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sábado, 30 de abril de 2016

El delantal de San José de Nazaret

Una muy interesante reflexión sobre cómo San José puede enseñarnos a saber llevar por separado la vida laboral y la familiar.

Hay un detalle muy interesante en las estampitas de San José de Nazaret cuando aparece trabajando en el taller de carpintería, ¿lo notaron?: ¡Sí! San José de Nazaret siempre tiene puesto un delantal. ¿Saben lo que es un delantal y para qué sirve? Pues es una pieza de ropa que usan los carpinteros, que se guindan en el cuello y se amarran en la espalda.

¿Saben por qué San José de Nazaret usa un delantal cuando está en el taller de carpintería?: Para que las astillas y el aserrín no se peguen a la ropa. San José de Nazaret no permitía que las dificultades del trabajo, las astillas y el aserrín se le pegaran a su ropa, por eso usaba un delantal.

Cuando San José de Nazaret terminaba el trabajo, se quitaba el delantal lleno de astillas y aserrín, y se iba limpio a su casa a abrazar a la Virgen María y a su Hijo, el Señor Jesús. De ninguna manera ¡San José de Nazaret se llevaba las dificultades del trabajo, las astillas y el aserrín a su casa!

Yo pienso que los padres de familia deberían imitar a San José de Nazaret y ponerse un delantal para no llevar las dificultades del trabajo a la casa, ¿no creen ustedes?

Sabemos que en muchas ocasiones, el trabajo puede resultarnos muy difícil, y me refiero a todo el ambiente laboral, que puede en algunos momentos, cargarse de hostilidad por las distintas formas de conductas agresivas de personas que en éste se encuentran, A veces, a los cristianos nos ha tocado lidiar con jefes mal humorados, compañeros difíciles e irrespetuosos, secretarias con actitudes repugnantes y clientes que friegan mucho.

Los cristianos no debemos permitir que esas dificultades se nos peguen, como se pegan las astillas y el aserrín a la ropa, porque cuando se regresa a casa y la esposa o los hijos nos vayan a abrazar, ellos pueden salir lastimados.

Y así sucede. Hay veces que los padres de familia llegan a la casa con todas las dificultades del trabajo encima: ¡andan llenos de astillas y aserrín! ¡No se pusieron el delantal!

Padre de familia, ¡mírense al espejo! ¿Se da cuenta usted que está gritando y que tiene la misma cara de perro del jefe mal humorado?

Muchas veces, algunos padres de familia se quieren desquitar con la esposa o con los hijos, de todas las cosas malas que le ocurrieron en el trabajo. Se van cargados con todas esas situaciones incómodas que vivieron allí. ¡Cuidado! Los trabajos son temporales, un día tiene el trabajo y mañana lo pueden despedir. El amor de la esposa y de los hijos no se puede sustituir.

Pónganse un delantal en el trabajo como San José de Nazaret y asegúrese de dejar el delantal en el trabajo y no lo lleve a la casa.

escrito por Roger Bonilla
(fuente: www.pildorasdefe.net)

¿Cómo conciliar vida laboral y familiar? El amor marca las prioridades

A veces lo que falta no es tiempo, sino un corazón ordenado y enamorado.

"El trabajo es el fundamento sobre el que se forma la vida familiar, la cual es un derecho natural y una vocación del hombre. Estos dos ámbitos de valores —uno relacionado con el trabajo y otro consecuente con el carácter familiar de la vida humana— deben unirse entre sí correctamente y correctamente compenetrarse"[1].

Armonizar las exigencias de la vocación familiar y de la vocación profesional no siempre es fácil, pero forma parte importante del empeño por vivir en unidad de vida. Es el amor de Dios el que da unidad, pone orden en el corazón, enseña cuáles son las prioridades.

Entre esas prioridades está saber situar siempre el bien de las personas por encima de otros intereses, trabajando para servir, como manifestación de la caridad; y vivir la caridad de manera ordenada, empezando por los que Dios ha puesto más directamente a nuestro cuidado.

La vida familiar y la vida profesional se sostienen mutuamente. El trabajo, dentro y fuera de casa, "es, en un cierto sentido, una condición para hacer posible la fundación de una familia". En primer lugar, porque la familia "exige los medios de subsistencia, que el hombre adquiere normalmente mediante el trabajo"[2].

A su vez, el trabajo es un elemento fundamental para alcanzar los fines de la familia. "Trabajo y laboriosidad condicionan todo el proceso de educación dentro de la familia, precisamente por la razón de que cada uno "se hace hombre", entre otras cosas, mediante el trabajo, y ese hacerse hombre expresa precisamente el fin principal de todo el proceso educativo"[3].

La Sagrada Familia nos muestra cómo compenetrar estos dos ámbitos. San Josemaría aprendió y enseñó las lecciones de santa María y de san José. Con su trabajo proporcionaron a Jesús un hogar en el que crecer y desarrollarse.

El ejemplo de Nazaret resonaba en el alma del fundador del Opus Dei, como escuela de servicio, donde nadie se reserva nada. Allí no se oye hablar de mi honra, ni de mi tiempo, ni de mi trabajo, ni de mis ideas, ni de mis gustos, ni de mi dinero. Allí se coloca todo al servicio del grandioso juego de Dios con la humanidad, que es la Redención[4].


Imitar a san José

Mirad: ¿qué hace José, con María y con Jesús, para seguir el mandato del Padre, la moción del Espíritu Santo? Entregarle su ser entero, poner a su servicio su vida de trabajador.

José, que es una criatura, alimenta al Creador; él, que es un pobre artesano, santifica su trabajo profesional, cosa de la que se habían olvidado por siglos los cristianos, y que el Opus Dei ha venido a recordar. Le da su vida, le entrega el amor de su corazón y la ternura de sus cuidados, le presta la fortaleza de sus brazos, le da… todo lo que es y puede: el trabajo profesional ordinario, propio de su condición[5].

San José trabajó para servir al Hijo de Dios y a su Madre. Nada sabemos del producto material de su trabajo, ni se ha encontrado objeto alguno que lleve su firma; pero sí conocemos quiénes fueron los primeros beneficiados de sus horas de fatiga: la Santísima Virgen y Nuestro Señor Jesucristo.

El cuerpo del Señor, entregado años después en la Cruz para salvarnos, participó de la indigencia humana, creció y se desarrolló al amparo de sus padres, necesitó del trabajo de José.

El trabajo de San José es un ejemplo maravilloso del juego divino y humano de la Redención. Está puesto al servicio de las necesidades más materiales de la Santísima Humanidad del Redentor.

Enseñó su oficio al Divino Artífice, sostuvo económicamente, con su esfuerzo, al Señor de todo lo creado. No se dejó llevar por el cansancio de la jornada al volver al hogar, pues no quiso privar al Hijo de Dios de los cuidados y atenciones propias de la paternidad humana. San José alcanzó un puesto de honor en la historia de la salvación al dedicar su vida a su familia. Su trabajo, lejos de verse empequeñecido por las exigencias que imponían sus responsabilidades como cabeza de familia —viajes, cambios de domicilio, dificultades y peligros— se vio infinitamente enriquecido. El trabajo de san José, como el de santa María, rebosan trascendencia, eternidad.

¡Qué gran lección para quienes fácilmente nos dejamos fascinar por el deseo de afirmación personal y gloria humana en el trabajo! La gloria de San José fue ver crecer a Jesús en edad y sabiduría[6], y servir a la Señora.

Las horas de esfuerzo continuado del santo Patriarca tenían rostro. No terminaban en una obra material, por bien hecha que estuviese. Eran cauce para amar a Dios en su Hijo y en su Madre.

Dios nos ha dado también la posibilidad de descubrirle y amarle, sirviendo a los más próximos, a través de las distintas tareas profesionales.

Muchas personas colocan fotografías de sus seres queridos u otras industrias humanas en la mesa o en el lugar de trabajo, y esto les sirve para dar sentido a la tarea, les recuerda que vale la pena el esfuerzo, que no trabajan solos. Si no hay amor, si la familia, todas las almas y, en último término, Dios, dejan de dar sentido al trabajo, el corazón busca sucedáneos, en forma de vanidad, de afán de éxito o de consideración social.

Da mucha pena ver personas interiormente divididas. Sufren mucho, inútilmente. Tratan de ajustar multitud de compromisos que no son compatibles. No lo consiguen por más que se esfuercen porque lo que les falta no es tiempo, sino un corazón ordenado y enamorado.

Las obligaciones familiares les parecen un obstáculo para crecer profesionalmente; querrían ser buenos amigos, pero no tienen la cabeza y el corazón para pensar en los demás. El ejemplo de San José puede ayudarnos a todos. En él, el cuidado de la Sagrada Familia y el trabajo de artesano no eran cosas distintas, sino una misma realidad. Cuidaba de santa María trabajando, y mostraba el amor a Jesús con su tarea, en una vida plenamente coherente.


Apostolado urgente

"En conjunto se debe recordar y afirmar que la familia constituye uno de los puntos de referencia más importantes, según los cuales debe formarse el orden socio-ético del trabajo humano (…). En efecto, la familia es, al mismo tiempo, una comunidad hecha posible gracias al trabajo y la primera escuela interior de trabajo para todo hombre"[7].

Nos enfrentamos hoy al reto apasionante de otorgar a la familia el lugar central que le corresponde en la vida de las personas y en el mundo del trabajo. Este reto asume muchas facetas.

En primer lugar, valorizar afectiva y efectivamente aquellas profesiones más estrechamente ligadas a los fines propios de la familia, como las labores domésticas, la labor educativa, muy especialmente en los primeros años de vida, o las distintas formas de colaboración —nunca sustitución de los deberes familiares— en la asistencia a los enfermos y ancianos.

También es un desafío actualísimo evitar, en la medida que cada uno pueda, que la organización del trabajo genere situaciones que fomenten graves tensiones familiares o incompatibilidades con las obligaciones del hogar.

Estas situaciones se dan a menudo: salarios insuficientes que dificultan el crecimiento y desarrollo normal de las familias; horarios que reducen mucho la presencia en el hogar del padre o la madre; trabas a la actitud generosa, abierta a la vida, de muchas mujeres que quieren compatibilizan la dedicación a la familia con profesiones fuera del hogar.

Además, no hay que olvidar que la competitividad laboral que reina en la sociedad actual, afecta de modo particular al profesional joven, que tantas veces tiene que compatibilizar la dedicación familiar con una carga de trabajo abrumadora.

Es un periodo en el que con frecuencia se vive en medio de horarios de trabajo muy apretados y con una remuneración no tan generosa como se querría para afrontar con paz la aventura familiar.

