Mons. William E. Lori (Presidente), Obispo de Bridgeport
Mons. John C. Nienstedt, Arzobispo de St. Paul y Minneapolis
Mons. Leonard P. Blair, Obispo de Toledo
Mons. Arthur J. Serratelli, Obispo de Paterson
Mons. José H. Gómez, Arzobispo de San Antonio
Mons. Allen H. Vigneron, Obispo de Oakland
Mons. Robert J. McManus, Obispo de Worcester
Mons. Donald W. Wuerl, Arzobispo de Washington


NOTAS AL PIE

1. Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre las oraciones para obtener de Dios la curación (14 de septiembre de 2000), I, 3: «Obviamente, el recurso a la oración no excluye, sino que al contrario anima a usar los medios naturales para conservar y recuperar la salud, así como también incita a los hijos de la Iglesia a cuidar a los enfermos y a llevarles alivio en el cuerpo y en el espíritu, tratando de vencer la enfermedad».

2. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1508.

3. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1508.

4. También se afirma que simplemente redescubrió una antigua técnica tibetana, pero se carece de pruebas que corroboren esta afirmación.

5. Sin embargo, como veremos más abajo, las distinciones entre uno mismo, el mundo y Dios tienden a desmoronarse en el pensamiento reiki. Algunos maestros de reiki explican que al final uno alcanza la comprensión de que uno mismo y la «energía vital universal» son uno, «que somos fuerza vital universal y que todo es energía, incluidos nosotros mismos» (Libby Barnett - Maggie Chambers - Susan Davidson, Reiki Energy Medicine: Bringing Healing Touch into Home, Hospital, and Hospice [Rochester, Vt.: Healing Arts Press, 1996], p. 48; cf. también p. 102).

6. Por ejemplo, cf. «Reiki and Christianity» en http://iarp.org/articles/Reiki_and_Christianity.htm, y «Christian Reiki» en http://areikihealer.tripod.com/christianreiki.html, y la web www.christianreiki.org.

7. Los Maestros de reiki ofrecen cursos de capacitación con varios niveles de avance, servicios por los que los maestros exigen una remuneración pecuniaria significativa. El alumno tiene la expectativa y el Maestro de reiki ofrece la garantía de que la inversión que hace de tiempo y dinero le permitirá llegar a dominar una técnica que producirá los resultados esperados.

8. Aunque esto parece implícito en la doctrina reiki, algunos de sus partidarios plantean explícitamente que al final no existe una distinción entre uno mismo y el reiki. «La alineación con uno mismo y ser reiki es un proceso abierto. La buena voluntad para dedicarse a este proceso favorece tu evolución y puede llevarte al reconocimiento sostenido y a la experiencia final de que tú eres fuerza vital universal» (The Reiki Healing Connection [Libby Barnett, M.S.W.], http://reikienergy.com/classes.htm, con acceso el 6/2/2008 [énfasis en el original]). Diane Stein resume el sentido de algunos de los «símbolos sagrados» usados en la armonización del reiki como «La Diosa en mí saluda a la Diosa en ti», «Hombre y Dios llegando a ser uno» (Essential Reiki Teaching Manual: A Companion Guide for Reiki Healers [Berkeley, Cal.: Crossing Press, 2007], pp. 129-131). Anne Charlish y Angela Robertshaw explican que la armonización superior del reiki «señala un cambio del ego y de uno mismo a un sentimiento de unidad con la energía vital universal» (Secrets of Reiki [New York, N.Y.: DK Publishing, 2001], p. 84).

9. Algunas formas de reiki enseñan la necesidad de invocar la asistencia de seres angélicos o «guías espirituales reiki». Esto introduce el riesgo lejano de exposición a fuerzas o poderes malévolos.

10. Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2111; Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae II-II, q. 92, a. 1.

(fuente. www.infocatolica.cmo)

miércoles, 29 de mayo de 2013

El número 40 en la Biblia

Como todos los números y los elementos de la naturaleza que tienen sentido simbólico, este simbolismo no nació porque sí. En su origen encontramos alguna experiencia humana que carga de sentido a este número. Entre las experiencias que tienen que ver con el cuarenta como medida de tiempo, tenemos los cuarenta días posteriores al parto - el puerperio- y la evolución de ciertas enfermedades - la cuarentena -. Convencionalmente se fijan estos procesos en cuarenta días, pero no se trata de una convención arbitraria: la experiencia es que, en estos casos, el tiempo para que el cuerpo se restablezca es de alrededor de cuarenta días. Y aquí empieza a perfilarse el simbolismo del cuarenta: una medida de tiempo que nos habla de un proceso de transformación que hay que pasar, que no se puede "acelerar" ni manejar según el propio antojo, que marca una evolución de la cual la persona saldrá sana, fortalecida y renovada.


En el Antiguo Testamento

La primera vez que encontramos un lapso de tiempo medido por el número cuarenta, son los cuarenta días y cuarenta noches que duró el diluvio (Gén 7,4-17).

En la historia del pueblo de Israel, el primer suceso marcado por el número cuarenta son los cuarenta años del pueblo en el desierto (Nm 14,34; Dt 1,3). Esa caminata va unida a un verdadero nacimiento. Los grupos israelitas que sufrieron la opresión del Faraón cruzaron las aguas del mar y, en el desierto, con los mandamientos, se constituyeron como pueblo de Dios, con sus propias leyes y su propio estilo de vida. Fueron necesarios cuarenta años para que este nuevo pueblo, al llegar a su tierra, pudiera alcanzar su autonomía. Mientras tanto, en el desierto, hubo tentaciones de abandonar el camino, de volver atrás y de querer servir a otros dioses (Ex 16,1-3; Ex 32,1). En definitiva, esos cuarenta años implicaban, a cada paso, la decisión de querer o no ser pueblo de Dios. A partir de esta experiencia fundante, el número cuarenta se enriquece en su sentido: cuarenta es caminar, hacer opciones, es elegir la tierra prometida que está delante, no la esclavitud que está detrás; es fortalecerse como pueblo de Dios confiando en su promesa.

