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martes, 31 de enero de 2012

Don Bosco y el Perro Gris

El perro Gris fue tema de muchas charlas y varias suposiciones. Algunos de vosotros lo habréis visto y hasta acariciado. Dejando aparte ahora las extrañas historietas que se cuentan sobre el perro, cuanto os voy a exponer es la pura verdad. Los frecuentes insultos de que era objeto, me aconsejaron no ir solo a la ciudad de Turín, ni tampoco volver. Por aquel tiempo, el manicomio era el edificio más cercano al Oratorio; todo lo demás era terreno lleno de espinos y acacias.

Una noche oscura, a hora algo avanzada, tornaba a casa solo -no sin cierto miedo-, cuando descubro junto a mí un perro grande que, a primera vista, me espantó; mas, al no amenazarme agresivamente, antes al contrario, hacerme carantoñas cual si fuera su dueño, hicimos pronto buenas migas y me acompañó hasta el Oratorio. Cuanto sucedió aquella noche, ocurrió otras muchas veces; de modo que puedo decir que el Gris me prestó importantes servicios.

Expondré algunos. A finales de noviembre de 1854, una tarde oscura y lluviosa, volvía yo de la ciudad y, para no hacer un largo camino en solitario, bajaba por la calle que desde la Consolata termina en el Cottolengo. A un cierto punto, percibo que dos hombres caminan a poca distancia delante de mí.

Aceleraban o retardaban su paso cada vez que yo aceleraba o retrasaba el mío. Cuando trataba de cambiar acera para evitar el encuentro, [315] hábilmente, ellos se colocaban delante de mí. Intenté desandar el camino, pero no me fue posible, porque ellos dieron repentinamente dos saltos hacia atrás y, sin pronunciar palabra, me arrojaron una capa sobre la cara. Hice cuanto pude para no dejarme envolver, pero todo fue inútil; es más, uno de ellos trataba de taparme la boca con un pañuelo. Quería gritar, pero ya no podía hacerlo. En aquel momento apareció el Gris, y aullando como un oso se abalanzó con las patas contra la cara de uno y con la boca abierta contra el otro, de modo que tenían que envolver al perro antes que a mí.

-Llame a este perro, se pusieron a gritar temblando.
-Lo llamaré; pero dejad en paz a los transeúntes.
-Pero llámelo enseguida, exclamaban.

El Gris continuaba aullando como lobo u oso enfurecido.

Reemprendieron ellos su camino y el Gris -siempre a mi lado- me acompañó hasta que llegué a la Obra Cottolengo. Rehecho del susto y entonado con una bebida que la caridad de aquella Obra sabe ofrecer siempre oportunamente, regresé a casa bien escoltado.

Todas las noches que no me encontraba acompañado por otros, superadas las últimas edificaciones, veía aparecer al Gris por algún lado del camino. Varias veces pudieron contemplarlo los jóvenes del Oratorio y, hasta en una ocasión, les sirvió de entretenimiento. Lo vieron los jóvenes de la casa entrar en el patio. Unos querían pegarlo, otros echarlo a pedradas.

-Que nadie le moleste, dijo Giuseppe Buzzetti, es el perro de Don Bosco.

Entonces, todos se pusieron a acariciarlo de mil formas y me lo llevaron. Me hallaba en el comedor, cenando con algunos clérigos y sacerdotes y con mi madre. Ante el inesperado cuadro, quedaron todos sorprendidos. No temáis, dije yo, es mi Gris; dejadlo que se acerque. En efecto, después de una larga vuelta alrededor de la mesa, se situó junto a mí, muy contento. También yo lo acaricié y le ofrecí sopa, pan y carne, pero él no lo probó; aún más, ni siquiera quiso olfatear cuanto le presenté.
-Pero entonces ¿qué quieres?, repliqué. Se limitó a sacudir las orejas y a mover la cola.
-Come o bebe o, de lo contrario, quédate tranquilo, concluí. Mientras continuaba dando muestras de satisfacción, apoyó la cabeza sobre mi servilleta, como si quisiera hablarme y darme las buenas noches; después, maravillados y con alegría, los jóvenes le acompañaron fuera de la puerta. Recuerdo que aquella noche había llegado yo tarde a casa, y que un amigo me había traído en su carroza.
La última vez que vi al Gris fue el año 1866, al ir desde Morialdo a Moncucco, a casa de mi amigo Luigi Moglia. [316] El párroco de Buttigliera [317] me quiso acompañar un tramo de camino. Por este motivo, me sorprendió la tarde en la mitad del camino.

-¡Oh, si estuviera aquí mi Gris!, dije para mí. ¡Qué útil me sería!

Dicho esto, subí a un prado para gozar del último rayo de luz. En aquel momento el Gris corrió detrás de mí, con gran alborozo, y me acompañó durante aquel trecho de camino que aún faltaba, unos tres kilómetros.
Llegado a la casa del amigo en la que me estaban esperando, me indicaron que cruzara por un pasadizo aislado para que mi Gris no se peleara con dos grandes perros de la casa. Se harían pedazos entre ellos, dijo Moglia.

Tuvimos una larga conversación con toda la familia; fuimos después a cenar, dejando que mi compañero reposara en un ángulo de la sala. Al terminar la cena, comentó mi amigo: es necesario dar también de cenar al Gris. Tomó algo de comida para llevárselo al perro. Lo buscaron por todos los rincones de la sala y la casa, pero no volvimos a encontrar más al Gris. Todos quedaron asombrados, porque no se había abierto ni la puerta ni ventana alguna, ni los perros de la casa habían dado la menor señal de que hubiese salido. Se repitieron las pesquisas por las habitaciones superiores, pero nadie pudo volver a encontrarlo.

Ahí quedó la última noticia [318]. ] que tuve del perro Gris, objeto de tantas preguntas y discusiones. Tampoco pude conocer nunca al dueño. Sólo sé que aquel animal fue para mí una providencial protección en muchos de los peligros en que me encontré.


[315] En el original: scontro (choque). E. Ceria, en sus notas a la Memorie, observa que en piamontés scontr es sinónimo de incontr.
[316] Don Bosco, siendo niño, permaneció en casa de la familia Moglia, labradores acomodados, ayudando en las faenas agrícolas, desde el mes de febrero de 1827 al mes de noviembre de 1829. Cf. STELLA, Don Bosco I, 33-36.
[317] Teólogo Giuseppe Vaccarino (1805-1891). En 1861 fundó en Buttigliera de Asti un asilo o guardería infantil. Organizó también un Oratorio festivo.
[318] Según Ceria, Don Bosco volvió a encontrar al Gris en 1883, después de haber escrito esta afirmación en las Memorias. Cf. MBe XVIII, 17-18 [MB XVIII, 8

escrito por San Juan Bosco
(fuente: www.sdb.org)

Don Bosco: un don para la iglesia y la sociedad civil siempre actual

(ANS – Roma) - Don Bosco gastó toda su vida por los jóvenes dedicando “hasta el último aliento”  por  la salvación, humana y cristiana, de sus muchachos. Su mirada que iba más allá de los barrios de Valdoco y de la ciudad de Turín, continúa todavía  a encontrarse con tantos muchachos.

En estos días el Vice Director Ejecutivo de Unicef, Rima Salah, en una conferencia de prensa en Ginebra para la presentación de la relación sobre emergencias “Acciones Humanitarias por los Niños 2012”, lanzó una alarma: han sido 384 los niños asesinados en Siria desde mitad de marzo, cuando inició le revuelta contra el régimen del presidente Bashar al-Assad.

La relación cita otras situaciones como la de los niños y  las familias desterradas a causa de la violencia en Costa de Marfil y en Sudan meridional, las inundaciones en Paquistán, y las operaciones en curso para reconstruir Haití después del terremoto de enero de 2010.

La atención se refiere también a las llamadas emergencias “silenciosas” como  República Democrática de Congo, donde a partir de junio de 2011, más de 1,5 millones de personas – mitad de los cuales niños – fueron desplazados a causa de la violencia étnica. Otros millones fueron golpeados por la violencia sexual y la falta de escolarización.

No se puede olvidar la realidad de la emigración social en Europa, preocupada por la crisis económica, donde los emigrantes son objeto de prejuicios y  de sistemas sociales que no facilitan la acogida y la formación para el trabajo.

Mientras algunas de estas emergencias llaman fuertemente la atención  de los medios y del mundo político, otras no llegan jamás a los ámbitos internacionales, convirtiéndolas en emergencias silenciosas. Crisis humanitaria tan lejana de la opinión pública, que, a veces,  es más fácil descuidar.

La mirada de Don Bosco, hoy, se dirige a estas realidades.

En más de 130 naciones los salesianos y los otros grupos de la Familia Salesiana están trabajando en educación, evangelización, en la tutela y promoción de los derechos humanos, sobre todo con los más pobres y desfavorecidos. La herencia de Don Bosco – expresada en el Sistema Preventivo – desvela todavía su eficacia. Lo demuestran la cantidad de proyectos en cada ángulo del mundo y los miles de muchachos y jóvenes que, junto con sus familias, se benefician cada día de las intervenciones humanas, cristianas y sociales.

En la sesión video de ANS hay un breve video, producido por Misiones Don Bosco, sobre el Sistema Preventivo. El video, enmarcado en una hipotética entrevista a Don Bosco, reporta testimonios y experiencias de muchos salesianos y laicos comprometidos en el ámbito de la educación y la evangelización.

(fuente: www.infoans.org)

Preparación al Bicentenario del nacimiento de Don Bosco

Queridos Hermanos:

Nos estamos acercando al Bicentenario del nacimiento de Don Bosco, que se celebrará el 16 de Agosto de 2015. Es un gran acontecimiento para nosotros, para toda la Familia Salesiana y para todo el Movimiento salesiano, que requiere un intenso y profundo camino de preparación para que resulte fructuoso para todos nosotros, para la Iglesia, para los jóvenes, para la sociedad, para cada uno.

El Capítulo General XXVI, tomando como tema el lema de Don Bosco “Da mihi animas, cetera tolle” y poniendo como fundamento de sus cinco núcleos temáticos “Volver a partir de Don Bosco”, nos ha puesto en el horizonte del Bicentenario. En la carta de convocatoria del CG26 escribía: «Haciendo nuestro el lema Da mihi animas, cetera tolle, queremos asumir el programa espiritual y apostólico de Don Bosco y la razón de su incansable obrar por “la gloria de Dios y la salvación de las almas”. Así podremos volver a encontrar el origen de nuestro carisma, el fin de nuestra misión, el futuro de nuestra Congregación» (ACG 394 p. 6).

La aplicación del CG26, que nos pide reforzar nuestra identidad carismática y reavivar en el corazón de cada uno de nosotros la pasión apostólica, es por tanto nuestra primera y concreta preparación a esta celebración bicentenaria. Por otra parte para todo el Movimiento salesiano, de cuya animación somos los primeros responsables, es importante señalar un camino común.