Por otro lado, para poder ascender profesionalmente, las reglas laborales exigen muchas veces más dedicación, más disponibilidad, más viajes… Es cierto que la vida es compleja, competitiva; y que la agresividad en el ámbito laboral dificulta con frecuencia la armonía entre la vida familiar y profesional. Negarlo sería cerrar los ojos a la realidad, pero aceptarlo como algo irremediable —como cuando vemos que está lloviendo— no sería propio de un hijo de Dios.

Hay que pedir al Señor la fortaleza para saber decir que no a supuestas exigencias del trabajo, sin dejarse absorber por lo que no es más que un medio.

Tenemos toda la ayuda divina para cambiar el mundo, la cultura, la sociedad; para cambiar nuestro corazón. Pero debemos llenarnos primeramente de esperanza —don divino—, porque el Señor lo puede todo.

Si grabamos con fuerza el ejemplo de servicio, de abnegación, de entrega auténtica y concreta que nos muestra la familia de Nazaret, sabremos después encontrar tiempo para la familia, para el trato con Dios: nuestro verdadero tesoro.

Porque el secreto de la unidad de vida es tener un corazón enamorado, un amor que ilumina toda nuestra jornada, también cuando se presenta gris y con nubarrones.

El reto es grande, y la tarea apostólica urgente: Hay dos puntos capitales en la vida de los pueblos: las leyes sobre el matrimonio y las leyes sobre la enseñanza; y ahí, los hijos de Dios tienen que estar firmes, luchar bien y con nobleza, por amor a todas las criaturas[8].

Una sociedad que no proteja la familia, quizá con la falsa excusa de un progreso técnico y económico más apresurado, en realidad está acelerando su destrucción.

Sin la familia, la civilización degenera, y a medio plazo se disgrega y se estanca, también económicamente. La Iglesia no se cansa de recordarlo. Las familias cristianas están llamadas a sostener con firmeza esta institución.

Apoyar y fomentar el conjunto de valores que custodia la familia es hoy una prioridad en la misión de la Iglesia. Muchas otras cosas dependen de esto. La calidad moral de una sociedad depende de la salud moral de sus familias.

En el origen de muchas situaciones de corrupción generalizada, que terminan por minar la capacidad de trabajo, se encuentra seguramente un déficit de educación en la justicia y en el servicio a los demás dentro de las familias.

Pensemos también, por ejemplo, en la dificultad de responder con generosidad a una llamada divina cuando la personalidad no ha madurado en un ambiente adecuado.

Las generaciones que protagonizarán el futuro contarán con los recursos espirituales y morales que reciban ahora, principalmente en el seno de sus familias.

La trascendencia social de lo que ocurre en la pequeña comunidad familiar es incalculable. Está en juego la felicidad de muchas personas. Vale la pena tomarse muy en serio, sin regatear esfuerzos y empezando por la propia familia, esta colosal tarea apostólica.

Hijos míos, en medio de la calle, en medio del mundo hemos de estar siempre, tratando de crear a nuestro alrededor un remanso de aguas limpias, para que vengan otros peces, y entre todos vayamos ampliando el remanso, purificando el río, devolviendo su calidad a las aguas del mar[9].

El empeño que pongáis, hijas e hijos míos, para imprimir un tono profundamente cristiano en vuestros hogares y en la educación de vuestros hijos, hará de vuestras familias focos de vida cristiana, remansos de aguas limpias que influirán en muchas otras familias, facilitando también que broten vocaciones[10].

escrito por J. López Díaz y C. Ruíz

[1] Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 14-IX-1981, n. 10
[2] Ibid.
[3] Ibid.
[4] San Josemaría, Carta 14-II-1974, n. 2, en F. Requena, J. Sesé, Fuentes para la historia del Opus Dei, Ariel, Madrid 2002, pp. 144-145.
[5] San Josemaría, Meditación "San José, Nuestro Padre y Señor" (19-III-1968), citado por J.M. Casciaro, La encarnación del Verbo y la corporalidad humana, en "Scripta Theologica" 18 (1986/3) 751-770.
[6] Cfr. Lc 2, 52.
[7] Juan Pablo II, Litt. enc. Laborem exercens, 14-IX-1981, n. 10.
[8] San Josemaría, Forja, n. 104
[9] San Josemaría, Apuntes de la predicación, 20-V-1973; en E. Burkhart, J. López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría, III, Rialp, Madrid 2013, p. 118.:
[10] Mons. Javier Echevarría, Carta, 28-XI-02, nn. 11-12, en http://www.opusdei.org

(fuentes: opusdei.org; aleteia.org)

viernes, 29 de abril de 2016

Del carro de verduras a la Armada con el mejor promedio

Nunca hay excusas para sentarse a estudiar, el esfuerzo será recompensado.

Juan Alberto Carabajal tenía 18 años cuando decidió rendir para entrar en la Armada. Su mamá lo regaló cuando tenía 4 meses. A pesar de vivir en la indigencia fue abanderado del secundario y logró el mejor examen del Noroeste de ingreso a la Armada y hoy es aspirante naval Operaciones Generales en la Escuela de Suboficiales. . Se ganaba la vida vendiendo verduras con un carro con el que recorría la ciudad de San Miguel de Tucumán.

Vivía en la pobreza extrema, en una casa con piso de tierra en la que en un solo ambiente con un par de camas, inodoro, cocina y una mesa.

A pesar de esa situación, Juan nunca puso excusas para sentarse a estudiar. Por eso su esfuerzo se vio compensado en el secundario cuando por sus notas, egresó como el mejor alumno. Es hijo adoptivo de Rosa Paula Romero, de 61 años, y Manuel Antonio Pereyra, de 67. La mamá lo regaló al matrimonio cuando apenas tenía 4 meses.

“La mamá era más pobre que nosotros”, dijo Rosa en declaraciones a la prensa. Su origen, ni su vida en medio de la pobreza fueron impedimentos para que Juan volcara toda su devoción a los libros.

Sobre cómo fue esta etapa, se sinceró: “Complicado pero hermoso. Complicado por el tema económico. Tenía dinero pero no mucho, necesitaba para pagar un profesor particular. Mi hermano y mi mamá me ayudadon”.

Con relación a por qué se inclinó por rendir el ingreso a la Armada, expresó: “Por la jerarquía que representa”. “Es mucho sacrificio, tenía que mejorar”, indicó.

Al mismo tiempo, contó que en su casa todos están “muy contentos y orgullosos” luego de que sacara el mejor promedio de la región noroeste y el cuarto del país.


“No soy un ejemplo para nadie”

En Tucumán, Juan Alberto aprendió de la escuela pero también de la calle, “los que hemos vivido ahí sabemos lo que es tratar de escapar de toda esa realidad difícil, es como ir corriendo contra el viento y no llegar nunca. Cuando entré a la Armada maduré; veo hacia atrás y mejoré un montón porque siempre es algo que me lo he propuesto. Me gusta cumplir con mis objetivos y creo en mi palabra”.

“Soy una persona normal, quizás sea un referente, pero no soy ejemplo para nadie, para serlo tenés que ser perfecto y la perfección nunca existió”, habló con sinceridad.

“Lo que uno sí puede hacer es mejorar… saber que se puede cambiar para ser mejor. Cada uno vive su vida: yo tuve que laburar en un carro con mi viejo y mi hermano y volver muchas veces con muy poca plata; tuve que aguantar que fallezca un hermano mayor por la inseguridad, perder a mi viejo por el cáncer, y a mi sobrino por las drogas. Uno no encuentra la solución y en ese momento piensa que nunca va a pasarle algo bueno”, recordó.

Al vivir ambas realidades, la de la calle y ahora dentro de la Armada, está convencido que eligió un buen futuro para su vida, “viví las dos realidades y para mí, el único futuro es estar acá; primero porque en ningún lugar te pagan por estudiar, los instructores y profesores valoran mucho el que aprendas y siempre te ayudan y, al mismo tiempo, nos van forjando otras actitudes. Es un gran sacrificio alejarse del hogar y de su provincia pero es así: el sabor dulce de haber logrado mucho y el amargo de no estar con los que uno quiere”, expresó.

De Tucumán dijo que extraña las empanadas, el folcklore y la guaracha; y recuerda con cariño la achilata “es un helado rojo muy rico como los juguitos congelados”, se ríe, y el panchuque, que es como un pancho pero la salchicha se envuelve en una masa casera marinada que lleva harina, leche y pimienta, compartió el marino tucumano.

(fuente: www.oleadajoven.org.ar)

San Francisco y el lobo de Gubbio

Cómo San Francisco amansó, por virtud divina, un lobo ferocísimo

(Florecillas de San Francisco, Capítulo XXI)

En el tiempo en que San Francisco moraba en la ciudad de Gubbio, apareció en la comarca un grandísimo lobo, terrible y feroz, que no sólo devoraba los animales, sino también a los hombres; hasta el punto de que tenía aterrorizados a todos los habitantes, porque muchas veces se acercaba a la ciudad. Todos iban armados cuando salían de la ciudad, como si fueran a la guerra; y aun así, quien topaba con él estando solo no podía defenderse. Era tal el terror, que nadie se aventuraba a salir de la ciudad.

San Francisco, movido a compasión de la gente del pueblo, quiso salir a enfrentarse con el lobo, desatendiendo los consejos de los habitantes, que querían a todo trance disuadirle. Y, haciendo la señal de la cruz, salió fuera del pueblo con sus compañeros, puesta en Dios toda su confianza. Como los compañeros vacilaran en seguir adelante, San Francisco se encaminó resueltamente hacia el lugar donde estaba el lobo. Cuando he aquí que, a la vista de muchos de los habitantes, que habían seguido en gran número para ver este milagro, el lobo avanzó al encuentro de San Francisco con la boca abierta; acercándose a él, San Francisco le hizo la señal de la cruz, lo llamó a sí y le dijo:

-- ¡Ven aquí, hermano lobo! Yo te mando, de parte de Cristo, que no hagas daño ni a mí ni a nadie.

¡Cosa admirable! Apenas trazó la cruz San Francisco, el terrible lobo cerró la boca, dejó de correr y, obedeciendo la orden, se acercó mansamente, como un cordero, y se echó a los pies de San Francisco. Entonces, San Francisco le habló en estos términos:

-- Hermano lobo, tú estás haciendo daño en esta comarca, has causado grandísimos males, maltratando y matando las criaturas de Dios sin su permiso; y no te has contentado con matar y devorar las bestias, sino que has tenido el atrevimiento de dar muerte y causar daño a los hombres, hechos a imagen de Dios. Por todo ello has merecido la horca como ladrón y homicida malvado. Toda la gente grita y murmura contra ti y toda la ciudad es enemiga tuya. Pero yo quiero, hermano lobo, hacer las paces entre tu y ellos, de manera que tú no les ofendas en adelante, y ellos te perdonen toda ofensa pasada, y dejen de perseguirte hombres y perros.