Otros textos del Antiguo Testamento que hablan de cuarenta días son: la permanencia de Moisés en el Sinaí (Ex 24,18) y el viaje del profeta Elías hasta el monte Horeb (1 Re 19,8).

Cuarenta años es una cifra que puede designar convencionalmente los años de una generación: cuarenta años de tranquilidad alcanzados por los jueces (Jue 3,11.30; 5,31) y cuarenta años de reinado de David (2 Sam 5,4)


Jesús, cuarenta días en el desierto

Después de ser bautizado por Juan, Jesús pasa cuarenta días en el desierto. También para Jesús, esos cuarenta días son el tiempo de hacer opciones. El diablo tiene otra propuesta, distinta a la del Reino de Dios (Lc 4,1-13). Para el pueblo de Israel, los cuarenta años del desierto significaron vivir, anticipadamente, lo que implica optar por Dios, decidir entre El y el becerro de oro, decidir entre la libertad o volver atrás. Así también para Jesús. El había hecho una opción, aceptando el bautismo de Juan. Después del bautismo empezaría su nueva vida, la etapa de su ministerio. Y durante cuarenta días conoció, por las tentaciones de Satanás, las propuestas que no son del Reino y que volverían a aparecer durante su ministerio: la tentación del milagro fácil, de desafiar a Dios, de tener el poder de este mundo, en definitiva, de abandonar la misión para la que fue enviado y volverse atrás.

También para Jesús los cuarenta días del desierto fueron un tiempo de evolución hacia un estado nuevo. Jesús surgió del desierto sano, renovado, y fortalecido.


Nuestro desierto

La Iglesia nos presenta, en este tiempo santo de la cuaresma, cuarenta días dedicados especialmente al ayuno, la oración y la limosna. Son cuarenta días para experimentar nuestro propio desierto. Para volver a optar, si preferimos la esclavitud del pecado o la libertad de vivir como pueblo de Dios. Si nos dejaremos convencer por las propuestas que no son del Reino de Dios o si, con la oración y la meditación de la palabra, reafirmaremos, como Jesús, que sólo a Dios queremos adorar.

Como la cuarentena de una enfermedad, estos tiempos no se pueden acortar, no se pueden saltear, no se pueden ignorar. Se imponen en el día a día, y es transitándolos con todos sus avatares como estos "cuarenta días" producen su efecto. Nos espera la Pascua, el gran nacimiento, el día de la salud y la salvación.

escrito por María Gloria Ladislao 
publicado originalmente en www.san-pablo.com.ar/lit, marzo de 2007 
(fuente: www.radiomaria.org.ar)

La Santísima Virgen es Corredentora

María verdaderamente ha redimido a todos los hombres y se le puede llamar Corredentora del género humano.

El título de Corredentora, que viene aplicándose a la Virgen desde antiguo, aparece con más claridad y mayor frecuencia en el Magisterio reciente, desde el Papa Pío IX hasta Juan Pablo II en su Encíclica Redemptoris Mater.

Virgen María puede llamarse con propiedad Corredentora en virtud del designio divino de asociarla plenamente a la Persona y a la Obra redentora de su Hijo.

María cooperó a nuestra redención: lo) creyendo en las palabras del Arcángel Gabriel; 2o) consintiendo libremente en el misterio de la Encarnación; 3o) aceptando todos los sufrimientos que entrañaban, para su Hijo y para Ella, los dolores de la Cruz, 4o) porque abdicó de sus derechos de Madre; 5o) porque inmoló a su Hijo ofreciéndolo voluntariamente por la salvación de los hombres.

De este modo – por la asociación tan íntima como misteriosa a la obra salvífica de su Hijo – puede afirmarse que Ella verdaderamente ha redimido a todos los hombres y se le puede llamar Corredentora del género humano.

La unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte. El Concilio Vaticano II señala los siguientes momentos característicos:

lº) En la Visitación;
2º) en la Natividad (también junto a los pastores y los magos);
3º) en el Templo (ante el, anciano Simeón);
4º) otra vez en el Templo Jesús perdido y hallado);
5º) en Caná de Galilea (las bodas);
6º) en el decurso de la predicación del Señor;
7º) al pié de la Cruz y,
8º) desde la Asunción a los cielos (cfr. Const. dogm. Lumen gentium, nn.57?58).


SENTIDO DE LA CORREDENCIÓN MARIANA

Para poder afirmar correctamente la corredención mariana debe entenderse ésta como una función subordinada, especial y extraordinaria de la Virgen en la obra salvadora de su Hijo. Bien entendido esto se puede decir que aún siendo Cristo el único Mediador, no obsta el que haya otros mediadores con mediación secundaria subordinada a la de Cristo (cfr.S. Th. III, q.26, a.1).

"La Iglesia sabe y enseña con San Pablo que uno solo es nuestro Mediador Tim. 2,5?6) … Ahora bien, la misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder, es mediación de Cristo … El influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres dimana del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder. Y lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta… Por tanto, se trata de una participación de la única fuente que es la mediación de Cristo mismo" (Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, n.38).

Los teólogos ilustran el misterio de la corredención del siguiente modo:

Si la Virgen María fue predestinada por Dios libremente para que constituyera juntamente con su Hijo un solo principio de salvación, de reparación del género humano, entonces, en el momento de la Anunciación, el término inmediato del consentimiento de María no era solamente Cristo en sí mismo, sino Cristo como Redentor y Cabeza del género humano.

Ahora bien, según los designios de Dios, la Redención debía llevarse a cabo mediante la Pasión y muerte de Cristo en la Cruz; así también, la asociación de María a la obra del Hijo debía completarse mediante su compasión en el Calvario. Por tanto, si Cristo reparó al género humano mediante su obra de Redención, también la Virgen María asociada estrechamente, llevó a cabo juntamente con Cristo y con subordinación a El y con virtud recibida de Él, la obra de la Redención.