1. Trienio de preparación al Bicentenario
La preparación que os propongo está escalonada para un camino de tres etapas que empiezan respectivamente el 16 agosto de 2011, el 16 de agosto de 2012 y el 16 de agosto de 2013 y se cerrará cada una el 15 de agosto del año siguiente. Cada etapa se propone expandir un aspecto del carisma de Don Bosco. El tema de cada una de las tres etapas de preparación coincidirá con el tema del Aguinaldo de ese año.

Primer año de preparación: Conocimiento de la historia de Don Bosco
16 de agosto de 2011 - 15 de agosto de 2012

La primera etapa se centra en el conocimiento de la historia de Don Bosco y de su entorno, de su figura, de su experiencia de vida, de sus opciones. Hemos tenido estos años nuevas publicaciones sobre ello, que requieren una asimilación sistemática de los resultados adquiridos. Durante este primer año de preparación debemos proponernos un camino sistemático de estudio y asimilación de Don Bosco. Han desaparecido ya las generaciones de los que habían conocido a Don Bosco o que estuvieron en contacto con sus primeros testigos. Es necesario por eso beber en las fuentes y en los estudios sobre Don Bosco, para profundizar ante todo en su figura. El estudio de Don Bosco es la condición para poder comunicar su carisma y proponer su actualidad. Sin conocimiento no puede nacer amor, imitación e invocación; sólo el amor, además, impulsa al conocimiento. Se trata, pues, de un conocimiento que nace del amor y conduce al amor: un conocimiento afectivo.

Segundo año de preparación: Pedagogía de Don Bosco
16 de agosto de 2012 - 15 de agosto de 2013

Ya hace algún año había indicado la importancia de ahondar en la pedagogía de Don Bosco; pues bien esta intuición debe traducirse en un programa que llevar a efecto en este segundo año de preparación a la celebración del bicentenario. Escribía así: «Hoy es necesario profundizar en la pedagogía salesiana. Es decir, hay que estudiar y realizar loa puesta al día del sistema preventivo que deseaba Don Egidio Viganò …  Se trata, por parte de los agentes y de los estudiosos, de desplegar sus grandes virtualidades, de modernizar sus principios, sus conceptos y sus orientaciones, de interpretar hoy sus ideas fundamentales: la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas; la fe viva, la firme esperanza, la caridad pastoral; el buen cristiano y el honrado ciudadano; el trinomio “alegría, estudio y piedad”; las “tres S”: salud, sabiduría, santidad; la piedad, moralidad, cultura; la evangelización y la civilización. Dígase lo mismo de las grandes orientaciones de método: hacerse amar antes que – más que – hacerse temer; razón, religión, cariño; padre, hermano, amigo; familiaridad sobre todo en el recreo; ganar el corazón; el educador consagrado al bien de sus alumnos; amplia libertad de saltar, correr, gritar a placer» (ACG 394 pp. 11-12).

Tercer año de preparación: Espiritualidad de Don Bosco
16 de agosto de 2013 - 15 de agosto de 2014

Urge, finalmente, conocer y vivir la espiritualidad de Don Bosco. El conocimiento de su vida y acción y de su método educativo no basta. Como fundamento de la fecundidad de su acción y de actualidad, está su profunda experiencia espiritual. «Llegar a una correcta identificación de la experiencia espiritual de Don Bosco no es una empresa fácil. Éste es, tal vez, el ámbito de Don Bosco menos profundizado. Don Bosco es un hombre totalmente entregado al trabajo, no nos ofrece descripciones de sus evoluciones interiores, ni nos deja reflexiones explícitas sobre su vida espiritual; no escribe diarios espirituales; no da interpretaciones; prefiere transmitir un espíritu, describiendo las etapas de su vida o a través de las biografías de sus jóvenes. No basta con decir, desde luego, que su espiritualidad es la de quien realiza una pastoral activa, no contemplativa, una pastoral de mediación entre espiritualidad docta y espiritualidad popular» (ACG 394 p. 12).


2. Año de celebración del Bicentenario 
Año de celebración: Misión de Don Bosco con los jóvenes y para los  jóvenes
16 agosto 2014 - 16 agosto 2015


La celebración del Bicentenario del nacimiento de Don Bosco tendrá lugar después del Capítulo General XXVII: comenzará el 16 de agosto de 2014 y concluirá el 16 de agosto de 2015. El camino y el tema del año bicentenario, en desarrollo coherente con los años de preparación, se referirán a: Misión de Don Bosco con los jóvenes y para los jóvenes. La comunicación a otros del mensaje del Bicentenario tendrá desde luego en cuenta las adquisiciones maduradas durante los tres años de preparación.

El calendario de la Congregación, además de las dos celebraciones del 16 de agosto de 2014 y de 2015 en el Colle Don Bosco, prevé dos hechos internacionales: el Congreso internacional de Estudios salesianos sobre el “Desarrollo del carisma de Don Bosco” en el ‘Salesianum’ de Roma en el mes de noviembre de 2014 y el ‘CampoBosco’ del MJS con el tema “Jóvenes para jóvenes” en Turín en agosto de 2015.

Este año se deberá programar con tiempo en las Inspectorías parar concentrarnos sobre el camino de renovación espiritual y pastoral que queremos recorrer como Congregación, Familia Salesiana y Movimiento salesiano, y favorecer lo esencial y lo actual de los mensajes que queremos comunicar. Hay que evitar por todos los medios dispersión, fragmentación y repetitividad, apuntando en cambio sobre la profundidad y eficacia. Todo ello al servicio de los objetivos que hay que alcanzar.


3. Oración a Don Bosco
La preparación y la celebración del Bicentenario son también una ocasión para volver a tomar con los  jóvenes, los laicos, la Familia Salesiana y el Movimiento salesiano la oración a Don Bosco. Propongo una reformulación actualizada de la oración “Padre y Maestro de la juventud”.

Padre y Maestro de la juventud,
San Juan Bosco,
que, dócil a los dones del Espíritu y abierto a las realidades de tu tiempo
fuiste para los jóvenes, sobre todo para los pequeños y los pobres,
signo del amor y de la predilección de Dios.
Se nuestro guía en el camino de amistad con el Señor Jesús,
de modo que descubramos en Él y en su Evangelio
el sentido de nuestra vida
y la fuente de la verdadera felicidad.
Ayúdanos a responder con generosidad
a la vocación que hemos recibido de Dios,
para ser en la vida cotidiana
constructores de comunión,
y colaborar con entusiasmo,
en comunión con toda la Iglesia, 
en la edificación de la civilización del amor.
Obtennos la gracia de la perseverancia
al vivir una cota alta de vida cristiana,
según el espíritu de las bienaventuranzas;
y haz que, guiados por María Auxiliadora,
podamos encontrarnos un día contigo
en la gran familia del cielo. Amén

Sugiero a las comunidades salesianas que utilicen diariamente esta oración al final de las Vísperas o de la Lectura espiritual, del mismo modo que cada día por la mañana después de la meditación invocamos a María Auxiliadora con la oración de confianza. Vean el modo de usar también esta invocación en la oración diaria con los jóvenes.

Que el Espíritu de Cristo nos anime a vivir nuestro camino de preparación al Bicentenario y que María Auxiliadora nos sostenga; de la intensidad y profundidad de preparación dependen en efecto los frutos espirituales, pastorales y vocacionales que esperamos del año bicentenario. Que Don Bosco sea, siempre, nuestro modelo y nuestro guía.

¡Feliz Fiesta de Don Bosco! Cordialmente en el Señor

Don Pascual Chávez Villanueva
Rector Mayor
Roma, 31 de enero de  2011
Solemnidad de San Juan Bosco
(fuente: www.infoans.org)

lunes, 30 de enero de 2012

domingo, 29 de enero de 2012

"El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz"

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (Mc 1, 21-28)
Gloria a ti, Señor. 

En aquel tiempo, se hallaba Jesús en Cafarnaúm y el sábado fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Los oyentes quedaron asombrados de sus palabras, pues enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: "¿Qué quieres tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Ya sé quien eres: el santo de Dios" Jesús le ordenó:"¡Cállate y sal de él!" El espíritu inmundo sacudiendo al hombre con violencia y dando un alarido, salió de él. Todos quedaron estupefactos y se preguntaban: "¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta? Este hombre tiene autoridad para mandar hasta a los espíritus inmundos y lo obedecen? ". Y muy pronto se extendió su fama por toda Galilea. 

Palabra del Señor. 
Gloria a ti Señor Jesús. 

Hoy el evangelio nos acaba de presentar un Jesús al que estamos, nos creemos, acostumbrados, un Jesús que responde bien a nuestras ideas, un Jesús Maestro que enseña con autoridad. El episodio se sitúa en los inicios de su ministerio público, en Cafarnaun, la ciudad que eligió como morada. La gente quedaba maravillada de su doctrina; no pretendía él explicar la ley de Dios, como hacían los escribas de su tiempo, sino que la presentaba directamente, sin rodeos ni componendas, con actuaciones que dejaban claro su mensaje. Ahí radicaba la autoridad de su enseñanza: podía probar con los hechos cuanto decía con sus palabras, sus manos hacían lo que pronunciaban sus labios. Y cuando descubre un enfermo entre sus oyentes, no sigue adelante con su discurso, atiende a quien está sometido al mal incurable, pues tiene poder suficiente, y prisas para sanarlo con su palabra. Deja de hablar para curar; mejor, proclama el evangelio curando del mal a un oyente.


I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en como lo dice

Dentro de un día dedicado a la enseñanza (Mc 1,21-35) Marcos coloca el primer milagro de Jesús, que - no es anecdótico - realiza esa victoria sobre el espíritu del mal que su mensaje proclama, lo que le confiere deja una inusitada autoridad (Mc 1,22.27). En realidad Jesús no hace más que curar endemoniados y enfermos, aunque Marcos se empeñe en presentárnoslo enseñando toda la jornada (1,22.27.39): curar a un poseso es su primera lección. ¡Qué curioso! No se inicia como evangelizador predicando el bien, sino curando, liberando del mal.

El primer anuncio del reino se realiza acosando al Maligno y reduciendo su dominio sobre los hombres. No podía ser más eficaz la evangelización de Jesús: lo primero que Jesús hace por los demás es hacer el bien a uno, liberándolo del demonio: ese es su modo de enseñar, con autoridad. Acercar a Dios, anunciarlo sólo, es alejar el mal de los hombres que lo padecen; no será evangelizador del Reino quien no combata el mal.

El milagro, un exorcismo narrado según el esquema habitual (Mc 1,23-27), es aquí prueba de un modo nuevo de enseñar (Mc 1,21-22.28); decisivo no es el encuentro, tan temprano, de Jesús con el demonio, sino que Jesús enseñe a los hombres con inaudito poder, liberándolos de maligno. Y un detalle harto significativo: Jesús cura al endemoniado, negando al demonio la palabra; antes de expulsarlo, lo reduce al silencio. Con el mal que domina al hombre, no se dialoga; la venida de Dios se anuncia con autoridad sólo, y siempre, si no se conversa con quien hace el mal al hombre. La gente de Cafarnaún se maravillaba, con razón, de que Jesús fuera obedecido por los espíritus inmundos. ¡Esa era su autoridad: podía negar la palabra al que procura el mal y ser acatado!.