Ante estas palabras, el lobo, con el movimiento del cuerpo, de la cola y de las orejas y bajando la cabeza, manifestaba aceptar y querer cumplir lo que decía San Francisco. Díjole entonces San Francisco:

-- Hermano lobo, puesto que estás de acuerdo en sellar y mantener esta paz, yo te prometo hacer que la gente de la ciudad te proporcione continuamente lo que necesitas mientras vivas, de modo que no pases ya hambre; porque sé muy bien que por hambre has hecho el mal que has hecho. Pero, una vez que yo te haya conseguido este favor, quiero, hermano lobo, que tú me prometas que no harás daño ya a ningún hombre del mundo y a ningún animal. ¿Me lo prometes?

El lobo, inclinando la cabeza, dio a entender claramente que lo prometía. San Francisco le dijo:

-- Hermano lobo, quiero que me des fe de esta promesa, para que yo pueda fiarme de ti plenamente.

Tendióle San Francisco la mano para recibir la fe, y el lobo levantó la pata delantera y la puso mansamente sobre la mano de San Francisco, dándole la señal de fe que le pedía. Luego le dijo San Francisco:

-- Hermano lobo, te mando, en nombre de Jesucristo, que vengas ahora conmigo sin temor alguno; vamos a concluir esta paz en el nombre de Dios.

El lobo, obediente, marchó con él como manso cordero, en medio del asombro de los habitantes. Corrió rápidamente la noticia por toda la ciudad; y todos, grandes y pequeños, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, fueron acudiendo a la plaza para ver el lobo con San Francisco. Cuando todo el pueblo se hubo reunido, San Francisco se levantó y les predicó, diciéndoles, entre otras cosas, cómo Dios permite tales calamidades por causa de los pecados; y que es mucho más de temer el fuego del infierno, que ha de durar eternamente para los condenados, que no la ferocidad de un lobo, que sólo puede matar el cuerpo; y si la boca de un pequeño animal infunde tanto miedo y terror a tanta gente, cuánto más de temer no será la boca del infierno. «Volveos, pues, a Dios, carísimos, y haced penitencia de vuestros pecados, y Dios os librará del lobo al presente y del fuego infernal en el futuro.»

Terminado el sermón, dijo San Francisco:

-- Escuchad, hermanos míos: el hermano lobo, que está aquí ante vosotros, me ha prometido y dado su fe de hacer paces con vosotros y de no dañaros en adelante en cosa alguna si vosotros os comprometéis a darle cada día lo que necesita. Yo salgo fiador por él de que cumplirá fielmente por su parte el acuerdo de paz.

Entonces, todo el pueblo, a una voz, prometió alimentarlo continuamente. Y San Francisco dijo al lobo delante de todos:

-- Y tú, hermano lobo, ¿me prometes cumplir para con ellos el acuerdo de paz, es decir, que no harás daño ni a los hombres, ni a los animales, ni a criatura alguna?

El lobo se arrodilló y bajó la cabeza, manifestando con gestos mansos del cuerpo, de la cola y de las orejas, en la forma que podía, su voluntad de cumplir todas las condiciones del acuerdo. Añadió San Francisco:

-- Hermano lobo, quiero que así como me has dado fe de esta promesa fuera de las puertas de la ciudad, vuelvas ahora a darme fe delante de todo el pueblo de que yo no quedaré engañado en la palabra que he dado en nombre tuyo.

Entonces, el lobo, alzando la pata derecha, la puso en la mano de San Francisco. Este acto y los otros que se han referido produjeron tanta admiración y alegría en todo el pueblo, así por a devoción del Santo como por la novedad del milagro y por la paz con el lobo, que todos comenzaron a clamar al cielo, alabando y bendiciendo a Dios por haberles enviado a San Francisco, el cual, por sus méritos, los había librado de la boca de la bestia feroz.

El lobo siguió viviendo dos años en Gubbio; entraba mansamente en las casas de puerta en puerta, sin causar mal a nadie y sin recibirlo de ninguno. La gente lo alimentaba cortésmente, y, aunque iba así por la ciudad y por las casas, nunca le ladraban los perros. Por fin, al cabo de dos años, el hermano lobo murió de viejo; los habitantes lo sintieron mucho, ya que, al verlo andar tan manso por la ciudad, les traía a la memoria la virtud y la santidad de San Francisco.

En alabanza de Cristo. Amén.


Los motivos del lobo
(por Rubén Darío)

El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de Asís,
está con un rudo y torvo animal,
bestia temerosa, de sangre y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
el lobo de Gubbio, el terrible lobo.
Rabioso, ha asolado los alrededores;
cruel, ha deshecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró pastores,
y son incontables sus muertes y daños.

Fuertes cazadores armados de hierros
fueron destrozados. Los duros colmillos
dieron cuenta de los más bravos perros,
como de cabritos o de corderillos.

Francisco salió:
al lobo buscó
en su madriguera.
Cerca de la cueva encontró a la fiera
enorme, que al verle se lanzó feroz
contra él. Francisco, con su dulce voz,
alzando la mano,
al lobo furioso dijo: --¡Paz, hermano
lobo! El animal
contempló al varón de tosco sayal,
dejó su aire arisco,
cerró las abiertas fauces agresivas,
y dijo: --¡Está bien, hermano Francisco!
-- ¡Cómo! -exclamó el Santo-. ¿Es ley que tú vivas
de horror y de muerte?
La sangre que vierte
tu hocico diabólico, el duelo y espanto
que esparces, el llanto
de los campesinos, el grito, el dolor,
de tanta criatura de Nuestro Señor,
¿no ha de contener tu encono infernal?
¿Vienes del infierno?
¿Te ha infundido acaso su rencor eterno
Luzbel o Belial?

Y el gran lobo, humilde: --¡Es duro el invierno
y es horrible el hambre! En el bosque helado
no halle qué comer; y busqué el ganado,
y a veces comí ganado y pastor.
¿La sangre? Yo vi más de un cazador
sobre su caballo llevando el azor
al puño; o correr tras el jabalí,
el oso o el ciervo; y a más de uno vi
mancharse de sangre, herir, torturar,
de las roncas trompas al sordo clamor,
a los animales de Nuestro Señor.
Y no era por hambre, que iban a cazar.
Francisco responde: --En el hombre existe
mala levadura.
Cuando nace viene con pecado. Es triste.
Mas el alma simple de la bestia es pura.
Tú vas a tener
desde hoy qué comer.
Dejarás en paz
rebaños y gentes en este país.
¡Que Dios melifique tu ser montaraz!
-- Está bien, hermano Francisco de Asís.
-- Ante el Señor, que todo ata y desata,
en fe de promesa, tiéndeme la pata.
El lobo tendió la pata al hermano
de Asís, que a su vez le alargó la mano.
Fueron a la aldea. La gente veía
y lo que miraba casi no creía.
Tras el religioso iba el lobo fiero,
y, baja la testa, quieto le seguía
como un can de casa, o como un cordero.

Francisco llamó la gente a la plaza
y allí predicó,
y dijo: --He aquí una amable caza.
El hermano lobo se viene conmigo;
me juró no ser ya nuestro enemigo
y no repetir su ataque sangriento.
Vosotros, en cambio, daréis su alimento
a la pobre bestia de Dios. --¡Así sea!,
contestó la gente toda de la aldea.
Y luego, en señal
de contentamiento,
movió testa y cola el buen animal,
y entró con Francisco de Asís al convento.

Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo
en el santo asilo.
Sus bastas orejas los salmos oían
y los claros ojos se le humedecían.
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
cuando a la cocina iba con los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía
el lobo las pobres sandalias lamía.
Salía a la calle,
iba por los montes, descendía al valle,
entraba a las casas y le daban algo
de comer. Mirábanle como a un manso galgo.
Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo
dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo,
desapareció, tornó a la montaña,
y recomenzaron su aullido y su saña.

Otra vez sintióse el temor, la alarma,
entre los vecinos y entre los pastores;
colmaba el espanto los alrededores;
de nada servían el valor y el arma,
pues la bestia fiera
no dio tregua a su furor jamás,
como si tuviera
fuego de Moloch y de Satanás.

Cuando volvió al pueblo el divino Santo,
todos le buscaron con quejas y llanto,
y con mil querellas dieron testimonio
de los que sufrían y perdían tanto
por aquel infame lobo del demonio.

Francisco de Asís se puso severo.
Se fue a la montaña
a buscar al falso lobo carnicero.
Y junto a su cueva halló a la alimaña.
-- En nombre del Padre del sacro universo,
conjúrote -dijo-, ¡oh lobo perverso!,
a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
Contesta. Te escucho.
Como en sorda lucha habló el animal,
la boca espumosa y el ojo fatal:
-- Hermano Francisco, no te acerques mucho.
Yo estaba tranquilo allá, en el convento;
al pueblo salía
y si algo me daban estaba contento
y manso comía.
Mas empecé a ver que en todas las casas
estaba la Envidia, la Saña, la Ira,
y en todos los rostros ardían las brasas
de odio, de lujuria, de infamia y mentira.
Hermanos a hermanos hacían la guerra,
perdían los débiles, ganaban los malos,
hembra y macho eran como perro y perra,
y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde, lamía las manos
y los pies. Seguí tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos:
los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así me apalearon y me echaron fuera,
y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera,
y me sentí lobo malo de repente,
mas siempre mejor que esa mala gente.
Y recomencé a luchar aquí,
a me defender y a me alimentar,
como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el risco,
déjame existir en mi libertad,
vete a tu convento, hermano Francisco,
sigue tu camino y tu santidad.

El Santo de Asís no le dijo nada.
Le miró con una profunda mirada,
y partió con lágrimas y con desconsuelos,
y habló al Dios eterno con su corazón.
El viento del bosque llevó su oración,
que era: Padre nuestro, que estás en los cielos...

(fuente: www.franciscanos.org)

¿Por qué trabajo? ¿Por dinero, por prestigio, por rutina… por amor?

La ocupación profesional tiene una relación directa con la felicidad, cuando nace y se ordena al amor.

El hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor[1]. Al leer estas palabras de san Josemaría, es posible que dentro de nuestras almas surjan algunas preguntas que den paso a un diálogo sincero con Dios: ¿para qué trabajo?, ¿cómo es mi trabajo?, ¿qué pretendo o qué busco con mi labor profesional? Es la hora de recordar que el fin de nuestra vida no es hacer cosas sino amar a Dios. La santidad no consiste en hacer cosas cada día más difíciles, sino en hacerlas cada día con más amor[2].