MAGISTERIO DE LA IGLESIA


Textos pontificios

"De tal modo, juntamente con su Hijo pasiente y muriente, padeció y casi murió; de tal modo, por la salvación de los hombres, abdicó de los derechos maternos sobre su Hijo, y se vinculó, en cuanto de Ella dependía, para aplacar la justicia de Dios, que puede con razón decirse que Ella redimió al género humano juntamente con Cristo" (Benedicto XV, Carta apostólica Inter soladicia).

“ … si María fue asociada por voluntad de Dios a Cristo Jesús, principio de la salud, en la obra de la salvación espiritual, Y lo fue de modo semejante a aquel que Eva fue, asociada a Adán, principio de la muerte, así se puede afirmar que nuestra Redención se efectuó según cierta recapitulación, por la cual el género humano, sujeto a la muerte por causa de una virgen, se salva también por medio de una Virgen"« (Pío XII, Enc. Ad coeli reginam).

El Concilio Vaticano II dice que: "María mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la Cruz, junto a la cual, no sin un designio divino, se mantuvo erguida, sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima que Ella misma había engendrado" (Cont. dogin. Lumen gentium, n.58).

Pueden confrontarse también los siguientes textos:

Pío IX, Bula Inefabilis Deus; León XIII, Enc. Iucunda semper; San Pío X, Enc. Ad diem illum; Pío XII, Enc. Mystici corporis; Haurietis aquas; Munificientíssimus Deus y,. Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater.


Sagrada Escritura

Pueden consultarse los siguientes textos: Gén. 3,15; Luc. 1,26?38; Jn. 19,16?27; Apoc. 12,1?5.


Textos de Padres y Doctores de la Iglesia

"…una virgen, un árbol y la muerte eran los símbolos de nuestra derrota … Ved pues ahora, cómo los mismos son causa de nuestro triunfo … En vez de Eva, María; en vez del árbol de la ciencia del bien y del mal, el árbol de la Cruz; en vez de la muerte de Adán, la muerte del Señor…" (San Juan Crisóstomo, PG. 52,768).

"Aquella engendró a todos para la muerte, ésta para el cielo … ; aquella fue principio de muerte, ésta de resurrección … ; aquella fue para su esposo ocasión de perdición, ésta fue para su Hijo ayuda de redención" (Mariale, q.29, par.3; atribuído a San Alberto Magno).

" ¿No son Jesús y María los dos amores sublimes del pueblo cristiano? ¿No son el nuevo Adán y la nueva Eva a quienes el árbol de la Cruz une en el amor y en el dolor, a fin de satisfacer por la culpa de nuestros primeros padres en el Edén?" (Pío XII, 22?1V?1940).


LA VIRGEN MARÍA SUFRIÓ EL DOLOR INTENSAMENTE

María sufrió en la medida de su amor por su Hijo crucificado a causa de los pecados de los hombres; estuvo unida a El en perfecta conformidad de voluntad por la humildad, pobreza, sufrimientos y lágrimas; sobre todo en el Calvario, en proporción también a la crueldad de los verdugos y a la atrocidad del suplicio inflijido a Aquel que era la inocencia misma.

Así pues, Santa María sufrió y padeció el dolor más que ninguna otra criatura porque era absolutamente pura. Por la plenitud de gracia que poseía, lejos de sustraerse al dolor, aumentó en Ella la capacidad de sufrir por el mayor de los males que es el pecado.

lº) Su corazón estaba abrazado por la más alta caridad, y así sufrió excepcionalmente los mayores tormentos por el pecado que crucificaba a su Hijo;

2º) sufría por los pecados en la medida de su amor a Dios, a Quien por el pecado se ofende;

3º) Sufría en la medida de su amor por las almas, a quienes el pecado asola y mata, por las que murió su Hijo.


EL DOLOR DE MARÍA EN LA LITÚRGIA

El pueblo cristiano siempre ha tenido una gran devoció a los dolores y padecimientos de la Santísima Virgen; y la Iglesia, en el transcurso del tiempo, ha fomentado y aprobado múltiples formas en las que se manifiesta esta piedad.

a) En honor de Nuestra Señora de los Dolores hay esparcidas por todo el Orbe: iglesias, ermitas, cofradías, imágenes oraciones para honrarla. La Dolorosa es patrona de muchas ciudades y templos.

b) En el Calendario romano para la Iglesia universal existe la memoria obligatoria de N.S. de los Dolores, el 15 de septiembre. En la oración colecta de esa Misa se dice: "Tú que has querido, Señor, que la Madre de tu Hijo lo acompañara ante el madero de la Cruz, y fuera asociada a su sufrimiento; concede a tu Iglesia participar también en la pasión de Cristo para llegar un día a la gloria de su Resurrección".

En la Secuencia facultativa de esa Misa se recoge el Himno

Stabat Mater: "La Madre Dolorosa estaba de pié llorando junto a la Cruz de la que pendía su Hijo… Vio a Jesús torturado y flagelado a causa de los pecados de su pueblo… vió a su dulce Hijo muriendo abandonado de todos hasta que expiró… Madre fuente del amor Haz que arda mi corazón En el amor de Cristo mi Dios Para que así le agrade… (Himno compuesto por Giacopone di Todi, 1228-1306)

(fuente: www.encuentra.com)

martes, 28 de mayo de 2013

Jóvenes salen a rezar a la calle para fomentar el amor a la Virgen María

REDACCIÓN CENTRAL, 28 May. 13 / 06:10 am (ACI/EWTN Noticias).- En varios ciudades de América, en este mes especial dedicado a María, jóvenes pertenecientes a diferentes grupos o movimientos eclesiales, han salido a las calles a realizar diferentes acciones en torno al rezo del Santo Rosario y a ofrecer orar junto a las personas un “Ave María” por sus intenciones personales, fomentando así el amor y la devoción a la Madre de Dios.