II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a la vida

Curiosamente el episodio evangélico se abre y cierra insistiendo en la enseñanza de Jesús y la autoridad con que la imparte, siendo así que se centra en la narración de una curación. Los hechos de Jesús, más que sus palabras, le dan a conocer: Jesús es un maestro que enseña dando salud a quien lo necesita.

Desgraciadamente, en los inicios de su ministerio sólo los espíritus malos perciben quién es y qué significa su presencia. Sin entrar en diálogo con ellos, Jesús les ordena dejar al endemoniado: la curación del hombre es el contenido de su mejor magisterio. Una evangelización que se desentienda del mal imperante, que menosprecie su presencia en el hombre, no se legitima como auténtica; para que se pueda proclamar la voluntad de Dios de vencer el mal, hay que desenmascarar su poder y liberar a sus víctimas: sólo así se hace creíble la bondad de Dios y su compromiso para con el hombre. Nos sigue haciendo falta una proclamación del evangelio con la autoridad que proviene del hablar del buen Dios luchando con el mal que vive en el hombre.

Resulta lógico que la gente se preguntara cómo le era posible a un hombre disponer de tales poderes. También nosotros hoy nos extrañaríamos, de haber presenciado algo semejante. Pero no se trata de sorprenderse ahora por algo pasado y que nosotros no pudimos ver, sino de preguntarnos qué podríamos aprender nosotros de este relato: ¿en qué sentido puede una curación de otro, y realizada hace tantos siglos, sernos buena noticia para nosotros?; ¿qué puede importarnos a nosotros, que apenas creemos que existan o hayan existido endemoniados, la curación de uno de ellos a manos de Jesús?

Para poder maravillarnos ante la autoridad de Jesús habrá que, como aquella gente que le vio actuar, creer que el mal existe en nuestro entorno, lo mismo que en nuestra intimidad. Más aún: Jesús nos enseña a encararlo con autoridad allí donde se esconda. Es cierto que para nosotros hoy el mal no coincide con la enfermedad, por más repugnante o inmerecida que sea; eso creían los hombres en tiempos de Jesús.
Nuestra forma de concebir el mal es harto diferente; pero, a fin de cuentas, también para nosotros existe el mal y, a lo que parece, sigue siendo, en nosotros y en nuestro mundo, más poderoso y más eficaz que el bien. Y lo malo no es que exista mal y malicia en nuestro mundo, lo peor es nos hemos acostumbrado a su presencia y a su eficacia. Y convivimos con él, suspirando, a lo sumo, que no nos toque.

Negando realidad al mal, a veces nos ilusionamos con haberlo vencido. Silenciándolo, creemos tenerlo lejos de nosotros. Y cuando no podemos por menos de reconocer su realidad, acaso por haber sucumbido bajo su poder, lo encontramos en las personas que nos rodean con mayor facilidad que en nosotros mismos.

Resulta siempre menos penoso, más soportable, descubrir la maldad de los demás. Y ésta es una característica, una 'virtud' diría, la tentación de los buenos, de todos aquellos que se consideran mejores sólo porque no han llegado a ser tan malos como los demás…, o porque son más listos que ellos y simulan mejor su males. Quienes así piensan se siguen perdiendo la oportunidad de toparse con Jesús, el sanador de enfermos y libertador de endemoniados.

Entre tanta gente que aquel día escuchaba a Jesús y se maravillaba de su doctrina, sólo un enfermo, el endemoniado, supo reconocerle como el Santo de Dios: ¡todo un símbolo de nuestra situación actual, a nivel comunitario y personal, en la iglesia! Negar el mal, no atreverse a aceptar su presencia y su dominio en nosotros, nos da una sensación de ‘bien-estar’, de salud, pero no logrará jamás curarnos de nuestros males ni hacernos mejores. Hay que tener la valentía de confesar a Jesús nuestro mal, como hizo el endemoniado, pidiéndole, a gritos si es preciso, nuestra curación. Sin tener el coraje de presentarnos ante él dominados por el mal del que no podemos liberarnos por nuestras propias fuerzas, no lograremos que sea para nosotros quien realmente es, el Santo de Dios, capaz de eliminar nuestro mal de raíz.

Pero, ¿cómo lograr saberse presa del mal, cómo sentirse bajo el peso de la propia malicia? Oigamos a Jesús y su evangelio: su autoridad nos hará presentir el mal que todavía hay por descubrir en nosotros; descubriremos asimismo su vitalidad, su capacidad de darnos vida, en la medida en que nos aproximemos a él. El sentido del pecado, que estamos perdiendo todos un poco, nos está alejando de Jesús; lo mismo que el creerse sano no lleva a nadie a buscar un médico. Quizá porque, como el endemoniado del evangelio, sospechamos que ha venido para incomodarnos, para sanarnos, para complicarnos la vida, nos resistimos a perder la paz que hemos logrado hacer con nosotros mismos por haber pactado con nuestros males. Tomemos en serio la realidad de nuestra malicia, de la que existe en nuestro corazón y de la que crece a su alrededor, y sentiremos, angustiosamente, la necesidad de Jesús, de ser llevados ante él y de rogarle a gritos nuestra salvación.

Y si todavía no nos hemos convencido del todo de la realidad del mal y de su fuerza temible, vayamos a Jesús y escuchémosle más asiduamente: prestarle mayor atención, darle más oportunidad para que nos descubra nuestro estado, concederle un poco más de tiempo y algo más de nosotros mismos, nos hará sentir la mejoría. Conocer de cerca su pensamiento y su doctrina nos hará sentirlo cercano y sabernos recuperados; sus exigencias no serán ya pesadas ni su cercanía tan temible. Pero habrá que escucharle como le escucharon en Cafarnaún: maravillándose de cuanto dice y del poder con que lo hace. Por desgracia, y aquí puede estar la raíz de nuestros males, hoy los discípulos de Jesús oyen a cualquiera que les quiera decir algo, a cuantos prometen lo que sea, menos a Dios, el único que tiene la potestad de hacer cuanto dice y de prometer todo lo de bueno pueda uno imaginarse.

Escuchar a Dios con mayor frecuencia y atención nos liberaría de nuestros males, de los que reconocemos sin dificultad y de los que tenemos sin sospecharlo siquiera. No nos ilusionemos con pensar que el mal, el maligno, no existe o, si existe, está fuera de nosotros, en los otros; en todo cuanto hacemos, y en cuanto no logramos hacer aunque debamos, se esconde el mal del que Jesús ha venido a liberarnos. Pongámonos con sinceridad hoy delante de Jesús, como el endemoniado del evangelio, y confesémosle nuestros males: permanezcamos allí hasta que él repare en nosotros, se percate de nuestro mal y se decida a librarnos de él.

Por mucho que esperamos nuestra curación, por mucho que penemos por alcanzarla, al final habrá merecido la pena, y la espera; si llegamos a oír su voz soberana: 'Sal de este hombre', Jesús será también para nosotros el Santo de Dios. ¿O es que vamos a seguir, como la gente en Cafarnaúm, oyendo a Jesús sin sentirnos tocados por su palabra, sanados por su poder? No merecería la pena. Pongamos nuestros males a la vista de Jesús y él nos manifestará su poder y su misericordia.

(fuente: http://say.sdb.org/blogs/JJB/2012/01/23/lectio-divina-ciclo-b-4o-domingo-t-o-mc-28)

sábado, 28 de enero de 2012

Acerca de LA COMUNIDAD DE SAN EGIDIO

La Comunidad de Sant'Egidio nació en Roma en 1968, por iniciativa de un joven que tenía entonces menos de veinte años, Andrea Riccardi. Comenzó reuniendo a un grupo de estudiantes de bachillerato para escuchar y poner en práctica el Evangelio. La primera comunidad cristiana de los Hechos de los Apóstoles y Francisco de Asís fueron los primeros puntos de referencia.

El pequeño grupo comenzó enseguida a ir a la periferia romana, entre las chabolas que rodeaban a la Roma de aquel tiempo, donde vivían muchos pobres, y comenzaron así a dar clases a los niños por la tarde: era la Escuela Popular (que hoy se llama Escuela de la Paz en muchos sitios del mundo).

Desde aquel momento la comunidad ha crecido mucho, y hoy se encuentra en más de 70 países del mundo de 4 continentes. Igualmente el número de miembros de la comunidad crece constantemente: hoy son unos 50.000. Sin embargo, es bastante difícil calcular el número de todos los que se unen de diversas maneras a las actividades del servicio de la comunidad, y de todos aquellos que colaboran de forma estable y significativa al servicio de los más pobres y en las otras actividades desarrolladas por Sant'Egidio sin que formen parte en sentido estricto.


PRINCIPIOS DE LA COMUNIDAD DE SAN EGIDIO 

1- LA ORACIÓN

La primera "obra" de la Comunidad de Sant'Egidio es la oración. A partir del encuentro con la Escritura, puesta en el centro de la vida, nació una propuesta personal y común que era nueva para aquellos jóvenes de 1968 que buscaban una vida más autentica: es la invitación antigua de Jesús a convertirse en discípulos suyos que él dirige a todas las generaciones. Es la invitación a convertirse y a dejar de vivir solo para uno mismo, y a comenzar, con libertad, a ser instrumentos de un amor más grande para todos, a hombres y mujeres, y sobre todo a los más pobres. Escuchar y vivir la Palabra de Dios como la cosa más importante de la propia vida quiere decir aceptar no seguirse a uno mismo, sino a Jesús. La imagen más auténtica es la que constituye la comunidad en oración, cuando se reúne a escuchar la Palabra de Dios. Es como la familia de los discípulos reunida en torno a Jesús. La concordia y asiduidad en la oración (Hch.2,42) son el camino simple que se ofrece y pide a todos los miembros de la comunidad. La oración es un camino en el que uno se familiariza con las palabras de Jesús y su oración, junto con las de las generaciones que nos han precedido, como en los salmos. A la vez, la oración eleva al Señor las necesidades de cada uno y de los pobres, y las necesidades de todo el mundo.

Por este motivo, las comunidades en Roma y otras partes de Italia, de Europa y del mundo, se reúnen lo más frecuentemente posible para rezar juntos. En muchas ciudades todas las tardes hay una oración comunitaria abierta a todos. A todos los miembros de la comunidad se les pide también encontrar un espacio significativo en la propia vida para la oración personal y para la lectura de las Escrituras, comenzando desde el Evangelio.



2- COMUNICAR EL EVANGELIO

La segunda "obra" de la comunidad, su segundo pilar, es la comunicación del Evangelio. Es el Evangelio mismo, es decir, la buena noticia que compartir con los demás, el tesoro precioso, la lámpara que no se puede esconder. El Evangelio no es patrimonio exclusivo, sino que es una responsabilidad más para los miembros de la comunidad, llamados a comunicarlo. En la experiencia de Sant'Egidio ser discípulos y vivir y comunicar la Palabra de Dios son sinónimos. Se trata de una experiencia de alegría y fiesta, como en el Evangelio de Lucas cuando los setenta y dos discípulos volvieron contentos diciendo: "Señor, incluso los demonios se nos someten en tu nombre" (Lc 10,17). Esta es la experiencia de todo discípulo y de cada miembro de la Comunidad de Sant'Egidio que, durante estos anos, ha vivido una "fraternidad misionera" en muchas partes del mundo.