Mucha gente trabaja —y trabaja mucho—, pero no santifica su trabajo. Hacen cosas, construyen objetos, buscan resultados, por sentido del deber, por ganar dinero, o por ambición; unas veces triunfan y otras fracasan; se alegran o se entristecen; sienten interés y pasión por su tarea, o bien, decepción y hastío; tienen satisfacciones junto con inquietudes, temores y preocupaciones; unos se dejan llevar por la inclinación a la actividad, otros por la pereza; unos se cansan, otros procuran evitar a toda costa el cansancio…

Todo esto tiene un punto en común: pertenece a un mismo plano, el plano de la naturaleza humana herida por las consecuencias del pecado, con sus conflictos y contrastes, como un laberinto en el que el hombre que vive según la carne, en palabras de san Pablo —el animalis homo—, deambula, atrapado en un ir de aquí para allá, sin encontrar el camino de la libertad y su sentido.

Ese camino y ese sentido sólo se descubren cuando se levanta la mirada y se contempla la vida y el trabajo en esta tierra con la luz de Dios que ve desde de lo alto. La gente —escribe san Josemaría en Camino— tiene una visión plana, pegada a la tierra, de dos dimensiones. —Cuando vivas vida sobrenatural obtendrás de Dios la tercera dimensión: la altura, y, con ella, el relieve, el peso y el volumen[3].


El trabajo nace del amor

¿Qué significa entonces, para un cristiano, que el trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor?[4]. Primero conviene considerar a qué amor se refiere san Josemaría. Hay un amor llamado de concupiscencia, cuando se ama algo para satisfacer el propio gusto sensible o el deseo de placer (concupiscentia). No es éste el amor del que nace, en último término, el trabajo de un hijo de Dios, aunque muchas veces trabaje con gusto y le apasione su tarea profesional.

Un cristiano no ha de trabajar solo o principalmente cuando tenga ganas, o le vayan las cosas bien. El trabajo de un cristiano nace de otro amor más alto: el amor de benevolencia, cuando directamente se quiere el bien de otra persona (benevolentia), no ya el propio interés. Si el amor de benevolencia es mutuo se llama amor de amistad[5], mayor cuanto se está dispuesto no sólo a dar algo por el bien de un amigo, sino a entregarse uno mismo: Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos[6].

Los cristianos podemos amar a Dios con amor de amistad sobrenatural, porque Él nos ha hecho hijos suyos y quiere que le tratemos con confianza filial, y veamos en los demás hijos suyos a hermanos nuestros. A este amor se refiere el Fundador del Opus Dei cuando escribe que el trabajo nace del amor: es el amor de los hijos de Dios, el amor sobrenatural a Dios y a los demás por Dios: la caridad que ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado[7].

Querer el bien de una persona no lleva a complacer siempre su voluntad. Puede ocurrir que lo que quiere no sea un bien, como sucede muy a menudo a las madres, que no dan a sus hijos todo lo que piden, si les puede hacer daño. En cambio, amar a Dios es siempre querer su Voluntad, porque la Voluntad de Dios es el bien.

Por eso, para un cristiano, el trabajo nace del amor a Dios, ya que el amor filial nos lleva a querer cumplir su Voluntad, y la Voluntad divina es que trabajemos[8]. Decía san Josemaría que por amor a Dios quería trabajar como un borrico de noria[9]. Y Dios ha bendecido su generosidad derramando copiosamente su gracia que ha dado innumerables frutos de santidad en todo el mundo.

Vale la pena, por tanto, que nos preguntemos con frecuencia por qué trabajamos. ¿Por amor a Dios o por amor propio? Puede parecer que existen otras posibilidades, por ejemplo, que se puede trabajar por necesidad. Esto indica no ir al fondo en el examen, porque la necesidad no es la respuesta última.

También hay que alimentarse por necesidad, para vivir, pero ¿para qué queremos vivir, para la gloria de Dios, como exhorta san Pablo[10], o para la propia gloria? Pues para eso mismo nos alimentamos y trabajamos. Es la pregunta radical, la que llega al fundamento. No hay más alternativas. Quien se examina sinceramente, pidiendo luces a Dios, descubre con claridad dónde tiene puesto en último término su corazón al realizar las tareas profesionales. Y el Señor le concederá también su gracia para decidirse a purificarlo y dar todo el fruto de amor que Él espera de los talentos que le ha confiado.


El trabajo manifiesta el amor

El trabajo de un cristiano manifiesta el amor, no sólo porque el amor a Dios lleva a trabajar, como hemos considerado, sino porque lleva a trabajar bien, pues así lo quiere Dios. El trabajo humano es, en efecto, participación de su obra creadora[11], y Él —que ha creado todo por Amor— ha querido que sus obras fueran perfectas: Dei perfecta sunt opera[12], y que nosotros imitemos su modo de obrar.

Modelo perfecto del trabajo humano es el trabajo de Cristo, de quien dice el Evangelio que todo lo hizo bien[13]. Estas palabras de alabanza, que brotaban espontáneas al contemplar sus milagros, obrados en virtud de su divinidad, pueden aplicarse también —así lo hace san Josemaría— al trabajo en el taller de Nazaret, realizado en virtud de su humanidad. Era un trabajo cumplido por Amor al Padre y a nosotros. Un trabajo que manifestaba ese Amor por la perfección con que estaba hecho. No sólo perfección técnica sino fundamentalmente perfección humana: perfección de todas las virtudes que el amor logra poner en ejercicio dándoles un tono inconfundible: el tono de la felicidad de un corazón lleno de Amor que arde con el deseo de entregar la vida.

La tarea profesional de un cristiano manifiesta el amor a Dios cuando está bien hecha. No significa que el resultado salga bien, sino que se ha intentado hacer del mejor modo posible, poniendo los medios disponibles en las circunstancias concretas.

Entre el trabajo de una persona que obra por amor propio, y el de esa misma persona, si comienza a trabajar por amor a Dios y a los demás por Dios, hay tanta diferencia como entre el sacrificio de Caín y el de Abel. Éste último trabajó para ofrecer lo mejor a Dios, y su ofrenda fue agradable al Cielo. De nosotros espera otro tanto el Señor.

Para un católico, trabajar no es cumplir, ¡es amar!: excederse gustosamente, y siempre, en el deber y en el sacrificio[14]. Realizad pues vuestro trabajo sabiendo que Dios lo contempla: laborem manuum mearum respexit Deus (Gn 31, 42). Ha de ser la nuestra, por tanto, tarea santa y digna de Él: no sólo acabada hasta el detalle, sino llevada a cabo con rectitud moral, con hombría de bien, con nobleza, con lealtad, con justicia[15]. Entonces, el trabajo profesional no solo es recto y santo sino que se convierte en oración[16].

Al trabajar por amor a Dios, la actividad profesional manifiesta de un modo u otro ese amor. Es muy probable que una simple mirada a varias personas que estén realizando la misma actividad, no sea suficiente para captar el motivo por el que la realizan. Pero si se pudiera observar con más detalle y atención el conjunto de la conducta en el trabajo —no sólo los aspectos técnicos, sino también las relaciones humanas con los demás colegas, el espíritu de servicio, el modo de vivir la lealtad, la alegría y las demás virtudes—, sería difícil que pasara inadvertido, si efectivamente existe en alguno de ellos, el bonus odor Christi[17], el aroma del amor de Cristo que informa su trabajo.

Al final de los tiempos —enseña Jesús— dos estarán en el campo: uno será tomado y el otro dejado. Dos mujeres estarán moliendo en el molino: una será tomada y la otra dejada[18]. Realizaban el mismo trabajo, pero no del mismo modo: uno era agradable a Dios y el otro no.

Sin embargo, muchas veces el entorno materialista nos puede hacer olvidar que estamos llamados a la vida eterna y pensamos únicamente en los bienes inmediatos. Por este motivo afirma san Josemaría: trabajad cara a Dios, sin ambicionar gloria humana. Algunos ven en el trabajo un medio para conquistar honores, o para adquirir poder o riqueza que satisfaga su ambición personal, o para sentir el orgullo de la propia capacidad de obrar[19].

En un clima así, ¿cómo no se va a notar que se trabaja por amor a Dios? ¿Cómo va a pasar inadvertida la justicia informada por la caridad, y no simplemente la justicia dura y seca; o la honradez ante Dios, no ya la honradez interesada, ante los hombres; o la ayuda, el favor, el servicio a los demás, por amor a Dios, no por cálculo…?

Si el trabajo no manifiesta el amor a Dios, quizá es que se está apagando el fuego del amor. Si no se nota el calor, si después de un cierto tiempo de trato diario con los colegas de profesión, no saben si tienen a su lado un cristiano cabal o solo un hombre decente y cumplidor, entonces quizá es que la sal se ha vuelto insípida[20]. El amor a Dios no necesita etiquetas para darse a conocer. Es contagioso, es difusivo de por sí como el mayor de los bienes. ¿Manifiesta mi trabajo el amor a Dios? ¡Cuánta oración puede manar de esta pregunta!


El trabajo se ordena al amor

Un trabajo realizado por amor y con amor, es un trabajo que se ordena al amor: al crecimiento del amor en quien lo realiza, al crecimiento de la caridad, esencia de la santidad, esencia de la perfección humana y sobrenatural de un hijo de Dios. Un trabajo, por tanto, que nos santifica.

Santificarse en el trabajo no es otra cosa que dejarse santificar por el Espíritu Santo, Amor subsistente intratrinitario que habita en nuestra alma en gracia, y nos infunde la caridad. Es cooperar con Él poniendo en práctica el amor que derrama en nuestros corazones al ejercer la tarea profesional. Porque si somos dóciles a su acción, si obramos por amor en el trabajo, el Paráclito nos santifica: acrecienta la caridad, la capacidad de amar y de tener una vida contemplativa cada vez más honda y continua.

Que el trabajo se ordena al amor, y por tanto a nuestra santificación, significa igualmente que nos perfecciona: que se ordena a nuestra identificación con Cristo, perfectus Deus, perfectus homo[21],perfecto Dios y perfecto hombre. Trabajar por amor a Dios y a los demás por Dios reclama poner en ejercicio las virtudes cristianas. Ante todo la fe y la esperanza, a las que la caridad presupone y vivifica. Y después las virtudes humanas, a través de las cuales obra y se despliega la caridad. La tarea profesional ha de ser una palestra donde se ejercitan las más variadas virtudes humanas y sobrenaturales: la laboriosidad, el orden, el aprovechamiento del tiempo, la fortaleza para rematar la faena, el cuidado de las cosas pequeñas…; y tantos detalles de atención a los demás, que son manifestaciones de una caridad sincera y delicada[22]. La práctica de las virtudes humanas es imprescindible para ser contemplativos en medio del mundo, y concretamente para transformar el trabajo profesional en oración y ofrenda agradable a Dios, medio y ocasión de vida contemplativa.