En El Salvador miembros de diversos grupos juveniles participaron el pasado sábado 18 de Mayo en el “Día M (María) El Salvador”, saliendo a las calles a rezar el Rosario y repartir 30 mil de ellos en diferentes puntos de la ciudad y en centros comerciales.

En la Ciudad de México (México) el pasado jueves 23 de mayo, cerca de 200 jóvenes miembros del Centro Estudiantil Masculino y del Club Faro y Giro, llenos de entusiasmo salieron a las calles a mostrar su fe repartiendo rosarios a las personas que encontraban a su paso e invitándoles a rezarlo.

En Ecuador, en la localidad de Santo Domingo, cientos de jóvenes se reunieron el sábado 25 de mayo en el Parque Intergeneracional el Bomboli, para rezar juntos el Santo Rosario, como parte de la campaña “10 mil Rosarios para santo Domingo”.

En Perú durante este mes, un grupo de jóvenes de Signos de Contradicción, salieron por las diferentes calles de Lima, para ofrecer el rezo de un “Ave María” a toda persona que se les cruzaba en el camino. Los jóvenes llevaban un cartel que decía “Ave Marías Gratis”, logrando que más de 100 personas estén dispuesta a hacer un alto y rezar junto a ellos.

También un grupo de jóvenes misioneros del Movimiento Lazos de Amor Mariano, salieron el sábado 25 de mayo por uno de los parques más grande de la ciudad de Lima ubicado en el distrito de Lince, para rezar en peregrinación un rosario captando la atención cientos de jóvenes que cada fin de semana se reúnen en ese parque. El rezo del Rosario terminó con una serenata a María con una simple guitarra en mano, frente a una estatua de la Virgen ubicada en mismo parque.

Entre los más abandonados y en peligro

Escribe Don Bosco en las Memorias del Oratorio, refiriéndose a los orígenes de Valdocco y el inicio de los talleres en el Oratorio: “Apenas se pudo disponer de otras habitaciones, aumentó el número de aprendices artesanos, que llegó a ser de quince; todos escogidos de entre los mas abandonados y en peligro” (en el original añade: 1847).

Don Bosco escogió –lo expresa él mismo con claridad– , a los jóvenes más abandonados y en peligro para el inicio de su Oratorio. En nuestra familia, la preocupación por los últimos, por los más pobres, por los más abandonados ha sido siempre una constante y es una herencia comprometedora que hemos recibido de nuestro padre.

La preocupación social, el compromiso transformador, el sentido de justicia y la sensibilidad hacia los últimos han sido siempre características de su acción pastoral y han vertebrado su misión.

Como muestra, un botón. En el archivo central de la congregación salesiana en Roma se conservan unos documentos inéditos y sorprendentes: un contrato de aprendizaje fechado en 1851; un segundo contrato, también de aprendizaje y este en papel timbrado, fechado un año más tarde, el 8 de febrero de 1852; algunos más fechados en 1855 ya bien estructurados y estandarizados con cláusulas bien concretas. Todos ellos están firmados por el patrón, el aprendiz y Don Bosco.

Curioso, ¿no? Tanto más cuanto que en la época no era habitual preservar los derechos de los trabajadores más jóvenes y estos se veían sometidos a maltratos y eran explotados sin contemplaciones por los patronos, muchos de ellos sin escrúpulos.

Don Bosco dio pasos decididos en la defensa de los más pobres y se comprometió firmemente a asegurar para sus muchachos condiciones de vida dignas y justas.

A nosotros nos toca renovar esta actitud de encarnación en la realidad social y la búsqueda de soluciones a las viejas y siempre nuevas pobrezas juveniles. Nuestro padre supo conciliar la prudencia y la audacia, pero no escatimó esfuerzos hasta la temeridad para ocuparse de los últimos.

Abandono, soledad fracaso escolar, falta de expectativas, marginalidad, exclusión social…realidades que hoy están a nuestro alrededor y que requieren la mirada atenta del educador y el compromiso creativo y transformador de todos los que hemos recibido el “legado” de Don Bosco

100 palabras al oído, CCS, Madrid 
Escrito por José Miguel Núñez 

lunes, 27 de mayo de 2013

La Trinidad es el rostro con el que Dios se nos ha revelado

Tras la oración del Ángelus el papa ha pedido por la conversión de los mafiosos

Ciudad del Vaticano, 26 de mayo de 2013 (Zenit.org) Después de la visita pastoral a la parroquia romana de santos Isabel y Zacarías, a las 12.00 el santo padre Francisco se ha asomado a la ventana del estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los fieles y los peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro.

Publicamos a continuación las palabras del papa para introducir la oración:

¡Queridos hermanos y hermanas! ¡Buenos días!

Esta mañana he hecho mi primera visita en una parroquia de la diócesis de Roma. Doy gracias al Señor y os pido que recéis por mi servicio pastoral en esta Iglesia de Roma, que tiene la misión de presidir en la caridad universal.

Hoy es el Domingo de la Santísima Trinidad. La luz del tiempo pascual y de Pentecostés renueva cada año en nosotros la alegría y el asombro de la fe: reconozcamos que Dios no es algo vago, nuestro Dios no es un Dios spray, es concreto, no es un abstracto, sino que tiene un nombre: "Dios es amor". No un amor sentimental, emotivo, sino el amor del Padre que está al origen de cada vida, el amor del Hijo que muere en la cruz y se eleva, el amor del Espíritu que renueva al hombre y al mundo. Pensar que Dios es amor nos hace tanto bien, porque nos enseña a amar, a darnos a los otros como Jesús se ha dado a nosotros. Y camina con nosotros y Jesús que camina con nosotros en el camino de la vida.

La Santísima Trinidad no es el producto de razonamientos humanos, es el rostro con el que Dios mismo se ha revelado, no desde lo alto de una cátedra, sino caminando con la humanidad, y es precisamente Jesús que nos ha revelado al Padre y nos que nos ha prometido al Espíritu Santo. Dios ha caminado con su pueblo en la historia del pueblo de Israel. Y Jesús ha caminado siempre con nosotros. Nos ha prometido el Espíritu Santo que es el fuego y nos enseña todo eso que nosotros no sabemos, que dentro de nosotros nos guía, nos da buenas ideas y buenas inspiraciones.