3- AMISTAD CON LOS POBRES

La tercera "obra" característica de Sant'Egidio, auténtico pilar y compromiso cotidiano desde los comienzos, es el servicio a los más pobres, vivido como una amistad. Los primeros estudiantes que en el '68 se juntaron en torno a la Palabra de Dios, sintieron que el Evangelio no podía vivirse lejos de los pobres: los pobres como amigos y el Evangelio como buena noticia para los pobres. Nació así el primero de los servicios de la comunidad, cuando aún no tenía el nombre de Sant'Egidio: la escuela popular, que se llamaba así por que no eran solo clases particulares para los niños marginados de las chabolas romanas del "Canódromo", en la zona del Tiber al sur de Roma. Desde entonces las escuelas populares se han multiplicado en Roma y en todas las ciudades en las que está presente la comunidad, con una atención particular a los niños más desfavorecidos y que viven condiciones más difíciles.

Como se lee en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo, esta amistad se ha incrementado con otros pobres: minusválidos físicos y psíquicos, personas sin hogar, inmigrantes, enfermos terminales. También se ha llegado a otras situaciones: cárceles, asilos de ancianos, campamentos de gitanos, campos de refugiados. A lo largo de estos años se ha desarrollado una amistad hacia otros tipos de pobreza, vieja y nueva o emergente, como en pobrezas no tradicionales tales como la que se da en muchos países europeos en los ancianos solos, también cuando no tienen excesivos problemás económicos.

Sant'Egidio se identifica con sus hermanos más pequeños y con todos los pobres, sin excepción, que por esto son los familiares de la comunidad con pleno derecho. Allí donde hay una comunidad de Sant'Egidio, desde Roma a San Salvador, desde Camerún a Bélgica, Ucrania o Indonesia, existe siempre la amistad y familiaridad con los pobres. Ninguna comunidad, ni siquiera la más joven es lo pequeña y débil como para no poder ayudar a otros pobres. Es el óbolo de la viuda que tiene un gran valor ante el Señor (Mc. 12,41).



4- EL SERVICIO A LA PAZ Y A LA HUMANIZACIÓN DEL MUNDO

La amistad con los pobres ha conducido a Sant'Egidio a comprender aún más que la guerra es la madre de todas las pobrezas. Y así, el amor a los pobres en muchas situaciones, ha implicado trabajar por la paz, para proteger la vida cuando se ve amenazada, para ayudar a reconstruirla, facilitando el dialogo allí donde no existe. Los medios de este servicio a la paz y a la reconciliación son los medios pobres de la oración, la palabra, la participación de las situaciones difíciles, el encuentro, el diálogo.

Incluso cuando no se puede trabajar por la paz, la comunidad intenta conseguir la solidaridad y la ayuda humanitaria para las poblaciones civiles que sufren a causa de la guerra.

Quizás estos son los aspectos más conocidos de Sant'Egidio, de los que hablan los medios de comunicación, sin poner a menudo de relieve la continuidad en la ayuda a los pobres -algo presente en la comunidad desde sus comienzos- y las raíces evangélicas.

Algunos miembros de la comunidad han sido facilitadores o mediadores en conflictos fratricidas que han durado más de diez anos, como en Mozambique, o más de treinta, como en Guatemala. Africa esta herida por las guerras, como los Balcanes, y por ello son el centro de las preocupaciones y los esfuerzos de Sant'Egidio. A través de estas experiencias ha crecido la confianza de Sant'Egidio en la "fuerza débil" de la oración y en el poder del cambio de la no violencia y la persuasión. Estos son aspectos de la vida del mismo Señor Jesús que el vivió hasta el final. En este sentido, la comunidad se pone constantemente al servicio del dialogo ecuménico e interreligioso. Desde 1987 se ha comprometido a nivel internacional para continuar los encuentros del llamado "Espíritu de Asís".

En el ámbito de esta urgencia evangélica se sitúa la reciente batalla por una moratoria mundial de todas las ejecuciones capitales en el ano 2000 que la comunidad ha comenzado a nivel internacional junto a otras organizaciones. Es un paso importante que se apoya en el esfuerzo especial de Sant'Egidio y de todos sus miembros en todas las partes del mundo en las que está presente, para afirmar el valor de la vida sin excepciones, a todos los niveles. La misma raíz evangélica tienen otras iniciativas humanitarias que se proponen a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, independientemente del credo religioso, como por ejemplo la llevada a cabo contra las minas antipersonales, o la ayuda concreta a los prófugos y a las víctimas de la guerra y las catástrofes naturales, como en el Sur de Sudan, en Burundi, Albania y Kosovo, o las recientes acciones en favor de la población afectada por el huracán Mitch, o en apoyo a la liberación de esclavos en los lugares en los que todavía existe esta práctica inhumana.


5- COMUNIDAD SIN FRONTERAS NI MUROS

La amistad entre las personas de culturas y naciones diferentes es el modo cotidiano con el que se expresa esta fraternidad internacional que es al mismo tiempo apertura al mundo y pertenencia a una única familia de discípulos. En un mundo que al final del segundo milenio exalta las fronteras y las diferencias nacionales y culturales, incluso hasta hacer de esto un motivo antiguo y nuevo de conflicto, las comunidades de Sant'Egidio testimonian la existencia de un destino común no solo para los cristianos, sino para todos los hombres.

Hay comunidades más jóvenes y más ancianas. Algunas son más númerosas y están más enraizadas que otras, algunas son más conocidas que otras en el ambiente en el que viven, pero todas se esfuerzan en ser, y verdaderamente representan, una única familia en torno a Jesús.

La comunidad de Roma es la más anciana y, como primera comunidad, desarrolla en este sentido un servicio a la comunión y a las comunidades más recientes, sin "otros limites que los de la caridad", como indicó el Papa Juan Pablo II en Sant'Egidio por el 25 aniversario de la Comunidad en 1993. Esta unidad se expresa con una comunión y solidaridad concreta entre los hermanos y hermanas, que se ha revelado como la mejor forma de organización de la vida de la misma comunidad.

para más información, visitar www.santegidio.org

28 de enero: Santo Tomás de Aquino

Martirologio Romano: Memoria de santo Tomás de Aquino, presbítero de la Orden de Predicadores y doctor de la Iglesia, que, dotado de gran inteligencia, con sus discursos y escritos comunicó a los demás una extraordinaria sabiduría. Llamado a participar en el Concilio Ecuménico II de Lyon por el papa beato Gregorio X, falleció durante el viaje en el monasterio de Fossanova, en el Lacio, el día siete de marzo, y muchos años después, en este día, sus restos fueron trasladados a Toulouse, en Francia (1274).

Fecha de canonización: 18 de julio de 1323 por el Papa Juan XXII


BREVE BIOGRAFÍA

Nació hacia el año 1225, de la familia de los condes de Aquino. Estudió primero en el monasterio de Montecassino, luego en Nápoles.

A los 18 años, contra la voluntad del padre y hasta perseguido por los hermanos que querían secuestrarlo, ingresó en la Orden de Predicadores, y completó su formación en Colonia donde tuvo por Maestro a San Alberto Magno, y después en París. Mientras estudiaba en esta ciudad se convirtió de estudiante en profesor de filosofía y teología. Después enseñó en Orvieto, Roma y Nápoles.

Suave y silencioso (en París lo apodaron "el buey mudo"), gordo, contemplativo y devoto, respetuoso de todos y por todos amado, Tomás era ante todo un intelectual. Continuamente dedicado a los estudios hasta el punto de perder fácilmente la noción del tiempo y del lugar: durante una travesía por el mar, ni siquiera se dio cuenta de la terrible borrasca y el fuerte movimiento de la nave por el choque de las olas, tan embebido estaba en la lectura. Pero no eran lecturas estériles ni fin en sí mismas. Su lema, "contemplata aliis tradere", o sea, hacer partícipes a los demás de lo que él reflexionaba, se convirtió en una mole de libros que es algo prodigioso, más si se tiene en cuenta que murió a los 48 años.

En efecto, murió en la madrugada del 7 de marzo de 1274, en el monasterio cisterciense de Fossanova, mientras se dirigía al concilio de Lyon, convocado por el B. Gregorio X. Su obra más famosa es la Summa theologiae, de estilo sencillo y preciso, de una claridad cristiana, con una capacidad extraordinaria de síntesis. Cuando Juan XXII lo canonizó, en 1323, y algunos objetaban que Tomás no había realizado grandes prodigios ni en vida ni después de muerto, el Papa contestó con una famosa frase: "Cuantas proposiciones teológicas escribió, tantos milagros realizó".

El primado de la inteligencia, la clave de toda la obra teológica y filosófica del Doctor Angélico (como se lo llamó después del siglo XV), no era un intelectualismo abstracto, fin en sí mismo. La inteligencia estaba condicionada por el amor y condicionaba al amor. "Luz intelectual llena de amor - amor de lo verdadero pleno de alegría" -cantó Dante, que tradujo en poesía el concepto tomístico de inteligencia - bienaventuranza.

El pensamiento de Santo Tomás ha sido durante siglos la base de los estudios filosóficos y teológicos de los seminaristas, y gracias a León XIII y a Jacques Maritain ha vuelto a florecer en nuestros tiempos. Y tal vez particularmente actuales, más que las grandes Summae, son precisamente los Opúsculos teológico -pastorales y los Opúsculos espirituales.


Oración de San Tomás de Aquino

Aquí me llego, todopoderoso y eterno Dios, al sacramento de vuestro unigénito Hijo mi Señor Jesucristo, como enfermo al médico de la vida, como manchado a la fuente de misericordias, como ciego a la luz de la claridad eterna, como pobre y desvalido al Señor de los cielos y tierra.

Ruego, pues, a vuestra infinita bondad y misericordia, tengáis por bien sanar mi enfermedad, limpiar mi suciedad, alumbrar mi ceguedad, enriquecer mi pobreza y vestir mi desnudez, para que así pueda yo recibir el Pan de los Angeles, al Rey de los Reyes, al Señor de los señores, con tanta reverencia y humildad, con tanta contrición y devoción, con tal fe y tal pureza, y con tal propósito e intención, cual conviene para la salud de mi alma.

Dame, Señor, que reciba yo, no sólo el sacramento del Sacratísimo Cuerpo y Sangre, sino también la virtud y gracia del sacramento ¡Oh benignísimo Dios!, concededme que albergue yo en mi corazón de tal modo el Cuerpo de vuestro unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Cuerpo adorable que tomó de la Virgen María, que merezca incorporarme a su Cuerpo místico, y contarme como a uno de sus miembros.