Contemplo porque trabajo; y trabajo porque contemplo[23], comentaba san Josemaría en una ocasión. El amor y el conocimiento de Dios —la contemplación— le llevaban a trabajar, y por eso afirma: trabajo porque contemplo. Y ese trabajo se convertía en medio de santificación y de contemplación: contemplo porque trabajo.

Es como un movimiento circular —de la contemplación al trabajo, y del trabajo a la contemplación— que se va estrechando cada vez más en torno a su centro, Cristo, que nos atrae hacia sí atrayendo con nosotros todas las cosas, para que por Él, con Él y en Él sea dado todo honor y toda gloria a Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo[24].

La realidad de que el trabajo de un hijo de Dios se ordena al amor y por eso le santifica, es el motivo profundo de que no se pueda hablar, bajo la perspectiva de la santidad —que en definitiva es la que cuenta—, de profesiones de mayor o de menor categoría.

La dignidad del trabajo está fundada en el Amor[25]. Todos los trabajos pueden tener la misma calidad sobrenatural: no hay tareas grandes o pequeñas; todas son grandes, si se hacen por amor. Las que se tienen como tareas grandes se empequeñecen, cuando se pierde el sentido cristiano de la vida[26].

Si falta la caridad, el trabajo pierde su valor ante Dios, por brillante que resulte ante los hombres. Aunque conociera todos los misterios y toda la ciencia,… si no tengo caridad, nada soy[27], escribe san Pablo. Lo que importa es el empeño para hacer a lo divino las cosas humanas, grandes o pequeñas, porque por el Amor todas adquieren una nueva dimensión[28].

escrito por J. López

[1] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 48.
[2] San Josemaría, Apuntes de la predicación (AGP, P10, n. 25), cit. por Ernst Burkhart y Javier López, Vida Cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría, Rialp, Madrid 2013, vol. II, p. 295.
[3] San Josemaría, Camino, n. 279.
[4] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 48.
[5] Cfr. Santo Tomás, S.Th. II-II, q. 23, a. 1, c.
[6] Jn 15, 13.
[7] Rm 5, 5.
[8] Cfr. Gn 2, 15; 3, 23; Mc 6, 3; 2 Ts 3, 6-12.
[9] Cfr. San Josemaría, Camino, n. 998.
[10] Cfr. 1 Cor 10, 31.
[11] Juan Pablo II, Litt. Enc. Laborem exercens, 14-IX-1981, n. 25; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2460.
[12] Dt 32, 4 (Vg). Cfr. Gn 1, 10, 12, 18, 21, 25, 31. Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 302.
[13] Mc 7, 37.
[14] San Josemaría, Surco, n. 527.
[15] San Josemaría, Carta 15-X-1948, n. 26, cit. por Ernst Burkhart y Javier López, Vida Cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría, Rialp, Madrid 2013, vol. III, p. 183.
[16] Cfr. San Josemaría, Amigos de Dios, n. 65.
[17] 2 Cor 2, 15.
[18] Mt 24, 40-41.
[19] San Josemaría, Carta 15-X-1948, n. 18, cit. por Ernst Burkhart y Javier López, Vida Cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría, Rialp, Madrid 2013, vol. III, pp. 193-194.
[20] Cfr. Mt 5, 13.
[21] Símbolo atanasiano.
[22] Mons. Javier Echevarría, Carta pastoral, 4-VII-2002, n. 13.
[23] San Josemaría, Apuntes de la predicación, 2-XI-1964 (AGP, P01 IX-1967, p. 11), cit. por Ernst Burkhart y Javier López, Vida Cotidiana y santidad en la enseñanza de san Josemaría, Rialp, Madrid 2013, vol. III, p 197.
[24] Misal Romano, conclusión de la Plegaria Eucarística.
[25] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 48.
[26] San Josemaría, Conversaciones, n. 109.
[27] 1 Cor 13, 2.
[28] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 60.

(fuentes: www.opusdei.es; aleteia.org)

jueves, 28 de abril de 2016

¿Cómo rezar contemplando los ojos de Cristo?

La mirada es un mapa del alma, una ventana al corazón de cada persona. Hay miradas tiernas que acogen. Hay miradas también duras que alejan y que separan. Miradas limpias que dan y miradas que roban. Miradas que llenan y miradas que dan miedo.

Mirar a Jesús en la oración es descansar los ojos del corazón en los suyos y entrar así en su corazón humano. Es contemplar el paisaje de su amor cada día distinto, nuevo, lleno de color y belleza.

La mirada es un mapa del alma, una ventana al corazón de cada persona. Hay miradas tiernas que acogen. Hay miradas también duras que alejan y que separan. Miradas limpias que dan y miradas que roban. Miradas que llenan y miradas que dan miedo.

Mirar a Jesús en la oración es descansar los ojos del corazón en los suyos y entrar así en su corazón humano. Es contemplar el paisaje de su amor cada día distinto, nuevo, lleno de color y belleza.


¿Qué ojos podemos ver en la oración?

◙ Ojos que se agachan para escribir mi nombre en el polvo y levantarme con su mirada y así ser restaurado con su mirada (Jn 8, 10: ¿mujer quién te condena?)
◙ Ojos que lloran la pérdida de su amigo, lágrimas que escriben ríos de amistad en cada uno de nuestros corazones. Te amé y lloré por ti. Te amo y lloro por ti y contigo (Jn 11, 35: resurrección de Lázaro)
◙ Ojos que desde lo alto de la cruz reflejan el cielo y gritan con amor: "en verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc. 23, 43: buen ladrón)
◙ Ojos que sueñan proyectos de amor, que penetran corazones y resucitan vidas muertas por el pecado. Miradas que mezcladas con palabras atraen la voluntad como un imán y crean discípulos incondicionales (Mt 9, 9: "viéndolo le dijo sígueme...", vocación de Mateo)
◙ Ojos que conocen historias y nombres, miedos y sueños, angustias y esperanzas. Miradas que se alzan al cielo y crean amistadas que perduran hasta la eternidad (Lc 19, 5: encuentro con Zaqueo)
◙ Ojos que abrazan, ojos que sonríen, ojos que simplemente son ventanas a un corazón de niño que con sencillez y gozo pide que los niños se acerquen a Él porque de ellos y de su sencillez es el Reino de los cielos (Lc 18, 16)
◙ Ojos que perdonan, que cruzan miradas, aceptan límites, renuevan esperanzas. Ojos que traspasan corazones, que ven bondades ocultas y reales y acogen 70 veces 7, es decir, siempre (Mt. 18, 21-22: Pedro)
◙ Ojos que siembran, que riegan, abonan y esperan hasta que la mies esté lista para la cosecha (Mt. 13)
◙ Ojos que buscan la oveja perdida, la persigue con la mirada para que no se pierda. Ojos que ven en la oscuridad porque el amor siempre vela. Pastor que guía su rebaño con sus ojos de bondad y compasión (Jn 10)
◙ Ojos que presentan su cuerpo y su sangre al Padre anticipadamente. Ojos que se ven reflejados en el sacrificio y que gimen y lloran porque no todos lo comerán, no todos lo beberán. Ojos que se ofrecen en memoria; ojos que recuerdan y son recordados; ojos que se entregan, mirada que se funde con la nuestra en la Eucaristía. Mi mirada en su corazón y tu mirada en el mío (Lc 22, 19-20)
◙ Ojos que fueron mirados por María y ojos que miraron a María. Ver sus ojos es ver reflejada a la Madre y ver los ojos de María es encontrarse con los de Jesús (Jn 19, 25-27).
◙ Ojos que te miran oh hombre y mujer, ojos que te espera. Ven, tenemos siempre abierto a un corazón cuya ventana es su mirada y te espera en el Sagrario.


Para la oración

- ¿Qué mirada de Jesús has conocido en tu vida?
- ¿Cómo te ha mirado Jesús y cómo les has mirado?

escrito por P. Guillermo Serra
(fuente: www.la-oracion.com)

miércoles, 27 de abril de 2016

El Papa: ‘Ignorar el sufrimiento del hombre es ignorar a Dios’

27/04/2016 El Santo Padre señala la parábola del buen samaritano e indica que para obtener la vida eterna hay que amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha reflexionado en la catequesis de la audiencia general sobre la parábola del buen samaritano y ha recordado quién es nuestro prójimo. De este modo, ha advertido que no es automático que quien frecuenta la casa de Dios y conoce la misericordia sepa amar al prójimo. El Santo Padre ha asegurado que no existe verdadero culto si eso no se traduce en servicio al prójimo.

“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy reflexionamos sobre la parábola del buen samaritano (cfr Lc 10,25-37). Un doctor de la Ley pone a prueba a Jesús con esta pregunta: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” (v. 25). Jesús le pide que responda él mismo, y lo hace perfectamente: “Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo” (v. 27). Por tanto Jesús concluye: “Haz esto y vivirás” (v. 28).

Entonces ese hombre plantea otra pregunta, que se hace preciosa para nosotros: “¿Quién es mi prójimo?” (v. 29), y pone como ejemplo: “¿mis parientes?, ¿mis compatriotas?, ¿los de mi religión?…”. En resumen, quiere una regla clara que le permita clasificar a los otros en “prójimo” y “no prójimo”. En esos que pueden convertirse en prójimo y los que no pueden convertirse en prójimo.

Y Jesús responde con una parábola, que muestra a un sacerdote, un levita y un samaritano. Los dos primeros son figuras relacionadas al culto del templo; el tercero es un judío cismático, considerado como un extranjero, pagano e impuro. Es decir, el samaritano. En el camino de Jerusalén a Jericó el sacerdote y el levita se encuentran con un hombre moribundo, que los bandidos le han asaltado, robado y abandonado. La Ley del Señor en situaciones similares prevé la obligación de socorrerlo, pero ambos pasaron de largo sin detenerse. Tenían prisa, no sé, el sacerdote quizá ha mirado el reloj y ha dicho ‘pero llego tarde a misa, tengo que decir misa’. El otro ha dicho ‘pero no sé si la ley me permite porque hay sangre ahí y seré impuro’. Van por otro camino y no se acercan.

Y aquí la parábola nos ofrece una primera enseñanza: no es automático que quien frecuenta la casa de Dios y conoce la misericordia sepa amar al prójimo. No es automático. Tú puedes conocer toda la Biblia, tú puedes conocer todos los libros litúrgicos, tú puedes conocer toda la teología, pero del conocer no es automático el amar. El amar tiene otro camino, el amor tiene otro camino, con inteligencia pero algo más. El sacerdote y el levita ven, pero ignoran; miran pero no proveen. Sin embargo, no existe verdadero culto si eso no se traduce en servicio al prójimo. No lo olvidemos nunca: frente al sufrimiento de tanta gente agotada por el hambre, la violencia y la injusticia, no podemos permanecer como espectadores. Ignorar el sufrimiento del hombre, ¿qué significa? ¡Significa ignorar a Dios! Si yo no me acerco a ese hombre, esa mujer, ese niño, ese anciano, esa anciana que sufre, no me acerco a Dios.

