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viernes, 10 de mayo de 2013

¡Abracadabra…!

Me viene a la imaginación el recuerdo divertido de una de las populares historietas de Mafalda. En una de ellas se contaba el diálogo mantenido por Susanita y Miguelito. Venía a decir así: Susanita le pregunta a Miguelito: “¿Quieres que te adivine el porvenir?”. “Bueno”, contesta Miguelito que es bastante pasotilla. Ponte de espaldas y repite: “Conjuro, conjuro, que me adivine el futuro.” Así lo repite dócilmente Miguelito. “Ahora, ponte de frente, frótate la nariz con una carta y di: “Eca…, eca, mi porvenir se aparezca”. Miguelito sin más se frota la nariz y “eca, eca…”. Susanita lo mira muy seria y sentencia: “Si has sido capaz de hacer estas tonterías, no es difícil adivinar tu futuro: serás tonto”.

No está tan lejos de la realidad la postura de Miguelito. Muchas personas, hombres, mujeres, jóvenes y otros que no lo son tanto, confían en el “conjuro, conjuro” para que le adivinen el futuro.

Existe más de una cadena televisiva –y otros lugares- que ofrecen a los incautos soluciones y adivinanzas, tras la consulta a unas cartas, de sus problemas, por unos cuantos minutos que se convierten en euros y que ya se encargan los “adivinos” de prolongar convenientemente, como también no pocos que se denominan futurólogos y aprovechan la incultura existente para conseguir pingües beneficios.

El Tarot es actualmente el medio más comercial de supuesta adivinación y también se suele usar como consultas personales en internet. Sería curioso comprobar el resultado de la consulta a un tarotista y la misma consulta con otro distinto.

Pero el caso es que ni los astros ni las cartas, ni las bolas de cristal sirven para adivinar futuro alguno y desde luego lo que no hay es algo parecido a intervenciones divinas, aunque no falten a veces invocaciones a lo alto. Dios se comunica con el hombre de otra manera.

El hombre ha sentido en todas las épocas interés por conocer el porvenir. En algunos casos, especialmente en tiempos de decadencia religiosa, este interés se convirtió en preocupación obsesiva e infantil credulidad. Esa decadencia lleva consigo el brote pujante de lo supersticioso. No es extraño, pues, que en nuestra época, en la que con bastante frecuencia se palpa la ausencia de la auténtica vida religiosa, se pueda detectar una corrupción de la misma, buscando el remedio a los males, en los “dioses”, los muertos y las fuerzas ocultas De ahí que el desconocimiento de la religión propicie el error, resultando, al menos, curioso, comprobar que personas que se creen a pies juntillas lo “revelado” por el rey de bastos o la sota de espadas, o por cualquiera de las 78 cartas de que está compuesto el tarot, no aceptan, sin embargo, o se despreocupan de la auténtica verdad que está en el Evangelio. Confían en el mago de turno que les asegura el éxito en la vida porque se lo “dice” el as de oros, y no se fían de las enseñanzas de Jesucristo que fue el único que dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.

En el fondo lo que se busca ansiosamente es una respuesta a la multitud de interrogantes, problemas e inseguridades que rodea la vida humana, pero el camino elegido no pasa de ser una inocentada.

Hay siempre respuestas y soluciones auténticas y serias a cualquier problema humano. Lo que es necesario es estudiar en serio, formar la conciencia, huir de lo fácil y no extasiarse con las “abracadabras”.


Magia, tarot, supersticiones 
"Dejad de creer en Dios y creeréis en cualquier cosa"

Desplazarse por el centro de las grandes y a veces no tan grandes ciudades permite encontrarse con un buen número de personas sentadas en taburetes tras unas mesitas con letreros en las que nos anuncian la lectura de las manos, descubrir nuestro futuro a través de las cartas, sumergirnos en los secretos del horóscopo, ...

En las bocas del Metro algunos de los nuevos inmigrantes dan octavillas en las que nos aseguran que de acudir a tal o cual vidente o gurú hallaremos la solución a nuestros problemas de salud, amorosos, matrimoniales, laborales, de negocios, ... Es decir, diremos adiós a cuanto nos preocupa o incomoda y nos transformará en personas nuevas, seres felices. Lo mismo se repite en las páginas de anuncios clasificados de la prensa, en algunas cuñas radiofónicas o en páginas de Internet.

No parece que la presencia de videntes operando en plena calle se haya detenido con las nuevas normas de civismo implantadas por algunos ayuntamientos, quizás porque los ediles entienden que pueden perseguir a prostitutas y vendedores de “top manta” pero que magos y adivinos son inocuos.

Los hijos de la Ilustración y todo el abanico de laicistas nos habían asegurado que cuando hubiera más escuelas, más cultura, desaparecerían todo tipo de supersticiones, incluyendo en el mismo saco la religión. Y los materialistas, no desde ópticas liberales sino marxistas, habían vaticinado algo similar cuando la gente, el proletariado, saliera de la miseria económica: no haría falta ya ‘inventarse’ dioses ni mitos que le garantizaran una felicidad futura enfrente de las miserias presentes.

Pero resulta que en las sociedades del Primer Mundo, aquellas en las que la inmensa mayoría de ciudadanos tienen más que cubiertas las necesidades vitales y hay muchos más problemas de obesidad o de anorexia buscada que de hambre, en donde la escuela no falta a nadie y gran parte de los jóvenes pueden acceder a estudios superiores, en una sociedad del desperdicio, del consumismo desaforado, cuando la cantidad de información nos desborda por todas partes y no somos capaces de asimilarla, ..., resulta que se han disparado los videntes, quirománticos, leedores de manos, magos, descifradores de horóscopos y similares.

Datos de hace tres años del Centro Europeo de Estudios sobre las Nuevas Religiones señalaban que cerca de la quinta parte de la población de Europa Occidental y de los Estados Unidos iba como mínimo una vez al año a visitar un mago o cualquier otro profesional de “lo oculto”.

En el año 2002 había en Italia 7.250 magos que se anunciaban por los medios tradicionales o por Internet. No es un caso especial, sino que en todo Occidente la situación es similar.

El mismo organismo detalla que a este tipo de intérpretes de lo oculto va más gente rica que pobre. Cierto que aquellos tienen más dinero, pero, al menos teóricamente, también han podido tener más acceso a la educación y, en consecuencia, ser menos vulnerables a las supersticiones.

En paralelo a este fenómeno son precisamente estas sociedades del Primer Mundo donde buena parte de la población ha abandonado la práctica religiosa, se declara agnóstica o atea y hasta en muchos casos ha olvidado sus raíces y base cultural cristiana.

Les ha pasado aquello que dijo Chesterton, y con fórmulas similares han manifestado muchos otros, “dejad de creer en Dios y creeréis en cualquier cosa”.

(fuente: www.forumlibertas.com)

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