¡Oh piadosísimo Padre!, otorgadme que este unigénito Hijo vuestro, al cual deseo ahora recibir encubierto y debajo del velo en esta vida, merezca yo verle para siempre, descubierto y sin velo, en la otra. El cual con Vos vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

(fuente: es.catholic.net)

viernes, 27 de enero de 2012

La humildad es causa de la Verdadera alegría

“Apenas oí tu saludo, dijo Isabel a María, el niño saltó de alegría en mi seno”.
Lucas 1, 44

La humildad, dice Anselm Grün, es consecuencia de la manifestación de la grandeza de Dios. Que hace que el corazón se ubique en su verdadera dimensión de pequeñez, sin sentirse para nada minusvalorado. Al contrario, se siente profundamente ubicado y se sabe de todas sus posibilidades. Es andar en Verdad, dice santa Teresa de Jesús. Por eso no es la persona que se menosprecia, la humilde, ni tampoco que sería el otro extremo, andar en Verdad, es andar sacando pecho por la vida. Sino sencillamente decir las cosas como son. Llamarlas por su nombre.

La humildad es andar en Verdad. Una persona humilde es una persona ubicada. Y delante de Dios, la oblicuidad, por decirlo así, viene de la mano de la manifestación de la grandeza de Dios.

La humildad manifiesta genera como consecuencia la revelación de la pobreza de la persona. La grandeza de Su amor, nos muestra nuestra condición humilde. Pero Dios no nos violenta, cuando nos muestra la condición nuestra.

A ver, Dios no nos humilla, como lo entendemos nosotros. Aunque si nos regala la humildad, no nos humilla arrinconándonos, con la revelación que hace de Su grandeza y la consecuencia que trae esto de nuestra condición pobre. Al contrario, cuando es Dios el que nos muestra quiénes somos y cómo somos, nos alienta. Nos invita a crecer, a dar pasos para madurar.

Es muy importante esto, a la hora de querer buscar los caminos de humildad. Porque por ahí sentimos que, aún desde una espiritualidad deformada, que hay que humillarse. Sí, es verdad que hay que humillarse. Pero ¿delante de quién? Es delante de la presencia del Dios Vivo, donde se adquiere la verdadera humildad.

No es buscando la forma de violentarse a sí mismo, para generar la humillación. Esto último suele traer consecuencias bastantes graves. Y nos pone en riesgo de la verdadera humildad. Porque nos hace como perder la estima. Que es el lugar que fácilmente se cae, para confundir la humildad con esta baja percepción positiva de sí mismo. Que es la falta de autoestima.

La verdadera humildad, lejos de ponernos en condición de mismo valoración, nos hace estar en otro lugar, y nos hace querer bien. Nos hace amarnos bien. Porque es Dios quien regala esta condición. Y cuando Dios se manifiesta, lejos está Su presencia de generar desprecio por nosotros. Al contrario, mostrándonos lo peor que puede haber en nosotros, Su presencia es como una caricia que nos invita a ir hacia delante.

En el A. T. tenemos la persona más humilde que hay sobre la tierra, dice la Palabra, que es Moisés. Que era el hombre más humilde que había sobre la tierra, y al mismo tiempo, afirma que nadie trataba con Dios como él. Acá vemos esta compaginación de humildad y encuentro con Dios. Nadie trata con Dios, como Moisés, porque Dios habla con Moisés cara a cara, en la carpa del encuentro. Y al mismo tiempo la Palabra dice, era la persona más humilde que había sobre la tierra. Acá se ve bien claro que lo que genera la verdadera humildad es el encuentro con Dios.

Mientras más encuentro con el Señor tenemos, auténtico encuentro con el Señor, de diálogo de amistad, al estilo de Moisés, más humildad llega a nosotros. Más capacidad de reconocernos tal cual somos. Tal cual somos, ni más ni menos. Andar en Verdad, la expresión de santa Teresa.

El resultado de ese encuentro entre el Dios de Abrahám, de Isaac, y de Jacob, como le dice Dios en la revelación que tiene a Moisés en la zarza ardiendo con el hombre más humilde que hay sobre la tierra, el resultado es un Moisés al que le resplandece el rostro. A punto tal es el resplandor del rostro en Moisés, que los compatriotas suyos, los paisanos suyos se sienten como encandilados por la mirada de Moisés. Y Moisés tiene que ponerse un velo cada vez que sale del encuentro con Dios.

En la pesca milagrosa encontramos un acontecimiento similar a éste, que resulta del encuentro entre Dios y la condición humana. Simón está siendo invitado a asumir la condición de líder de la barca de Jesús. Sobre su propia barca recibe la visita del Señor y tiene un acontecimiento increíble. Él ha intentado pescar toda la noche junto a sus compañeros de pesca. No consiguen nada y por indicación de Jesús se mete mar adentro, obedeciendo en la fe, y pesca como nunca había pescado antes. Tantos peces habían sacado que tienen que llamar a los compañeros de la otra barca para que le ayuden a llevar la cantidad de peces que han sacado.

¿Cuál es la reacción de Pedro? “Apártate de mí Señor, porque soy un pecador.” Es decir, la manifestación de la grandeza de Dios, genera en Simón el reconocimiento de quien es: yo soy un pecador. Pero rápidamente Jesús supera lo que, podría haber sido el riesgo de apartarse de Simón, y lo abraza desde el lugar donde Simón tiene más posibilidades de descubrir lo que es su próxima misión, o su nueva misión: desde ahora te haré pescador de hombres.

La verdadera alegría surge, porque acá Simón no cabe en sí mismo después de semejante pesca. Tanto, que dijo “no me dedico más a esta pesca, me dedico a otra.” Es como uno, cuando hace una cosa llega al culmen de la vida, “qué mas puedo pedir”, “me dedico a otra cosa”. Y tanta fue la alegría que tenía que no cabía dentro de sí.

Entonces, la humildad es fruto del encuentro. El encuentro nos ubica. Y el resultado es el resplandor y la alegría. La verdadera alegría brota de la verdadera humildad.


El que vive en Dios comunica alegría:

“Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno”. La alegría que se despierta en el corazón de Isabel nace del saludo alegre de María, a quien hace unos pocos días el ángel Gabriel la saludaba contagiándole el gozo de Dios. ¿Te acordás cómo la saluda el ángel a María? Cuando se le presenta, lo primero que le dice es “Alégrate, María llena de Gracia”. ¿Por qué? “Porque el Señor está contigo”.

La alegría de María, la que ella canta en el Magníficat, la que le comunica Isabel en su saludo, tiene un origen, tiene una fuente: ES DIOS. María es llamada “feliz”. Porque el Poderoso ha hecho obras grandes y grandes cosas hará en Ella.

La obra de Dios, las cosas de Dios no pasan, y por eso, la alegría que Dios comunica permanece. La alegría que Dios da, es una alegría distinta a las cosas que nosotros encontramos cuando algo nos pone contentos. La alegría que Dios da es profunda, es una alegría en Dios, es una alegría que no pasa.

Y es el estado permanente en el corazón de María. “Alégrate María, el Señor está contigo”. Y de ahora en adelante será como el rasgo distintivo del corazón mariano. Y por eso, todas las generaciones la van a llamar “feliz”, como canta Ella. Porque ha sido Dios, en quien Ella creyó, quien le ha regalado esta condición.

Cuando nos relacionamos familiarmente con María, reconociendo Su presencia en nuestra vida, recibimos como resultado la alegría. La alegría es como el signo característico de un corazón que está entregado al de la Madre, a María. La alegría y el gozo son como el fruto de la vida en Dios, por medio de María. María está embarazada de Alegría, porque está embarazada de Dios. Y quiere que también nosotros seamos portadores de este don, que el mundo espera y necesita.

Podríamos nosotros no decir nada. Podríamos permanecer en silencio, sin decir nada, si tuviéramos conciencia de esta Alegría que nos habita, y la dejáramos como expresarse, liberándonos de toda timidez y de todo miedo. Y sería de un poder de convocatoria, porque hay ausencia de este tipo de alegría en el mundo. Hay mucho para divertirse y pasarla bien, de momentos, con lo que supone eso, de efímero, y pasajero. Pero de este tipo de alegría hay poca en el mundo de hoy. Escasea y diría yo, está bastante bien cotizada.

Si sabemos guardarla en el corazón, y compartirla y darla a los demás, seguramente serían muchos los que se sentirían atraídos al modo como lo generaba el alegre loco Francisco de Asís, con su estilo tan particularmente atrayente de predicar. Hasta hacerlo sólo en silencio, caminando por las calles de Asís, con la certeza de que era Dios quien iba con él. Y eso era suficiente, para que muchos se pusieran detrás de él. En muy poquito tiempo, casi 5 ó 6 años eran 1200, los seguidores de Francisco de Asís. Era la alegría que contagiaba, desde la pobreza. Y desde la grandeza de la manifestación de Dios. En toda la miseria, Francisco reconoce había en su corazón.

Nosotros, los cristianos, los que llevamos a Jesús dentro de nosotros, somos llamados a comunicar la Verdad del Dios revelado en Cristo. Pero no sólo con la claridad de conceptos que, el anuncio exige para presentar el misterio, sino con el corazón afectivamente adhiriendo a ese gozo de Su presencia.

Por eso decía Kol Rahner, que además de generar esta categoría de herejía que es el yerro, en lo conceptual frente al misterio de Dios, habría que también incluir la herejía afectiva de los cristianos. Que es la que más padecemos. Que es como mentir con nuestro modo de ser, respecto de la presencia real del Dios Vivo. Porque lo que decimos con la boca no lo acompañamos con los gestos. Anunciamos a un Dios gozoso, pero no se nos nota en la cara, ni en la expresión, ni en el tono. Es como es que nos falta ese liberar desde adentro del corazón la certeza afectiva alegre y gozosa de la Presencia de Dios.



EL QUE VIVE EN DIOS COMUNICA ALEGRÍA.

Pasa que nos hemos acostumbrados a una racionalización de la fe, cuando no la conceptualización o adoctrinamiento de fe. Pero no hemos permitido el recorrido de la razón al corazón, y del corazón a la cabeza, con la fluidez que se necesita. Y entonces estamos como esquizofrénicamente viviendo la fe, como divididos por dentro. Necesitamos esa más auténtica integración de todo nuestro ser en nuestra adhesión creyente. Para que sea un corazón inteligente y una razón amante la que adhieran al misterio de Jesús.

Para no dejarnos ganar por la herejía afectiva debemos buscar maneras distintas, creativas y sencillas de celebrar la fe. La hemos cosificado, detrás de la sacramentalización. Y hemos hecho del templo y del lugar de encuentro nuestro celebrativo, casi una estación de servicio, donde cargamos un poquito la nafta para seguir adelante. Pero nos hemos olvidado de que la fe está para ser celebrada todo el tiempo.

Nuestro estado habitual es el gozo y la alegría.

Pum, para arriba! Decimos cuando nos hace falta un poquito más de esa energía positiva. En realidad, debería ser siempre para arriba. No cuando, estamos bajoneados. El estado habitual de un cristiano es el gozo. Si de verdad, el ser de Cristo supone el vivir en Cristo, alégrense siempre en el Señor, se lo dice Pablo a los filipenses. Se los vuelvo a repetir “alégrense”, y él está pasando por la cruz. Y desde el momento, de los más difíciles entre persecuciones, cárceles y naufragios, y demás, él invita a la alegría. Porque él vive la Alegría de la presencia del Señor que lo habita.