Hoy alabamos a Dios no por un misterio particular, sino por Él mismo, "por su gloria inmensa", como dice el himno litúrgico. Lo alabamos y le damos gracias porque es Amor, y porque nos llamar a entrar en el abrazo de su comunión, que es vida eterna.

Confiamos nuestra alabanza a las manos de la Virgen María. Ella, la más humilde entre las criaturas, gracias a Cristo ya ha llegado a la meta del peregrinaje terreno: está ya en la gloria de la Trinidad. Por esto, María nuestra madre, la Virgen brilla para nosotros como signo de segura esperanza. Es la madre de la esperanza, en nuestro camino, en nuestra vía es la madre de la esperanza, es la madre también que nos consuela, la madre de la consolación y la madre que nos acompaña en el camino.

Ahora rezamos a la Virgen, todos juntos a nuestra madre que nos acompaña en el camino.

Después de la oración mariana, el santo padre ha añadido:

Queridos hermanos y hermanas,

ayer, en Palermo, fue proclamado Beato Don Giuseppe Puglisi, sacerdote y mártir, asesinado por la mafia en 1993. Don Puglisi fue un sacerdote ejemplar, dedicado especialmente a la pastoral juvenil. Educando a los jóvenes según el Evangelio sacándoles de la mala vida, y así ésta ha tratado de derrotarlo asesinándolo. En realidad, sin embargo, es él que ha vencido, con Cristo Resucitado. Pienso en el dolor de tantos hombres y mujeres, también niños que son explotados por tantas mafias, que les explotan, haciéndoles hacer un trabajo que les hace esclavos, con la prostitución, con tantas presiones sociales. Detrás de estas explotaciones, detrás de esta esclavitud, hay mafias. Recemos al Señor para que convierta el corazón de estas personas. No pueden hacer esto, no pueden hacer de nosotros hermanos, esclavos. Debemos rezar al Señor. Recemos para que estos mafiosos y mafiosas se conviertan a Dios. Te alabamos Señor por este luminoso testimonio, de don Giuseppe Puglisi.

Saludo con afecto a todos los peregrinos presentes, las familias, los grupos parroquiales venidos de Italia, España, Francia y muchos otros países. Saludo en participar a la Asociación Nacional san Pablo de los Oradores y de los Círculos Juveniles, nacida hace 50 años al servicio de los jóvenes. Queridos amigos, san Filippo Neri, que hoy recordamos, y el beato Giuseppe Puglisi apoyen vuestro compromiso. Saludo al grupo de católicos chinos aquí presentes, que se han reunido en Roma para rezar por la Iglesia en China, invocando la intercesión de María Auxiliadora.

Dirijo un pensamiento a cuantos promueve la "Jornada del Socorro", en favor de los enfermos que viven el tramo final de su camino terreno; como también la Asociación Italiana de Esclerosis Múltiple. ¡Gracias por vuestro compromiso! Saludo a la Asociación Nacional Arma de Caballería, y a los fieles de Fiumecello, en Pádova.

¡Buen domingo a todos! y ¡buena comida!

Traducido del italiano por Rocío Lancho García
(26 de mayo de 2013) © Innovative Media Inc.

La bendición, símbolo y catolicismo popular

El “bendecir” es una de las más antiguas tradiciones de la Iglesia.

No se trata, claro, de una costumbre exclusiva del catolicismo. Los bendicionales pertenecen a una enorme variedad de tradiciones religiosas y culturales.

Con distintos nombres y diversidad de formas, existen rituales y expresiones de bendición en casi todas las tradiciones religiosas.

Se trata, según parece, de algo naturalmente asociado a cualquier vínculo con lo sagrado. Y por eso, seguramente, se observa tanto afecto por las bendiciones de parte de las mujeres y varones que participan del universo al que llamamos catolicismo popular.


1. En la Biblia se mencionan desde el primero de sus libros.

En el mítico relato de la creación, Dios bendice a los seres vivientes que llenarán las aguas; bendice al varón y la mujer apenas creados; bendice y consagra al séptimo día…

A lo largo de todo el Antiguo Testamento encontramos numerosas citas que mencionan esta pluricultural y multisecular costumbre. Dios bendice a las personas y las personas bendicen a Dios. También las personas bendicen a otras personas: los patriarcas a sus pueblos, los padres a sus familias, los sacerdotes a los creyentes.

En los Evangelios nos encontramos con Jesús bendiciendo a unos niños mientras pone sus manos sobre ellos (Mc 10, 13-16); bendiciendo el pan en la última cena (Mt 26,26), o bendiciendo a sus discípulos “alzando las manos” en momentos previos de la ascensión (Lc 24,50).

Es posible distinguir al menos tres tipos de bendiciones:

• Las bendiciones que expresan alabanza o agradecimiento dirigidos a Dios.
 • Las bendiciones que expresan un deseo de bien o felicidad para quien la recibe.
 • Las bendiciones que expresan la santificación o la dedicación de una persona o cosa entregada a Dios.

Es fácil notar cómo esos tres tipos de bendiciones permanecen en la actualidad, los tres están incluidos en las liturgias ordinarias y los últimos dos, suelen ser muy requeridos a los sacerdotes o ministros en el ámbito del catolicismo popular.


2. Decir bien

Un brevísimo repaso por la etimología del vocablo “bendición”, podrá ayudarnos a introducirnos más y mejor en este asunto.

Parece que ninguna de las palabras antiguas expresa por sí sola todo lo que encierra nuestro actual concepto de bendición.

EL verbo hebreo barak, tan utilizado en el Antiguo Testamento y traducido al castellano por “bendecir”, significaba el deseo de dotar a alguien con el éxito, la prosperidad, la fecundidad… Ese es el sentido claro que aparece en el Génesis cuando Dios bendice al varón y a la mujer recién creados. Como puede observarse, su acento está puesto en el segundo de los tipos de bendiciones mencionados.