Pero vayamos al centro de la parábola: el samaritano, es decir el despreciado, ese sobre el que nadie hubiera apostado nada, y que aún así tenía también él sus compromisos y sus cosas que hacer, cuando vio al hombre herido, no pasó de largo como los otros dos, que estaban vinculados al templo, sino que “tuvo compasión”, así dice el Evangelio, tuvo compasión (v. 33). Es decir, el corazón y las entrañas se conmovieron. Esta es la diferencia. Los otros dos “vieron”, pero sus corazones se quedaron cerrados, fríos. Sin embargo el corazón del samaritano estaba en sintonía con el corazón mismo de Dios.

De hecho, la “compasión” es una característica esencial de la misericordia de Dios. Él tiene compasión de nosotros. ¿Qué quiere decir? Sufre con nosotros, Él siente nuestros sufrimientos. Compasión, sufre con. El verbo indica que las entrañas se mueven y tiemblan ante el mal del hombre. Y en los gestos y en las acciones de buen samaritano reconocemos el actuar misericordioso de Dios en toda la historia de la salvación. Es la misma compasión con la que el Señor viene al encuentro de cada uno de nosotros: Él no nos ignora, conoce nuestros dolores, sabe cuándo necesitamos ayuda y consuelo. Está cerca de nosotros y no nos abandona nunca. Cada uno de nosotros, podemos hacernos la pregunta en el corazón, ¿yo lo creo? ¿Creo que el Señor tiene compasión de mí, así como soy, pecador, con tantos problemas y tantas cosas? Pensar en eso y la respuesta es sí. Cada uno debe mirar en el corazón si tiene la fe en esta compasión de Dios. De Dios bueno que se acerca, nos sana, nos acaricia y si nosotros lo rechazamos él espera, es paciente, siempre junto a nosotros.

El samaritano se comporta con verdadera misericordia: cura las heridas de ese hombre, lo lleva a una pensión, lo cuida personalmente, paga su asistencia. Todo eso nos enseña que la compasión, el amor, no es un sentimiento vago, pero significa cuidar del otro al punto de pagar personalmente. Significa comprometerse cumpliendo todos los pasos necesarios para “acercarse” al otro hasta identificarse con él: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Este es el mandamiento del Señor.

Concluida la parábola, Jesús gira la pregunta del doctor de la Ley y le pregunta: “¿Quién de estos tres te parece que haya sido el prójimo de aquel que había caído en las manos de los bandidos?” (v. 36). Finalmente la respuesta es clara: “El que ha tenido compasión de él” (v. 27). Al inicio de la parábola para el sacerdote y el levita el prójimo era el moribundo; al finalizar el prójimo es el samaritano que ha estado cerca. Jesús cambia la perspectiva: no hay que clasificar a los otros para ver quién es el prójimo y quién no. Tú puedes convertirte en prójimo de quien esté en necesidad, y lo serás si tu corazón tiene compasión. Es decir, tienes esa capacidad de sufrir con el otro.

Esta parábola es un buen regalo para todos nosotros, ¡y también un compromiso! Jesús nos repite a cada uno de nosotros lo que dijo al doctor de la Ley: “Ve y haz tú lo mismo” (v. 37).

Estamos todos llamados a recorrer el mismo camino del buen samaritano, que es figura de Cristo: Jesús se ha inclinado ante nosotros, se ha hecho nuestro siervo, y así nos ha salvado, para que también nosotros podamos también amarnos como Él nos ha amado. De la misma forma.

(Texto traducido y transcrito por ZENIT desde el audio)

lunes, 25 de abril de 2016

¿Quién es el ángel consolador?

Un papa, Benedicto XV, escribió una bellísima oración sobre él

El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios; creado para entrar en la amistad con Dios; puesto por Dios mismo en el Paraíso, es al mismo tiempo el hombre horrorizado, adolorido, apesadumbrado por tanta violencia, tantas escenas de dolor, inclusive dentro de los más inocentes e indefensos. A veces parece cansarnos tantas noticias malas, tantas imágenes de dolor y crueldad. Y ante esto surge en el corazón la pregunta: “¿Qué podemos hacer?”, “¿hay algo que pueda hacer?”.

Esta realidad la recoge el Papa Francisco en su mensaje para Cuaresma de este año 2015 y que lleva por título: “Fortalezcan sus corazones”. En este mensaje el Santo Padre nos llama a no dejarnos absorber por “la espiral de horror y de impotencia”, y para ello propone tres medios:

1. Orar en la comunión de la Iglesia terrenal y celestial
2. Ayudar con gestos de caridad, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas. La Cuaresma, dice el Papa, es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro
3. Resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar el mundo y a nosotros mismos y para ello debemos pedir la gracia de Dios y aceptar nuestros límites.

Todo esto implica, según palabras del mismo Papa, “un camino de formación del corazón”, que nos lleva a tener “un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia”.

Y esto, hay que decirlo bien fuerte, ES POSIBLE: es posible tener ese corazón misericordioso, abierto a Dios y a los hermanos.

Es posible porque JESUS mismo nos hace capaces. como miembros suyos, de participar en aquella maravilla del amor que es su acto de entrega a Dios Padre en la Cruz. Somos, entonces, no solo beneficiarios, sino que más aún somos participantes del amor expiatorio de Jesús.

De hecho, como cristianos estamos llamados a participar del sacrificio único y perfecto de Jesús en la Cruz y lo podemos hacer entregando y ofreciendo nuestras buenas obras en unión con el sacrificio de Jesús. En esto consiste la expiación: en entregar u ofrecer algo a Jesús, uniéndonos a Su sacrificio en la Cruz, y buscando el bien espiritual de otros.

Y si Jesús, el hijo de Dios, en la debilidad de la carne necesitó la fuerza y el consuelo que le brindó un ángel en su agonía, al que la tradición de la Iglesia le ha dado el nombre de “Angel consolador” o “Angel confortador” (cfr. Lc. 22,43) con cuánta mayor razón nosotros necesitamos este consuelo si realmente queremos vivir esta dimensión expiatoria que se encuentra presente en toda vida auténticamente cristiana.

Hay, por tanto, una colaboración estrecha entre los ángeles y los hombres en este aspecto de la vida cristiana.

Para entender esta colaboración miremos que el Evangelio de San Lucas antes de narrar la aparición del Angel que consuela y conforta a Nuestros Señor, expresa que Jesus oraba diciendo “Padre, si quieres, que pase de mi este cáliz; mas no se haga mi voluntad, sino la Tuya” (Lc. 22, 42).

Es la obediencia a la voluntad del Padre lo que atrae este Ángel sobre Jesús. Es por causa de esta obediencia que el Angel aparece delante del Señor.

El Evangelio de San Lucas, en el que narra la aparición del Angel consolador, no trae ninguna palabra pronunciada por este Ángel. Entonces, ¿cómo el ángel confortó a Nuestro Señor?. El Ángel conforta a Nuestro Señor con su sola proximidad. El Angel no viene a darnos clases, el ángel viene a darnos fuerzas comunicando algo de su propia perfección, y esto lo hace con su sola cercanía.

Pero también el Angel consolador se muestra sereno, no sale huyendo con Nuestro Señor. El Angel contempla todas las cosas desde Dios y ve que Dios prefiere sacar bien del mal, antes que no permitir ningún mal. Por ello el Angel ve que “todo está bien”, que “todo es bueno”, pues es capaz de ver que “a su tiempo todas las cosas cumplirás su fin” (Eclo. 39,40)

Así, en todo tiempo y especialmente en Cuaresma, para ayudar a tantos hermanos en necesidad, para formar nuestro corazón como el de Jesús te invito a que entregues tus obras y las unas al sacrificio de Jesús, obedece en silencio y así tengas un mejor conocimiento que tus superiores, obedece a la Iglesia. Y, por último, acercaste a este Angel consolador, que su sola presencia te llevará a ser alguien mejor sabiendo que todo está dentro de los designios de amor y misericordia de Dios por ti y por los hombres.

Te dejo esta bella oración compuesta por el Papa Benedicto XV a este Angel Consolador:

“Te saludo, Santo Angel que saludaste a Jesús en el monte de los Olivos. Tú consolaste a mi Señor Jesucristo en su agonía. Contigo alabo a la Santísima Trinidad, quien te eligió de entre todos los Angeles para consolar y fortalecer a quien es Consuelo y la Fortaleza de todos los afligidos. Ante los pecados del mundo y especialmente ante mis pecados, El cayó al suelo lleno de dolor.

Por la honra que tú recibiste y por la disponibilidad, la humildad y el amor con los cuales ayudaste a la santa humanidad de mi Salvador Jesús, te pido me concedas un arrepentimiento perfecto de mis pecados. Consuélame en la tristeza que actualmente me aflige y en todas las otras que van a sobrevenir, especialmente a la hora de mi agonía. Amén”

escrito por el Padre Antonio María Cárdenas ORC 
(fuente: aleteia.org)

viernes, 22 de abril de 2016

Creo en la vida eterna

«No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes.Ya conocen el camino del lugar adonde voy».Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?». Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí" 
(Jn 14, 1-6)

Éste texto es muy reconfortante, por esta promesa de Jesús que nos está preparando un lugar en la otra vida. Éste fragmento del evangelio debería alejar de nosotros los miedos y dejarnos seguridad en el corazón por la promesa amorosa de Dios. ¡Qué palabras cariñosas las del Señor, que nos dice que cuando viene a nosotros es porque ya tiene un lugar preparado para nosotros!.

La novena de la fiesta de los santos y la conmemoración de los difuntos es una buena oportunidad para recordar a nuestros difuntos, y es una linda fiesta popular que no hay que olvidar.

El Catecismo de la Iglesia Católica en el punto 1020, donde se hace referencia al Credo, nos habla de la vida eterna. “El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia Él y la entrada en la vida eterna. Cuando la Iglesia dice por última vez las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre el cristiano moribundo, lo sella por última vez con una unción fortificante y le da a Cristo en el viático como alimento para el viaje. Le habla entonces con una dulce seguridad:

«Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con san José y todos los ángeles y santos […] Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos […] Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor» (Rito de la Unción de Enfermos y de su cuidado pastoral, Orden de recomendación de moribundos, 146-147).


El juicio particular

Nos dice el Catecismo que “la muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros”

Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre. «A la tarde te examinarán en el amor» (San Juan de la Cruz, Avisos y sentencias, 57).


El cielo, el purgatorio y el infierno

Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4) (…) Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.