Un camino para recuperar la celebración, en un sentido de la fe, en un sentido genuino: es volver a los sacramentos. No haber recibido algún sacramento y haberme olvidado de que fui bautizado, que hice la comunión, que fui confirmado. Es volver y particularmente volver a los sacramentos de la sanidad, como es el de la Reconciliación. Y al alimento de un cristiano, que es el Cuerpo de Cristo, en la Eucaristía.

Es volver a la Palabra de Dios. Es hacerla nuestra. Bendecir la mesa con la Palabra de Dios. Acostarnos pidiéndole a Dios, que nos hable en Su Palabra. Es tener un momento de oración personal bien definido. Así como en nuestra agenda de todos los días de la semana incluimos nuestras maneras de tener buena salud en el gimnasio, en el encuentro con los amigos, en el trabajo intelectual, en la reflexión, ubicar en la agenda lo primero: abrirnos al encuentro con el Señor.

Solamente desde una fe celebrada con autenticidad vamos a encontrar la manera de vivir en Dios, y a partir de ahí, comunicar con alegría la presencia del Señor a los que lo buscan, y lo necesitan.

Causa de nuestra Alegría, ruega por nosotros:

En las letanías lauretanas, la reconocemos a María como la que es Causa de la Alegría, como la que nos trae la Alegría. Y oramos diciendo “Causa de nuestra Alegría, rogá por nosotros”. Esta letanía es como un eco que se prolonga en el tiempo, de aquella expresión de Isabel “apenas oí tu saludo el niño saltó de alegría en mi seno”.

Cuando estamos desolados, esto es cuando estamos bajoneados, decaídos, como tirados, sin ganas de nada, tristes, con Dios lejos de nosotros, así nos sentimos, como que nos traga la tierra. Es remedio saludable, para salir de estos lugares el volver a María, como la que nos contagia de gozo, paz y alegría. Con Ella podemos salir de esos momentos, purificando la memoria y trayendo al presente lindos recuerdos de momentos, en que fuimos muy felices.

También podemos hacerlo cantando, junto a María y su presencia llena de alegría, cerca de nosotros, un canto que nos llena el corazón. Ayer, mientras hacíamos la comida pusimos un canto muy sereno en nuestra casa, tan sereno que nos entró a deprimir. Jajaja, Entonces, alguien dijo pongamos otra cosa. Porque la música con su melodía tiene la posibilidad de aplacar a las fieras. Pero también las puede hundir a las fieras. Ciertamente, no? Pero cuando uno está en un estado de desolación, más bien poner un ritmo un poco más alegre, que levante el ánimo.

La música, el recuerdo de buenos momentos, nos purifica la memoria de lo que verdaderamente debe ser liberada de toda tristeza, de toda angustia, de toda depresión, de desolación interior.

Nos damos ahora un tiempo juntos, para revisar en el álbum de fotos de la vida los recuerdos más hermosos para que, con María podamos cantar llenos de alegría las grandezas de Dios en nuestra vida.

Entonces ésta va a ser la consigna. Vamos a armar un collage, a través de la comunicación. Y cada vez que lo recuerdo, es como que me contagio de la alegría que viví en aquel momento. ¿Sabés por qué? Porque sin dudas, ha sido un paso de Dios. Porque la alegría de Él permanece, permanece en lo hondo del corazón grabada. Y cuando registramos esos momentos vuelve como a aparecer. Tener memoria de los momentos buenos vividos, es una manera de salirle al paso a cualquier tristeza que quiera apagar ese gozo, con el que Dios quiere que vivamos en Él, y nos comuniquemos con los hermanos.

escrito por el Padre Javier Soteras 
(fuente: www.radiomaria.org.ar)

jueves, 26 de enero de 2012

Repuesta del Papa a sacerdotes sobre problemas de vida sacerdotal

CASTEL GANDOLFO, jueves, 21 septiembre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la primera de las cinco respuestas espontáneas que ofreció Benedicto XVI a otras tantas preguntas de los sacerdotes de la diócesis de Albano, donde se encuentra la residencia pontificia de Castel Gandolfo. El encuentro tuvo lugar el 31 de agosto.

Algunos problemas de vida de los sacerdotes

- Padre Giuseppe Zane, vicario ad omnia, de 83 años: Nuestro obispo le ha explicado, aunque brevemente, la situación de nuestra diócesis de Albano. Los sacerdotes estamos plenamente insertados en esta Iglesia, viviendo todos sus problemas y vicisitudes. Tanto los jóvenes como los mayores nos sentimos inadecuados, en primer lugar porque somos pocos en comparación con las muchas necesidades y procedemos de lugares muy diversos; además, sufrimos escasez de vocaciones al sacerdocio. Por estos motivos a veces nos desanimamos, tratando de tapar agujeros aquí o allá, a menudo obligados sólo a realizar "primeros auxilios", sin proyectos precisos. Al ver las muchas cosas que habría que hacer, sentimos la tentación de dar prioridad al hacer, descuidando el ser; y esto se refleja inevitablemente en la vida espiritual, en el diálogo con Dios, en la oración y en la caridad, en el amor a los hermanos, especialmente a los alejados. Santo Padre, ¿qué nos puede decir al respecto? Yo soy de edad avanzada..., pero estos jóvenes hermanos míos ¿pueden tener esperanza?

- BENEDICTO XVI: Queridos hermanos, ante todo, quisiera dirigiros unas palabras de bienvenida y de agradecimiento. Gracias al cardenal Sodano por su presencia, con la que expresa su amor y su solicitud por esta Iglesia suburbicaria. Gracias a usted, excelencia, por sus palabras. Con pocas frases me ha presentado la situación de esta diócesis, que no conocía en esta medida. Sabía que es la mayor de las diócesis suburbicarias, pero no sabía que hubiera crecido hasta los cincuenta mil habitantes. Veo que es una diócesis llena de desafíos, de problemas, pero ciertamente también de alegrías en la fe. Y veo que todas las cuestiones de nuestro tiempo están presentes: la emigración, el turismo, la marginación, el agnosticismo, pero también una fe firme.

No pretendo ser aquí ahora como un "oráculo", que podría responder de modo satisfactorio a todas las cuestiones. Las palabras de san Gregorio Magno que ha citado usted, excelencia, "que cada uno conozca infirmitatem suam", valen también para el Papa. También el Papa, día tras día, debe conocer y reconocer "infirmitatem suam", sus límites. Debe reconocer que sólo colaborando todos, en el diálogo, en la cooperación común, en la fe, como "cooperatores veritatis", de la Verdad que es una Persona, Jesús, podemos cumplir juntos nuestro servicio, cada uno en la parte que le corresponde. En este sentido, mis respuestas no serán exhaustivas, sino fragmentarias. Sin embargo, aceptamos precisamente esto: que sólo juntos podemos componer el "mosaico" de un trabajo pastoral que responda a la magnitud de los desafíos.

Usted, cardenal Sodano, ha comentado que nuestro querido hermano el padre Zane parece un poco pesimista. Pero hay que reconocer que cada uno de nosotros pasa por momentos en los que puede desanimarse ante la magnitud de lo que tiene que hacer y los límites de lo que en realidad puede hacer. Esto sucede también al Papa. ¿Qué debo hacer en esta hora de la Iglesia, con tantos problemas, con tantas alegrías, con tantos desafíos que afronta la Iglesia universal? Suceden tantas cosas cada día y no soy capaz de responder a todo. Hago mi parte, hago lo que puedo hacer.
Trato de encontrar las prioridades. Y soy feliz de contar con muchos buenos colaboradores. Puedo decir en este momento que constato cada día el gran trabajo que lleva a cabo la Secretaría de Estado bajo su sabia guía. Y sólo con esta red de colaboración, insertándome con mis pequeñas capacidades en una totalidad más grande, puedo y me atrevo a seguir adelante.


Así, naturalmente, también un párroco que está solo ve que son muchas las cosas que es preciso hacer en esta situación que usted, padre Zane, ha descrito brevemente. Y sólo puede hacer una: tapar agujeros —como dijo usted—, dedicarse a los "primeros auxilios", consciente de que se debería hacer mucho más. Pues bien, la primera necesidad de todos nosotros es reconocer con humildad nuestros límites, reconocer que debemos dejar que el Señor haga la mayoría de las cosas. 

Hoy escuchamos en el evangelio la parábola del siervo fiel (cf. Mt 24, 42-51). Este siervo, como nos dice el Señor, da la comida a los demás a su tiempo. No lo hace todo a la vez, sino que es un siervo sabio y prudente, que sabe distribuir en los diversos momentos lo que debe hacer en aquella situación. Lo hace con humildad, y también está seguro de la confianza de su señor. Así nosotros debemos hacer lo posible para tratar de ser sabios y prudentes, y también tener confianza en la bondad de nuestro Señor, porque al fin y al cabo debe ser él quien guíe a su Iglesia. Nosotros nos insertamos con nuestro pequeño don y hacemos lo que podemos, sobre todo las cosas siempre necesarias: los sacramentos, el anuncio de la Palabra, los signos de nuestra caridad y de nuestro amor.


Por lo que respecta a la vida interior, a la que usted ha aludido, es esencial para nuestro servicio sacerdotal. El tiempo que dedicamos a la oración no es un tiempo sustraído a nuestra responsabilidad pastoral, sino que es precisamente "trabajo" pastoral, es orar también por los demás. En el "Común de pastores" se lee que una de las características del buen pastor es que "multum oravit pro fratribus". Es propio del pastor ser hombre de oración, estar ante el Señor orando por los demás, sustituyendo también a los demás, que tal vez no saben orar, no quieren orar o no encuentran tiempo para orar. Así se pone de relieve que este diálogo con Dios es una actividad pastoral.


Por consiguiente, la Iglesia nos da, casi nos impone —aunque siempre como Madre buena— dedicar tiempo a Dios, con las dos prácticas que forman parte de nuestros deberes: celebrar la santa misa y rezar el breviario. Pero más que recitar, hacerlo como escucha de la Palabra que el Señor nos ofrece en la liturgia de las Horas. Es preciso interiorizar esta Palabra, estar atentos a lo que el Señor nos dice con esta Palabra, escuchar luego los comentarios de los Padres de la Iglesia o también del Concilio, en la segunda lectura del Oficio de lectura, y orar con esta gran invocación que son los Salmos, a través de los cuales nos insertamos en la oración de todos los tiempos. Ora con nosotros el pueblo de la antigua Alianza, y nosotros oramos con él. Oramos con el Señor, que es el verdadero sujeto de los Salmos. Oramos con la Iglesia de todos los tiempos. Este tiempo dedicado a la liturgia de las Horas es tiempo precioso. La Iglesia nos da esta libertad, este espacio libre de vida con Dios, que es también vida para los demás.