Ese verbo (barak) ha sido traducido por el griego eulogein cuyo significado clásico no era estrictamente el de desear el bien, sino el de decir bien, hablar con elegancia. Finalmente, el eulogein griego se tradujo al latín por la palabra benedicere de significado similar: hablar bien; pero no en un sentido estilístico del lenguaje sino hablar bien de algo o de alguien. El término latino benedictio (bendición) se extendió en el uso eclesiástico hasta comprender no sólo al barak hebreo sino también a los otros sentidos con los que hoy utilizamos la palabra bendición. Observemos que el bendecir una cosa o lugar, no puede significar de modo directo el desearle el bien, la prosperidad o la felicidad a esa cosa, sino más bien su consagración en función del bien de quien la utilice. Tampoco el bendecir a Dios significa desearle el bien –¿qué sentido tendría?– sino que designa una actitud de alabanza o de acción de gracias.


3. El pedido de bendición

Comencemos a centrarnos en el punto que especialmente nos interesa.

¿Qué piden las personas cuando piden una bendición? ¿Qué es lo que realmente se les “da” cuando se las bendice?

Habría que distinguir, ciertamente, entre la bendición de personas y la bendición de objetos; aunque para ambos casos cabría el mismo interrogante: ¿qué realidad nueva o, si se quiere, qué “plus” de realidad le otorga una bendición al objeto o persona bendecida? ¿Le confiere, objetivamente hablando, alguna característica que antes no tenía?

Pero no nos adelantemos, volvamos a la pregunta inicial: ¿qué piden las personas cuando piden una bendición?

Aún sin contar con un trabajo de campo sistematizado, parece razonable afirmar que ese pedido responde al anhelo de experimentarse especialmente protegidas o cuidadas por Dios. Las personas bendecidas, entonces, estarían en mejores condiciones que las no bendecidas para enfrentar tanto las vicisitudes de la vida diaria como algún hecho extraordinario o particular que tengan por delante: salir de viaje, someterse a una operación, asistir a una entrevista de trabajo, ir de misión…

Algo similar parece ocurrir con la bendición de los objetos religiosos, así como con las viviendas, los comercios, los automóviles u otros bienes por el estilo.

Tener una estampa, una medalla o un rosario bendecidos, no es lo mismo que tenerlos sin bendecir. Parece que estos objetos bendecidos poseen una mayor cercanía con lo divino, pasan a tener una dignidad diferencial que los convierte en instrumentos privilegiados de mediación con Dios. Esto, claro, en el mejor de los casos –que intuyo son la mayoría–; en otros, la bendición de un objeto lo lleva un poco más lejos, lo conduce a transformarlo en elemento de protección personal, algo no muy distinto a un amuleto o talismán. Claro que con una diferencia importante. Su calidad “protectora” no le viene de algún relato mítico-cultural, como en la pata de conejo, sino del mismísimo Dios.

Podemos decir, en breve e inicial síntesis, que quien pide una bendición, está anhelando situarse en una mayor inmediatez personal con Dios que la que antes tenía. Tal inmediatez diferencial, ciertamente, ofrecería un mayor estado de amparo y protección.

Veamos ahora qué es lo que a las personas se le “da” cuando se las bendice.

Más allá de las expresiones particulares que utilice el ministro, lo que en todos los casos está haciendo, es invocando la protección de Dios para la persona o conjunto de personas a las que bendice. “Toda bendición es alabanza de Dios y oración para obtener sus dones…” (Catecismo de la Iglesia católica, 1671). Tenemos en claro, por tanto, que el ministro no confiere ningún don especial a la persona u objeto por él bendecida. No es portador de ningún poder particular que pueda ser transferido mediante el acto propio de la bendición. Así, lo que efectivamente se le da a la persona que se bendice, no es ninguna cosa que se la añada a su ser desde el exterior, nada que –objetivamente– se le agregue o modifique. Otra cosa es que, desde la subjetividad de la persona, ésta pase a experimentarse más cerca y cuidada por Dios que antes de ser bendecida.

Ocurre lo mismo con los objetos religiosos o de otro tipo (viviendas, automóviles…). Nada se les incorpora ni se metamorfosean. Siguen siendo idénticos a lo que eran antes de ser bendecidos. Lo que sí puede modificarse es el tipo de relación de las personas con esos objetos.

Hasta aquí no hice más que sintetizar, y de modo muy escueto, algunas consideraciones genéricas sobre las bendiciones. Me interesa ahora avanzar sobre otras de tipo pastoral.


4. Bendición y símbolo

Como ya dijimos, y como bien sabemos, en el universo del catolicismo popular existe un enorme afecto por las bendiciones. Tal afecto, ha conducido a que en la pastoral popular en general (peregrinaciones, celebraciones…), y en la de los santuarios en particular, las liturgias bendicionales se hayan convertido poco menos que en su centro.

Esta centralidad de las bendiciones resulta más que razonable: es lo que la gente va a buscar y es lo que se les ofrece. Ponerse en línea con el sentir popular es lo primordial en una pastoral destinada a ese sector. Sin embargo, anida la sospecha que esta misma voluntad por sintonizar con el deseo de la gente, puede estar promoviendo una concepción desajustada sobre los “efectos” de las bendiciones y, por tanto, sobre la asistencia divina. Me explico.