Salvo que elijamos libremente no amarle podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 14-15). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección”. Es por eso que nosotros también rezamos por los moribundos para que la gracia de Dios toque sus corazónes y ellos con un corazón abierto puedan recibir el amor de Dios" (Cateciscmo, 1033)

No es un tema ni temeroso ni terrible, sino que San Francisco de Asís por este convencimiento de lo que Jesús nos dice en el evangelio, llegó a llamar a la muerte “hermana” y mientras él se preparaba para bien morir, por su enfermedad, decía a sus hermanos “no retrasen a la hermana muerte que venga a buscarme”. Y lo dice por esa convicción de que cuando Jesús tiene preparada la morada para nosotros nos viene a buscar.

Todos tenemos en el corazón el recuerdo de nuestros seres queridos difuntos, por eso quería compartir con ustedes un lindo texto del Cardenal Carlo María Martini quien fue Arzobispo de Milán.


Comunicarnos con nuestros muertos
(escrito por Cardenal Carlo María Martini)

Podemos comunicarnos con nuestros muertos, ellos nos conocen y, aunque estén ahora en el cielo junto a Dios, conocen el mundo que dejaron, conocen ante todo su relación con Dios y con sus planes eternos que ahora pueden contemplar. A partir de Dios, por tanto, conocen nuestras cosas, nuestros problemas y hablan de ellos entre sí y con Dios.

Ellos no sólo nos conocen, sino que nos están cerca. Es cierto que han dejado el mundo para vivir en donde están los cuerpos gloriosos de Jesús y de María, es decir, fuera y más allá de todo el universo y de su espacio. Pero todavía intervienen en el mundo y están presentes en él con su oración, con la fuerza de su amor, con las inspiraciones que nos ofrecen, con los ejemplos que nos recuerdan, con los efectos de su intercesión. El amor que tuvieron con las personas queridas, con nosotros, conmigo, con ustedes, no lo han perdido. Lo conservan en el cielo, transfigurado y no abolido por la gloria. La expresión de santa Teresa de Lisieux: “Quiero pasar mi cielo haciendo el bien sobre la tierra”, no vale sólo para la Santa carmelita. Vale para todos aquellos que piadosamente creemos acogidos por la misericordia de Dios.

(fuente: www.radiomaria.org.ar)

miércoles, 20 de abril de 2016

El Papa en la audiencia expresa su cercanía y oración a los hermanos de Ecuador

20/04/2016 El Santo Padre prosiguió con las catequesis sobre la misericordia: “La sinceridad de nuestro arrepentimiento suscita en Dios su perdón incondicional”

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco realizó hoy la habitual catequesis de los miércoles en la plaza de San Pedro. En este día de primavera en Italia, el Papa ingresó en el jeep descubierto, pasó recorriendo los pasillos de la plaza en medio de los fieles que le saludaban calurosamente, cantando, gritando y agitando pañuelos. El sucesor de Pedro se detuvo varias veces para saludar y bendecir a los niños y enfermos.

En sus palabras en español el Papa se recordó de los ecuatorianos que han sufrido el terremoto que ha dejado un saldo de varios centenares de muertos y miles de heridos, y les indicó su oración y cercanía. “Y en esta lengua que nos une, a España y Latinoamérica, a Hispanoamerica, quiero decir también a nuestros hermanos de Ecuador, nuestra cercanía y nuestra oración en este momento de dolor”.

El Papa resumiendo la catequesis se refirió al pasaje del Evangelio de Lucas leído que “refleja con claridad un aspecto fundamental de la misericordia: que la sinceridad de nuestro arrepentimiento suscita en Dios su perdón incondicional”.

El Santo Padre explicó que mientras Jesús, invitado por Simón el fariseo, está sentado a la mesa, una mujer considerada por todos pecadora entra, se pone a sus pies, los baña con sus lágrimas y los seca con sus cabellos; luego los besa y los unge con el aceite perfumado que ha traído consigo.

“La actitud de la mujer –indicó el Pontífice– contrasta con la del fariseo. El celoso servidor de la ley, que juzga a los demás por las apariencias, desconfía de Jesús porque se deja tocar por los pecadores y se contamina. La mujer, en cambio, expresa con sus gestos la sinceridad de su arrepentimiento y con amor y veneración, se abandona confiadamente en Jesús”.

Entretanto, explicó Francisco, Cristo no hace componendas con el pecado, que es la oposición radical al amor de Dios. “Pero no rechaza a los pecadores, sino que los recibe: Jesús, el Santo de Dios, se deja tocar por ellos, sin miedo de ser contaminado, los perdona y los libera del aislamiento al que estaban condenados por el juicio despiadado de quienes se creían perfectos, abriéndoles un futuro”.

Al concluir en español el resumen de la catequesis saludó “cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y América latina. Queridos hermanos, es Cristo que perdona los pecados, brilla en él la fuerza de la misericordia de Dios, capaz de transformar los corazones. Abrámonos al amor del Señor, y dejémonos renovar por Él”.

La audiencia concluyó con el canto del Padre Nuestro en latín y la bendición los objetos religiosos que los peregrinos expusieron.



Terremoto en Ecuador: los obispos promueven una colecta para los damnificados
Indican las cuentas bancarias en las que piden se realicen las donaciones

(ZENIT – Roma) Los obispos de Ecuador se dirigen al país y piden tener confianza en el Señor “dueño de la naturaleza, para que en su infinita misericordia se compadezca de cuantos hemos sido afectados por este sismo”.

Así la Conferencia Episcopal Ecuatoriana promueve una colecta nacional en favor de los damnificados por el terremoto y anuncia los datos bancarios para las donaciones en favor de los damnificados.

A continuación el texto de los obispos:

“Ante el fuerte movimiento telúrico sentido en todo el Ecuador, los fallecimientos de las numerosas personas y los daños materiales ocurridos en diferentes ciudades, los Obispos del Ecuador queremos hacer llegar al pueblo ecuatoriano una palabra de confianza en el Señor, dueño de la naturaleza, para que en su infinita misericordia se compadezca de cuantos hemos sido afectados por este sismo.

En este sentido, nuestro pensamiento va de modo especial por nuestros hermanos de las provincias de Manabi y Esmeraldas, que hasta ahora parecen ser los más afectados, e invitamos a todos a unirse a una colecta nacional en favor de los damnificados con el fin de socorrerles en sus necesidades más inmediatas.

Pueden hacer su contribución a la Cuenta Corriente del Banco del Pichincha Número 3085358804 a nombre de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, RUC 1790100219001.

Que María, Reina de todo lo creado, nos ayude a confiar más en Dios Providente y Señor de la naturaleza”.


DATOS PARA REALIZAR DONACIONES DESDE CUALQUIER PARTE DEL MUNDO

11 Consejos del Papa Francisco para los novios en Amoris Laetitia

LIMA, 12 Abr. 16 / 02:08 pm (ACI).- Es necesario “ayudar a los jóvenes a descubrir el valor y la riqueza del matrimonio”, ha expresado el Papa Francisco en la exhortación apostólica Amoris Laetitia presentada el 8 de abril. Para ello, dio una serie de consejos a los novios que presentamos a continuación:

1. Recuerden la importancia de las virtudes, “entre estas, la castidad resulta la condición preciosa para el crecimiento genuino del amor interpersonal”.

2. “Aprender a amar a alguien no es algo que se improvisa ni puede ser el objetivo de un breve curso previo a la celebración del matrimonio”. Cada persona se prepara para el matrimonio desde su nacimiento, aprendiendo de sus padres “lo que es un matrimonio cristiano”.

3. Comprendan que el matrimonio “es una cuestión de amor, que sólo pueden casarse los que se eligen libremente y se aman”.

4. Es bueno asistir a grupos de novios, pero “son indispensables algunos momentos personalizados, porque el principal objetivo es ayudar a cada uno para que aprenda a amar” a la persona con quien compartirá toda su vida.

5. De darse el caso, durante el noviazgo deben tener la capacidad de reconocer “incompatibilidades o riesgos” y aceptar que no es razonable apostar por una relación, para “no exponerse a un fracaso previsible con consecuencias muy dolorosas”.

6. Por ello, hablen “de lo que cada uno espera de un eventual matrimonio, de su modo de entender lo que es el amor y el compromiso, de lo que se desea del otro, del tipo de vida en común que se quisiera proyectar”.

7. Recuerden que el compromiso expresado en el matrimonio, “cuando se trata de dos bautizados, sólo pueden interpretarse como signos del amor del Hijo de Dios hecho carne y unido con su Iglesia en alianza de amor”.

8. Por tanto, este sacramento no es un momento que luego es parte del pasado y los recuerdos, sino que “ejerce su influencia sobre toda la vida matrimonial, de manera permanente”.

9. No se concentren solo en la celebración, sino dediquen sus mejores fuerzas “a prepararse como pareja para el gran paso que van a dar juntos”. Tengan la valentía de ser diferentes y no dejarse “devorar por la sociedad del consumo y de la apariencia”. “Lo que importa es el amor que los une, fortalecido y santificado por la gracia”.

10. El casamiento no es el final del camino, pues el matrimonio es “una vocación que los lanza hacia adelante, con la firme y realista decisión de atravesar juntos todas las pruebas y momentos difíciles”.

11. El día que se casen oren juntos, “el uno por el otro, pidiendo ayuda a Dios para ser fieles y generosos, preguntándole juntos a Dios qué es lo que él espera de ellos, e incluso consagrando su amor ante una imagen de María”.

martes, 19 de abril de 2016

¿Pude haber vivido otra vida antes y me está influyendo ahora?

Terapias de vidas pasadas: ¿Hay evidencias científicas de la reencarnación?

La creencia en la reencarnación de las almas y en la existencia de vidas pasadas, hace décadas que dejó de ser una idea extraña, para pasar a ser una creencia religiosa extendida en occidente, especialmente en los círculos vinculados a la nueva religiosidad y particularmente en la Nueva Era. La literatura de autoayuda que da por supuesta la existencia de vidas anteriores es vasta y variada, y no son pocos los autores que apelan incluso a citas bíblicas para afirmar una creencia que nunca existió en la tradición judeocristiana.

En esta ocasión queremos detenernos en una de las formas de mayor divulgación de la reencarnación en occidente: su supuesta legitimación científica a través de libros de psiquiatras y psicólogos que afirman tener pruebas de ello mediante sus logros en terapias de hipnosis que incluyen la “regresión a vidas anteriores”.


La hipnosis y las creencias reencarnacionistas

Ya desde 1887, los espiritistas utilizaron la hipnosis pretendiendo comprobar que las personas en trance habrían vivido otras vidas. Con el desarrollo de la psicología, la investigación sobre los mecanismos inconscientes y especialmente con las investigaciones de la escuela de Nancy, el argumento reencarnacionista se fue al suelo.