Así, me parece importante ver que estas dos realidades, la santa misa, celebrada realmente en diálogo con Dios, y la liturgia de las Horas, son zonas de libertad, de vida interior, que la Iglesia nos da y que constituyen una riqueza para nosotros. Como he dicho, en ellas no sólo nos encontramos con la Iglesia de todos los tiempos, sino también con el Señor mismo, que nos habla y espera nuestra respuesta. Así aprendemos a orar, insertándonos en la oración de todos los tiempos y nos encontramos también con el pueblo.


Pensemos en los Salmos, en las palabras de los profetas, en las palabras del Señor y de los Apóstoles; pensemos en los comentarios de los santos Padres. Hoy tuvimos el maravilloso comentario de san Columbano sobre Cristo, fuente de "agua viva", de la que bebemos. Orando nos encontramos también con los sufrimientos del pueblo de Dios hoy. Estas oraciones nos hacen pensar en la vida de cada día y nos guían al encuentro con la gente de hoy. Nos iluminan en este encuentro, porque a él no sólo acudimos con nuestra pequeña inteligencia, con nuestro amor a Dios, sino que también aprendemos, a través de esta palabra de Dios, a llevarles a Dios. Esto es lo que ellos esperan: que les llevemos el "agua viva", de la que habla hoy san Columbano.


La gente tiene sed. Y trata de apagar esta sed con diversas diversiones. Pero comprende bien que esas diversiones no son el "agua viva" que necesitamos. El Señor es la fuente del "agua viva". Pero en el capítulo 7 de san Juan nos dice que todo el que cree se convierte en una "fuente", porque ha bebido de Cristo. Y esta "agua viva" (v. 38) se transforma en nosotros en agua que brota, en una fuente para los demás.


Así, tratemos de beberla en la oración, en la celebración de la santa misa, en la lectura; tratemos de beber de esta fuente para que se convierta en fuente en nosotros, y podamos responder mejor a la sed de la gente de hoy, teniendo en nosotros el "agua viva", teniendo la realidad divina, la realidad del Señor Jesús, que se encarnó. Así podremos responder mejor a las necesidades de nuestra gente.


Esto por lo que se refiere a la primera pregunta: ¿Qué podemos hacer? Hagamos siempre todo lo posible en favor de la gente —en las otras preguntas tendremos la posibilidad de volver a este punto— y vivamos con el Señor para poder responder a la verdadera sed de la gente.
Su segunda pregunta era: ¿Tenemos esperanza para esta diócesis, para esta porción de pueblo de Dios que es la diócesis de Albano y para la Iglesia? Respondo sin dudarlo: sí. Naturalmente, tenemos esperanza: la Iglesia está viva. Tenemos dos mil años de historia de la Iglesia, con tantos sufrimientos, incluso con tantos fracasos. Pensemos en la Iglesia en Asia menor, la grande y floreciente Iglesia de África del norte, que con la invasión musulmana desapareció. Por tanto, porciones de Iglesia pueden desaparecer realmente, como dice san Juan en el Apocalipsis, o el Señor a través de san Juan: "Si no te arrepientes, iré donde ti y cambiaré de su lugar tu candelero" (Ap 2, 5). Pero, por otra parte, vemos cómo entre tantas crisis la Iglesia ha resurgido con nueva juventud, con nueva lozanía.


En el siglo de la Reforma, la Iglesia católica parecía en realidad casi acabada. Parecía triunfar esa nueva corriente, que afirmaba: ahora la Iglesia de Roma se ha acabado. Y vemos que con los grandes santos, como Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, Carlos Borromeo, y otros, la Iglesia resurgió. Encontró en el concilio de Trento una nueva actualización y una revitalización de su doctrina. Y revivió con gran vitalidad. Lo vemos también en el tiempo de la Ilustración, en el que Voltaire dijo: "Por fin se ha acabado esta antigua Iglesia, vive la humanidad". Y ¿qué sucedió, en cambio? La Iglesia se renovó. En el siglo XIX florecieron grandes santos, hubo una nueva vitalidad con tantas congregaciones religiosas: la fe es más fuerte que todas las corrientes que van y vienen.

Lo mismo sucedió en el siglo pasado. Hitler dijo en cierta ocasión: "La Providencia me ha llamado a mí, un católico, para acabar con el catolicismo. Sólo un católico puede destruir el catolicismo". Estaba seguro de contar con todos los medios para destruir por fin al catolicismo. Igualmente la gran corriente marxista estaba segura de realizar la revisión científica del mundo y de abrir las puertas al futuro: "la Iglesia está llegando a su fin, está acabada". Pero la Iglesia es más fuerte, según las palabras de Cristo. Es la vida de Cristo la que vence en su Iglesia.


También en tiempos difíciles, cuando faltan las vocaciones, la palabra del Señor permanece para siempre. Y, como dice el Señor mismo, el que construye su vida sobre esta "roca" de la palabra de Cristo, construye bien. Por eso, podemos tener confianza. Vemos también en nuestro tiempo nuevas iniciativas de fe. Vemos que en África la Iglesia, a pesar de todos sus problemas, tiene una gran floración de vocaciones que estimula. Y así, con todas las diversidades del panorama histórico de hoy, vemos —y no sólo, creemos— que las palabras del Señor son espíritu y vida, son palabras de vida eterna. San Pedro, como escuchamos el domingo pasado en el evangelio, dijo: "Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres el santo de Dios" (Jn 6, 69). Y viendo a la Iglesia de hoy; viendo la vitalidad de la Iglesia, a pesar de todos sus sufrimientos, podemos decir también nosotros: hemos creído y conocido que tú tienes palabras de vida eterna y, por tanto, una esperanza que no defrauda.

[Traducción distribuida por la Santa Sede © Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana] 
(fuente: www.mercaba.org)

miércoles, 25 de enero de 2012

El Sacrificio de la Misa

La palabra Misa (missa) fue originalmente la designación general para el Sacrificio Eucarístico en Occidente después de la época del Papa San Gregorio I Magno (murió en 604); la Iglesia primitiva usó la expresión la “fracción del pan” (fractio Panis) o “liturgia (Hch. 13,2, leitourgountes); la Iglesia Griega ha usado este último nombre por más de dieciséis siglos.

En los primeros días del cristianismo se empleaban otros términos, tales como:

- “La Cena del Señor” (coena dominica),
- el “Sacrificio” (prosphora, oblatio),
- “la reunión” (sinaxis, congregatio),
- “los Misterios”,
- y(desde Agustín), “el Sacramento del Altar”.

La idea del Sacrificio de la Misa no estaba necesariamente conectada con el nombre “Fiesta de Amor” (ágape). Etimológicamente la palabra missa no procede (como establece Baronio) del hebreo, ni del griego mysis, sino que simplemente se deriva de missio, así como oblata se deriva de oblatio, colecta de collectio, y ulta de ultio. Sin embargo, la referencia no era a una “misión” divina, sino sólo a un “despido” (dismissio) como se acostumbraba también en el rito griego (cf. "Canon. Apost.", VIII, XV: apolyesthe en eirene), y como todavía resuena en la frase Ite missa est. Esta forma solemne de despedida no fue introducida por la Iglesia como algo nuevo, sino que fue adoptada del lenguaje ordinario, como muestra el obispo San Avito de Vienne tan temprano como en 500 d.C. (Ep. 1 en P.L., LIX, 199): “en las iglesias y en el lugar del emperador o las cortes de los prefectos, Missa est se dice cuando se releva de la asistencia a la gente.”

En el sentido de “despedida” o mejor dicho “cierre de la oración, missa se usa en el famoso “Peregrinatio Silvae” por lo menos setenta veces (Corpus scriptor. eccles. latinor., XXXVIII, 366 sq.) y la Regla de San Benito coloca la fórmula regular, Et missae fiant (finalizaron las oraciones), después de las horas, vísperas y completas. El lenguaje popular aplicó el ritual de despedida gradualmente, como fue expresado tanto en la Misa de los catecúmenos como en la de los fieles, por sinécdoque al Sacrificio Eucarístico completo, llamando al todo como la parte. El primer rastro certero de tal aplicación se halla en San Ambrosio (Ep. XX, 4, en P.L. XVI, 995). Usaremos este sentido de la palabra en nuestra consideración de la Misa en su causalidad, esencia y existencia.



La Existencia de la Misa: Exaltación de la Eucaristía

Antes de tratar sobre las pruebas de revelación suministradas por la Biblia y la tradición, primero se deben determinar ciertos puntos preliminares. El más importante de éstos es que la Iglesia trata de que la Misa sea considerada como un “verdadero y propio sacrificio”, y no puede tolerar la idea de que el sacrificio sea idéntico con la Sagrada Comunión. Ése es el sentido de una cláusula del Concilio de Trento (Ses. XXII, can. 1): “Si alguno dice que en la Misa no se ofrece a Dios un verdadero y propio sacrificio; o, que ser ofrecido es sólo que Cristo se nos da como alimento; sea anatema” (Denzinger, “Enchir.”, 10ma ed. 1908, n. 948). Cuando el Papa León XII, en la bula dogmática “Apostolicae Curae” del 13 de septiembre de 1896, basó la invalidez de la fórmula de consagración anglicana en el hecho, entre otros, que en la fórmula de consagración de Eduardo VI (es decir, desde 1549) no hay ninguna declaración certera respecto al Sacrificio de la Misa, los arzobispos anglicanos contestaron con alguna irritación: “Primero, nosotros ofrecemos el sacrificio de alabanza y acción de gracias; luego, suplicamos y representamos ante el Padre el Sacrificio de la Cruz… y, por último, ofrecemos el sacrificio de nosotros mismos al Creador de todas las cosas, que ya hemos significado por la oblación de sus criaturas.

A esta acción total, en la cual el pueblo tiene necesariamente que tomar parte con el sacerdote, acostumbramos llamar la comunión, el Sacrificio Eucarístico.” Respecto a este último alegato, el obispo Hedley de Newport declaró su creencia de que ni uno entre mil anglicanos está acostumbrado a llamar a la comunión el “Sacrificio Eucarístico”. Pero aun si estuviesen acostumbrados, tendrían que interpretar los términos en el sentido de los treinta y nueve Artículos, que niegan tanto la Presencia Real como el poder sacrificial del sacerdote, y así admiten un sacrificio en un sentido irreal o figurativo solamente. Por otro lado, el Papa León XIII junto con todo el pasado cristiano, tuvo en mente en la antedicha Bula nada más que el “Sacrificio Eucarístico del verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo” sobre el altar. Este sacrificio realmente no es idéntico en la forma de celebración anglicana.