Lo propio del talante popular es el lenguaje simbólico. Sin expresarlo en conceptos, los más sencillos (los de fe sencilla) saben que la bendición es un símbolo. En la bendición, o en las cosas benditas, descubren de modo peculiar la presencia del Dios con el que conviven. No esperan que la bendición los haga más buenos, ni más felices, ni más ricos, ni más sanos, ni más prolíficos. Es un dato vivido de la realidad, que el pobre bendecido sigue siendo pobre por más agua bendita que reciba. (Si el estado de injusticia en el que viven las tres cuartas partes de la humanidad dependiese de que esas personas reciban bendición alguna, dos cosas quedarían muy claras: primero que la solución de la pobreza la tenemos en la mano, y segundo, que el Dios en el que creemos no es tan bueno como decimos). Vale decir entonces, que en la generalidad del catolicismo popular (aunque hay casos y casos), no se espera que la bendición aporte un plus exógeno de realidad, un don divino que trastoque el curso de su historia personal haciéndolo más bueno, con más vitalidad o más rico, aunque se sueñe con ello. Se sabe, con sabiduría existencial, que la bendición es una manifestación externa y ocasional del querer eterno de Dios para todos sus hijos: que sean prósperos, felices, sanos y fecundos.

Ahora bien, la sospecha a la que hago referencia, tiene que ver con la habitual tendencia conceptualista a entificar a los símbolos, es decir, a “convertirlos” en las cosas por ellos simbolizadas.

En el asunto que tratamos ahora, la bendición (símbolo de la presencia protectora de Dios) tiende a entificarse en acción directa de Dios, a considerarse –más o menos explícita o implícitamente y con mayor o menor conciencia– que la bendición en sí misma otorga algún don particular capaz de transformar, como acción venida desde afuera, el curso natural de las personas o de las cosas bendecidas.


5. Cambio de época

La hipótesis de que la humanidad se encuentra en un cambio de época, parece instalada definitivamente. A estas alturas, ya se ha convertido poco menos que en “lugar común” no sólo entre investigadores sociales sino en los mismos documentos de la Iglesia (véase, por ejemplo, Aparecida, 44 y siguientes).

El que se hable tanto de ello, sin embargo, no ha implicado hasta el momento la producción de significativas pautas pastorales específicas que tengan este dato en consideración. En lo que sí se suele hacer hincapié, es en la necesidad de contrastar con discursos y acciones misionales-evangelizadoras, los elementos que se describen como negativos de la cultura emergente. En especial, a todo lo que involucra el denominado relativismo ético y/o religioso.

A mi entender, una de las significativas características de este cambio de época al que asistimos y protagonizamos, es el del extrañamiento o dilución del universo simbólico con el que hemos convivido hasta ahora. Y ello no sólo entre las elites (económicas y religiosas), sino también entre las personas más pobres. (La reciente encuesta nacional realizada por el CONICET sobre “Creencias y actitudes religiosas en Argentina”, indica que el 11.2% de las personas sin estudios se declara como “indiferente” ante lo religioso y el 10.4% participa de cultos evangélicos).

Los símbolos, en cuanto objeto, gesto o relato, no desaparecen por completo, pero tienden a perder su carácter específico, el simbólico. Se produce una especial distorsión en su dimensión pragmática, es decir, en el uso y la actitud del sujeto (personal o colectivo) con relación a ellos. Cuando esta actitud no es de apertura, cuando no permite trascender al objeto-símbolo en cuanto tal, se lo cierra sobre sí mismo y se lo absolutiza: pasa de símbolo a cosa.

Llegados a este punto, o se lo rechaza por absurdo al identificarlo como un fetiche o, por reacción y celo religioso (crítica al relativismo), se le otorga un valor desmesurado más o menos próximo al fetiche que se pretende criticar. Y esto no se produce sólo en el ámbito eclesiástico-institucional, sino también en el eclesial-popular.

Nada de esto es nuevo. Ha ocurrido en todas las épocas y lugares. Sin embargo, parece que en los tiempos llamados axiales, tiempos de transformaciones culturales profundas en los que emergen paradigmas alternativos para suplir a los que se agotan, esta distorsión del universo simbólico se produce de un modo mucho más intenso.

Por su parte, la puja entre la resistencia al cambio y el cambio mismo, provoca toma de posiciones más o menos concientes-inconcientes que van inflexibilizando actitudes y discursos.

El simplísimo caso que constituyen las bendiciones, que es al que nos estamos refiriendo, bien puede comprenderse como una manifestación –casi imperceptible– de los resultados de esa puja.


6. Revivificar el lenguaje simbólico

Tengo la sospecha, como dije más arriba, de que se esté promoviendo una concepción desajustada sobre la asistencia divina. Y ello, entre otras cosas, por una mayor o menor absolutización del símbolo que es la bendición.

Sin que se lo diga expresamente, la práctica pastoral ordinaria parece dejar señales sobre un cierto valor per se de la bendición, como si el gesto bendicional por sí mismo otorgara una adicional protección de Dios a la persona o al objeto que lo recibe.

Es que el don de Dios no conoce de reclamos bendicionales. ¿Qué padre le daría más protección al hijo afectuoso y demandante que al retraído y silencioso? ¿Qué padre le da comida sólo al hijo que se la pide? ¿Qué padre dejaría de atender a su hijo enfermo sólo porque éste no reclama su atención?

Por otra parte, si el deseo del ministro que bendice “movilizara” a Dios a tener una actitud más compasiva, cuidadosa o protectora hacia el bendecido, nos hallaríamos ante el absurdo de creer en un Dios que aún puede ser más cuidadoso, más compasivo o más protector de lo que ya es. O de un Dios que, de tanto en tanto y sin avisarnos, se nos escapa y nos abandona.

¿Cómo entender, entonces, a las bendiciones y cómo realizarlas para evitar su posible distorsión en el contexto del cambio epocal?

Me parece que la clave está en la revivificación del lenguaje simbólico que es el específico del ámbito religioso; en abandonar las pretensiones conceptualistas que intentan dejar todo bien atado en ideas claras y distintas. Ese es, a mi entender, el camino más conducente en nuestro contexto socio-religioso para atravesar este tiempo de transformación cultural. Pero no para sostener tradiciones ni respuestas inamovibles, sino porque el lenguaje simbólico es el originario con el que se dice toda experiencia religiosa.