Pero el argumento fue revivido a mediados del siglo XX por el Dr. M. Bernstein con el estudio de un hombre que habría vivido en su vida anterior en Irlanda con otro nombre. Luego se demostró que eran recuerdos de su infancia mezclados con fantasías, y aunque eran insostenibles sus historias, sigue siendo un autor de referencia en círculos espiritistas. En 1974 Ian Stevenson publicó veinte casos “sugestivos” de reencarnación, que también fueron explicados como creaciones mentales de los pacientes, pero todavía muchos lo citan como un libro científico.

Lo cierto es que la reencarnación es una creencia religiosa, pero no una verdad demostrada por medio de la hipnosis. La lista de autores en esta línea pseudocientífica ha crecido, desde el Dr. Moody autor de “Mas allá de la vida”, hasta el Dr. Stanislav Grof que empleaba LSD para hacer regresiones y fue uno de los fundadores de la psicología transpersonal, cuyos postulados fundamentales son esotéricos y no científicos.


Brian Weiss: un divulgador de pseudociencia

El Dr. Brian Weiss autor de varias obras de espiritualidad de la Nueva Era, escribió dos libros que se han vuelto la principal fuente de divulgación de estas creencias, pero con una pretensión científica insostenible y con graves errores históricos en sus afirmaciones. Tanto en “Muchas vidas, muchos maestros”, como “A través del tiempo”, pretende demostrar a través de sus experiencias con pacientes hipnotizados, que tuvieron vidas anteriores y que la reencarnación existe. Según la investigación de J. Vélez Correa, “no es más que una colección de absurdos“.

Weiss, aunque es psiquiatra, habla con autoridad académica de temas que no solamente no domina, sino que desconoce profundamente. Páginas dedicadas a la historia del cristianismo, donde las invenciones son incontables, en su mayoría tomadas de la literatura esotérica. Llega afirmar que en el Concilio de Nicea la Iglesia quitó las citas bíblicas que hablaban de la reencarnación. Si conociera mínimamente la historia del cristianismo sabría de lo absurdo de tal afirmación.

Sus obras carecen de rigor científico, sacando consecuencias que rebasan las premisas de su investigación. Desconoce en sus textos -con o sin intención- otras hipótesis científicas que derriban sus teorías y se apoya solamente en los testimonios subjetivos de sus pacientes y en sus propias creencias para afirmar la realidad de las “vidas pasadas”. Él mismo confiesa haber logrado éxito solamente en un 40% de sus pacientes. ¿Qué pasó con el 60% restante? ¿No reencarnaron nunca? Las conclusiones a las que llega son igual de “científicas” que creer en los vampiros o en las hadas.


La investigación científica sobre el tema

Según las investigaciones de expertos en el tema (Pavesi, Vernette, Thomas, Lutoslawsky, Siwek, Koch, etc), los pacientes que han vivido estas experiencias son propensos consciente o inconscientemente a “novelar”. Muchos de los casos repiten ser reencarnaciones de personajes famosos de la historia y toman muchos elementos de sus creencias anteriores. Personas sometidas a regresiones que no creen en la reencarnación no cuentan historias de ese tipo.

“La mayoría de las regresiones se hace en trance hipnótico o su análogo; y desde hace más de 50 años se viene demostrando que en esas experiencias se producen estados de alta sugestión, en los que el individuo revive las más imposibles y hasta ridículas situaciones, que no pasan de ser fantasías, imaginaciones pueriles, alucinaciones producidas consciente o inconscientemente de acuerdo a sus expectativas o a la inducción del hipnotizador” (Vélez Correa).

Por sugestión hipnótica se han creado en los pacientes personalidades alternativas y se han construido historias fantásticas con unos pocos elementos reales, tomados de una información anterior o de recuerdos de la infancia. En muchos casos es el mismo hipnotizador quien induce al paciente a fabular sobre vidas anteriores.

Según las investigaciones de Jean Vernette, tales narraciones atribuidas a reminiscencias de vidas pasadas, son en realidad hechos extraños imaginados o experimentados. En mi propia experiencia personal, conocí a una persona cuyo testimonio era que en otra vida fue piloto de avión y daba detalles exactos del mismo. Con el pasar de los años, encontró ese mismo avión entre los juguetes de su niñez, dándose cuenta que había sido simplemente una asociación de recuerdos con fantasías. Toda la construcción que hacen es una mezcla de recuerdos inconscientes con invenciones que el mismo hipnotizado se cree y lo cuenta con una gran convicción.

Son muy pocos los que defendiendo la reencarnación como creencia religiosa, admiten con honestidad que estas experiencias no tienen ninguna validez científica.


Una advertencia a tener en cuenta

Según los estudios del Dr. Kurt E. Koch, con cientos de casos investigados, las regresiones practicadas por psiquiatras reencarnacionistas acarrearon en muchos pacientes serios disturbios y desequilibrios mentales.

Aunque muchos de los autores divulgadores de estas teorías, sean médicos y psicólogos, lamentablemente solo divulgan creencias y pseudociencia como si fuera divulgación científica. El manejo de lenguaje pseudocientífico sobre creencias religiosas es fuente de confusión para un público que no tiene forma de distinguir investigaciones científicas de la charlatanería New Age.


Un mínimo de honestidad intelectual

Cada uno es libre de creer en lo que quiera. Pero la mínima honestidad intelectual exige que uno no haga pasar por ciencia lo que son creencias y experiencias subjetivas. Muchos autores de divulgación de temas esotéricos, utilizan un lenguaje pseudocientífico y la autoridad de su profesión para confundir al lector incauto que no dudará en que un “doctor” le estará diciendo la verdad. La necesidad de formar conciencias críticas es una tarea cada vez más urgente, dada la avalancha de informaciones pseudohistóricas y pseudocientíficas que se venden como el último descubrimiento científico. Lo que fue el Código Da Vinci respecto a la historia del cristianismo, son estas teorías de la reencarnación en la psiquiatría.


Bibliografía:

◙ CANTONI, Pietro (1997). Cristianismo y Reencarnación. Bogotá: Paulinas.
◙ KLOPPENBURG, Boaventura. (2000). La Reencarnación, Bogotá: San Pablo.
◙ KOCH, K. (1990). Ocultismo y cura de almas. Barcelona: CLIE.
◙ VELEZ CORREA, Jaime. (1998). La Reencarnación a la luz de la ciencia y de la fe. Bogotá: CELAM.
◙ VERNETTE, Jean, (1994), Reencarnación – Resurrección. Madrid: CCS.

(fuente: aleteia.org)

domingo, 17 de abril de 2016

"El Padre y Yo somos uno"

Lectura del santo Evangelio según San Juan
(Jn 10, 27-30)
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: "Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y El es superior a todos. El Padre y Yo somos uno" .

Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.

Hace 2000 años, en un entorno rural, la imagen del pastor tenía fuerza: todos estaban muy habituados a ver rebaños de ovejas pastando en las suaves colinas de Palestina, bajo la atenta mirada del pastor, que conocía el estado de cada oveja y atendía a sus necesidades con todo cuidado.

La Comunidad de Juan, que escribe esta página evangélica cerca de 70 años después de la muerte de Jesús, ha tenido mucho tiempo para reflexionar sobre quién era este Jesús. Y cae en la cuenta de que le cuadra muy bien la imagen del Buen Pastor. Aunque, probablemente, Jesús nunca diría de sí mismo “Yo soy el Buen Pastor”, Juan pone en su boca esta preciosa imagen, de la que muchas páginas bíblicas están impregnadas.

Este relato está en un contexto de confrontación con los dirigentes judíos, que le interpelan a que les diga si él es el Cristo, el Mesías. Jesús rehuye contestar que él es el Mesías, que podría ser muy mal interpretado, y apela a las obras que hace. Todo se desarrolla en un clima tenso. Los dirigentes no creen en Jesús, a pesar de sus obras.

“Mis ovejas escuchan mi voz”. Los que son de Jesús lo escuchan, es decir, le prestan adhesión de mente y de vida (“me siguen”), comprometiéndose con él y como él a liberar y dar vida al hombre.

Quien dice sí a Jesús viene a expresar esto: “Quiero que mi modo de pensar y de proceder se ajuste lo más posible, aunque me cueste, al estilo de vida de Jesús”.

“Yo las conozco y ellas me siguen”. Jesús entabla relaciones de amistad y no de subordinación con nosotros. Y todo nos lo da a conocer, porque no guarda secretos. Esto nos infunde una gran confianza y nos da ánimos para seguirle.

“Yo les doy vida definitiva y no se perderán jamás ni nadie las arrancará de mi mano”. El don de Jesús a los que le siguen es el Espíritu y, con él, la vida que supera la muerte: estarán al seguro, pues Jesús es el pastor que defiende a los suyos hasta dar la vida.

“Vida definitiva” es igual a plenitud de vida, que se inicia aquí y tendrá su culminación en Dios. Es una plenitud, así lo creemos, que traspasa las fronteras de la muerte y nos hace sentir seguros y victoriosos en Jesús, Buen Pastor, que dando su vida por el hombre, ha resucitado y ha sido glorificado por el Padre.

“Lo que me ha entregado mi Padre es lo que más importa, y nadie puede arrancar nada de la mano del Padre”. Nosotros somos fruto de un amor, del amor del Padre Dios, y por la muerte y resurrección de Jesús, hemos sido constituidos en Nueva Creación. Lo más importante para Jesús es el fruto de su obra, la nueva humanidad, que el Padre le ha entregado y que él lo realiza completando con el Espíritu la creación del hombre.

“Yo y el Padre somos uno”. Juan llega a esta conclusión. El Padre está presente y se manifiesta en Jesús, y, a través de él, realiza su obra creadora, que lleva a cumplimiento su designio. (Jn 5,17.30). La identificación entre Jesús y el Padre supone que la crítica a Jesús es crítica a Dios. La oposición a Jesús es oposición al Padre.

Seguir a Jesús es vivir como él. Andar por la vida sin mentir, sin perjudicar, ayudando a los débiles, cuidando la naturaleza, dando la cara por la justicia… todo esto nos puede acarrear algunas “molestias”. Es impensable que vivir los criterios del evangelio, en un mundo que se rige por los opuestos, no cueste ningún precio. En una sociedad tan “civilizada”, como la nuestra, el precio no será la condena a muerte, como lo hicieron con Jesús, pero quizá sea no medrar en la empresa, no ser bien visto en el entorno social, no ser comprendido por los tuyos…

La Palabra del evangelio nos apremia a que nuestra fe no sea teórica, sino viva. Esto supondrá estar vigilantes para que en nuestra vida no nos ajustemos a los criterios de nuestra sociedad. Si creemos que Jesús es nuestro Salvador, o nos convertimos en salvadores, y defensores de humanidad o no somos de Jesús.

escrito por Pedro Olalde
(fuente: feadulta.com)
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