El simple hecho de que numerosos herejes como Wyclif y Lutero, repudiaban la Misa como “idolatría”, mientras que conservaban el Sacramento del verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo, prueba que el Sacramento de la Eucaristía es algo esencialmente diferente al Sacrificio de la Misa. En verdad, la Eucaristía realiza dos funciones a la vez: la del sacramento y la del sacrificio. Aunque la inseparabilidad de los dos se ve más claramente en el hecho que los poderes sacrificiales del sacerdote coinciden, y en consecuencia que el sacramento se produce sólo y a través de la Misa, la diferencia real entre ambos se muestra en que el sacramento está destinado privadamente para la santificación del alma, mientras que el sacrificio sirve principalmente para glorificar a Dios mediante la adoración, acción de gracias, oración y expiación. El recipiente de uno es Dios, quien recibe el sacrificio de su Hijo Unigénito; del otro es el hombre, que recibe el sacramento para su propio bien. Además, el Sacrificio incruento del Cristo Eucarístico es en su naturaleza una acción transitoria, mientras que el Sacramento del Altar continúa como algo permanente después del sacrificio, e incluso puede ser preservado en custodias (ostensorio) y ciborios.

Finalmente, esta diferencia también merece mencionarse: la Comunión bajo una sola forma es la recepción del sacramento total, mientras que, sin el uso de las dos formas del pan y el vino (la separación simbólica del Cuerpo y la Sangre), no se realiza la muerte mística de la víctima, y por lo tanto el Sacrificio de la Misa.

La definición del Concilio de Trento supone como palmaria la proposición que, junto con el “verdadero y real Sacrificio de la Misa”, puede haber y hay en la cristiandad sacrificios figurativos e irreales de varias especies, tales como oraciones de alabanza y acción de gracias, limosnas, mortificación, obediencia y obras de penitencia. La Biblia se refiere a menudo a tales ofrendas, por ejemplo, en Eclesiástico 35,3: “Apartarse del mal es complacer al Señor, sacrificio de expiación apartarse de la injusticia”; y en Salmo 141(140),2: “Valga ante ti mi oración como incienso, el alzar de mis manos como oblación de la tarde”. Sin embargo, estas ofrendas figurativas presuponen el real y verdadero ofrecimiento, tal como una pintura presupone su asunto y un retrato a su original. Las metáforas bíblicas---un “sacrificio de aclamación” (Sal. 27(26),6), “en vez de novillos te ofreceremos nuestros labios” (Oseas 14,3), el “sacrificio de alabanza” (Hb. 13,15)---expresiones que aplican términos sacrificiales al sacrificio (hostia, thysia).

El sistema sacrificial completo de la Legislación de Moisés atestigua que hubo tal sacrificio. Es cierto que podemos y debemos reconocer con Santo Tomás de Aquino (II-II:85:3), como el “principale sacrificium” la intención sacrificial la cual, contenida en el espíritu de oración, inspira y anima las ofrendas externas como el cuerpo anima al alma, y sin la cual incluso la más perfecta ofrenda no tendría valor ni efecto ante Dios. Por lo tanto, el santo salmista dice: “Pues no te agrada el sacrificio, si ofrezco un holocausto no lo aceptas. El sacrificio a Dios es un espíritu contrito. [Sal. 51(50),18ss]. Sin embargo, este requisito indispensable de un sacrificio interior de ningún modo hace superfluo el sacrificio externo en el cristianismo; ciertamente, sin la oblación perpetua que deriva su valor del sacrificio ofrecido una sola vez en la Cruz, el cristianismo, la religión perfecta, sería inferior no sólo a la del Antiguo Testamento, sino incluso a la forma más pobre de religión natural. Puesto que el sacrificio es así esencial a la religión, es mucho más necesario para el cristianismo, que no puede de otro modo cumplir su deber de mostrar a Dios el honor visible del modo más perfecto. Así, la Iglesia, el Cristo místico, desea y debe tener su propio sacrificio permanente, que seguramente no puede ser ni una adición independiente al del Gólgota, ni su complemento intrínseco; sólo puede ser el mismo propio sacrificio de la Cruz, cuyos frutos, por una ofrenda incruenta, está diariamente disponible para los creyentes y no creyentes y es aplicado a ellos en forma de sacrificio.

Si la Misa es un verdadero sacrificio en el sentido literal, debe realizar la concepción filosófica del sacrificio. De ahí surge la última pregunta preliminar: ¿Qué es un sacrificio en el sentido propio del término? Sin tratar de establecer y fijar una teoría comprehensiva del sacrificio, será suficiente mostrar que, según la historia comparativa de las religiones, para un sacrificio son necesarias cuatro cosas:

- un don sacrificial (res oblata),
- un ministro sacrificando (minister legitimus),
- una acción sacrificial (action sacrificica), y
- una meta u objeto sacrificial (finis sacrificii).

En contraste con los sacrificios en sentido figurativo o menos propio, el don sacrificial debe existir en una substancia física, y debe ser real o virtualmente destruido (matanza de animales, derrame de libaciones, otras cosas inadecuadas para usos ordinarios), o por lo menos realmente transformado, en un lugar fijo para el sacrificio (ara, altare), y ofrecido a Dios. En cuanto a la persona oferente, no se permite que cualquier individuo ofrezca sacrificio por su propia cuenta. En la religión revelada, como en casi todas las religiones paganas, sola una persona cualificada (usualmente llamado sacerdote, sacerdos, lereus), quien ha recibido el poder por comisión o vocación, puede ofrecer sacrificios a nombre de la comunidad. Después de Moisés, los sacerdotes autorizados por ley en el Antiguo Testamento pertenecían a la tribu de Leví, y más especialmente a la casa de Aarón (Hb. 5,4). Pero ya que Cristo mismo recibió y ejerció su sumo sacerdocio, no por la arrogación de autoridad, sino en virtud de un llamado divino, hay mayor necesidad de que los sacerdotes que lo representan reciban poder y autoridad a través del sacramento de los Órdenes Sagrados para ofrecer el sublime sacrificio de la Nueva Ley.

El sacrificio alcanza su culminación externa en el acto sacrificial, en el cual tenemos que distinguir entre la materia inmediata y la forma real. La forma descansa no en la transformación real o destrucción completa del don sacrificial, sino más bien en su oblación sacrificial, en cualquier modo que sea transformado. Aun cuando una destrucción real ocurriese, como en las matanzas sacrificiales del Antiguo Testamento, el acto de destrucción era realizado por los sirvientes del Templo, mientras que la propia oblación, que consistía en el “derramamiento de sangre” (aspersio sanguinis), era función exclusiva de los sacerdotes. Así la forma real del Sacrificio de la Cruz no consistió ni en el asesinato de Cristo por los soldados romanos, ni en una auto-destrucción imaginaria de parte de Jesús, sino en la sumisión voluntario a que otros derramaran su Sangre, y en el ofrecimiento de su vida por los pecados del mundo. Por consiguiente, la destrucción o transformación constituye a lo sumo la materia inmediata; por otro lado, la oblación sacrificial es la forma física del sacrificio.

Finalmente, el objeto del sacrificio, como relevante a su significado, eleva el ofrecimiento externo más allá de cualquier mera acción mecánica en la esfera de lo espiritual y lo divino. El objeto es el alma del sacrificio y, en cierto sentido, su “forma metafísica”. En todas las religiones hallamos, como idea esencial del sacrificio, una completa sumisión a Dios con el propósito de unirse con Él; y a este idea se añade, de parte de los pecadores, el deseo del perdón y la reconciliación. Por lo tanto de inmediato surge la distinción entre sacrificios de alabanza y expiación (sacrificium latreuticum et propitiatorium), y sacrificios de acción de gracias y petición (sacrificium eucharisticum et impetratorium), por lo tanto también la inferencia obvia que so pena de idolatría, el sacrificio se debe ofrecer sólo a Dios como principio y fin de todas las cosas. Correctamente señala San Agustín (Ciudad de Dios, X.4): “¿Quién jamás pensó en ofrecer sacrificio excepto a uno que él conocía, o pensaba o imaginaba ser Dios?”.

Entonces si combinamos las cuatro ideas constituyentes en una definición, podemos decir: “Sacrificio es la oblación externa a Dios de un objeto perceptible por los sentidos por un ministro autorizado, ya sea a través de su destrucción o por lo menos a través de su transformación real, en reconocimiento al supremo dominio de Dios y para aplacar su ira”. Demostraremos la aplicabilidad de esta definición a la Misa en la sección dedicada a la naturaleza del sacrificio, después de resolver el asunto de su existencia.

(fuente: ec.aciprensa.com)

martes, 24 de enero de 2012

Sacerdote neocatecumenal: Aprobación del Papa no ha cambiado nada

El Papa recibe del P. Ricardo Reyes su libro sobre liturgia
ROMA, 24 Ene. 12 / 01:13 pm (ACI/EWTN Noticias) El P. Ricardo Reyes Castillo, sacerdote miembro del Camino Neocatecumenal y párroco en la diócesis de Roma, señaló que la aprobación del Papa Benedicto XVI a su movimiento, dada a conocer el 20 de enero, "no ha cambiado absolutamente nada".

En declaraciones a ACI Prensa el 23 de enero, el sacerdote de origen panameño señaló que la aprobación del Papa de las celebraciones que están en el Directorio Catequético del Camino Neocatecumenal significa "simplemente (que) la Iglesia ha confirmado que los ritos utilizados en las diferentes etapas de formación del Camino Neocatecumenal viven y son conformes a la tradición de la Iglesia".

"Este es otro paso más en el proceso a través del cual la Iglesia sigue con amor a los fieles que pertenecen a dicha experiencia de fe", agregó.

Las declaraciones del sacerdote se refieren al decreto que el Pontificio Consejo para los Laicos dio a conocer hace unos días en el que se aprueban las "celebraciones contenidas en el Directorio Catequético del Camino Neocatecumenal que no resultan por su naturaleza ya reguladas por los Libros litúrgicos de la Iglesia".

El P. Reyes dijo también que "el Camino Neocatecumenal está agradecido porque se siente guiado y protegido bajo las alas de la Iglesia que como siempre se manifiesta como Madre".

El viernes 20 de enero el Papa Benedicto XVI recibió a más de 7 mil miembros de este movimiento a quienes agradeció por su valioso servicio a la Iglesia, los alentó a proclamar a Cristo y les recordó el carácter público de la Eucaristía y que sus comunidades deben estar integradas en las parroquias en las que están presentes.

En octubre de 2011, el P. Reyes presentó el libro "La unidad en el pensamiento litúrgico de Joseph Ratzinger". En la presentación participó el Prefecto para la Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Cardenal Antonio Cañizares Llovera, quien consideró que esta obra "define muy bien" el pensamiento de Benedicto XVI.

El libro, que el sacerdote obsequió personalmente al Papa, presenta una visión de la liturgia desde el punto de vista unitario del Cardenal Ratzinger. "Mira a la comunión de la Iglesia, mira a la unidad de la Iglesia, mira a la caridad, a tener unido que la Iglesia sea verdaderamente signo de salvación", señaló.

En aquella oportunidad el P. Reyes dijo que el Papa "es fuertemente litúrgico, él piensa en la Iglesia como una unidad eucarística, cuando tiene que hablarte de cristología o de la figura de Cristo, o de las cosas teologales, del final, o de lo que sea, él siempre hace referencia a la eucaristía o a algún aspecto de la liturgia".

"Por eso es impresionante como toda la estructura de la teología tenga un fundamento en la liturgia, y para mí fue un gran descubrimiento", indicó.
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