Volviendo a las bendiciones: ellas explicitan, hacen patente, ponen de manifiesto de modo sensible y en momentos extraordinarios (que pueden ser muchísimos y de lo más variados), la presencia ordinaria, habitual y creadora de Dios. Es esa explicitación simbólica la que favorece el recuerdo (entendido como un volver a lo que ya está en el corazón) de aquella presencia creadora que recién mencionamos, y es eso lo que fortalece, lo que anima, lo que provoca la experiencia subjetiva de una particular protección de Dios. Es como el abrazo que le da el hijo pequeño a su madre; manifestación sensible de un amor que trasciende a ese abrazo y que, aunque no haga más grande al amor que ya existe, lo fortalece en la experiencia existencial del niño.

El cómo hacerlas, dependerá de cada lugar y contexto; pero en todos los casos habrá que velar por su no-cosificación, que este símbolo –tan apreciado por las personas de fe sencilla– pueda seguir siendo un símbolo.

domingo, 26 de mayo de 2013

¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!

Lectura del Santo Evangelio según San Juan
(Jn 16, 12-15)
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender. Pero, cuando venga el Espíritu de verdad, El los irá guiando hasta la verdad plena, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído y les anunciará las cosas que van a suceder. El me glorificará, porque primero recibirá de Mí lo que les vaya comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes".


Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.


Oración inicial 

Escucha, Señor, nuestra oración y concédenos que así como celebramos en la fe la gloriosa resurrección de Jesucristo, así también, cuando él vuelva con todos sus santos, podamos alegrarnos con su victoria. Por nuestro Señor.

Reflexión

• En estas semanas del tiempo pascual, los evangelios diarios están sacados, casi todos, de los capítulos de 12 a 17 de Juan. Esto revela algo respecto del origen y del destino de estos capítulos. Reflejan no sólo lo que acontece antes de la pasión y de la muerte de Jesús, pero también y sobre todo la vivencia de la fe de las primeras comunidades después de la resurrección. Reflejan la fe pascual que las animaba.

• Juan 16,12: Mucho tengo todavía que deciros. El evangelio de hoy comienza con esta frase: "Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello”. En estas palabras de Jesús afloran dos cosas: el ambiente de despedida que marcaba la última cena, y la preocupación de Jesús, el hermano mayor, con sus hermanos más jóvenes que en breve se quedarán sin su presencia. Quedaba muy poco tiempo. En breve, Jesús sería detenido. La obra iniciada estaba aún incompleta. Los discípulos apenas estaban al comienzo del aprendizaje. Tres años es muy poco para cambiar de vida y comenzar a vivir desde otra imagen de Dios. La formación de ellos no se había terminado. Faltaba mucho, y Jesús tenía todavía muchas cosas que enseñar y transmitir. Pero él conoce a sus discípulos. Ellos no son de los más inteligentes. No soportarían conocer ya todas las implicaciones y consecuencias del discipulado. Quedarían desanimados, no serían capaces de soportarlo.

• Juan 16,13-15: El Espíritu Santo dará su ayuda. “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os explicará lo que ha de venir. Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo explicará a vosotros”. Esta afirmación refleja la experiencia de las primeras comunidades. En la medida en que iban imitando a Jesús, tratando de interpretar y aplicar su Palabra en diversas circunstancias de sus vidas, experimentaban la presencia y la luz del Espíritu. Y esto acontece hoy en las comunidades que tratan de encarnar la palabra de Jesús en sus vidas. La raíz de esta experiencia son las palabras de Jesús: “Todo lo que tiene el Padre es mío, también. Por eso os he dicho recibirá de lo mío y os lo explicará todo”.

• La acción del Espíritu Santo en el Evangelio de Juan. Juan usa muchas imágenes y símbolos para significar la acción del Espíritu. Como en la creación (Gen 1,1), así el Espíritu desciende sobre Jesús "como una paloma venida del cielo" (Jn 1,32). ¡Es el comienzo de una nueva creación! Jesús habla las palabras de Dios y nos comunica el Espíritu sin medida (Jn 3,34). Sus palabras son Espíritu y Vida (Jn 6,63). Cuando Jesús se despidió, dijo que iba a enviar a otro consolador, a otro defensor, para que se quede con nosotros. Es el Espíritu Santo (Jn 14,16-17). A través da su pasión, muerte y resurrección, Jesús conquistó el don del Espíritu para nosotros, a través del bautismo, todos nosotros recibimos este mismo Espíritu de Jesús (Jn 1,33). Cuando apareció a los apóstolos, sopló sobre ellos y dijo: "¡Recibid el Espíritu Santo!" (Jn 20,22). El Espíritu es como agua que brota de dentro de las personas que creen en Jesús (Jn 7,37-39; 4,14). El primer efecto de la acción del Espíritu en nosotros es la reconciliación: "A quienes vosotros perdonaréis los pecados serán perdonados; y a quienes no liberéis de sus pecados, quedarán atados" (Jn 20,23). El Espíritu que Jesús nos comunica tiene acción múltipla: consuela y defiende (Jn 14,16), comunica la verdad (Jn 14,17; 16,13); hace recordar lo que Jesús enseñó (Jn 14,26); dará testimonio de Jesús (Jn 15,26); manifiesta la gloria de Jesús (Jn 16,14); desenmascara el mundo (Jn 16,8). El Espíritu nos es dado para que podamos entender el significado pleno de las palabras de Jesús (Jn 14,26; 16,12-13). Animados por el Espíritu de Jesús podemos adorar a Dios en cualquier lugar (Jn 4,23-24). Aquí se realiza la libertad de Espíritu de la que habla San Pablo: "Donde hay el Espíritu del Señor, ahí hay libertad", (2Cor 3,17).


Para la reflexión personal 

• ¿Cómo vivo mi adhesión a Jesús: solo o en comunidad?

• Mi participación en la comunidad ¿me llevó alguna vez a experimentar la luz y la fuerza del Espíritu Santo?


Oración final

Sólo su nombre es sublime, su majestad sobre el cielo y la tierra. Él realza el vigor de su pueblo, orgullo de todos sus fieles. (Sal 148,13-14)

(fuente: ocarm.org)
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